lunes, 11 de marzo de 2013

Algún labrador quedará

Milio Mariño

Deberíamos reorganizarnos. En unos días será primavera en el norte y habrá que ir pensando en cambiar de atuendo y estar atentos a los despertadores del vicio. A ese misterio que enciende el fuego de los apetitos y ya empieza a manifestarse haciendo que broten las flores y los pájaros anden revueltos, como andarían los jóvenes si en vez de ir pendientes de sus smartphones se fijaran más en los árboles. En los de hoja caduca, que son los que avisan de lo que viene, antes incluso de que la primavera se anuncie en esos almacenes que suele utilizar como sponsor. Puntualizo lo de caduca porque igual no saben que en una de sus visitas al Pazo de Meirás, Franco escribió: “distinguí entre los árboles una acacia negra de hoja perenne, símbolo de la masonería, pero no la hice talar porque los vegetales son inocentes”.

Fue una sorpresa que el dictador con voz de castrati se mostrara tan benevolente. No creo que los vegetales sean así de inocentes. Pero intuyo lo que van a decirme, que esto de que la naturaleza funcione como despertadora del vicio ya lo han vivido otras veces. Cuento con ello, de ahí que no apele a la nostalgia, que es manipuladora y frustrante, apelo a la inteligencia para encarar la próxima primavera olvidándonos de este hartazgo que todo lo invade. Sugiero que imaginemos que las gaviotas son golondrinas que vuelven con soluciones en el pico y nos libran de esta realidad delirante aunque solo sea hasta el final del otoño, que es cuando, dicen, se engendra la tristeza.

Con todo, los hay que piensan qué no tenemos motivos para quejarnos, pues mucho ha debido mejorar España para que nosotros, a diferencia de nuestros antepasados, ya no miremos al cielo con el ansia de adivinar cómo afectará a la cosecha. Nosotros lo hacemos para ver qué ropa ponemos o si cogemos, o no, el paraguas.

Coincido con esa apreciación solo en parte. Las cosechas, ahora, no son las de antes. Hay una nueva agricultura que siembra sillas en las terrazas y aunque no viva de la tierra vive mirando al cielo, pendiente de las informaciones meteorológicas porque en ello le va el sustento. Lo que si es cierto es que nadie se preocupa de cuando empieza la siembra, de si las semillas germinan, el trigo madura o los árboles dan fruto. Y algún labrador quedará, supongo.

Alguno queda pero la mayoría se trasladaron a la ciudad, huyendo del despreciado terruño, de modo que cuando las condiciones de vida empezaron a mejorar, los pueblos ya estaban casi vacíos. Decían los economistas, entonces, que era bueno que descendiera la población agrícola. Y vaya si descendió, descendió hasta el punto de que apenas quedan labradores menores de cincuenta años y las oposiciones a la plaza de pastor hace tiempo que han empezado a quedar desiertas. Pero ya ven, este año, según informa el gobierno de Castilla, entre 800 y 1000 jóvenes, abandonarán la ciudad para incorporarse a la actividad del campo. Para quedarse y trabajar la tierra.

Advierten que no lo hacen por vocación, que es la crisis que los empuja y los obligará a formarse para aprender cómo se mira al cielo y qué se hace cuando llega la primavera. No creo que tengan problema, a día de hoy todavía sigue siendo más fácil que un ingeniero se haga labrador que viceversa.


Milio Mariño/ Articulo de Opinión/ Diario La Nueva España

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