lunes, 27 de octubre de 2025

El robo de París

Milio Mariño

Nunca se había robado tanto y de tantas maneras distintas como en estos últimos años. Es exagerado. No supone motivo de alarma porque los ladrones han mutado en magos circenses que con una mano distraen al público y con la otra le roban la cartera. Han conseguido incluso que en vez de llamarlos ladrones los llamemos corruptos. Y la diferencia no estriba en que la palabra suponga menos rechazo social. Eso no les importa, lo que les importa es el trullo. Los corruptos cumplen menos años de cárcel.

Insisto: Se roba muchísimo. Y, para mayor desgracia, apenas quedan ladrones como los de antes. Ya no hay ladrones como aquellos de las novelas y las películas, que eran muy ingeniosos y tenían unos principios morales que respetaban a rajatabla. Solo robaban a los ricos y no hacían daño a nadie. No usaban la violencia ni las armas. Así que no pude por menos que acordarme de ellos cuando leí la noticia del robo en el Museo del Louvre de París.

También leí muchas opiniones, pero la mayoría evitaban decir la verdad. Menuda obra de arte saquear las vitrinas de la Galería Apolo un domingo por la mañana, sin tocarle un pelo a nadie, y llevarse nueve piezas de las Joyas de la Corona. Una diadema de oro y diamantes; un collar de 8 zafiros y 631 diamantes; unos pendientes también de zafiros; un collar de esmeraldas; un par de pendientes a juego; un broche de piedras preciosas llamado relicario; una diadema con 212 perlas y 2.000 diamantes y un broche representando un gran lazo de diamantes rosa.

El Ministro del Interior francés, Laurent Núñez, convocó una rueda de prensa y dijo que el valor de lo robado era incalculable. Pero luego aparecieron los tasadores y dijeron que suponía 88 millones de euros. Poco me parece.

Dándole vueltas al robo tropecé con una frase que no acabo de acordarme de quién es: “Ya que vas a robar, roba bien”. Descarto que fuera El Lute y El Dioni pienso que tampoco. No es igual robar gallinas que las Joyas de la Corona. Las gallinas se roban fácil pero, para compensar esa facilidad, a modo de disuasión, suponen más años de cárcel. De todas maneras, robar para comer tiene nombre, se llama hurto famélico. Sí se roba por extrema necesidad, para evitar morir de hambre, siempre que el importe sea menor de 400 euros, solo entraña una pequeña multa o un mes de cárcel. Una excepción absurda porque quien se está muriendo de hambre no creo que tenga fuerzas para robar.

Los ladrones de París robaron para comer y para una espléndida sobremesa de café, copa y puro. Robaron unas joyas que si preguntáramos por su origen entraríamos en un terreno muy peligroso. Su historia se remonta varios siglos atrás y combina expolios, intrigas, asesinatos…   El diamante de mayor tamaño, 426 quilates, proviene de la India y daría para una novela. Así que vale más no hurgar en la herida porque lo mismo acabamos invocando el refrán: El que roba a un ladrón…  Y tampoco es eso. Cualquier robo, el  que sea, merece ser condenado. 

La parte positiva es que en España sería imposible ese robo. No por mérito de la policía, sino porque no tenemos joyas de la corona. La joya más importante está en Abu Dabi. 


Milio Mariño / Articulo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 20 de octubre de 2025

Guerras, animales y personas

Milio Mariño


Cuando el pasado 12 de octubre, en el desfile de la Fiesta Nacional, vi que habían sustituido a la cabra de la Legión por un borrego, que fue igualmente muy aplaudido, tuve la sensación de que el animal no disfrutaba con los aplausos y hubiera preferido que lo dejaran tranquilo y no lo metieran en aquel lío.

Los animales son pacifistas, no les gusta mezclarse con los ejércitos ni entienden que haya guerras. Lo cual no impide que puedan acabar siendo víctimas igual que nosotros. El otro día leí en un periódico que los rusos habían atacado, con drones, una granja en Ucrania, en la región de Járkov, y habían causado la muerte de 13.600 cerdos. Una masacre.

 Si las guerras resultan incomprensibles para nosotros, imaginen para los animales. Los animales no saben que el mundo se divide en países. Ni siquiera el toro bravo sabe que es español. Embiste aquí como embestiría en Pekín si hubiera toreros chinos desafiándolo en un ruedo. Lo suyo, como lo de cualquier animal, no es atacar, es defenderse. De modo que los animales no necesitan ninguna justificación. Todo lo contrario que nosotros, que cometemos atrocidades y luego hacemos lo indecible por justificarlas.

Miguel Gila, que era muy observador, decía que cuando hay una guerra matas a cualquiera y nadie te pregunta. Está justificado que mueran miles de personas. Por eso, muchos de los que se tienen por gente decente, incluido Felipe González, justifican que Israel mate a mujeres, ancianos y niños para que los terroristas reflexionen y piensen que siempre puede haber alguien más bestia.

 Puestas así las cosas ya me dirán que argumentos tenemos para reprocharles a los rusos que hayan matado 13.600 cerdos o destruyeran la gigantesca granja de Chornobaivka, donde había cuatro millones de gallinas que murieron de hambre y sed porque los rusos bloquearon el suministro de pienso y agua. Otro tanto sucede con las cabras, gallinas, ovejas y camellos que han muerto en Gaza por los bombardeos y porque también están pasando hambre igual, o más, que las personas. Hay una foto en la que aparecen unos niños palestinos y un burro comiendo, todos, del mismo cuenco. Seguro que a Netanyahu le parecerá simpática.

Desde que comenzó la guerra, según las estimaciones de la ONU, en Gaza han muerto 60.000 ovejas y 10.000 cabras. No hay registro de las gallinas, los burros y los camellos. Otros animales como los perros también han sufrido bajas, no se han librado, pero son los que mejor lo llevan. Son los únicos que no están flacos porque, al parecer, se alimentan de los cadáveres que encuentran abandonados en las calles.

Analizando las cifras de animales y seres humanos que han muerto en Gaza sorprende que sean muy parecidas. Tal es así que el ministro de Defensa israelí Yoav Gallant y el Secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, no hacen distinciones. Los dos han dicho, públicamente, que los palestinos son animales. Les quitan la condición de humanos para justificar que tienen derecho a matarlos.

