Siempre me molestó que apelaran al sufrimiento como tramite imprescindible para conseguir algo bueno, pero todavía llevo peor que lo justifiquen como castigo e intentan convencernos de que sufrir es necesario. Así es que agarro unos cabreos que no queda santo en el cielo cuando oigo a los expertos en esa entelequia que llaman economía, al nobel Paul Krugman y al rebaño de políticos que comulgan con sus ideas, soltar cosas tan objetivas como que el camino que le queda a España es sufrir para compensar los excesos y abordar un presente, y un futuro a corto plazo, que serán dolorosos.
Nombran a España y, en principio, parece que no va contigo, pero enseguida te das cuenta de que, a quien tocará sufrir, será a los españoles. Tampoco a todos claro, lo lógico sería que establecieran unos criterios y sufrieran, solo, los que nos han metido en el lio. No obstante, ya lo dije al principio, sigo sin compartir la idea del sufrimiento como solución y menos como castigo, pero dado que quienes gobiernan están convencidos de que existe un poder superior y hay que hacer algo para aplacar su ira, aunque fuera a regañadientes, había aceptado que hicieran sufrir a los ricos por aquello de no insistir en la tozudez del clásico rompe huevos que siempre se opone a todo.
En esas estaba cuando apareció Rajoy y dijo, en el diario La Razón, que los culpables eran a los que habían comprado, a crédito, una segunda vivienda en la playa, viajes al caribe y televisores de plasma. Intuí entonces que no se refería a los ricos, pues estos lo habrían pagado a toca teja y no habrían dejado los pufos que ahora tienen los bancos. Se refería a nosotros. Y por más que ni yo, ni ninguno de mis amigos, habíamos hecho lo que dice Rajoy que hicieron la mayoría de los españoles, pasé por alto que Thomas Gray había advertido que donde la ignorancia es una bendición, es una locura ser sabio, y me propuse saber cómo se había gestado ese afán comprador que, según el Presidente, era la causa de todos los males.
No tuve que investigar mucho, bastaron cuatro preguntas y enseguida me pusieron al tanto de que los partidarios del sufrimiento, el dolor y el castigo son los mismos que veneran y rinden culto a un dios que actúa como, al parecer, actuaban los bancos. Un dios que proclama: pedid y se os dará. Lo cual, además del efecto llamada, supone una irresponsabilidad manifiesta pues exige rezar como único aval. De modo que mucha gente pidió, se puso a rezar y ahí me las den todas.
Si Rajoy se refiere a que, solo, esos serán los que tengan que sufrir y aceptar el castigo, la cosa cambia. Pero, aunque así fuera, si la segunda vivienda ya está comprada, el viaje al caribe en el álbum de fotos y la televisión de plasma en la pared del salón, es decir si ya no se puede devolver lo comprado porque el propio Gobierno ha prohibido que las inmobiliarias y los bancos actúen como el Corte Ingles, que te devuelve el dinero, ¿a qué viene entonces ese empeño por el sufrimiento? ¿De qué sirve sufrir sí, sufriendo, no podemos poner remedio a la situación? ¿Por qué esa tortura, innecesaria y estéril, si, hasta ahora, nadie ha conseguido objetivar el dolor?
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
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