Milio Mariño
Cuando alguien se ofrezca para ayudarte llévate la mano al bolsillo, dijo un señor muy mayor que pasaba el rato en un banco, al que fui a parar mientras esperaba por un amigo. Estos viejos de los pueblos, pensaba yo, hay que ver lo desconfiados que son, creen que nadie hace nada por nadie y que todo el mundo se propone engañarlos. Acabé dándole un consejo, cosa que no suelo hacer. Me había confesado que tenía ochenta y seis años, así que después de mostrarme comprensivo con la época que le había tocado vivir, dije que comprendía que fuera desconfiado pero que cuando la vida se aleja es cuando más merece la pena dejarse querer.
Tú fíate y verás, sentenció con una sonrisa que revelaba que le hacía gracia mi ingenuidad. Volví a recordar su consejo, a los dos días o tres, mientras estaba en el aeropuerto y oí por el altavoz: Por su propia seguridad, rogamos mantengan sus pertenencias controladas en todo momento.
El viejo tenía razón. Hay que andar con cuidado, hay que estar, siempre, alerta porque, entre los fenómenos inexplicables, que se empeñan en complicarnos la vida, está la afición por el robo, el timo, el sablazo, el fraude y el choriceo. Prácticas que se han generalizado de modo que ya no roban al rico, que sería lo más productivo, roban al pobre, cuyo botín es exiguo y no se entiende que pueda pagar el tiro.
Llama la atención ese empeño, el de robar a los pobres, y también la actitud tan diferente que tienen pobres y ricos cuando se enfrentan a la tesitura de robar a sus semejantes. Seguro que habrán visto más de una vez a alguien sentado en el suelo con un cartón colgado del cuello que pone: Es triste tener que pedir, pero es más triste tener que robar.
Triste para los que se ven obligados a dar ese paso empuñando una pistola o un cuchillo, pero para quienes lo hacen enarbolando un bolígrafo hay pruebas de que les resulta muy divertido.
Entre uno y otro, entre el robo a mano armada y el robo a bolígrafo, hay otra categoría, también muy generalizada, que podríamos llamar robo por la cara. Una categoría que incluye, contemplando las excepciones, a dentistas, taxistas, fontaneros, inmobiliarias, comercios de todo tipo y, por supuesto, a esos restaurantes que por una botella de vino te cobran 20 euros, de los cuales 5 corresponden a su valor real y los 15 restantes te los quitan del bolsillo. También es robo que, en vez de cobrarnos por un piso lo que vale, nos cobren 70.000 euros más, que es lo que estiman deben robarnos. Y lo que decimos del piso, o la botella de vino, cuando comemos en un restaurante, podemos decirlo de una camisa que luego, en las rebajas, ponen, casi, a su precio.
Tenía razón el viejo, todos se empeñan en robarnos. Y cuando digo todos, me refiero a los banqueros y los políticos, pero también a los dentistas, los tenderos, los dueños de los restaurantes… Taxistas, fontaneros, etc, etc. Es decir a los que piensan que debemos procurar su felicidad y aceptar, además, que nos roben.
Lo curioso de todo esto es que ya lo habíamos aceptado. Aceptábamos que nos robaran un poco, solo hemos empezado a protestar cuando han dejado de ser razonables y quieren robarnos lo que no tenemos.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
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