Dicen, y seguramente será verdad,
que en ningún otro país del mundo hay tantos bares como en España. El censo,
antes de la pandemia, era de casi trescientos mil; uno por cada 175 habitantes.
Cifra que, a primera vista, puede parecer exagerada pero cada bar tiene su
historia y todos, en su conjunto, constituyen una realidad que explica nuestro
carácter, nuestra sociabilidad y algunas cosas de nuestro pasado que preferimos
no recordar.
Los bares cumplen una función
social que fue más importante hace años por la sencilla razón de que las casas de
entonces tenían poco de confortables. Por no tener no tenían ni televisión, de
modo que los bares acabaron convirtiéndose en el club social de los pobres. No
alcanzaban la categoría del pub inglés, pero nos apañábamos y los utilizábamos para
muchas cosas, aparte de como destino cuando no teníamos a dónde ir. Recuerden
que Rajoy acabó en un bar mientras decidían en el Congreso si seguía de
Presidente, o no.
Los bares están para eso, para refugiarnos
de la intemperie, ahogar nuestras penas y celebrar nuestras alegrías. También
para charlar y relacionarnos, algo muy importante que estamos perdiendo por la
influencia de los móviles y las redes sociales. Menos mal que hay gente como el
dueño de un bar que puso el siguiente cartel: “Aquí no tenemos wifi, así que
van a tener que hablar entre ustedes.”
Se agradece el detalle, pero hablando,
precisamente, de bares resulta que muchos están cerrando y ya cifran en más de
60.000 los que han cerrado en la última década. Una verdadera tragedia y más en esos pueblos que
van perdiendo todo lo que tenían: el médico, la escuela, el transporte, los
cajeros de los bancos y hasta esos pequeños barres que hacían de centro social,
residencia de día para la tercera edad y ágora de animación cultural.
El problema pasaba desapercibido porque allá arriba,
en las altas esferas, no alcanzan a ver lo que necesitan los pobres y lo poco
con que se conforman. Quienes sí lo vieron fueron los de Teruel Existe, que
presentaron en el Congreso una proposición de ley para incluir los bares de los
pueblos en la Ley de Economía Social y dotarlos de ventajas económicas y
fiscales. La iniciativa, que beneficiará a los bares y los pequeños comercios de
los pueblos con menos de 200 habitantes, inició su tramitación hace poco y
contó con el apoyo de la práctica totalidad de la Cámara baja.
Se habla mucho de la España
vaciada, pero nadie había reparado en que los bares constituyen el último reducto
contra la despoblación y son imprescindibles para mantener los entornos rurales
con vida. Son un remedio barato contra la soledad y el abandono que sufren esos
pueblos que solo interesan a los que viven allí.
Es muy posible que sus señorías aprueben
la iniciativa modificando una ley, de 2011, que aboga por promover la solidaridad
y serviría para que los bares de los pueblos puedan asimilarse a entidades como
cooperativas o fundaciones, que gozan de bonificaciones fiscales y pueden
beneficiarse de otros incentivos económicos.
Ya ven qué cosas. Si, hace años, nos dijeran que
los bares acabarían convirtiéndose en una especie protegida nos llevaríamos las
manos a la cabeza. Seguro que sí, pero la vida da muchas vueltas y esas vueltas,
cuando los argumentos convencen, sirven para enderezar lo que se tuerce.
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Milio Mariño