Tengo unos amigos que son tan
benévolos y me quieren tanto que, todavía, no aceptan que diga que soy un viejo
y me regañan cuando lo digo. Lo agradezco, pero sé que para el trabajo lo soy,
porque ya estoy jubilado, y para la política también, pues lo uno va con lo
otro o, al menos, así es como lo entiendo yo. Otra cosa es que no me sienta
viejo para opinar y que me preocupe en manos de quién he dejado el país para
este trámite de la vejez y para los que vengan detrás de mí.
Justo por eso, por lo que acabo
de decir, leí con mucha atención estas declaraciones de Adriana Lastra de hace
apenas una semana: “Yo siempre escucho atentamente a nuestros mayores, pero
ahora nos toca a nosotros. Somos una nueva generación a la que le toca dirigir
el país”.
Igual son los años, pero pienso
que, en realidad, lo que quiso decir la portavoz socialista fue: Aquí se hace
lo que nos salga de la entrepierna y el que no esté contento ajo y agua. Ya va
siendo hora de que los de la vieja escuela se retiren de una pajolera vez y
dejen de dar la vara cada dos por tres.
Las declaraciones a las que me
refiero, fueron a propósito del ruido que se formó por el posible acuerdo del
PSOE con Bildu para los presupuestos. Ruido que no comparto porque creo que
quienes, ahora, se escandalizan y hablan de arcadas y vómitos tienen un
estomago a prueba de bomba que no hace tanto digería, sin escrúpulos, sapos y
culebras a dar por un tubo. De todas maneras, que tenga esa opinión de
algunos de los llamados “Barones Socialistas” y de otros del PP, Ciudadanos y
Vox que están buenos para callar, no quiere decir que avale lo que dijo Adriana
Lastra sobre el relevo generacional que reivindica y, en mi opinión, no debería
producirse, únicamente, por la edad de los protagonistas sino también, y sobre
todo, por la calidad humana, el compromiso y la credibilidad necesaria de
quienes, finalmente, lo lleven a efecto.
Ahora nos toca a nosotros, dicen
ellos. De acuerdo, muy bien. Pero “el toca” al que se refieren no sería bueno
que lo tomaran como el premio de esa tómbola que es la vida. La edad no
garantiza inteligencia, honradez ni capacidad de liderazgo. No garantiza nada,
a no ser una visión diferente del presente que nos toca vivir.
La cuestión es que si hablamos del
presente no podemos pasar por alto que la dedicación a la política se ha
convertido para muchos en una salida profesional exclusiva, de modo que, a día
de hoy, la propia Adriana Lastra, Pablo Casado, Santiago Abascal y un buen
número de políticos de más de cuarenta años, no han hecho otra cosa en su vida
que desempeñar cargos públicos. Así que menos lobos y más empatía para reconocer
que la necesaria renovación política tiene mucho que agradecer a los veteranos
que han arropado a esta generación y la han ayudado a crecer.
Los políticos de ahora tal vez
tengan varios doctorados, master a tutiplén, hablen correctamente inglés y
manejen el ordenador como mi abuelo manejaba la fesoria, pero les sobra mucha soberbia
y les falta humildad. Esperemos que, además, no sean sordos del todo porque si lo
son, mal negocio.
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