Sería absurdo negar que las personas no somos animales. Lo somos, además la diferencia entre ellos y nosotros no estriba en el destino, pues unos y otros morimos por igual. Lo que nos hace diferentes es la inteligencia. A los animales nunca se les ocurriría desfilar detrás de un borrego.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

 


lunes, 6 de octubre de 2025

Luna llena de otoño

Milio Mariño

Mañana martes, siete de octubre, podremos disfrutar de la primera Luna llena de otoño, que es la más grande del año y añade un toque mágico a una estación que favorece las leyendas y las historias de los abuelos. Será todo un espectáculo si tenemos en cuenta que la Luna siempre ha sido fuente de fascinación y misterio, incluida su enigmática cara oculta, que fue inmortalizada por Pink Floyd en un disco que es música para los sentidos y bálsamo para el cerebro.

Viene de muy antiguo que asociemos los plenilunios a poderes mágicos y misteriosos que pueden ir desde que un hombre se convierta en lobo a propiciar que cambiemos de humor o que el pelo nos crezca más rápido. Nuestros parientes, los gorilas, celebran la luna llena bailando y los lobos aúllan al cielo, aunque hay quien dice que lo que hacen es rezar y pedir por la conservación de su especie. También las plantas se dejan influenciar por la Luna, así como los árboles, el agua de los océanos y sus inquilinos los peces.

La Luna es como una ternura flexible que lo envuelve todo. Y esta primera de otoño, que viene vestida de ocre y es la más grande y brillante, llegará, como siempre,  para favorecer nuestros sueños. Seguro que lo consigue, pero tiene difícil convencer a esa legión de científicos que, últimamente, parecen empeñados en corregir las enseñanzas de nuestros ancestros y aseguran que la Luna no nos influye en absoluto, que solo se trata de mitos y falsas creencias que han venido transmitiéndose a través de los siglos. Los hay que afirman, incluso, que subiendo una escalera experimentamos más cambios gravitacionales de los que puede ejercer la Luna sobre nosotros.

No me lo creo. Tampoco entiendo a qué viene esa campaña de desprestigio. Parece como si la Luna les hubiera jugado una mala pasada. Tenían mucha prisa por subir allí arriba y Collins, Aldin y Armstrong subieron en 1969, hace 56 años, pero nadie ha vuelto. Había muchos proyectos para establecer bases permanentes que permitirían explorar otros planetas, pero nada de nada. Y, tal vez por eso, por la indiferencia y el desprecio, la Luna se está alejando de nosotros.

Lo dice la NASA en un informe difundido hace poco. Dice que la Luna se está alejando de la tierra a razón de 3,8 centímetros por año. No parece gran cosa pero, según los expertos, de aquí a un tiempo podría tener consecuencias para nuestro planeta. Podría afectar a la duración de los días, el efecto de las mareas y hasta los eclipses.

Este informe de la NASA, y la postura de algunos científicos, evidencia lo mucho que saben de la Luna y lo que, aún, desconocen. Que es mucho más y denota su ignorancia en cuanto a la relación de la Luna con la Tierra. Un vínculo que nació hace millones de años y se fue acrecentando por razones de vecindad y mutuo respeto al orden cósmico que les permite girar a su bola.

Se entiende mal que quienes niegan que la Luna tenga alguna influencia sobre nosotros nos alerten del peligro de que, poco a poco, se vaya alejando. A saber qué pasará cuando se haya alejado tanto que ya no pueda influir en nada. Cuesta imaginar cómo será la vida entonces.

 


lunes, 29 de septiembre de 2025

Aún quedan ingenuos

Milio Mariño

Si se trata de confesar los pecados, aquí tienen un ingenuo que seguirá siéndolo hasta que se muera. Son incontables las veces que me la dieron con queso y no escarmiento, vuelvo a picar como un necio. Insisto en engañarme a pesar de que me consta, como a todos, que el altruismo y la bondad escasean tanto como el niobio, que es un mineral muy escaso y muy codiciado.

 Es evidente que sigue habiendo constructores que sobornan y consiguen que recalifiquen sus terrenos, banqueros que estafan y el Estado los subvenciona con millones de euros, empresarios que explotan a sus trabajadores y pasan por ser ejemplares, políticos que cobran mordidas y dan lecciones de ética… En fin, toda una casuística variopinta de la que no se escapan jueces, policías y hasta alguna eminencia reverendísima, pues las monjas de la Asociación Lumen Dei se enfrentan, desde hace años, a lo que consideran un expolio irregular por parte del arzobispo de Oviedo: la venta por más de 12,7 millones de euros de edificios repartidos entre Asturias, Barcelona y Madrid y el destino de ese dinero cuyo paradero se desconoce.

Ejemplos hay a montones, pero ni esos ejemplos, ni siquiera la edad que, según dicen, nos hace desconfiados, me llevan a anteponer la malicia a la buena fe. Sé que la virtud está en el término medio, ni ser muy ingenuo ni desconfiar de todo, pero sigo reaccionando como si la esencia de nuestra especie no fuera la maldad.

Ahora entenderán por qué. En el periódico que estaba leyendo decían que un billete de avión no siempre cuesta lo mismo, que el precio puede variar en función del asiento, el día de la semana, la hora del vuelo o la época del año. Me parecía lógico y muy normal. Pero introducían una variable. ¿Qué pasa con quienes tienen que viajar por una urgencia como asistir al entierro de un familiar?

Ahí se me encendió la bombilla. Pensé: menos mal que todavía queda algo de humanidad. Sería injusto que una persona que viaja porque falleció un familiar tuviera que pagar la misma tarifa que quien se permite hacerlo un viernes de julio, víspera de vacaciones.

Lo digo con toda franqueza, me sentía orgulloso de lo que creía un detalle humanitario. Pero seguí leyendo y caí del caballo. La aerolínea estadounidense Delta Air Lines, si presentas un certificado de defunción y dices que te urge un billete porque se ha muerto tu madre, te cobra el doble. Establece los precios de forma personalizada mediante un programa de inteligencia artificial que procesa los datos de cada cliente. Es decir, cuanto más lo necesitas más caro te sale. Ir al entierro de tú madre te sale más caro que si viajas por vacaciones.

Estuve llamándome imbécil hasta que cansé. Luego di un repaso para ver si suele pasar que exploten la desesperación o la urgencia por un producto o servicio esencial y quedé asombrado. Si ven que lo necesitas pagas más y si insistes en que lo necesitas mucho pagas mucho más. Ocurre con todo: con las medicinas, las vacunas, la vivienda…

Al final, llegué a la conclusión de que no valía la pena mortificarme por aquel desliz. La primera característica de la maldad es que nunca la ves venir. Siempre se disfraza de algo bueno, por eso te pilla desprevenido y picas como un ingenuo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 22 de septiembre de 2025

Fumar en una terraza

Milio Mariño

Mientras disfrutaba, en una terraza, de un vino, un pincho y un cigarrillo recién encendido, pasaron, a escasos metros, un autobús articulado, un camión de reparto, una furgoneta vieja y una recua de vehículos motorizados. Ya imaginan, supongo, cómo quedó la terraza. Envuelta en una nube de humo que seguirá siendo legal y dejará en ridículo al humo del cigarrillo que estaba fumando. 

