La vicepresidenta, Yolanda Díaz, ha
vuelto a liarla con eso de que no es razonable que los restaurantes estén abiertos
a la una de la madrugada. Lleva cuatro años en el Gobierno y sigue sin
enterarse de que no aceptamos que nos den consejos y, menos, que nos digan qué
podemos, o no podemos, hacer. ¿Y tú quién eres para decirme a mí a qué hora
tengo que cenar? ¿Dónde está escrito que no puedo cenar, si quiero, un cachopo con
patatas fritas a las dos de la mañana y acostarme con el estómago como una hormigonera?
Los consejos de los de arriba, y
especialmente de los políticos, no suelen gustarnos. Al contrario, provocan
rechazo y hacen que nos convirtamos en indómitos rebeldes cuya rebeldía
consiste en presumir de qué no aceptamos
lo que nos dicen aunque, en el fondo, reconozcamos que, tal vez, lo digan por
nuestro bien. Da lo mismo, nuestra respuesta suele ser visceral y, por tanto, equivocada, pues si hubiera vida inteligente
en los testículos habría menos lágrimas y el mundo sería más justo.
La sugerencia de la ministra ha
levantado mucho revuelo a pesar de que las nuevas generaciones están mostrando
un cierto rechazo hacia los viejos horarios de comer a las tres, cenar a las
diez y ver la televisión hasta las tantas. Un programa como Master Chef Junior,
protagonizado por niños y emitido por el primer canal de la televisión pública,
empezaba los lunes a las once de la noche y acababa a la una de la madrugada.
Al margen de quien lo proponga, parece
de sentido común que adoptemos unos horarios racionales que nos permitan
conciliar la vida personal y laboral respetando unas horas mínimas de descanso
y favoreciendo la vida familiar. Eso era lo que veníamos haciendo, poco a poco
y de motu propio, pero bastó que alguien se atreviera a sugerirlo para que
surgieran los que siempre están dispuestos a montar el pollo y apuntaran la
tontería de que atenta contra nuestra libertad personal.
Es falso, como también lo es que el
turismo pueda verse afectado porque los restaurantes no estén abiertos a la una
de la madrugada. Quienes utilizan el turismo para justificar su protesta saben que
los turistas, cuando están aquí, siguen con el horario de su país y cenan a las
siete de la tarde. Es muy raro que veamos a un alemán o a un inglés cenando a
la una de la madrugada. Ellos siguen a lo suyo. Somos nosotros los que tenemos
que cambiar el horario y cenar más temprano, cuando vamos de vacaciones a un
hotel español.
No pasa nada; nos adaptamos a ese
horario y todo discurre con normalidad. Pero claro, si se plantea como
sugerencia, enseguida aparecen los que reaccionan poniendo el grito en el cielo
por cualquier cosa. Menos mal que el sentido común acabará imponiéndose a la ridiculez
de los que defienden una supuesta libertad personal que ellos nunca tendrán porque,
en el reparto de cartas que da la vida, seguramente que no están ni estarán
entre los que pueden permitirse el lujo de cenar en un restaurante a la una de
la madrugada. Los que de verdad pueden hacerlo, sonríen y no dicen nada porque
les da igual la opinión de los que protestan y las medidas que se tomen. Seguirán cenando donde quieran y a la hora
que les dé la gana.
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