Varias encuestas recientes señalan
que cada vez hay más gente que detesta la Navidad, la cena de Nochebuena y la
obligación de regalar. Según los psiquiatras no se trata de gente amargada,
sino que algunas personas reaccionan así porque son víctimas de un fenómeno
somático emocional que las lleva a encabronarse ante lo que consideran una muestra
de falsa felicidad.
En parte, les doy la razón. Yo,
también creo que el “buenrollismo” es una engañifa, pero eso no quita para que
disfrute comprando regalos, me guste cenar en familia y me encante salir a la
calle y contagiarme de esa alegría que puede con la tristeza y la convierte en ganas
de vivir.
Adoro la Navidad, tal vez,
porque, a pesar de que ya soy abuelo, sigo siendo infantil. Y, debe ser por eso que considero
que lo del niño Jesús que nació en un pesebre es una leyenda fascinante que
sirve para transmitir valores como la solidaridad, la gratitud y el afecto, de
los que tan escasos andamos.
La Navidad me gusta tanto que no
me importa que falseen la historia y nos mientan como vienen haciéndolo desde,
solo, dios sabe cuándo. La mentira que no hace daño y persigue un buen objetivo
puede ser hasta beneficiosa. Decía
Séneca que la sabiduría radica en saber distinguir correctamente dónde podemos
modelar la realidad para ajustarla a nuestros deseos.
Debieron hacerle caso porque la
historia de Jesús que nos cuentan es la de una realidad muy modelada. Jesús no
nació un 25 de diciembre, ni en Belén, ni en un pesebre. Historiadores de prestigio
aseguran que nació el 21 de agosto, seis años antes de lo que creemos y en
Nazaret. Y no solo eso, dicen que tampoco
es verdad que nació rodeado de un buey y una mula y que no hubo magos que llegaran
de Oriente para adorarlo y ofrecerle regalos.
Apetece decir: Jesús, qué
historia. Casi todo es mentira. Pero, de veras que no me importa. Prefiero
celebrar la navidad en diciembre que no en agosto. En agosto, además de que hace
calor y obscurece tardísimo, coincidiría con las fiestas de San Agustín. Que
esa es otra porque el patrono de Avilés era San Nicolás, cuya festividad se
celebra el 6 de diciembre, pero cuando los pueblos empezaron a celebrar a su santo patrono con fiestas y
romerías, decidieron que era mejor hacerlo con buen tiempo y las cambiaron para
el verano. Así fue cómo cambiaron a San Nicolás por San Agustín. Una nueva
muestra de aquello que decía Séneca de modelar la realidad para adaptarla a
nuestros deseos.
Viendo cómo se establecieron las
fiestas mejor nos dejamos de historias. Sería lo propio porque la Navidad no es
historia, es pura magia. Es un estado mental que dura apenas un mes y luego
desaparece hasta el año siguiente. Si no fuera magia no creeríamos que Papá
Noel, con lo gordo que está, cabe por el tubo de una chimenea y se introduce en
las casas que, incluso, no la tienen. La misma magia sirve para los Reyes Magos
que son capaces de subir con sus camellos a un cuarto piso sin ascensor para
llevarles regalos a los niños y los mayores.
La Navidad supera cualquier ficción. Supera ese relato que habla de una mujer virgen, llamada María, que estaba prometida con un carpintero llamado José y quedó embarazada sin haber tenido contacto con él.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
Bueno , pues sin comentarios...
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