En verano es cuando suceden las mejores
historias y las más bonitas. Por ejemplo, yo, el otro día, me encontré con mi ángel
de la guarda. Fue un encuentro fortuito de esos que no te lo esperas. Revolvía en
el armario, buscando un traje de baño, y encontré una mascarilla.
En principio no le di mayor
importancia porque, aunque esté mal que yo lo diga, no soy un incauto que cree
cualquier tontería. Suelo ser muy escéptico, me cuesta creer ciertas cosas. Solo
creo lo que tiene sentido. Si la mascarilla estaba donde debía estar el traje
de baño sería que alguien la puso allí. Pusiste tú una mascarilla entre la ropa
de la playa, le pregunté a mi mujer. Yo, qué voy a poner… Las mascarillas están
donde tienen que estar, en un cajón de la cómoda. Pues entonces es que alguien
me cuida y no quiere que salga sin la protección adecuada. Así qué descartada
mi mujer, que dice que ya tengo edad para cuidarme y no está dispuesta a
tratarme como a un bebé, solo quedaba el ángel de la guarda.
Pensándolo bien, tampoco es tan
raro. El exministro del interior, Jorge Fernández Díaz, aseguró, hace tiempo, que
tiene un ángel de la guarda que se llama Marcelo y le ayuda a aparcar el coche.
Del mío, no diré que haga otro tanto, pero sí que a veces me libra de la
tentación de aparcar en un sitio reservado a minusválidos y salir del coche
cojeando. Sería una acción reprobable, lo sé, pero cuando, después de mil
vueltas, no encuentro donde aparcar, noto que discuten el demonio y el ángel de
la guarda y es el ángel el que casi siempre acaba ganando. Igual ayuda el miedo
a las multas, pero eso no significa que no tenga, como todos, un ángel de la
guarda.
Todos lo tenemos. Pero, claro,
eso nos lleva a preguntarnos como se explica, entonces, que hayan surgido
tantos rebrotes y que casi estemos igual que al principio de la pandemia. La
explicación es sencilla. El ángel de la guarda está a nuestro lado, tratando de
aconsejarnos, no puede decidir por nosotros ni tampoco imponernos nada. Nos
invita, como en mi caso, a usar la mascarilla, pero si luego la llevamos
colgando de una oreja, en lo alto de la cabeza, por debajo de la nariz o más
sobada que el pasamanos de una escalera, no es culpa suya. La responsabilidad hay
que atribuirla a quien la tiene.
Y en esas estamos. Estamos que no
paran buscando, desesperadamente, un culpable de los rebrotes. El problema es
que ya no pueden culpar al Gobierno, ni echar mano de las teorías
conspiranoicas que algunos estuvieron difundiendo durante estos meses pasados. En
abril y mayo todo era más fácil. Se decía que la culpa era del gobierno
socialcomunista y asunto concluido.
La cuestión es que una vez que el
gobierno se hizo a un lado, y dejó el tema en manos de las Comunidades
Autónomas, nadie quiere cargar con el mochuelo ni mucho menos admitir que las
medidas que se tomaron, de marzo a junio, fueron las correctas. Ahora lo que
urge es buscar un nuevo culpable. Así que, ya puestos, no descarten que acaben echando
la culpa al ángel de la guarda por más que nos tenga super avisados. A mí el
primero.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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