lunes, 22 de enero de 2024

Boliñas vienen y van

Milio Mariño

Se agradece cuando los políticos emplean un lenguaje llano y sencillo. Siempre es preferible que se olviden de la retórica y los tecnicismos y hablen claro. Así lo hizo Alfonso Villares, Consejero de la Xunta de Galicia, quien aseguró, en rueda de prensa, que las boliñas, se refería a los pellets de plástico que llegaron a las playas gallegas, entran por donde entran y salen por donde salen, con lo que no hay  problema si accidentalmente tragamos una.

Una o una docena, porque las boliñas que dice el Consejero pueden venir dentro del pescado y el marisco y podemos tragarlas a pares. Claro que, a lo mejor, propician un tránsito más certero y son buenas para el estreñimiento. El problema sería que provocaran una reacción química dentro del intestino y se produjera meteorismo, en cuyo caso las boliñas actuarían como perdigones y el afectado podría verse en un compromiso.

Aclarado que lo que entra por la boca sale por donde sale, la Consejera de Medio Ambiente, Ángeles Vázquez,  acudió al rescate de su compañero asegurando que las boliñas no son toxicas ni peligrosas porque están compuestas por tereftalato de polietileno. No piensa lo mismo la Unidad Especializada en Medio Ambiente de la Fiscalía General del Estado, pero la Xunta sospecha que quieren cargarles el muerto.

Así están las cosas. Enfadarnos no sirve de nada, es mejor tomarlo con humor aunque gracia no tenga ninguna. Los pellets, también conocidos como Nurdles o lágrimas de sirena, son pequeñas bolas, de menos de 5 mm, que se utilizan para fabricar productos de plástico. Según los expertos, además de su propia toxicidad, actúan como imanes y atraen otras toxinas que los convierten en bombas tóxicas.

Este regalo se lo debemos al mercante Toconao, buque con bandera de Liberia del que cayeron seis contenedores, cuando navegaba a 43 millas de Viana do Castelo. Cinco de esos contenedores llevaban pasta de tomate, neumáticos, barras de aluminio y rollos de papel film. El otro, el sexto, contenía mil sacos de pellets, de 25 kilos cada uno, lo que supone millones de boliñas. La pasta de tomate, los neumáticos, las barras de aluminio y los rollos de papel film que, también, fueron a pique, acabarán en el fondo del mar y en las playas, pero son más fáciles de ver y más difíciles de tragar. 

El vertido, como era de esperar, afecta a Galicia, Asturias y toda la costa del mar Cantábrico. Son microplásticos que contaminan el ecosistema marino y entrañan un riesgo para la salud de las personas.  Pero ha vuelto a ocurrir lo de siempre, que la chapuza es el modelo de gestión cuando se trata de una catástrofe. No aprendemos de los errores, repetimos las tonterías inaceptables.

Una vez más, lo primero que hicieron los políticos fue mirar para otro lado y negar que existiera el problema. Lo segundo, cuando ya no podían ocultarlo, fue buscar a quien echarle la culpa. Lo tercero, como en otras ocasiones, consistió en discurrir algo gracioso para tranquilizarnos. En su época fue el bichito que si se cae se mata (la colza), luego los hilillos de plastilina (el chapapote) y ahora las boliñas que se comen y se cagan.

Abochorna como gestionan estos problemas. El procedimiento siempre es el mismo. Empiezan por ignorar la catástrofe, luego hacen como que hacen sin hacer nada y, en última instancia, confían en que los voluntarios lo arreglen.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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