Si tomáramos como referencia lo
que ocurre en Gaza, el ser humano sería, con mucho, el peor animal sobre la
tierra. El único que siente placer y disfruta con la muerte y el sufrimiento de
otros. El más cruel y despiadado, capaz de urdir atrocidades con el azufre de
sus entrañas.
Cuesta asumir que una persona
diga, como dijo la ministra de Igualdad Social de Israel, May Golan: “Estoy orgullosa de la destrucción
causada por el Ejército en la Franja de Gaza y de que cada bebé, incluso dentro
de 80 años, le cuente a sus nietos lo que hicieron los judíos". Unas declaraciones
que se enmarcan dentro de la misma dinámica mostrada por su colega en el
Gobierno, el Ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, quien dijo, públicamente y
con orgullo, que es racista, homofóbico y partidario del fascismo. A su vez, el
presidente, Isaac Herzog afirmó que en Gaza nadie es inocente, que todos son
responsables y por tanto un objetivo militar legítimo. Y, apoyando la postura
de su jefe, Yoav Gallant, ministro de Defensa, se refirió a los palestinos como
animales con apariencia humanoide.
Estas declaraciones explican que la barbarie y
el terror campen a sus anchas en Gaza. Lo que resulta más difícil de explicar
es que ni la convención de Ginebra, ni la ONU ni, prácticamente, ningún
Gobierno estén haciendo nada para evitarlo. Algunos se han atrevido a protestar,
aunque tímidamente y con la boca pequeña, y otros incluso lo aplauden. Zelenski,
Presidente de Ucrania, protagoniza el sinsentido de apoyar incondicionalmente a
Israel y votar en contra de todas las resoluciones sobre Gaza.
Sabemos poco de lo que,
realmente, ocurre allí porque no dejan que entren periodistas de otros países y,
en cuanto a los que había, 103 han muerto asesinados en apenas seis meses. Lo
que tenemos es el testimonio de alguna ONG como Médicos sin Fronteras, que habla
de niños que nacen de madres heridas o muertas, médicos que operan sin
anestesia, más de cien menores muertos, o gravemente heridos, al día, y muchas
personas, sobre todo ancianos, que están muriendo de hambre y de sed. Una realidad
aterradora que hace de Gaza un lugar incomparable con el de cualquier otra
guerra. Un infierno en el que casi no hay energía eléctrica, ni agua, gas, comida y medicamentos. Un
cementerio de niños, como dijo el secretario general de la ONU, Antonio
Guterres.
La pregunta inevitable es: ¿Por
qué no detienen esta barbarie? Por qué los
Gobiernos no explican cómo es que pasan los días y no intervienen para poner
fin a este exterminio salvaje. Qué
ocurre para que el mal siga campando a sus anchas y traten de convencernos de
que nuestro bienestar depende de que miremos para otro lado. Cómo hemos llegado
a la ridiculez de pedir a Israel que afine la puntería y no mate a los
cooperantes de las ONG y a considerar un logro que dejen entrar a 10 camiones con
ayuda humanitaria. Nos conformamos con eso. Nuestra indiferencia y deshumanización
es estremecedora. Lamentamos lo que está ocurriendo y creemos que, con lamentarlo,
alcanza para no ser cómplices.
Con todo, nada indica que la
situación vaya a cambiar. Los que mandan en Israel insisten en seguir
destruyendo y matando y demuestran que no han leído a Séneca, quien decía que un
solo bien puede haber en el mal: la vergüenza de haberlo hecho.
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Milio Mariño