Con más frecuencia de la que
sería deseable, los mayores pensamos como niños y culpamos a los jóvenes de unos
males que suelen ser parecidos por más que pasen los años. Y es que la juventud
del momento siempre nos parece peor que la nuestra. Algo que, por supuesto, no
es nuevo, pues viene sucediendo desde que el mundo es mundo, hace un montón de
siglos. Lo que sí es nuevo es que los culpemos por los rebrotes del coronavirus,
tachándolos de irrespon- sables y aportando un despliegue mediático que incluye
imágenes de fiestas al aire libre, discotecas abarrotadas y botellones en
cualquier sitio.
La idea, utilizar ciertas imágenes
para que la gente señale a los culpables, es bastante perversa. Ya se hizo
cuando se culpó a las manifestaciones feministas del ocho de marzo, luego se
intentó con los temporeros y ahora con la supuesta irresponsabilidad de los
jóvenes.
Encontrar un culpable ahorra
muchas explicaciones. Lo de ahora, la acusación que se hace a los jóvenes, cuenta
con el muy socorrido y falso cliché de que las generaciones anteriores eran
mejores que las de hoy. Viene a ser la canción de siempre por más que estemos
en el siglo XXI. Los mayores somos así, alimentamos la nostalgia embelleciendo
el recuerdo de nuestra juventud. Las fiestas, los botellones y todo lo que
están haciendo los jóvenes es de juzgado de guardia, critican algunos cuando hablan
del coronavirus. Y, a continuación, ya se sabe, vendrá un extenso catálogo de
reproches en el que no faltará de nada. Dirán que son irresponsables, insolidarios,
vagos, menos inteligentes, maleducados y con un gusto musical pésimo, pues para
música buena la que había en los años ochenta.
Lo curioso es que quienes suelen
hacer esas críticas son, precisamente, quienes han educado a estos jóvenes. Son
sus padres y sus abuelos. Lo cual, si fuera cierto que ahora los jóvenes son
peores que lo fueron ellos en su juventud, evidenciaría que no han sabido
educarlos o no lo han conseguido del todo.
Insisto en si fuera cierto, porque
si los jóvenes fuesen cada vez más irresponsables, más irrespetuosos, más vagos
y toda esa cantidad de defectos que algunos les suelen atribuir, la humanidad habría
ido degenerando de una forma difícilmente soportable. Así que algo debe fallar
en esas valoraciones. Y lo que falla es que entre los jóvenes hay personas
irresponsables, pero también las hay muy sensatas y muy concienciadas.
Exactamente igual que en otras edades.
Todas las generaciones de jóvenes
han sido acusadas de irresponsables o egoístas. Solemos pasar por alto que
entra dentro de lo normal que los jóvenes no se sientan responsables de lo que
les ocurre a los mayores. Piensan que su misión es divertirse y que deben ser otros
los que resuelvan los problemas de la sociedad. Con un futuro tan incierto como
el que se les presenta, resulta entendible la despreocupación de muchos y ese
vivir al día como si no hubiese un mañana. Era lo que hacíamos nosotros a pesar
de que no vivíamos en el alambre de la precariedad y el paro. Por eso deberíamos
ser más prudentes y tener en cuenta que los jóvenes de ahora no pueden ser como
éramos nosotros hace un montón de años. Ya lo decía Dalí: La mayor desgracia de
la juventud actual es que no pertenecemos a ella.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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