lunes, 24 de julio de 2017

Salinas: del veraneo burgués al surf

Milio Mariño

Hace ahora un siglo, allá por el mil novecientos y pico, Salinas era un destino vacacional que estaba de moda entre las elites ilustradas y adineradas de Madrid, cuya fortuna quizá no alcanzara para veranear en San Sebastián. También acogía a buena parte de la burguesía asturiana y a intelectuales y catedráticos como Adolfo Álvarez-Buylla, Leopoldo Alas “Clarín”, Rafael Altamira, Aniceto Sela, Fermín Canella, Rogelio Jove y Adolfo González Posada.

Salinas tenía, entonces, lo que podríamos llamar un turismo de calidad, entendiendo como tal que los más pudientes eran los únicos que podían veranear. De modo que a los citados sumen algunos ilustres como Santiago Ramón y Cajal y Ramón Gómez de la Serna y podrán hacerse una idea de lo que era Salinas hace cien años. Nada que ver con este Salinas de ahora, en el que los surferos parecen haber tomado el relevo de aquel ilustrado y burgués veraneo.

Aún quedan descendientes de aquellas familias con apellidos muy conocidos pero quienes marcan la pauta del verano, en Salinas, son los chicos de la tabla y el traje de neopreno.

Cien años dan para mucho. A principios del siglo XX, las clases acomodadas descubrieron las bondades de la playa y, poco a poco, toda la sociedad los imitó. Así fue que la playa comenzó a ser un lugar que reflejaba no solo las divisiones de clase, la estética y el ocio, sino incluso la liberación de la mujer. La imagen de las primeras mujeres, bañistas, supuso que se liberaran de sus encorsetados vestidos y un cambio en cuanto a la relación con su cuerpo y las viejas costumbres.

No fue, sin embargo, hasta las décadas de los sesenta y setenta cuando se produjo la explosión del turismo de sol y playa y apareció el denominado turismo de masas. Un turismo que en Salinas no llegó a cuajar más allá del ámbito comarcal o provincial pero que aun así nos dejó el recuerdo de las torres de los Gauzones como ejemplo de mal gusto y desprecio por el paisaje.

Salinas pasó entonces por una época de indefinición. Ya no era el lugar exclusivo de veraneo de los pequeñoburgueses pero tampoco fue tomado al asalto por el turismo de sombrilla y tortilla de patata. Quedó a medio camino entre lo uno y lo otro. Permaneció a la espera de que apareciera un relevo que volviera a marcar su singularidad. Y apareció el surf.

El surf puede parecer un deporte como cualquier otro, pero la realidad es que va más allá. No solo es un deporte, es toda una filosofía. Una manera muy especial de entender la vida. Así lo entendieron quienes, hace también cien años, rescataron el surf del olvido. Aquí tardó más en llegar. Llegó a Gijón en 1962, de la mano de Felix Cueto y Amador Rodríguez.

En Salinas, el surf llegó todavía más tarde. Fue llegando de una forma pausada y silenciosa, casi sin que nos diéramos cuenta. Ya sé que no somos para compararnos con Biarritz, pero podemos tomar como ejemplo la bella localidad francesa. Allí, más que aquí, había hace cien años un turismo burgués y de élite y hoy se ha llegado a un perfecto equilibrio entre los veraneantes de siempre y los surfistas. Salvadas las diferencias sería bueno unirse al “invento”. (Así llaman a la cuerda que une la tabla con el pie del surfista)

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

1 comentario:

  1. Interesante artículo pero permitame corregirle un dato, Félix y Amador comienzan la aventura en Salinas ya que la familia Cueto por entonces veraneaba en esta villa.

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Milio Mariño