lunes, 10 de octubre de 2022

El otoño de los jóvenes

Milio Mariño

Ahora que ha vuelto el otoño, vuelven las estadísticas y nos recuerdan que la esperanza de vida aumenta, la natalidad disminuye, la juventud se alarga y los jóvenes tardan más en emanciparse. Tardan tanto que algunos tienen casi cincuenta años y siguen portándose como adolescentes. Se visten que no sabes si llorar o reírte, se tatúan ridiculeces y salen a divertirse como los guiris en Magaluf. No son conscientes de que han entrado en lista de espera para la vejez. En el segundo tiempo del partido de la vida, como dijo no sé quién.

No hay prisa, aseguran cuando los miras y notan que te sorprendes. Antes de que digas nada ya te lo explican. Acabo de cumplir cuarenta y cinco, pero me siento más joven que cuando tú tenías veintitrés.  No pienso meterme en líos. Viajo mucho, disfruto sin preocuparme de nada y tengo sexo, siempre que quiero, sin compromisos ni malos rollos. Vivo cojonudamente, de modo que voy a seguir así hasta que me aburra. Luego ya veremos.

Sin darnos margen ni para un mínimo reproche, advierten que saben lo que hacen y nos dejan el recado de que quienes nos casamos con veinte y pocos años y tuvimos hijos que ahora tienen su edad, fuimos tontos, muy tontos.

Seguro que llevan razón. De todas maneras, uno se aguanta y no les dice, porque no serviría de nada, que si algún día deciden tenerlos, sus hijos empezarán la universidad cuando ellos ya estén jubilados.

La juventud podemos alargarla todo lo que queramos, podemos creer que seguimos siendo jóvenes con casi cincuenta años, pero la naturaleza humana y la sociedad siguen rigiéndose por unas pautas que indican que para una persona que ya ha cumplido esa edad, lo normal es que viva en pareja, tenga hijos que vayan al instituto y, en su trabajo, haya conseguido algún éxito profesional.

Soy de otra época. No me gusta ver a una pareja con un niño pequeño de la mano y tener que adivinar si serán los padres o los abuelos.  Se ha extendido tanto eso de que la edad es un estado mental, que tenemos la edad que queremos tener, que la edad subjetiva lleva a mucha gente a vivir en una especie de limbo que entiende como posible la eterna juventud.

 No sería justo que, en ese empeño por parecer siempre jóvenes, incluyéramos, solo, a los que ya han cumplido cuarenta años y siguen portándose como adolescentes. También hay sesentones que se portan como si tuvieran cuarenta, creen que el tiempo no pasa por ellos y pretenden seguir haciendo lo que, en buena lógica, no deberían hacer. Unos y otros enarbolan la libertad como un derecho que les permite vivir y hacer lo que quieran sin dar explicaciones. Y es lo que hacen. Lo que no saben, o no quieren saber, es que no  son libres. Son prisioneros de una obsesión que, incluso, ya tiene nombre: midorexia.  Un concepto acuñado para definir a las personas que no solo se visten sino que actúan como si fueran mucho más jóvenes.

Que una mujer de sesenta años se ponga una minifalda o un hombre con la misma edad se vista con unos vaqueros rotos no significa que parezca como que tienen veinte años menos. Significa que Oscar Wilde acertó de pleno cuando dijo: Envejecer no es nada, lo terrible es seguir sintiéndose joven.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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