No faltarán los que digan que es la disculpa infantil del abuelo gamberro que quiere seguir fumando aunque lo prohíba la ley. Ni mucho menos. Soy consciente de que fumar es malo. También aprovecho para decir que respeto esa ley, no escrita, de que la libertad de uno acaba donde empieza la del otro. Y, por si no fuera bastante, creo que vivimos en el mejor de los mundos posibles y no pienso invocar la nostalgia de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Dicho lo dicho, insisto en que prohibir que se fume en las terrazas me parece una tontería, otra más, de las muchas que padecemos quienes, al parecer, hemos dejado de ser ciudadanos para convertirnos en súbditos. Las autoridades, todas en general, han aumentado de forma exagerada su poder sobre nosotros y ya ni siquiera disimulan su pulsión censora y su afán por prohibir las cosas más peregrinas y absurdas, promulgando leyes que carecen de cualquier justificación.

No hay nada que siente mejor, a cualquier sociedad, que el sentido común. Las leyes o normativas absurdas siempre producen situaciones estúpidas. Situaciones que se repiten sin que los políticos rectifiquen y acepten que su misión es hacernos la vida más agradable y no inventar la pólvora cada mañana.

Las leyes deben interpretar la demanda de la sociedad y no al revés. Pero no hay manera. Cuando un tonto coge una linde, la linde se acaba y el tonto sigue. Con la falsa disculpa de avanzar en derechos, los políticos están recortando las libertades hasta dejarlas en nada. Somos rehenes de una panda de frikis que pretenden darnos lecciones y corregir nuestros excesos. Y, como lo mejor es predicar con el ejemplo, ahí van unos cuantos para que cada cual juzgue al respecto.

En Tenerife, está prohibido hacer castillos de arena en la playa sin permiso del Ayuntamiento. El Mallorca, se puede tener un máximo de cuatro gallinas sin autorización. Para tener cinco hay que solicitar el correspondiente permiso y disponer de un veterinario de referencia por si hay problemas.  Varios ayuntamientos tienen prohibido, a los niños, jugar al balón en los parques municipales. La multa puede ascender de 50 a 700 euros. En Villanueva de la Torre, Guadalajara, está prohibido dejar una fregona en el balcón o la terraza. La Ley de bienestar animal exige un cursillo obligatorio para tener perro. En Madrid, hay que pasar un examen para  cantar en la calle.

El catalogo es tan extenso que podría llenar cuatro folios, pero creo que lo expuesto es suficiente para dejar en evidencia a quienes, si pudieran, prohibirían las flatulencias de las vacas y multarían a los ganaderos como responsables subsidiarios.   

Afortunadamente, los seres humanos evolucionamos cuando aprendemos, reflexionamos y tomamos decisiones voluntarias, no cuando el Estado nos amenaza con una multa.

Los promotores de la ley dicen que los tiempos han cambiado. Cierto, pero eso no hace razonable que se prohíba fumar en las terrazas. Y, no lo es.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 15 de septiembre de 2025

Tener internet y no tener qué comer

Milio Mariño

A finales de agosto contaba un periódico que, allá por Gaza, una madre había prohibido a sus hijos que vieran, en internet, imágenes de hamburguesas y pollos asados porque solo servía para que se hicieran daño. La madre, como todas las madres, trataba de protegerlos y evitar que sufrieran. Les daba lo que podía: buenos consejos. No podía darles comida porque no la tenía.

No es un relato de ciencia ficción, es una historia real como tantas otras que ocurren en Gaza. Nos esforzamos por comprender el mundo y la realidad se encarga de hacerlo incomprensible. En Gaza, hasta hace poco, la gente moría por lo propio de una guerra: las bombas y las balas. Ahora muere por eso y, también, de hambre.

El progreso solemos evaluarlo por el desarrollo de la razón, de la ciencia y la tecnología, pero lo que más progresa son las armas, la crueldad y variedad de formas con las que se puede infringir dolor. Sin piedad, desoyendo los gritos de la inocencia.

De veras que lo intenté, pero sigo sin comprender como es que hay niños que tienen internet y no tienen qué comer. Las comunicaciones han avanzado de tal manera que los niños que no tienen qué comer pueden ver imágenes de suculentas hamburguesas y apetitosos pollos asados mientras nosotros, desde el otro lado, vemos cómo mueren de hambre. Ellos no pueden hacer nada y nosotros, al parecer, tampoco. Somos testigos de crímenes y atrocidades que nos resultan insoportables y lo más que hacemos es apartar la mirada.

Tampoco es nuevo. Lo mismo, o muy parecido, ya pasó otras veces y en otros sitios, así que dentro de unos años alguien se preguntará cómo fue posible que ocurriera. Como fue que nuestra generación presenció, sin hacer nada, que se cometiera un genocidio y ancianos, mujeres y niños fueran asesinados mientras hacían cola para conseguir un poco de agua y, si acaso, algo de comida.

La ONU acaba de confirmar que en los últimos dos meses más de mil palestinos fueron asesinados mientras buscaban comida. Unas víctimas a las que hay que sumar los 210 periodistas que también fueron asesinados mientras buscaban noticias.

Las atrocidades no paran de sucederse mientras los países de la muy civilizada Europa se limitan a mandar ayuda humanitaria como si lo que está ocurriendo en Gaza fuera causado por unas inundaciones, un terremoto o cualquier catástrofe natural. Asombra que asuman ser cómplices, ellos sabrán por qué.

Sin poder quitarme de la cabeza el horror de que, en Gaza, hay niños que mueren de hambre mientras ven imágenes de hamburguesas y pollos asados, seguí con el periódico que estaba leyendo y, dos páginas más adelante, encontré la noticia de que Homei Miyashita, un profesor japonés de la Universidad de Meiji, acaba de crear una aplicación para el móvil que permite lamer la pantalla. Un nuevo y curioso dispositivo con el que la gente podrá experimentar gustos y sabores que podrían asimilarse a la experiencia de algo parecido a comer en un restaurante.

 El progreso es imparable. Esperemos que estos nuevos teléfonos, que lames la pantalla y percibes el gusto de la comida que hayas seleccionado, tarden en comercializarse. Ojala que no acaben llegando a Gaza y caigan en manos de los niños. La maldad es insaciable, nunca tiene bastante.


Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 8 de septiembre de 2025

El, triste, Día de Asturias

Milio Mariño

Tanto si llueve como si hace sol, el Día de Asturias volverá a ser un día triste en el que la indiferencia ganará a la celebración. Este año, el lugar elegido es la Comarca de la Sidra, pero da igual dónde se celebre. La fecha, el programa de actos y los festejos parecen más propios de una romería de los años sesenta que de la festividad de una comunidad autónoma del siglo XXI.

