lunes, 22 de abril de 2024

La vergüenza de Gaza

Milio Mariño

Si tomáramos como referencia lo que ocurre en Gaza, el ser humano sería, con mucho, el peor animal sobre la tierra. El único que siente placer y disfruta con la muerte y el sufrimiento de otros. El más cruel y despiadado, capaz de urdir atrocidades con el azufre de sus entrañas.

Cuesta asumir que una persona diga, como dijo la ministra de Igualdad Social de Israel,  May Golan: “Estoy orgullosa de la destrucción causada por el Ejército en la Franja de Gaza y de que cada bebé, incluso dentro de 80 años, le cuente a sus nietos lo que hicieron los judíos". Unas declaraciones que se enmarcan dentro de la misma dinámica mostrada por su colega en el Gobierno, el Ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, quien dijo, públicamente y con orgullo, que es racista, homofóbico y partidario del fascismo. A su vez, el presidente, Isaac Herzog afirmó que en Gaza nadie es inocente, que todos son responsables y por tanto un objetivo militar legítimo. Y, apoyando la postura de su jefe, Yoav Gallant, ministro de Defensa, se refirió a los palestinos como animales con apariencia humanoide.

 Estas declaraciones explican que la barbarie y el terror campen a sus anchas en Gaza. Lo que resulta más difícil de explicar es que ni la convención de Ginebra, ni la ONU ni, prácticamente, ningún Gobierno estén haciendo nada para evitarlo. Algunos se han atrevido a protestar, aunque tímidamente y con la boca pequeña, y otros incluso lo aplauden. Zelenski, Presidente de Ucrania, protagoniza el sinsentido de apoyar incondicionalmente a Israel y votar en contra de todas las resoluciones sobre Gaza.

Sabemos poco de lo que, realmente, ocurre allí porque no dejan que entren periodistas de otros países y, en cuanto a los que había, 103 han muerto asesinados en apenas seis meses. Lo que tenemos es el testimonio de alguna ONG como Médicos sin Fronteras, que habla de niños que nacen de madres heridas o muertas, médicos que operan sin anestesia, más de cien menores muertos, o gravemente heridos, al día, y muchas personas, sobre todo ancianos, que están muriendo de hambre y de sed. Una realidad aterradora que hace de Gaza un lugar incomparable con el de cualquier otra guerra. Un infierno en el que casi no hay energía eléctrica, ni  agua, gas, comida y medicamentos. Un cementerio de niños, como dijo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

La pregunta inevitable es: ¿Por qué no detienen esta barbarie?  Por qué los Gobiernos no explican cómo es que pasan los días y no intervienen para poner fin a este exterminio salvaje.  Qué ocurre para que el mal siga campando a sus anchas y traten de convencernos de que nuestro bienestar depende de que miremos para otro lado. Cómo hemos llegado a la ridiculez de pedir a Israel que afine la puntería y no mate a los cooperantes de las ONG y a considerar un logro que dejen entrar a 10 camiones con ayuda humanitaria. Nos conformamos con eso. Nuestra indiferencia y deshumanización es estremecedora. Lamentamos lo que está ocurriendo y creemos que, con lamentarlo, alcanza para no ser cómplices.

Con todo, nada indica que la situación vaya a cambiar. Los que mandan en Israel insisten en seguir destruyendo y matando y demuestran que no han leído a Séneca, quien decía que un solo bien puede haber en el mal: la vergüenza de haberlo hecho.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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