Este verano no estamos para tararear
esa canción pegadiza que suele ponerse de moda, siempre por estas fechas, aunque
sea más hortera que unas chanclas con calcetines. Estamos para guardar la boca debajo
de una mascarilla bien puesta. Cualquier precaución es poca. La prueba son esos
rebrotes que anuncian los telediarios y hacen que la moral se nos caiga al
suelo y acabemos convencidos de que la realidad supera a la ficción. Ojalá que todo
esto fuera un guion de Hollywood. Pero no lo es. Es un problema real que nos tiene
con el alma en vilo y acabará por volvernos locos. Ahora mismo, no sabemos qué está
pasando ni qué es verdad o mentira. Da igual que nos hablen del número de
contagios, qué de los brotes, los rebrotes, los fallecidos, los tratamientos
posibles, los milagrosos, las vacunas cercanas y las que igual tardan dos años.
El
desconcierto es total. Hace seis meses, cuando se declaró la enfermedad, podía ser
entendible que supiéramos poco, pero a día de hoy no se entiende que sigamos igual.
El lio es tan gordo que nadie sabe si es que algo ha fallado o ha fallado todo. Lo más probable es que fallara todo porque las cifras
que arroja España, en cuanto a contagios y nuevos rebrotes, son tan elevadas
que no se corresponden con las de ningún otro país de su entorno. Tampoco con
las medidas que dicen haber tomado nuestros excelentes políticos, nacionales y
autonómicos, ni con la presunta mejor Sanidad del mundo, ese mantra que no nos
cansamos de repetir.
España es un país de misterios
irresolubles. Aquí nadie se explica cómo es que estamos como estamos ni se hace
responsable de la situación. Por eso me parece bien que un grupo de
especialistas en salud, -virólogos, investigadores y profesores universitarios-
haya pedido lo que parece de sentido común: que se haga una evaluación
independiente y se audite la gestión realizada por las distintas
administraciones públicas. El objetivo, han aclarado, no sería buscar culpables
a los que lapidar en la plaza del pueblo, sino determinar en qué ha fallado el
sistema para tratar de corregir las deficiencias, ahora y en el futuro. Un
propósito tan loable que, conociendo el percal de nuestros gobernantes, es muy
posible que lo tomen como un coro de voces que claman en el desierto.
Lo que, en principio, apuntan quienes
firman la petición es lo que cualquiera, con dos dedos de frente, ha podido
apreciar en estos seis meses. Que tenemos un sistema sanitario disminuido por
los recortes de la última década, una deficiente vigilancia epidemiológica y
una atroz falta de medios, tanto en el diagnóstico como en el seguimiento. A
todo esto, habría que sumar la falta de coordinación entre las diferentes
administraciones, el retraso en la toma de decisiones y un descontrol absoluto
de los centros geriátricos que, sin recursos ni preparación, han concentrado el
mayor número de fallecidos.
Una auditoría a fondo aclararía
muchas cosas, pero esto es España y aquí no hay Gobierno central o autonómico
que dé su brazo a torcer ni tampoco parece fácil que la oposición vaya a
renunciar al cuanto peor mejor como principal argumento para recuperar el
poder. Lo malo que, mientras tanto, el virus no veranea. Sigue a lo suyo y
apuesto que se estará partiendo de risa con medidas como esa que prohíbe fumar
en la calle.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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