A buen seguro que, en 1980, cuando Rafael Fernández, entonces presidente del  ente preautonómico, y Gabino Díaz Merchán, arzobispo de Oviedo, después de una comida en Trascorrales, acordaron que el día de Asturias fuera el 8 de septiembre no imaginaban que, 45 años después, se convertiría en lo que es: una fiesta que carece de relevancia social y no goza del fervor de los asturianos. Al contrario, ha terminado por convertirse en algo alejado y ajeno cuya repercusión pública consiste en el cruce de apuestas sobre la cantidad de improperios que el Arzobispo de Oviedo, desde el púlpito de Covadonga, dedicará a los gobiernos central y autonómico, en base a su reflexión personal, cuyos criterios morales no son, en absoluto, los de la sociedad que enjuicia y siempre acaba condenando.

La tristeza, por tanto, está justificada. El día de Asturias no debería ser un sermón con bronca en Covadonga y una romería, donde toque, con un programa de festejos que produce vergüenza ajena y al que solo le falta el partido de solteros contra casados para completar el despropósito.

Adrián Barbón, que es católico practicante y una persona muy educada y prudente, ya anunció que este año, como el pasado, no quiere molestar y no asistirá a la misa de Covadonga para evitar cualquier polémica. Es lo que debería haber hecho desde el principio por respeto al Estado aconfesional y a que es el Presidente de todos los asturianos.

La indiferencia y el desapego, para con el día de la Comunidad, adquieren una significación especial si tenemos en cuenta que Asturias tiene una identidad bien definida, una personalidad histórica reconocida desde hace siglos y se muestra políticamente activa cuando la ocasión lo requiere. Es más, todos los sondeos y las encuestas indican que, entre los españoles, los asturianos somos los que más queremos a nuestra tierra.

Algo debe fallar. Asturias destaca, en todos los sentidos, como una Comunidad  acogedora, multicultural y, ahora, también multirracial, que puede servir como ejemplo de respeto y concordia al resto de comunidades. Merece, por tanto, una celebración que lo sea de los valores que inspiran su historia, marcada por el peso de la rebeldía, la reivindicación social y la lucha por la libertad. Ninguna otra fecha como el 25 de mayo para conmemorar esos valores y esa conciencia cívica. Ese día, en 1.808, la Junta General de Asturias se declaró soberana frente al vacío de poder que se produjo por la huida del rey Carlos IV y la invasión napoleónica.

Cambiar la fecha no lo arreglaría todo, pero por algo se empieza.  Sería un prometedor comienzo que reforzaría nuestra entidad colectiva. El día de Asturias no debería estar ligado a ninguna religión determinada ni a una supuesta batalla, ahora utilizada por la ultraderecha para esgrimirla contra los inmigrantes, sino a nuestra historia como pueblo ejemplar que siempre luchó por la libertad.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 1 de septiembre de 2025

Chifladuras y realidades

Milio Mariño

Me gustan las chifladuras. Sé que tienen una connotación negativa porque se asocian con la insensatez y la falta de juicio, pero proporcionan historias preciosas. Son un pacto entre la razón y la locura. Por eso me gustan y reservo el verano para los libros más peculiares y extravagantes que voy comprando en los mercadillos. Uno, el que estoy leyendo, trata sobre las plantas y en él se dice que no es verdad que las plantas carezcan de movilidad. Para demostrarlo, ponen en boca de Darwin que las plantas se mueven, pero solo por interés, cuando les representa algún beneficio.

No me preocupé por averiguar si Darwin dijo tal cosa. De todas maneras, tiene su lógica. La creencia de que las plantas son seres inferiores carentes de sensibilidad, fue rebatida por el biólogo y filósofo austrohúngaro Raoul Francé, quien publicó ocho volúmenes sobre el tema, asegurando que sienten dolor y placer, son inteligentes y es posible que tengan alma. Podemos pensar que es una chifladura, pero también pensábamos que Dios nos había hecho a su imagen y semejanza y luego resultó que nos hizo a semejanza de los monos. Así que cuidado.

Uno de nuestros mayores defectos es presumir de qué lo sabemos todo y solo nos falta saber lo que hay en otros planetas. La verdad es que apenas sabemos lo que hay en la tierra. Aristóteles decía que las plantas tienen alma, un alma vegetativa exenta de sensibilidad. Opinión que permaneció invariable hasta el siglo XVII, cuando Carl Von Linneo, padre de la botánica moderna, afirmó que las plantas sólo se diferencian de los animales y los humanos en que carecen de movilidad. Luego, como apuntamos antes, Darwin y otros colegas lo corrigieron diciendo que las plantas se mueven y que si no lo advertimos es porque no tenemos paciencia y no nos tomamos el tiempo suficiente para observarlas.

Llevan razón. Siempre vamos con prisa y nos trae sin cuidado que las plantas se muevan o prefieran no moverse como nosotros el sofá. Tampoco nos preguntamos cómo es que cuando las raíces de una planta encuentran un obstáculo lo sortean, o cómo, si a una planta trepadora le ponemos un palo, se agarra a él y trepa. Dos acciones que demuestran que las plantas son capaces de percibir lo que las rodea y decidir lo que les conviene. ¿Acaso la planta puede ver el palo? ¿Siente que está a su lado por alguna razón misteriosa?...

Ya les digo, estaba fascinado con aquel libro. No era para menos. Me había permitido entrar en el mundo mágico de las plantas y saber que también fueron vistas de forma diferente por los celtas.

A la certeza de que las plantas nos cautivan con sus aromas, nos alimentan, proporcionan oxígeno para nuestra vida y tienen propiedades medicinales, había que añadir los atributos que apuntaban en el libro.

Estaba empezando a ver las plantas de otra manera. Pero, entonces, surgió la oleada de incendios y se esfumó la magia. Si las plantas son inteligentes y capaces de moverse, aunque sea por interés como decía Darwin, cómo es que no salieron corriendo cuando las amenazaba el fuego. Solo me queda una esperanza, que hicieran como dice una anciana de Ourense que hizo la virgen de su parroquia, que no hizo nada y dejó que la ermita se quemara para salvar al pueblo. 


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 25 de agosto de 2025

Otoño en Agosto

Milio Mariño

Por más que el calendario señale agosto y nuestro patrono San Agustín nos convoque a su semana grande de festejos, ha llegado el otoño. Lo hemos traído nosotros, aunque apelemos a la disculpa de que llegó por la vuelta del fútbol y la reunión de Trump y Putin en Alaska. También se apunta a los árboles, que algunos han guardado el verde en el armario y se visten de amarillo porque desean que vuelva el frio y caiga agua del cielo.

