La literatura y el arte nos han enseñado a mirar y amar los paisajes, y han ido educando nuestra sensibilidad, de modo que la diferencia entre ver y mirar no ofrece dudas. Ver es quedarse con lo superficial, mientras que mirar es sentir lo que vemos como suelen hacerlo los poetas y los artistas.
La reflexión viene al caso de los paisajes que frecuentamos quienes vivimos por estos pagos. Paisajes que, en un antaño, merecieron la atención de varios genios de la pluma y la paleta. Por eso se me ocurrió pensar que tal vez sería bueno volver a mirar de nuevo y descubrir lo que antes no habíamos visto. Mirar estos paisajes nuestros con una perspectiva diferente como lo hizo el pintor Joaquín Sorolla, que veraneaba en San Juan de La Arena y llegaba caminando hasta Bayas, en cuyas inmediaciones se encuentra Malabaxada, una playa próxima a la Deva, muy rocosa y de difícil acceso, que era uno de los lugares que más le gustaban.
Tocado con una gran boina, y con el caballete a cuestas, Sorolla no se limitaba a los paisajes de la costa de Bayas, seguía adelante y llegaba caminando, incluso, hasta Avilés, donde pintó el puerto. Disfrutaba con estos paisajes que le proporcionaban, como él decía, las tonalidades que el Mediterráneo negaba a su paleta. El resultado fue una colección de 55 cuadros que pueden verse en el museo que lleva su nombre.
Otro paisaje inmortalizado en el lienzo es el de la playa de El Cuerno, apenas cien metros de rocas y cantos rodados que enamoraron a Joaquín Vaquero Palacios.
Vaquero pintó, por primera vez, la playa de El Cuerno en los años treinta. Después marchó a Nueva York, Italia y Centroamérica pero cuando regresaba de sus viajes y sus estancias en el extranjero, siempre volvía por Salinas para ver y pintar su playa querida. A mediados de los sesenta, ya no quiso volver. Decía que prefería recordar el paisaje, y soñarlo, porque así no se sentía obligado a nada.
Coincidió en aquellos años, en la década de los sesenta, que quien hoy está considerado como una figura del hiperrealismo, Antonio López, alquiló una casa en Salinas para pasar el verano. Antonio estaba muy ilusionado con el paisaje, venia cargado de material y dispuesto a pintar muchos cuadros pero luego confesaría, decepcionado, que apenas pudo pintar nada porque cada vez que se plantaba frente al lienzo surgía una nube. Y luego el sol, y vuelta a nublarse, como si fuera el juego del ratón y el gato.
Estos paisajes nuestros no solo pasaron por la paleta de extraordinarios pintores. La pluma de un Premio Nobel encontró aquí su inspiración. Seamos Heaney disfrutaba paseando por Castrillón. Solía hacerlo siguiendo varias rutas. Una, que aparece reflejada en el poema Cantares de Asturias, discurre desde Salinas a Piedras Blancas pasando por la playa de El Cuerno y Arnao. Otra, que va por la senda que bordea la costa desde Arnao a Santa Maria del Mar y Bayas, figura en el poemario Electric Light.
Para Seamos Heaney, que falleció en agosto de 2013, nuestros paisajes eran un paraíso particular, muy parecido al de su Irlanda natal. Un paraíso del que se vio apartado, en 2006, por culpa de un grave problema coronario que le impedía viajar con la asiduidad que lo hizo después de aquel primer viaje en 1984.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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