Como quiera que, desde hace
tiempo, hemos normalizado el asombro, lo anómalo nos parece normal y nadie se
atreve a decir: ¡Basta ya! Basta de estupideces y espectáculos de sainete como
los que vemos a diario en la Comunidad de Madrid, donde Isabel Diaz Ayuso,
lejos de ejercer de presidenta, se ha convertido en una folclórica jaleada por
los insensatos que prefieren enfrentarse al gobierno, antes que a la pandemia.
Poco importa que las declaraciones vengan o no vengan a cuento, en el PP
aplauden, aunque la banda sonora sea un chotis y Ayuso se arranque con un
pasodoble.
Madrid es España dentro de
España, dijo la presidenta hace poco, cuando le preguntaron por como llevaba el
aumento de los contagios. Debía referirse a que Madrid, gobernada por ella como
cantante, y los de Vox y Ciudadanos como músicos de la orquesta, viene a ser algo
así como la canción “España cañí”: gitana en cuanto al pago de impuestos y paya
por lo que se refiere a los servicios públicos. Un pasodoble torero que no le sirve,
a Diaz Ayuso, para salir a hombros, pues hasta el foráneo y prestigioso
Financial Times hizo un análisis de su gestión y no la dejó muy bien parada; concluye
diciendo que es un desastre.
El diario británico le da un palo
tremendo, pero tampoco necesitamos leer el Financial Times para caer en la
cuenta de que lo de Ayuso clama al cielo. Son muchos los convencidos de que le
falta un hervor, aunque quienes gobiernan con ella se encojan de hombros y en el
PP disfruten con sus arrebatos. Todos, incluso la oposición, son conscientes de
que Díaz Ayuso antepone sus caprichos a cualquier evidencia, ya sea científica
o estadística, pero nadie hace nada por evitarlo. Es como si estuvieran esperando
a que la balanza, entre ella y el gobierno de Sánchez, se incline a un lado u
otro sin importarles que, mientras tanto, el virus siga descontrolado.
Lo que ocurrió últimamente, en
Madrid, puede resumirse, más o menos, así: Ayuso anuncia que no impondrá más
medidas restrictivas. Luego, a los pocos días, cierra algunos barrios de la
capital y crea una gran confusión. Lo siguiente es que pide ayuda al Gobierno
para completar las medidas. El Gobierno establece unos parámetros, aumenta las
restricciones y Ayuso recurre la decisión. El Tribunal Superior de Justicia de
Madrid anula el cierre que impuso Sanidad y deja libertad de movimientos. Ayuso
vuelve a dirigirse al Gobierno para pedirle ayuda y ruega a los madrileños que
no salgan de puente.
Este cúmulo de insensateces no
mejora, ni mucho menos, con la intervención del gobierno de Sánchez, que por
miedo a que le acusen de autoritario y a la actitud beligerante de Ayuso, se
limita a templar gaitas y no acomete ninguna acción decidida hasta que Madrid
se convierte en un circo y no tiene otra que decretar el estado de alarma para
una población que ya estaba alarmada.
Sobra retórica y faltan acciones
concretas. Falta sensatez y sentido común en unos políticos que tienen la
desvergüenza de utilizar la pandemia con tal de echarle un pulso al gobierno. Así
que es lógico que los madrileños se quejen; llevan razón. La sensación, desde
fuera, es que están siendo tratados como un juguete de feria en manos de unos insensatos
que se portan como niños caprichosos y mal criados.
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Milio Mariño