lunes, 22 de octubre de 2012

Cuarenta y siete millones de españoles

Milio Mariño


Cuando Rajoy dijo aquello de que se sentía respaldado por los cuarenta y siete millones de españoles que habían quedado en sus casas y no se habían manifestado en la calle, recordé un viejo precepto que dice: si no les puedes deslumbrar con la inteligencia, desconciértalos con estupideces.

Estaba viéndolo y no lo podía creer. Que Rajoy hiciera aquella lectura de las protestas de septiembre, era la mayor vacilada desde la restauración de la democracia. Claro que también podía ser que no conociera el viejo precepto que dije o, lo que sería peor y más grave, que, estando como están las cosas, se hubiera visto obligado a recortar su inteligencia por exigencias de Ángela Merkel.

No se extrañen, hay analistas que la comparan con Bruce Willis. En Alemania andan a vueltas con la polémica de un ensayo, de Gertrud Höhler, que disecciona su personalidad definiéndola como “la chica de Kohl que se convirtió en ejecutora asesina”, y “la agente del Este que aprendió a usar el silencio”.

Una persona así puede obligarte a decir estupideces por mucho que tú no quieras. La prueba es que Ángela Merkel manda y exige, Rajoy obedece y recorta, y luego aparece en la prensa que ella no había pedido tanto, que a nuestro Presidente se le fue la mano y recortó por encima de la línea de puntos.

Así está Rajoy que hasta el Rey le echa broncas. Hace lo de Merkel, primero le riñe y después, la Casa Real, asegura que hablaban de setas.

El problema, siendo sinceros, viene de un déficit de inteligencia que ya resulta insoportable. Mucha gente pensaba, sobre todo sus votantes, que Rajoy era tan inteligente o más que Zapatero, pero están muy parejos. La diferencia, a favor del gallego, es que no actúa.

Conviene no confundirse. No actuar no es lo mismo que no hacer nada. Decía Confucio que un príncipe sólo tiene que sentarse en el lugar adecuado, mirando al sur, y su país estará bien gobernado. Sentado y sin actuar hay menos posibilidades de que se equivoque y meta la pata.

Estamos en esa línea. Si nos atenemos a su discurso, Rajoy es taoísta. Parte de la premisa de que el universo funciona armoniosamente, de acuerdo con sus principios, de modo que cuando la gente protesta altera esa armonía. Siendo así, tampoco quiere decirse que las personas renuncien a protestar. Se trata, más bien, de la forma en qué lo hacen y de cómo deberían hacerlo. Es decir que si la gente, como entiende Rajoy, optara por quedarse tranquilamente en su casa y no saliera a protestar a la calle, estaría optando por una especial forma de fluir sin influir, de vivir sin interrumpir y de favorecer sin impedir.

Zhuangzi, el filósofo, explicaba esta idea a sus discípulos con una imagen gráfica: un árbol con el tronco retorcido es poco atractivo pero no será cortado por ningún leñador, podrá seguir viviendo debido a su inutilidad.

Para los tiempos que corren es muy práctico, y socorrido, recurrir a la filosofía zen, de hecho creo que guarda ciertas similitudes con ese ejemplo que, siempre, se pone a propósito del gallego en mitad de una escalera.

Seguro que no vamos a coincidir pero si algún día coincidiera, con Rajoy, le haría la misma pregunta que se hacían los taoístas: "Cuando un árbol cae en medio del bosque y nadie lo escucha, ¿produce algún sonido?"

Milio Mariño/ Artículo de opinión/ La Nueva España

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