lunes, 19 de febrero de 2024

Morir de viejos

Milio Mariño

No es frecuente pero, a veces, abres el periódico y te encuentras con algo que no había ocurrido nunca. El que fuera Primer Ministro holandés Dries van Agt, y su esposa Eugenie Krekelberg, ambos de 93 años, decidieron morir y murieron al mismo tiempo mediante una eutanasia conjunta.

Morir de viejo no tiene nada de malo, al contrario, es lo que todos deseamos y algunos no lo consiguen. Aunque, claro, también hay egoístas que son viejos y se empeñan en seguir viviendo. Lo denunciaba el que fuera ministro japonés de Finanzas, Taro Aso, quien declaró hace unos años que las personas mayores deberían darse prisa y morir para aliviar los gastos del Estado en pensiones y atención médica. También el Fondo Monetario Internacional y la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, alertaron sobre los riesgos que supone para los Estados y la economía mundial que los viejos vivan demasiado. Hubo, incluso, quien se atrevió a ir más allá. Yusuke Narita, profesor de Economía en la Universidad de Yale, y muy popular en las redes sociales americanas, dijo no hace mucho que sería conveniente que se abriera un debate sobre la posibilidad de que la eutanasia fuera obligatoria para los viejos, en un futuro no muy lejano.

Tal vez porque conoce y comparte estas ideas, la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso justificó la muerte de 7.291 ancianos, que no fueron trasladados desde sus residencias geriátricas a los hospitales, cuando la pandemia del coronavirus, porque se iban a morir de todas maneras. Ya eran viejos y los viejos, puestos a morir, se supone que no debería importarles hacerlo en un sitio cualquiera que no tiene por qué ser, necesariamente, la cama de un hospital.

Allá por las altas esferas, los que mandan en el mundo y no sabemos si también en algún laboratorio de China, han llegado a la conclusión de que los viejos viven demasiado. Muchos por encima de sus posibilidades y algunos de su cordura.

 La sociedad ha hecho de la juventud un modelo para toda la vida y la vejez se ha convertido en un odioso problema. La palabra viejo se ha asociado a la idea de sobrante o deshecho y en esas estamos. Por un lado la ciencia se afana en dilatar la vida de las personas y por otro los expertos en economía dicen que no sale a cuenta. Que los viejos van estirando su aliento y engañando a la muerte y que en ese empeño se vuelven insoportables.

Más vale que nos preparemos, aunque la verdad es que tampoco podemos hacer mucho. Todo aquello que nos enseñaron para que aprendiéramos a ser solidarios, mejores, más libres y más justos, parece que solo ha servido para que el mundo camine hacia una nueva forma de nazismo.

Lo que nos hace viejos, dicen los expertos, no es la edad es el miedo. El miedo, sobre todo, a convertirnos en una carga y no ser útiles. Eso explicaría que muchos, después de jubilarse, quieran seguir en activo y se ocupen de cosas que para los jóvenes tienen poca importancia como, por ejemplo, vigilar las obras y estar al tanto de que no abran la misma zanja, en la misma calle, más de tres veces el mismo año. Podrá parecer poco importante, pero solo por eso ya compensan el gasto y merecen seguir viviendo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Milio Mariño