Dado que solemos empezar el año con
buenos y renovados propó- sitos, he pensado que tal vez venga al caso hablar del
salario mínimo. Sobre todo, después de que la CEOE, los partidos de la
oposición, un buen número de economistas y hasta la ministra Calviño dijeran
que una subida, mensual, de nueve euros tendría malas consecuencias para la recuperación
económica y sería más perjudicial que beneficiosa para los trabajadores.
La subida que se plantea, un
0,9%, la califican de inoportuna. Dicen que no es el momento y añaden que los
trabajadores más precarios verían amenazados sus empleos por el incremento de
los costes laborales.
Nada nuevo. El principal
argumento vuelve a ser sacar de paseo al fantasma del paro. Pero la contestación
es sencilla. Si resulta que se destruye empleo porque el salario mínimo empieza
a ser mínimamente aceptable, entonces lo que había no era empleo, era una
estafa.
Conviene insistir en esto porque los
trabajadores más precarios, los que peor lo están pasando, no sé si, ahora,
serán inoportunos, pero suelen tener la costumbre de pedir, todos los años, que
les suban el sueldo. Igual que los pensionistas, los funcionarios y el resto de
los trabajadores, incluidos los políticos. Lo único que, en este caso, los que
menos ganan, cegados seguramente por su egoísmo, piden que les suban, al mes, nueve
euros y no atienden los consejos ni agradecen los desvelos de quienes dicen que
quieren lo mejor para ellos. Son tozudos. Siguen sin darse cuenta de que, como
apuntan los que se niegan a subirles el sueldo, siempre será mejor cobrar algo,
lo que el empresario tenga a bien darles, que acabar en el paro, sin cobrar un
euro.
Igual es casualidad, pero los que
se oponen a la subida no cobran, al mes, 950 euros, cobran cuatro, cinco y
hasta diez veces más. Lo cual no quiere decir que no estén capacitados para dar
buenos consejos. La prueba es que ahí los tenemos, aconsejándonos de que, por
nuestro bien y para la buena marcha de la economía, la temporalidad, los contratos
basura y los salarios tercermundistas deben continuar como están porque
pretender corregir las desigualdades, aunque solo sea un poco, supondría que la
economía iría peor y se estancaría la recuperación.
Quienes opinan así es evidente
que no viven en el mismo mundo de los que cobran el salario mínimo. No
entienden que madrugar todos los días para ir a trabajar y que el salario no
alcance para cubrir las necesidades básicas pueda ser incluso más frustrante que
estar en el paro. Tampoco entienden lo que es vivir en la miseria y oír que no
pueden subirte, al mes, nueve euros porque sería perjudicial para ti y para
economía de tú país. No les pasa por la cabeza que decir eso suponga una
humillación que afecta a la dignidad de las personas. Una inmoralidad que evidencia
el cinismo de los que están arriba y se permiten tamañas barbaridades sin
sentir, siquiera, ni un átomo de vergüenza.
Encarar el año nuevo con el
salario del viejo alcanza para una reflexión simple y sencilla. Si subir nueve
euros mensuales supone, de verdad, un coste excesivo para las empresas; si,
realmente, no son capaces de competir, innovar o incrementar su productividad
como para poder hacer frente a ese incremento ridículo, entonces apaga y
vámonos. La economía española no tiene remedio.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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