Cuando un político no sabe qué
hacer es mejor que no haga nada; que no trate de aparentar como que domina la
situación y cometa una estupidez. Algo que sucede, con demasiada frecuencia, en
cuanto a las medidas que se adoptan para luchar contra el covid-19. Una, la que
traemos aquí, es el cierre perimetral de Avilés, que no sirve si no para que
parezca como que se hace algo cuando, en realidad, lo único que se consigue es
desconcertar a la población y lograr que desconfíe, todavía más, de las
autoridades.
Desde que estalló la pandemia, la
evolución de los gobernantes ha sido curiosa. Han pasado de celebrar la derrota
de la enfermedad con un entusiasmo infundado, pues el virus seguía ahí, a responder
con arrebatos que tienen poca o ninguna eficacia y escaso sentido común. Ya me
dirán qué sentido puede tener decretar el cierre perimetral de Avilés, sobre
todo, si nos atenemos a cómo y dónde se establecen las fronteras de un concejo pequeño
que está en medio de otros dos, Corvera y Castrillón, con los que comparte un
espacio urbano de continuidad, de modo que cualquiera puede ir caminando, sin
bajarse de la acera, desde Los Campos a Piedras Blancas. Y a eso añadan otras
circunstancias comunes que, en la práctica, hacen que nadie tenga en cuenta los
límites de cada concejo y la vida discurra como si los tres fueran uno.
Son tantos los ejemplos que podríamos
poner que es fácil llegar a la conclusión de que, en nuestro caso, resulta
prácticamente imposible que el cierre perimetral se pueda cumplir. De hecho, y
afortunadamente, no he visto a ningún Policía Municipal, apostado en ninguna de
las fronteras de Avilés, pidiendo el carnet de avilesino a quienes iban o
volvían con total tranquilidad. Pero es que, además, aunque el cierre perimetral
fuera posible, se ha demostrado que no sirve para frenar los contagios. Y no es
que lo diga yo, lo dicen varios especialistas virólogos y, entre ellos, Ignacio
de Blas, investigador en epidemiología y profesor del departamento de Patología
de la Universidad de Zaragoza, quien asegura que el cierre perimetral de las
capitales de Aragón no ha servido para nada. Las capitales aragonesas, como
también León, ya suman más de 20 días de restricción de accesos y los contagios
no solo no se frenaron, sino que aumentaron.
¿A qué viene, entonces, que se
adopten medidas como esta? Pues viene a lo que decíamos al principio, a que
cuando los gobernantes se ven desbordados y no saben qué hacer intentan
aparentar como que hacen algo y echan mano de lo primero que se les ocurre.
Inventan nuevas medidas, tal vez para que no les preguntemos que han hecho
ellos. Que, por cierto, no han hecho lo que prometieron. No han reforzado los
centros de atención primaria, ni han contratado más médicos y más enfermeras,
ni aumentaron el número de rastreadores que pudieran detectar casos, aislarlos
y vigilar las cuarentenas. No han hecho, apenas, nada, pero exigen que hagamos
lo que no tiene sentido.
Que analicemos esta medida con una actitud crítica no quiere decir que les invitemos a que no la cumplan. Quiere
decir que, para que podamos asumir nuestro deber con disciplina y
responsabilidad, las medidas deben ser razonables y transmitir confianza. No
estamos para ocurrencias ni para ver si, por casualidad, suena la flauta.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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