lunes, 1 de abril de 2024

La comida en la calle es patriotismo avilesino

Milio Mariño

Hay gente que cree que la comida en la calle la inventó Mariví Monteserin cuando en 1993, siendo concejala de festejos, propuso una comida multitudinaria para celebrar los cien años de las fiestas de El Bollo. No es verdad. Como casi todo en este mundo, la comida en la calle ya estaba inventada. En el siglo XVIII ya existía esa costumbre en algunos países de Europa y especialmente en Francia, donde los aristócratas encargaban a sus sirvientes que instalaran mesas con manteles y la mejor vajilla en los jardines aledaños a sus casas. La nobleza y los más adinerados celebraban allí sus fiestas en las que competían por contribuir con los platos y las bebidas más exóticas y en las que había música, baile y juegos de azar que prolongaban la sobremesa hasta el anochecer.

Un siglo después, en el XIX, se popularizó comer al aire libre en un contexto de vuelta a la naturaleza, promovido por escritores como Emile Zola o Guy De Maupassant y retratado por pintores impresionistas como  Edouard Manet o Claude Monet. La Revolución Francesa había acabado con los privilegios de la nobleza y creó un nuevo orden político que contribuyó a que personas del pueblo, comunes y corrientes, empezaran a reunirse en los parques públicos para celebrar eventos sociales con suculentas comidas que preparaban durante días en sus casas.

Aclarado que la entonces concejala de festejos, y actual alcaldesa, no inventó la comida en la calle, conviene puntualizar que tampoco hay noticias de que reivindique el invento ni presuma de ello, aunque suya sea la idea que hace posible que 31 años después estén dispuestas 15.000 sillas a lo largo de cinco kilómetros de mesas en las zonas habituales del casco antiguo de Avilés. Tiene el mérito, eso sí, de haber creado una fiesta a la que auguraban poco recorrido y acabó convirtiéndose en un éxito de participación y convivencia.

El mérito es suyo, pero no podemos responsabilizarla del éxito porque no le pertenece. Pertenece a los vecinos y vecinas de Avilés que, con su participación y su presencia, han hecho posible que la comida en la calle no solo no envejezca sino que cada año parezca más joven. Seguramente, algo tendrá que ver la conexión de la comida, que produce alegría y benevolencia, con el disfrute del tiempo compartido en una sobremesa anti elitista que no entiende de lujos, ni de clases sociales, y prioriza la condición de avilesina o avilesino como argumento fundamental para disfrutar en compañía.

El sentido de pertenencia que ha fomentado la comida en la calle genera una especie de patriotismo avilesino que se rememora los Lunes de Pascua y provoca emociones como la de estar orgulloso de vivir en Avilés o emocionarse al volver.

Fiestas y eventos gastronómicos hay muchos, pero la comida en la calle figura en el Libro Guinness de los Récords como la comida más multitudinaria de cuantas se celebran en el mundo. El reto es que siga siéndolo por muchos años porque, entre otras cosas, contribuye a combatir la soledad y el aislamiento social.

Decía el escritor y filósofo Javier Gomá, y estoy de acuerdo, que, hoy en día, el problema no es ser libres, sino ser libres juntos. Abandonar la sociedad individualista que fomenta el narcisismo, egoísta y solitario, y penetrar en la vida compartida para entrelazar nuestras vivencias y disfrutarlas con los demás.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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