Excusas las que queramos, pero lo cierto es que mucha gente estaba harta del verano, el calor sofocante y esas alertas que eran avisos y ahora, a fuerza de considerarnos imbéciles, las han convertido en sentencias a vida o muerte. Juntándolo todo, es fácil llegar a la conclusión de que el verano no es lo que era y las vacaciones tampoco. Con ellas, y con el verano, suele pasar como con el sexo, que rara vez está a la altura de las expectativas que nos habíamos creado.

Esto de que, en agosto, la gente esté deseando que llegue el otoño no es un capricho, es consecuencia del cambio climático, algo que muchos todavía ponen en duda y supone una realidad que apabulla. Están sorprendidos, incluso, los que no tenían dudas y creían, de forma egoísta, que afectaría a las generaciones futuras. No lo parece. De momento, está afectando a los abuelos más que a los nietos. Desde finales de mayo, dependiendo de la metodología que se utilice, se habla de 1.180 y 4.128  muertos por efectos del calor. Casi todos personas mayores, es cierto, pero los jóvenes harían bien en tomar nota porque, se supone, aspiran a cumplir años y la previsión es que las cifras empeoren.

El consuelo de los escépticos es creer que la tierra va a su bola y el mundo a lo suyo. Es decir que el planeta sigue girando al margen de lo que ocurre en su superficie, sin que las acciones o decisiones humanas tengan un impacto directo en lo que muchos consideran exclusivo de la naturaleza. Aseguran que el clima no es cosa nuestra que, en eso, no tenemos arte ni parte.

 Afortunadamente, ahora sabemos más que hace unos años. Sabemos que muchos de los fenómenos meteorológicos extremos, que en unos casos inundan ciudades y en otros secan cultivos, asfixian ancianos, queman los montes y arrasan con todo, se producen por el cambio climático. Quienes se niegan a reconocerlo demuestran que su postura está más vinculada con las preferencias ideológicas que con la realidad. Se empeñan en “sostenello y no enmendallo” aunque, en su interior, sepan que están equivocados. El último recurso, para salvar la cara, es creer que las catástrofes podemos resolverlas comprando la solución. Pidiendo más bomberos, más medios aéreos y la intervención del ejército.

Hoy en día, el 98% de los científicos afirman que el cambio climático es una realidad, pero basta que un 2% lo niegue para que el 50% de la población se aferre a esa idea. Confían en que, sin hacer nada, todo acabará resolviéndose. A ver si llueve, decían algunas autoridades confesando su impotencia ante la magnitud de los incendios. Este año, igual adelantando el otoño mitigamos el problema, pero el truco es imposible que sea la solución. El cambio climático no se resuelve con trucos ni por arte de magia.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 18 de agosto de 2025

Ricos paisajes para pobres sin recursos

Milio Mariño

En esta próspera España, ahora mismo el país que más crece de Europa, hay mucha gente que no tiene dinero ni para tres días de vacaciones. La economía mejora, pero no para todos. Aquí solo disfrutan los ricos y los que somos ricos en ilusiones, cobramos la pensión y la paga extra de julio y pensamos que si ya vivimos en el paraíso sería absurdo que fuéramos a otro sitio y nos asáramos como pollos. Así que pasamos el verano en Asturias, disfrutando de lo nuestro con sentido del humor del bueno, que es el que alegra la vida, no como el de aquel al que preguntaron y dijo que el sentido del humor era una deposición de ánimo.

Disfrutar del paraíso, en verano, solo tiene el inconveniente de que estamos expuestos a padecer el frívolo exhibicionismo de quienes vienen de vacaciones y se creen superiores porque entienden que somos indígenas sin recursos que deberíamos estarles agradecidos por su visita y sus euros.

Ese es el problema, que estamos expuestos a que pueda aparecer alguien que piense que su lugar en la sociedad debería ser más alto y aproveche para elevarlo cuando se tropieza contigo. El viejo consejo de que conviene tener los pies en la tierra deja de tener vigencia en tiempo de vacaciones.  Con la brisa de nuestro clima es fácil que cualquiera se eleve y sobrevuele por encima del resto de los mortales. Sobre todo si es urbanita y no está acostumbrado a una intemperie que abarca la grandiosidad del mar y la belleza de unas olas que emergen y se desmoronan convertidas en un engarce de perlas grises y blancas.

Un sentimiento menos poético y más parecido a la estupidez, debió ser lo que impulsó a una señora, entrada en años, que se sentó justo al lado de la mesa donde yo estaba, en el chiringuito de la playa de Bahinas. Había llegado con una familia, supongo que orgullosa de su tierra, que le habría hablado de la belleza de aquel lugar  y decidieron llevarla para que lo conociera. La señora apenas se molestó en echar un vistazo, enseguida se procuró una asilla y, una vez que estuvo acomodada, dijo con una insufrible voz de soprano: La playita no está mal, tiene su encanto, pero sé nota que es un sitio de pobres.

Estuve en un tris de pedirle disculpas por no enriquecer el entorno y estropearle el disfrute. Allí sentado, sentí que me había convertido en notario de la pobreza. Al final, cuando me repuse del desconcierto, aguanté las ganas y no dije nada, pero no se imaginan la cantidad de veces que me he arrepentido. Y sigo arrepintiéndome de haber callado y no haber puesto en valor la riqueza de aquel entorno injustamente despreciado. Tenía que haberle dicho que la soberbia es el relincho de los ególatras engreídos.

La señora se marchó al poco rato, seguramente porque debía estar a disgusto en un ambiente que no era el suyo. Y allí quedé yo, intentando convencerme de que no soy gilipollas del todo y reflexionando sobre a quién pertenece la soberanía de los espacios naturales que son auténticas preciosidades. A veces reaccionamos de una manera tan incomprensible que hasta me entró la duda de si habrá zonas que los pobres acaparamos y no nos corresponde disfrutarlas en exclusiva.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 11 de agosto de 2025

Los eclipses pueden costar un ojo de la cara

Milio Mariño

Después de la rueda de prensa que siguió al Consejo de Ministros, antes de las vacaciones, el Gobierno anunció que había creado y puesto a trabajar a un grupo de altos cargos, de trece ministerios, para que planifiquen y organicen lo que sea necesario, al objeto de que no haya problemas con los tres eclipses de sol que están previstos para el año que viene, el siguiente y el otro.

Intenté razonar en serio, pero me costaba creerlo. Que un país alegre y despreocupado, como el nuestro, que se caracteriza por la improvisación, adopte medidas que no suscriben ni los más previsores es tan increíble que parece un despropósito. Y, tal vez lo sea si tenemos en cuenta que el primer eclipse se producirá el 12 de agosto de 2026, a las ocho y media de la tarde, y durará 1,48 minutos.

