Milio Mariño
En un alarde de recursos contra la crisis es muy probable que estas navidades aparezca cualquier político espabilado y proponga que la mala uva en el ambiente se corrige sustituyendo las doce uvas tradicionales por doce aceitunas sin hueso. No lo descarten. Tampoco sé enfaden. Hagan como Camus, que decía que lo absurdo siempre es mejor tomarlo como punto de partida que como conclusión.
Cuesta entender la que han liado entorno a la crisis, lo hemos hablado ya muchas veces, pero resulta, aún, más difícil comprender ciertas medidas que se visten de soluciones sensatas y acaban siendo disparates que recuerdan las astracanadas de aquel maestro de la comedia que conseguía hacernos reír con la famosa escena, ambientada en la Gran Depresión, en la que el hambre le empujaba a comerse su propio zapato.
Por ahí va lo del ahorro en bombillas. No recuerdo otras navidades tan tristes. No recuerdo que las autoridades y los mandamases unieran sus voces para decirnos que no podemos comprar más regalos que los que venden en los chinos, que los Reyes Magos hasta el Papa dice que vienen de la Andalucía del PER y los ERES y que el marisco de la Noche Buena tendremos que sustituirlo por mejillones en escabeche porque así lo manda la OCDE y el tendencioso y sentenciado capitalismo, que aprieta pero tiene la deferencia de aflojar cuando los ojos están a punto de salírsenos de las orbitas.
Lo extraño, lo que me parece raro, es que a nadie se le haya ocurrido que estas Navidades hay que celebrarlas como si no hubiera un mañana. Como si fuéramos uno de esos enfermos terminales a los que el médico recomienda que disfrute y haga lo que le venga en gana porque solo le quedan cuatro días de vida.
Digo esto porque suponiendo que las previsiones se cumplan, que, al final, todo se vaya al carajo, el país al rescate y nosotros a la miseria, sin que esté en nuestras manos salvarnos, cada vez entiendo menos qué pintan los Ayuntamientos organizando nuestro funeral por anticipado. No sé por qué, en lugar de hacer más llevadera nuestra agonía, han optado por contribuir a la tristeza privándonos de cuatro luces de colores que nos alegraban la vida aunque siguiéramos sin un duro.
Los Ayuntamientos, me atrevo a decir que todos, presumen de que estas Navidades han puesto menos bombillas que el año pasado y menos aún que el año anterior. Quiere decirse que los alcaldes, las alcaldesas y sus respectivas Corporaciones, han llegado a la conclusión de que una buena medida para arreglar el desaguisado de la crisis es pasar del Siglo de las Luces, que no era, siquiera, el XX, al oscurantismo de la Edad Media. Han pensado que la crisis se combate quitando cuatro bombillas y dejando a la población a oscuras.
Tiene su explicación. El Siglo de las Luces fue aquel en el que se empezó a considerar, como base principal, el razonamiento de las personas. El de la libertad, la igualdad y la equidad como derechos humanos inalienables y, también, el de la separación de poderes.
Desde 2007, el gasto de los Ayuntamientos, en luces navideñas, ha caído un 70 por ciento. Perfecto. Y los millonetis partiéndose el culo con el ahorro en alumbrado navideño. Celebrando que los políticos tengan tan pocas luces y se presten a engañar a los ciudadanos con estas pijadas, mientras ellos siguen a lo suyo.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
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