Como bien saben no me llamo
Inocencio, pero he decidido que hoy sea mi santo y pienso celebrarlo. Celebro no
haber sucumbido a ese mundo en el que sólo se cultiva la desconfianza como
única forma razonable de encarar la vida y alcanzar el éxito. Pertenezco, por
decisión propia, al mundo de los inocentes, los incautos, los que se fían de
los demás, los que aún creen en el amor y los que confían en el futuro y sueñan
con un mundo mejor.
Formo parte de esa pequeña tropa.
Por eso empecé diciendo que celebro el día de los inocentes como si fuera mi
santo y no como nos dicen que tenemos que celebrarlo. Ahora se lleva menos,
pero hasta hace poco, tal día como hoy 28 de diciembre, los periódicos y las
televisiones solían publicar una noticia falsa mezclada entre las reales. Así
era como celebraban el día de los inocentes, con una broma cuya gracia
consistía en ver cuántos picaban y tomaban la noticia en serio para regocijo y cachondeo
de los listos sabelotodo a los que nadie se la da con queso.
Hoy en día, la inocencia no está,
para nada, bien vista. Vivimos en una sociedad que no solo se ríe de los
inocentes, sino que, además, los desprecia. Ser bueno no se identifica nunca con
el éxito, se identifica con el fracaso. Tal vez se deba a que la bondad y la
inocencia son más humanas y, por tanto, más frágiles y vulnerables. Eso
explicaría que nos eduquen en la desconfianza, advirtiéndonos desde pequeños: Tú
no te fíes de nadie, no creas a nadie ni te dejes engatusar. Ten cuidado porque
cada cual va a lo suyo y lo único que quieren es aprovecharse de ti.
Pues, allá ellos. Que se
aprovechen, si es que pueden, porque la inocencia a la que me refiero no tiene
que ver con la ingenuidad. Es otra cosa. Es ir de frente y actuar con el
corazón en la mano sin reparar en gastos ni esperar beneficios. Es ser bueno y
honesto, lo cual suele entenderse de mala manera llegando, incluso, a ser motivo
de burla. La prueba la tienen en la conocida frase: Es tan bueno que parece
tonto.
Ser bueno, en opinión de muchos,
supone tener menos inteligencia o, incluso, ninguna. A eso hemos llegado. Lo
que triunfa y está de moda es ser un malvado. Ser malo es, ahora, lo bueno. Quienes
tengan buenas intenciones están condenados al fracaso. Puede servir como
ejemplo lo que ocurre en las redes sociales. Quienes triunfan son los que dicen
las burradas más grandes, insultan con mayor agresividad o menosprecian con las
peores palabras. Cuanto más malvado mejor. Da lo mismo lo que sea cada cual: político,
empresario, juez, banquero o una oveja más del rebaño.
A pesar de todo, creo y confío en
el ser humano. Es por eso que hoy, día de los inocentes, me apetece defender la
inocencia. Ya sé que es ir contracorriente, pero qué quieren. Acepto qué si alguien
me ve por la calle con un monigote en la espalda no me avise ni me lo quite. Seguro
que lo merezco, aunque no le vea la gracia. Para que fuera gracioso la risa
debería ser compartida. De todas maneras, no me importa que me señalen y se
rían a carcajadas. La cosa está tan jodida que reírse es una necesidad primaria.
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