No me olvido de que también tendremos eclipses los dos años siguientes y no habrá otro hasta 2.081, pero ni con esas creo que esté justificado semejante despliegue. Aunque la disculpa sea que millones de personas estarán esperando ese momento, y hay que protegerlas, no puede ser que el Estado gaste una millonada en decirle a la gente que evite mirar al sol y en regalar gafas negras para que no utilicen inventos caseros. Si el Estado decide asumir, a su cargo, la responsabilidad de evitar irresponsabilidades, el gasto será estratosférico. No habrá presupuesto que lo resista.

 El grupo que se ha creado, presidido por el Secretario de Estado de Ciencia, dice que su misión es prevenir riesgos y garantizar que millones de personas puedan observar los eclipses de forma segura y sin poner en jaque al sistema. Un objetivo que vuelve a reabrir el debate sobre si lo que llamamos Estado de Bienestar debe ser un modelo de Estado que garantice el bienestar de los ciudadanos, proporcionando servicios básicos como salud, educación y pensiones, o debe ir más allá y protegerlos, también, cuando se empeñan en hacer tonterías.

Hay datos que corroboran que la estupidez va en aumento y cada vez está más subvencionada. Ya me dirán si tiene sentido ese letrero que pone: Mire antes de cruzar. Ejemplos iguales o perecidos encontramos a montones. Un hotel de Mallorca ha colocado en sus habitaciones y en varios idiomas: El balcón no es un trampolín.

Aunque la inteligencia artificial avanza, avanza todavía más la estupidez humana. En estos últimos años han muerto 379 personas por hacerse selfies en sitios peligrosos. La explicación de los siquiatras es que las emociones fuertes pueden más que el instinto de protección. Pues nada, qué se le va a hacer… Si la estupidez no tiene límites, servirá de poco que las autoridades contemplen acciones de prevención para cuando se produzcan los eclipses. Existe el deber de auxilio, es cierto, pero habría que ver hasta qué punto está justificado que el Estado auxilie, con el dinero de los contribuyentes, a los insensatos que decidan hacer idioteces. 

Si el Estado se ha propuesto evitar los problemas que puedan surgir por la contemplación de los eclipses, en vez de crear una comisión de expertos, para proteger a los imbéciles de sus imbecilidades, mejor sería que empezara con una campaña de vacunación intelectual, a todos los niveles, contra la estupidez. Saldría más barato y sería más eficaz.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 4 de agosto de 2025

El carrito de los helados

Milio Mariño

Mientras disfrutaba de la sombra nemorosa de un árbol viejo, la memoria se me fue al cielo y rescató del olvido el carrito de los helados. Lo citaban en el periódico y recordé que era una especie de cajón de madera, de metro y medio de largo, que tenía dos pequeñas ruedas, un varal para manejarlo y se adornaba en el centro con tres brillantes conos metálicos.

A los mandos de aquel artilugio, iba un señor que recitaba, a voz en grito: ¡Al rico helado!... Tutti frutti, vainilla, chocolate, mantecado…  

En mi memoria infantil había quedado grabada la imagen de un hombre que tiraba del carrito hasta situarlo en un sitio estratégico. Lo recuerdo como una especie de mago, vestido con una chaqueta blanca, que cogía una curiosa herramienta, la sumergía en un recipiente con agua, levantaba la tapa, introducía la mano y sacaba, por arte de magia, una bola de placer y frescura que podía llevarte a un estado de levitación alienígena.

En el periódico que estaba leyendo decían que habían cogido a alguien con el carrito del helado y me produjo una alegría tremenda. Hacía tantos años que no veía un carrito ni un heladero, qué supuse que sería noticia por la novedad de que volvieran. Pero seguí leyendo y acabé indignado ante la gran injusticia de que hayan convertido al carrito de los helados en un símbolo de culpabilidad. Por lo visto, a cualquiera que pillan haciendo algo malo dicen que lo han pillado con el carrito del helado. Han pasado de aquella frase, con las manos en la masa, a esta que tampoco tiene relación con la fechoría. Ni el panadero entonces ni el heladero ahora, han hecho méritos para que los mezclen en asuntos turbios. La única razón que se me ocurre es que quienes aluden al carrito del helado sean malos poetas que no alcanzan a componer un soneto y se conforman con un pareado. Ni el carrito ni el heladero vienen a cuento cuando se trata de sinvergüenzas, mentirosos o corruptos.

Se empeñan en confundirnos y me temo que lo están consiguiendo. Las nuevas generaciones, la gente de ahora, lo mismo piensa que el carrito del helado, tantas veces aludido, era un carrito repleto de monedas de oro, billetes de banco, chanchullos, falsos empleos para las amantes de los corruptos, comisiones ilegales, mentiras en los currículum, felonías, favores, pelotazos…  Todo lo malo que se nos ocurra y pueda caber en un carrito.

El desprestigio del carrito del helado supone una gran injusticia y es necesario restaurar su buen nombre. En otros tiempos, cuando un servidor era niño, al que pillábamos con el carrito de los helados no lo pillábamos cometiendo una fechoría sino haciendo un trabajo humilde y honrado que, seguramente, estaba mal pagado y era una mezcla de dedicación y altruismo solo comparable a otros oficios, con vocación de servicio público, como pueden ser el de castañero o barquillero.

Poner al carrito de los helados como símbolo de culpabilidad es confundir al personal y tratar de restar importancia a las tropelías de los sinvergüenzas. Dicen lo del carrito y hay gente que se lo cree. Por eso conviene insistir, si es necesario, hasta la saciedad: el carrito de los helados solo almacena helados de cucurucho y de corte. La corrupción no va en carrito, va en coche.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

 

 


lunes, 28 de julio de 2025

Superman y el Capitán Trueno

Milio Mariño

Como quien ignora que existen los calendarios, Superman ha cumplido 87 años y podría vivir, olvidado, en una residencia de ancianos si fuera una persona corriente y no un superhéroe. Pero ahí lo tenemos, sigue en la brecha y se ha adaptado a los tiempos, y a la vida y costumbres americanas, a pesar de que, en sus orígenes, fue un sin papeles.

Superman llegó a Estados Unidos, de forma ilegal, en junio de 1938, procedente del planeta Kryptón y fue adoptado y criado por dos granjeros, Martha y Jonathan Kent, que le inculcaron unos valores y principios que luego serían característicos de sus hazañas y aventuras. Desde siempre se dedicó, por entero, a luchar contra las injusticias utilizando sus superpoderes para combatir a los villanos que asolan el mundo achuchando a los más débiles.

