Después de darle unas cuantas vueltas he llegado a convencerme de que hay cosas que los concejales y alcaldes no ven, aunque las tengan muy cerca. Quizá vean otras que nadie más puede ver, la prueba es que mandan que se abra la misma zanja hasta dos y tres veces sin que sepamos por qué, aunque sospechemos que lo hacen por nuestro bien. Con todo, no descarto que sean víctimas de un ensimismamiento administrativo que los obliga a permanecer, sentados, detrás de la mesa de su despacho. De ahí que la única manera que tengan de saber que existen ciertos lugares, sea que alguien los lleve a ellos y les descubran su existencia.
Es lo que me propongo, informar al concejal que lo lea, de que hay lugares, públicos y privados, que los promotores inmobiliarios, la crisis, la desidia o los propios Ayuntamientos, han arrojado, cruelmente, a la indigencia absoluta. Habrá quien los mire y no le causen tristeza pero yo los veo como personas que mendigan una ayuda ya sea por solidaridad o por pena.
Podría elaborar, si quisiera, un censo comarcal de lugares que llevan años mendigando una solución urgente. Hay un solar amarillo que está en El Parche, frente al Palacio de Ferrera, y dos casas muy pequeñas, al comienzo de La Cámara, que aguantan, milagrosamente, como quien viaja en un vagón del metro rodeado por un equipo de baloncesto. Hay muchos lugares de estos que quisieran ser útiles pero ahí siguen, lamentando su desdicha.
Ya sea por egoísmo o porque llevo muchos veranos viéndolo triste y destartalado, se me ocurre informar al concejal de turismo, las autoridades portuarias, o a quien corresponda, que justo a la entrada del puerto, entre la playa de San Juan y el canal de entrada a la ría, hay un solar inmenso que merece que lo tomen en cuenta.
No sé si las autoridades que dije sabrán que un buen día de verano, un día de julio o agosto que no llueva ni granice, acuden a esa playa cuatro o cinco mil personas: el pasado verano, según datos del servicio de salvamento, acudieron, 293.000, en apenas tres meses. El caso que esos miles de bañistas disponen de tres servicios y dos duchas, distantes de la playa más de cien metros, a los que tienen que acceder, como a la playa misma, por una pasarela estrecha que no permite que se crucen dos personas, ni que los socorristas puedan evacuar a nadie en camilla.
Lo curioso es que al lado está ese solar que dije, esperando que a la autoridad competente se le ocurra limpiar la maleza, instalar unas duchas y unos servicios portátiles, y permitir un chiringuito, pues he comprobado que nadie, por rápido que sea, ha sido capaz de ir a por un helado y conseguir que no se le derrita mientras hace el camino de vuelta.
Otra cosa es donde hacen sus necesidades, menores, los sufridos bañistas. Que las hagan en el mar, dirá la autoridad competente, poniendo como disculpa que a más de una señora oyó que le decía a una amiga: ¿Quiere usted acompañarme a un asunto? Y luego las vio volver del agua, riéndose muy contentas. Será cierto, no lo discuto. Tampoco es que quiera privar a nadie de ese disfrute pero, moralmente, me siento obligado a pedir una solución para los que padecemos reuma.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Milio Mariño