La semana grande de festejos del
otoño culminará esta noche con la gran verbena de Halloween y la celebración, mañana,
del día de Todos los Santos, que es fiesta para nosotros y un día cualquiera
para los muertos porque cabe suponer que en el otro mundo no se trabaja. Si no,
vaya chollo. Será, imagino, como cuando nos jubilamos, pero sin limitaciones de
ningún tipo; sin padecer ningún achaque ni preocuparnos por la subida de las
pensiones.
Comento lo de Halloween porque a
fuerza de mucho insistir en los medios, en la prensa, la radio, la televisión y
hasta en los colegios, ha ido ganando terreno que la gente aproveche los días
previos y el mismo día de Todos los Santos para disfrazarse de alma en pena,
salir de fiesta y hacer bromas macabras. Nada que ver con lo que teníamos por
costumbre, que era dedicar esta festividad al reencuentro con los difuntos, visitar
los cementerios, adecentar las tumbas y llevar flores. Eso hacíamos; las bromas
y los disfraces los dejábamos para carnaval. Nunca, hasta hace poco, se nos
había ocurrido bromear con la muerte y, menos aún, invocarla con alusiones a lo
grotesco, lo repulsivo y lo terrorífico.
Los promotores de Halloween echan
la culpa a los celtas, quienes, el parecer, creían que el día primero de
noviembre las almas de los muertos volvían a sus hogares y por eso los que
vivían allí se disfrazaban, para evitar ser reconocidos por ellos. Algo de eso
había, pero tergiversan las tradiciones. Aunque los celtas celebraban con pena
el final del verano, el Samhain, que así se llamaba, no tenía nada que ver con este
invento que importamos de Estados Unidos, como también importamos a Papa Noel
en detrimento de los Reyes Magos. Halloween, tiene tanto de tradición nuestra
como lo tendría para los americanos que organizaran una corrida de toros en
Nueva York o la Tomatina de Buñol en Chicago.
Jugar a ser almas en pena y hacer coña de la
muerte, disfrazándonos de zombis o de esqueletos vivientes, puede parecer un
plan divertido para este puente festivo que enlaza octubre con noviembre, pero solo
es revelador del estado de cosas al que hemos llegado. Ver a tu vecino dando
saltos de alegría con un hacha de mentira incrustada en la cabeza es para salir
despavorido y pensar, muy seriamente, que se nos ha ido la olla en cuanto a
diversiones y motivos para disfrutar se refiere.
Supongo que serán muchos los que
no estén de acuerdo porque son muchos los que aseguran que reírse de la muerte,
o sacarla de fiesta unas horas, es un buen mecanismo de defensa que puede
resultar muy beneficioso. Dicen que sólo así podremos sobrellevar lo peor de la
vida, que es el miedo a morir.
Si se trata de eso, no pongo en
duda que reírse sea bueno, pero anda que no tiene noches el año como para
hacerlo la víspera de Todos los Santos, que es cuando el silencio está lleno de
voces confusas, crujidos que provocan escalofríos, suspiros que nos ahogan y estremecimientos
que nos dejan temblando porque anuncian la presencia aterradora de algo que no
se ve, pero cuya aproximación se nota.
No pretendo aguarles la fiesta. El
párrafo anterior solo recuerda lo que puede suceder esta noche. Vuelvan a
leerlo y, si todavía se atreven, ríanse lo que quieran.
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Milio Mariño