Aunque no se mencione, parece evidente que Superman ha seguido un plan de envejecimiento activo que le permite estar en plena forma a los 87 años. En su nueva película, estrenada el pasado 11 de julio, sigue defendiendo la justicia en un mundo cada vez más cínico, que ha perdido la fe y considera que la bondad es un valor obsoleto. Nada ni nadie han conseguido apartarlo de su misión, a pesar de que cada vez es más difícil distinguir a los buenos de los malos. La confusión ha llegado a tales extremos que la ultraderecha estadounidense acaba de arremeter contra Superman, calificando su nueva película como izquierdista y promotora de las ideas y los valores de la ideología woke. Un disparate que puede ser, todavía, mayor si los Trumpistas insisten en llevar a término esa orden ejecutiva, recientemente aprobada: "Restoring Truth and Sanity to American History". Restaurar la verdad y la cordura en la historia de Estados Unidos.

Restaurar la cordura, para Trump y  los suyos, es acabar con la igualdad de derechos y volver a los tiempos de la Edad Media. Una idea con la que estarán muy de acuerdo los ultraderechistas españoles, que se ofrecerán a los yanquis para echarles una mano y hasta es posible que les propongan cambiar a Superman por El Capitán Trueno. Otro superhéroe que también lucha contra la injusticia pero, sobre todo, contra el musulmán infiel. En dicho empeño, junto con sus amigos Goliath y Crispín y al grito de: ¡Santiago y cierra España!, El Capitán Trueno ha protagonizado sus mejores hazañas.

Tal vez convenga aclarar que cuando El Capitán Trueno invoca a Santiago no se refiere a Santiago Abascal sino al apóstol Santiago el Mayor, apodado Santiago Matamoros porque intervino de forma milagrosa en favor de los cristianos cuando lucharon contra los musulmanes en la batalla de Clavijo.

A diferencia de Superman, El Capitán Trueno, no era un inmigrante sin papeles ni vino de otro planeta, nació en la España de la postguerra y en plena dictadura franquista. Su creador, Víctor Mora, quería que apareciera como defensor de los derechos humanos, concepto que, en aquel momento, no estaba bien visto por los mandamases del régimen. La censura obligaba a cambios en el guión y El Capitán Trueno no se publicaba como hubieran querido sus creadores.

Por lo que dicen de su última película, los Trumpistas pretenden con Superman lo mismo que los franquistas con El Capitán Trueno. Sería una catástrofe que lo consiguieran. Dios no lo quiera y la kryptonita tampoco.


Milio Mariño / Mi artículo de Opinión de los lunes en La Nueva España


lunes, 21 de julio de 2025

El bigote no es, solo, de hombres

Milio Mariño

Algunos amigos insisten en que, a veces, escribo lo que no debería escribir. Intimidades y vivencias que, cuando las leen, sienten vergüenza ajena. No admito reclamaciones. Escribo para desahogarme y, en cualquier caso, siempre lo hago pensando que acabarán absolviéndome. El otro día, por ejemplo, vi a una mujer con bigote y aquí me tienen contándolo.

Necesitaba contarlo. Hacía mucho tiempo que no veía a una mujer con pelo debajo de la nariz que fuera algo más que pelusa. Pues no sé, desde que era niño y veía a una anciana que vivía no muy lejos y a un par de monjas con las que mi familia tenía amistad. Por eso que ya les digo, quedé que no daba crédito. Estaba en la cola para la caja del supermercado y la señora que iba delante, una señora mayor de etnia gitana, se dio la vuelta y vi que tenía un bigote como hacía años que no veía en ninguna mujer. La señora advirtió mí sorpresa, pero no creo que no lo relacionara con su bigote sino con la exagerada cantidad de compra que había depositado sobre la cinta transportadora. Quedé tan fascinado que no podía dejar de mirarla. La solución fue cambiar las gafas normales por las de sol para no molestar.

Un rato después, cuando iba de camino a casa, recordé que hubo un tiempo en que apenas nos sorprendía que alguna mujer tuviera bigote. En realidad todas lo tienen, no es que sufrieran una mutación genética, lo que ocurre es que se depilan o lo afeitan. Ocurre otro tanto con las axilas peludas, que no desaparecieron por arte de magia sino por unos cánones que impone la sociedad y condicionan nuestra apariencia estética.  Pocos se atreven a desafiar esos cánones. Y las mujeres todavía menos. No es frecuente ver a una mujer con las piernas peludas, unas axilas pobladas y unos pelos sobre el labio superior que recuerden a Groucho Marx. 

El bigote de aquella señora llamaba la atención. Era como el bigote de la otrora famosa Frida Kahlo, pero más poblado y mayor. Lo curioso es que no se apreciaba masculinidad ni ánimo de provocar sino la inocencia de lo natural. El respeto de una mujer por las costumbres de una raza que no asume la moda paya.

Había reflexionado un poco y creía haber encontrado una explicación racional que justificaba aquella reacción de asombro y exagerada sorpresa pero, no contento con eso, decidí meterme en internet para confirmarlo.

Volví a liarla. Internet es como la selva, puedes encontrar cualquier cosa. Y  encontré lo que no esperaba. Resulta que la tendencia femenina, ahora en 2025, son los cuerpos naturales y normalizados. Es el “Body Positive”, un movimiento que promueve y alienta el bigote femenino. Una moda que está rompiendo moldes y se presenta como un nuevo símbolo de empoderamiento. Los medios digitales y escritos destacan que muchas influencers, cantantes y actrices han alzado la voz y defienden que, como el de las piernas, las ingles o las axilas, ahora lo que toca es que las mujeres no se afeiten el pelo del bigote.

Entiendo la propuesta y me parece lógica. Dejarse, o no dejarse, bigote debería ser una elección personal, no un privilegio del que solo disfruten los hombres. Si estamos por la igualdad sería injusto privar a las mujeres del derecho a no afeitarse.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 


lunes, 14 de julio de 2025

Tres islas vecinas

Milio Mariño

Hastiados por el vocerío y la inmundicia de la política, una de las cosas que podríamos hacer este verano sería pasar unos días en una isla desierta. Menudo lujo, quien pudiera, dirán ustedes. Pues cualquiera. La prisa y las lágrimas que no se lloran impiden que veamos lo que nos rodea, pero desde aquí mismo, donde vivimos, podemos acceder a una isla desierta con suma facilidad. A un paso de nuestros domicilios, sin navegar mar adentro, disponemos de tres islas que están ahí desde que el mundo bajó del cielo.

