Se agradece cuando los políticos
emplean un lenguaje llano y sencillo. Siempre es preferible que se olviden de
la retórica y los tecnicismos y hablen claro. Así lo hizo Alfonso Villares,
Consejero de la Xunta de Galicia, quien aseguró, en rueda de prensa, que las
boliñas, se refería a los pellets de plástico que llegaron a las playas gallegas,
entran por donde entran y salen por donde salen, con lo que no hay problema si accidentalmente tragamos una.
Una o una docena, porque las
boliñas que dice el Consejero pueden venir dentro del pescado y el marisco y podemos
tragarlas a pares. Claro que, a lo mejor, propician un tránsito más certero y
son buenas para el estreñimiento. El problema sería que provocaran una reacción
química dentro del intestino y se produjera meteorismo, en cuyo caso las
boliñas actuarían como perdigones y el afectado podría verse en un compromiso.
Aclarado que lo que entra por la
boca sale por donde sale, la Consejera de Medio Ambiente, Ángeles Vázquez, acudió al rescate de su compañero asegurando
que las boliñas no son toxicas ni peligrosas porque están compuestas por tereftalato
de polietileno. No piensa lo mismo la Unidad Especializada en Medio Ambiente de
la Fiscalía General del Estado, pero la Xunta sospecha que quieren cargarles el
muerto.
Así están las cosas. Enfadarnos
no sirve de nada, es mejor tomarlo con humor aunque gracia no tenga ninguna. Los
pellets, también conocidos como Nurdles o lágrimas de sirena, son pequeñas
bolas, de menos de 5 mm, que se utilizan para fabricar productos de plástico. Según
los expertos, además de su propia toxicidad, actúan como imanes y atraen otras
toxinas que los convierten en bombas tóxicas.
Este regalo se lo debemos al
mercante Toconao, buque con bandera de Liberia del que cayeron seis contenedores,
cuando navegaba a 43 millas de Viana do Castelo. Cinco de esos contenedores
llevaban pasta de tomate, neumáticos, barras de aluminio y rollos de papel
film. El otro, el sexto, contenía mil sacos de pellets, de 25 kilos cada uno, lo
que supone millones de boliñas. La pasta de tomate, los neumáticos, las barras
de aluminio y los rollos de papel film que, también, fueron a pique, acabarán
en el fondo del mar y en las playas, pero son más fáciles de ver y más difíciles
de tragar.
El vertido, como era de esperar,
afecta a Galicia, Asturias y toda la costa del mar Cantábrico. Son
microplásticos que contaminan el ecosistema marino y entrañan un riesgo para la
salud de las personas. Pero ha vuelto a
ocurrir lo de siempre, que la chapuza es el modelo de gestión cuando se trata
de una catástrofe. No aprendemos de los errores, repetimos las tonterías
inaceptables.
Una vez más, lo primero que
hicieron los políticos fue mirar para otro lado y negar que existiera el
problema. Lo segundo, cuando ya no podían ocultarlo, fue buscar a quien echarle
la culpa. Lo tercero, como en otras ocasiones, consistió en discurrir algo
gracioso para tranquilizarnos. En su época fue el bichito que si se cae se mata
(la colza), luego los hilillos de plastilina (el chapapote) y ahora las boliñas
que se comen y se cagan.
Abochorna como gestionan estos
problemas. El procedimiento siempre es el mismo. Empiezan por ignorar la
catástrofe, luego hacen como que hacen sin hacer nada y, en última instancia, confían
en que los voluntarios lo arreglen.
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