Hay gente que cree que la comida
en la calle la inventó Mariví Monteserin cuando en 1993, siendo concejala de
festejos, propuso una comida multitudinaria para celebrar los cien años de las
fiestas de El Bollo. No es verdad. Como casi todo en este mundo, la comida en
la calle ya estaba inventada. En el siglo XVIII ya existía esa costumbre en
algunos países de Europa y especialmente en Francia, donde los aristócratas encargaban
a sus sirvientes que instalaran mesas con manteles y la mejor vajilla en los
jardines aledaños a sus casas. La nobleza y los más adinerados celebraban allí
sus fiestas en las que competían por contribuir con los platos y las bebidas
más exóticas y en las que había música, baile y juegos de azar que prolongaban
la sobremesa hasta el anochecer.
Un siglo después, en el XIX, se
popularizó comer al aire libre en un contexto de vuelta a la naturaleza,
promovido por escritores como Emile Zola o Guy De Maupassant y retratado por
pintores impresionistas como Edouard Manet
o Claude Monet. La Revolución Francesa había acabado con los privilegios de la
nobleza y creó un nuevo orden político que contribuyó a que personas del
pueblo, comunes y corrientes, empezaran a reunirse en los parques públicos para
celebrar eventos sociales con suculentas comidas que preparaban durante días en
sus casas.
Aclarado que la entonces
concejala de festejos, y actual alcaldesa, no inventó la comida en la calle, conviene
puntualizar que tampoco hay noticias de que reivindique el invento ni presuma
de ello, aunque suya sea la idea que hace posible que 31 años después estén
dispuestas 15.000 sillas a lo largo de cinco kilómetros de mesas en las zonas
habituales del casco antiguo de Avilés. Tiene el mérito, eso sí, de haber
creado una fiesta a la que auguraban poco recorrido y acabó convirtiéndose en
un éxito de participación y convivencia.
El mérito es suyo, pero no podemos
responsabilizarla del éxito porque no le pertenece. Pertenece a los vecinos y
vecinas de Avilés que, con su participación y su presencia, han hecho posible
que la comida en la calle no solo no envejezca sino que cada año parezca más
joven. Seguramente, algo tendrá que ver la conexión de la comida, que produce
alegría y benevolencia, con el disfrute del tiempo compartido en una sobremesa
anti elitista que no entiende de lujos, ni de clases sociales, y prioriza la
condición de avilesina o avilesino como argumento fundamental para disfrutar en
compañía.
El sentido de pertenencia que ha fomentado
la comida en la calle genera una especie de patriotismo avilesino que se
rememora los Lunes de Pascua y provoca emociones como la de estar orgulloso de
vivir en Avilés o emocionarse al volver.
Fiestas y eventos gastronómicos hay
muchos, pero la comida en la calle figura en el Libro Guinness de los Récords
como la comida más multitudinaria de cuantas se celebran en el mundo. El reto
es que siga siéndolo por muchos años porque, entre otras cosas, contribuye a combatir
la soledad y el aislamiento social.
Decía el escritor y filósofo Javier
Gomá, y estoy de acuerdo, que, hoy en día, el problema no es ser libres, sino
ser libres juntos. Abandonar la sociedad individualista que fomenta el
narcisismo, egoísta y solitario, y penetrar en la vida compartida para entrelazar
nuestras vivencias y disfrutarlas con los demás.
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Milio Mariño