lunes, 25 de febrero de 2013

Quijote tenemos, nos falta Sancho

Milio Mariño

"Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla”.

El párrafo anterior figura en el prólogo del Quijote, libro que abrí cuando concluyó el debate del estado de la nación. Me había venido la idea de que Rajoy y Rubalcaba acababan de escenificar uno de aquellos diálogos entre el Ingenioso Hidalgo y su escudero Sancho. Un diálogo para oírlo porque físicamente, a menos que Rubalcaba engorde y se afeite, no se parecen, pero oyéndolos tengo que darle la razón a Vargas Llosa, que lleva años empeñado en demostrar que la novela de Cervantes prefigura el neoliberalismo iniciado por Ronald Reagan y Margareth Thatcher.

La comparación puede parecer estrambótica pero quizá merezca un vistazo si nos atenemos a las consecuencias de unos libros caballerescos, llamados hoy de economía, que nos han llevado a que cuanto mejor están los señores peor le va al pueblo llano. Un vistazo que se vuelve interesante al advertir que la España de ahora es muy parecida a la descrita por Cervantes, pues aquella era una época en la que corría el oro, que llegaba del expolio de las Américas, pero disminuía la posibilidad de ganarse el sustento, ejerciendo un oficio o dedicándose a trabajar la tierra. El peso de la economía estaba en lo que aportaban los conquistadores, de modo que se prescindía del trabajo y aumentaba la desocupación de la gente, propiciando la aparición de rufianes y lazarillos.

En aquella España, de grandezas y miserias, Don Quijote vivía de fantasías, era inconsciente el mundo real; en cambio Sancho, que pertenecía a una clase social más explotada, solo aspiraba a tener un salario que le permitiera vivir con un mínimo de decoro. Así se refleja en el capítulo VII de la segunda parte de la obra, donde dice Sancho:

“Voy a parar en que vuestra merced me señale salario conocido de lo que me ha de dar cada mes el tiempo que le sirviere, y que el tal salario se me pague de su hacienda; que no quiero estar a mercedes, que llegan tarde, o mal, o nunca”.

A lo cual don Quijote responde: “Mira, Sancho, yo bien te señalaría salario, si hubiera hallado en alguna de las historias de los caballeros andantes ejemplo; pero yo he leído todas o las más de sus historias, y no me acuerdo de haber leído que ningún caballero haya señalado salario a su escudero. De modo que si no queréis venir a merced conmigo, que Dios quede con vos y os haga un santo; que a mí no me faltarán escuderos más obedientes, más solícitos, y no tan empachados”.

La idea de nuestro hidalgo, el Presidente del Gobierno, viene a ser la misma: que vayamos a merced de lo que propone y que, si acaso, al final del tránsito y después de mucho sacrificio, igual alcanzamos la recompensa de alguna ínsula.

¿Qué se quiere decir con esto? Pues poco, o casi nada. Uno no llega a tanto como Vargas Llosa. Si acaso que Quijote tenemos, lo que no tenemos, y echamos en falta, es un Sancho fuerte que detenga los disparates y desvaríos del caballero. Un Sancho que, como en la obra de Cervantes, haga que don Quijote entre en razones.


 Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ La Nueva España

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