lunes, 28 de diciembre de 2020

Hoy es mi santo

Milio Mariño

Como bien saben no me llamo Inocencio, pero he decidido que hoy sea mi santo y pienso celebrarlo. Celebro no haber sucumbido a ese mundo en el que sólo se cultiva la desconfianza como única forma razonable de encarar la vida y alcanzar el éxito. Pertenezco, por decisión propia, al mundo de los inocentes, los incautos, los que se fían de los demás, los que aún creen en el amor y los que confían en el futuro y sueñan con un mundo mejor.

Formo parte de esa pequeña tropa. Por eso empecé diciendo que celebro el día de los inocentes como si fuera mi santo y no como nos dicen que tenemos que celebrarlo. Ahora se lleva menos, pero hasta hace poco, tal día como hoy 28 de diciembre, los periódicos y las televisiones solían publicar una noticia falsa mezclada entre las reales. Así era como celebraban el día de los inocentes, con una broma cuya gracia consistía en ver cuántos picaban y tomaban la noticia en serio para regocijo y cachondeo de los listos sabelotodo a los que nadie se la da con queso.

Hoy en día, la inocencia no está, para nada, bien vista. Vivimos en una sociedad que no solo se ríe de los inocentes, sino que, además, los desprecia. Ser bueno no se identifica nunca con el éxito, se identifica con el fracaso. Tal vez se deba a que la bondad y la inocencia son más humanas y, por tanto, más frágiles y vulnerables. Eso explicaría que nos eduquen en la desconfianza, advirtiéndonos desde pequeños: Tú no te fíes de nadie, no creas a nadie ni te dejes engatusar. Ten cuidado porque cada cual va a lo suyo y lo único que quieren es aprovecharse de ti.

Pues, allá ellos. Que se aprovechen, si es que pueden, porque la inocencia a la que me refiero no tiene que ver con la ingenuidad. Es otra cosa. Es ir de frente y actuar con el corazón en la mano sin reparar en gastos ni esperar beneficios. Es ser bueno y honesto, lo cual suele entenderse de mala manera llegando, incluso, a ser motivo de burla. La prueba la tienen en la conocida frase: Es tan bueno que parece tonto.

Ser bueno, en opinión de muchos, supone tener menos inteligencia o, incluso, ninguna. A eso hemos llegado. Lo que triunfa y está de moda es ser un malvado. Ser malo es, ahora, lo bueno. Quienes tengan buenas intenciones están condenados al fracaso. Puede servir como ejemplo lo que ocurre en las redes sociales. Quienes triunfan son los que dicen las burradas más grandes, insultan con mayor agresividad o menosprecian con las peores palabras. Cuanto más malvado mejor. Da lo mismo lo que sea cada cual: político, empresario, juez, banquero o una oveja más del rebaño.

A pesar de todo, creo y confío en el ser humano. Es por eso que hoy, día de los inocentes, me apetece defender la inocencia. Ya sé que es ir contracorriente, pero qué quieren. Acepto qué si alguien me ve por la calle con un monigote en la espalda no me avise ni me lo quite. Seguro que lo merezco, aunque no le vea la gracia. Para que fuera gracioso la risa debería ser compartida. De todas maneras, no me importa que me señalen y se rían a carcajadas. La cosa está tan jodida que reírse es una necesidad primaria.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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