martes, 2 de enero de 2024

El año que empieza es el comienzo de nada

Milio Mariño

Siempre, por estas fechas, andamos a vueltas con los propósitos y los pronósticos para el año nuevo. Siempre volvemos a lo mismo a pesar de que el año que empieza es el comienzo de nada. Es mentira que uno acabe y otro vaya a empezar. El tiempo no se detiene. Sigue su marcha aunque creamos que hace un paréntesis para que salgamos de juerga y acabemos bailando La Conga la noche del treinta y uno. Es una sucesión de “ahoras” que haríamos bien en no desperdiciar porque no sabemos si habrá un mañana. Mañana puede ser nunca, pero esa reflexión, solo, la hacemos cuando nos da un arrechucho. Luego nos olvidamos y seguimos viviendo como si fuéramos inmortales.

Creernos inmortales supone que la felicidad puede aplazarse. Un grave error porque la vida se acaba. Lo tengo muy claro. Antes me hacía ilusión vivir hasta los cien años, pero lo he pensado mejor y creo que es demasiado poco. Pienso que puedo llegar a los ciento veinte en un estado aceptable. Hombre, después de los cien, no pido subir a los lagos de Covadonga en bicicleta, pero si seguir dando largos paseos por la orilla del mar y tener la cabeza como la tengo ahora, o mejor.

Pertenezco a una generación que piensa vivir muchos años y ha aprendido a no plantearse qué va a suceder en el futuro. Somos prácticos. Casi nada de lo que sucedió últimamente, ni los móviles, ni internet, ni la inteligencia artificial, estaba previsto. Así que para qué preocuparse. Las predicciones que hayan hecho para 2024 y después no sirven de nada. Da igual que las hagan con miles de datos y sofisticados ordenadores; son igual de fiables que aquellas que hacían, antiguamente, los adivinos en base a los rayos y las tormentas, el viento, el vuelo de las aves, los sueños, o lo que les venía a la cabeza después de beber un brebaje o comer hojas de coca. Que tal vez fueran las más acertadas.

Los pronósticos sobre el futuro fallan bastante. Y es lo que nos salva porque luego acaba sucediendo como con esos errores científicos que dan lugar a grandes hallazgos. Hace más de un siglo, el diario británico Times publicó un artículo en el que decía, literalmente, que el futuro era mierda a montones. Se refería a que, entonces, había en Londres 10.000 taxis de caballos, tranvías tirados por caballos y carros de carga que también empleaban caballos. Pasear por la ciudad suponía un suplicio debido a los excrementos, pues cada caballo produce diez quilos diarios de bosta y varios litros de orina. El pronóstico del periódico, por una simple extrapolación, era que en unos años las calles de Londres quedarían sepultadas por toneladas de boñigas y sería imposible transitar por ellas. Pero sucedió que aparecieron los vehículos a motor y las predicciones sobre la mierda en las calles fracasaron estrepitosamente.

Estamos, casi, en las mismas. Hemos cambiado la mierda de caballo por la mierda de los coches. De todas maneras, tampoco merece que nos preocupemos porque, al final, seguro que lo arreglan. Siempre nos meten miedo y luego resulta que no era para tanto. Además, todo lo que anuncian para 2024 y después está fuera de nuestro control. Por eso que tal vez sea mejor pensar poco y disfrutar mucho que pensar mucho y sufrir un montón.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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