La actualidad de estos días ha
puesto de manifiesto la repercusión que puede tener que alguien firme una carta
y añada que ha pertenecido a las Fuerzas Armadas. Es como si lo que escribiera fuera
muy importante y mereciera una mayor atención. Pues bien, aunque quienes suelen
leerme tal vez se extrañen y frunzan el ceño, yo también me considero un
militar retirado. Anda que no. Estuve dieciocho meses en el ejército, haciendo
la mili, y, en tan corto espacio de tiempo, logré ascender nada menos que a
cabo primero. De modo que ahí lo dejo, no quiero especular sobre la graduación
que podía haber alcanzado si llego a estar treinta o cuarenta años en ese
oficio. Imagino que, como poco, daría para que me incluyeran en un WhatsApp de militares
yayos y me preguntaran si deseaba suscribir, y firmar, algunas de las cartas
que enviaron al Rey como quien escribe a los Reyes Magos.
Que no haya sido el caso no
quiere decir que renuncie a considerarme un militar retirado. Lo que dije lo
mantengo a pesar de que, sospecho, debo estar entre los 26 millones de
españoles, en realidad ni siquiera nos llaman así, sino que nos califican como
hijos de puta, que merecen ser fusilados. No es una sospecha infundada, cuando
el Golpe de Tejero ya me avisaron de que estaba en una lista que habían
confeccionado los ultras de la comarca. Así que me doy por aludido. Mi
contribución fue modesta, pero estoy entre quienes se dejaron la piel y la vida
por aquello que llamaron la transición hacia la democracia. Una democracia
imperfecta y muy mejorable, de acuerdo, pero democracia, al fin y al cabo. Algo
muy diferente de lo que pretenden quienes hablan de fusilamientos y animan al
Rey para que se ponga al frente de una rebelión que nos devolvería a los
tiempos de Franco.
Era lo que nos faltaba para
completar este año aciago, lleno de muerte, enfermedad y ruina económica. Parece
como que fuéramos víctimas de una maldición o un castigo que consiste en que
nunca conseguiremos librarnos de que los militares nos amenacen con volver a la
dictadura. Siguen haciéndolo y lo inconcebible del caso es que justifiquen sus
amenazas diciendo que el Gobierno impone el pensamiento único y quiere cargarse
la democracia.
Parece una broma, pero es para
tomarlo en serio. Estamos ante otro episodio como aquel de la Operación Galaxia
que acabó desembocando en el 23F. Entonces también se dijo que eran
conversaciones de café, aún no había WhatsApp, de
unos viejos uniformados nostálgicos del franquismo. Quizá sea eso, pero en
Francia, el Reino Unido o Alemania sería inconcebible que unos militares,
retirados o no, fueran capaces de decir y hacer algo parecido. El pasado mes de
junio, Ángela Merkel desmanteló un cuerpo de élite del Ejército por sus
vínculos con la extrema derecha. Así que no valen ambigüedades ni ponerse de
perfil. Estos militares, que hablan de fusilamientos y de volver a la dictadura,
ostentaban el mando del ejército y la defensa de España hace apenas cuatro días.
La pregunta es obvia: ¿En manos
de quién estábamos? Pues ya lo ven. En manos de unos militares que creíamos
demócratas y resulta que eran, y son, unos golpistas que ensalzan a Franco y actúan
como si España fuera suya y nosotros carne de cañón. Menuda tropa.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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