lunes, 4 de marzo de 2013

Falsificar palabras

Milio Mariño

Muchas de las medidas que adoptan desde el gobierno las justifican con el argumento de que el Presidente y los Ministros son realistas, pero la realidad parece como si no les hiciera caso ni evolucionara por los derroteros que habían pensado. No se rige ni se somete a sus propuestas ni a las leyes que ponen en práctica, funciona con sus propias reglas, importándole muy poco las consecuencias y los posibles excesos.

Así las cosas, nuestros políticos andan preocupados viendo que la realidad no acepta ser gobernada. Lo cual puede ser delicioso y perverso pues supone una pérdida de control que les obliga a devanarse los sesos y tener que elegir entre lo que ellos entienden por realidad y la verdad pura y dura, conceptos que están relacionados hasta el punto de que pueden parecer lo mismo, pero son distintos.

Deberían empezar por ahí, por entender que realidad es lo que cada uno percibe y, lo que percibimos, tiene poco o nada que ver con la verdad.

Lo que percibimos se acerca más a la ficción y eso es algo que comprobamos todas las mañanas al llegar al quiosco y ver que cada periódico nos ofrece una España y un mundo distintos. Como inventan una verdad a partir de un argumento común y la acercan a sus intereses. Cosa que se repite en esas tertulias televisivas, que parecen obras de teatro alternativo, y en los Telediarios, personalizados según indiquen las altas instancias de la empresa propietaria de la cadena o el gobierno que gobierne la televisión pública.

Con todo, aceptando que la objetividad no existe, media un trecho entre la objetividad imposible y la manipulación descarada. Un trecho que, para explicarlo de forma gráfica, es el que va del contorsionista que logra poner los pies en la cabeza al mago que, con su varita mágica, saca del sombrero tres conejos con las orejas tiesas. Quiere decirse que no es lo mismo partir de un hecho y enfocarlo de forma partidista que inventar ese hecho y difundirlo como cosa cierta.

Para ayudar en esa tarea, para procurar que realidad y verdad acerquen posturas, a nuestros políticos no se les ha ocurrido mejor idea que sacar de la chistera nuevas palabras para nombrar ciertas cosas. Y así tenemos que su lenguaje se está convirtiendo en una especie de neolengua imposible que confirma el poco respeto que sienten por la inteligencia ajena.

Estamos volviendo a los tiempos aquellos que ya teníamos olvidados, a cuando al ministro del ramo se le ocurrió llamar al 1 de mayo fiesta de San José Artesano. ¿Se acuerdan? Pues algo así viene a ser la propuesta del ministro de justicia Ruiz Gallardón, que quiere suprimir la palabra imputado y sustituirla por otra más suave que no induzca a la condena mediática. Siguiendo en la misma línea Cospedal ha prohibido la palabra desahucio y Rubalcaba, para no ser menos, sugiere la posibilidad de que su formación política cambie incluso de nombre. Ha propuesto que abandone la vieja palabra obrero y, aprovechando que las siglas coinciden, pase a llamarse Partido de los Socialistas Europeos-PSOE.

A las palabras les ocurre lo que a las monedas, que no siempre tienen el mismo valor, pero es muy diferente que pierdan valor por el paso del tiempo a que los políticos se dediquen a falsificarlas y, luego, intenten darnos el timo colándolas al descuido como si fueran auténticas.


Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España

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