La Deva, la Ladrona y la Herbosa son islas cercanas que aportan la magia de lo desconocido y el misterio de la curiosidad insatisfecha. La Ladrona, en la misma playa de Santa María del Mar, es una isla que pasa el tiempo y no acaba de emanciparse del todo. A marea baja sigue unida a la costa por un rosario de rocas que emergen entre las olas. Luce majestuosa como una perla verde sobre el pecho de la nostalgia. Allí, en lo que tiene de isla, es donde Dolores Medio sitúa uno de los personajes de su novela “Juan sin tierra”. En la novela, el personaje dice de ella que es una isla que te llama y te llama con su voz de sal y de algas, con la canción salada de una mujer que tiene pechos de roca, cola de sirena y promete lo que no puede darte.

En “Juan sin tierra” se reproduce lo que a nivel popular se decía de La Ladrona, que es una isla que roba vidas. De ahí viene su nombre. Lo que ocurría, en realidad, era que las corrientes marinas arrastraban hasta su orilla los cadáveres de los ahogados. Pero la leyenda puede más que la realidad. Se llegó a decir, incluso, que a los pies de La Ladrona había una fosa terrible con un calamar gigante que se alimentaba de los incautos que osaban acercarse.

La Ladrona nunca pareció preocuparse por las habladurías de la gente ni porque su vecina, La Deva, tuviera mejor fama. Frente al Playón de Bayas, la isla más grande del litoral asturiano recibe su nombre de una deidad prerromana. Deva es nombre de diosa, la diosa del agua, y tal vez por eso, y por su imponente presencia, fue admirada por grandes pintores y excelentes poetas. Rubén Darío, el premio Nobel de literatura Seamus Heaney y el pintor Joaquín Sorolla, se cuentan entre sus admiradores y nos hacen partícipes de una belleza que ha sido inmortalizada en varios lienzos y poemas como “Pequeños cánticos de Asturias”, del afamado escritor irlandés.

La Herbosa es otra isla vecina que asoma un poco más lejos. Está en las inmediaciones del Cabo Peñas y fue testigo de algunos naufragios y sucesos curiosos como el protagonizado por el corsario inglés Capitán Fool, que al mando de su buque “Stag”, abordó a la delegación asturiana, encabezada por el conde de Toreno, que el 6 de junio de 1.808, acudía a Inglaterra para solicitar la intervención británica en favor de Asturias y contra el invasor Napoleón. Consumado el abordaje, y después una dura negociación, el capitán Fool aceptó, previo pago de 500 guineas, llevar a los asturianos al puerto inglés de Falmouth.

Islas ya ven que tenemos, solo falta que alguien se atreva. Aunque si quieren un consejo: solo con mirarlas vale la pena.


Mi artículo de Opinión de los lunes en La Nueva España


lunes, 7 de julio de 2025

Tonterías las justas

Milio Mariño
Cuando llega el verano, las tonterías salen de su letargo y se pasean a su antojo por los sitios que frecuentamos. Pierden la vergüenza y hacen de las suyas utilizando el calor como disculpa. Pero el calor, aunque nos amodorre, no justifica que nos volvamos idiotas. Hablo por experiencia. No saben cuánto lamento acabar como acabé hace unos días, que dije amén al discurso de un espontáneo y luego, cuando llegué a casa, me sentí cómplice de un montón de tonterías que no tenía por qué haber soportado.

Tal vez fuera por una extraña conjunción de los astros, o porque el destino, a veces, también gasta bromas, pero estaba tan tranquilo, disfrutando de una cerveza en una cómoda terraza, cuando apareció por allí un conocido y, después de saludarme, me soltó a bocajarro: Ayer comí una lubina salvaje que ni te imaginas.

No dije nada. Me encogí de hombros y seguí escuchando su discurso, que fue largo y tedioso. El caso que luego, a la noche, me dio por pensar en el pescado salvaje y me entró tal desasosiego que no conseguía pegar ojo. Se me amontonaban los temores. No paraba de preguntarme como será una lubina salvaje, si atacará dando dentelladas mortales y los pescadores correrán peligro de ser devorados cuando intentan capturarla. Estuve dándole vueltas hasta que me rindió el sueño.

Aquel predicador culinario, no crean que se limitó a comentar su experiencia con la lubina, debió darse cuenta de que había renunciado a defenderme y siguió dándome consejos. Habló de los productos de la huerta, cultivados de forma responsable, la carne de animales criados en plena selva asturiana, los huevos de gallinas emancipadas, que hacen sus cinco kilómetros diarios de footing, y una retahíla de verduras y legumbres acompañadas, todas, de su currículum vitae. Cerró su discurso diciendo que, para él, lo más importante es comer sano. Y yo callado.

Saltaba a la vista que estaba acusándome de comer porquerías, pero no me apetecía decirle lo que pensaba. Aguardaba, de forma paciente, a que él mismo se diera cuenta de sus estupideces y se corrigiera. Pero no había manera. Las tonterías han encontrado un filón inagotable en la gastronomía y lo explotan a conciencia. Hablar de comida se ha convertido en una demostración de estatus social y cualquiera se atreve a darte la chapa con un discurso sobre hallazgos culinarios que lo mismo puede incluir un plato de longaniza con patatas fritas que un chigre en la cima del Naranjo de Bulnes. Lo peor de todo es que además, para certificar su discurso, suelen sacar el móvil y enseñarte una colección de fotos.

Si lo sufrido en aquella terraza fuera un accidente fortuito el daño sería escaso. Lo grave es que ahora, en verano, hay mucha gente dispuesta a ofrecernos unos consejos gastronómicos, que algunos parecen de broma y otros merecería que lo fueran. Conviene que vigilemos nuestros silencios porque la prudencia puede llevarnos a que los descubridores de platos exquisitos y sitios dónde se come bien, y a buen precio, se envalentonen y nos acosen con un recital de tonterías insoportables.

Quienes están al tanto de las tendencias sociales dicen que, hasta hace poco, los mileuristas ahorraban para pasar unos días de vacaciones, pero que ahora lo hacen para comer en restaurantes caros y restregárnoslo por los morros. Así que ojo al dato porque el verano es largo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 30 de junio de 2025

Móviles tontos para niños listos

Milio Mariño

Por casualidad, y con sorpresa, caí en la cuenta de que soy un privilegiado. Llegue a esa conclusión después de ver a un niño de apenas tres años que llevaba un rato largo entretenido con un móvil mientras su madre charlaba con las amigas. Viéndolo, comprendí que había tenido suerte. No digo de niño, también de mayor, pues cuando era joven tampoco había móviles ni internet, solo teníamos dos canales de televisión. Entretenernos no dependía de ningún aparato sino de nosotros mismos. Y, debió ser por eso que me aficioné a leer. Leía lo que pillaba, me valía todo, incluso ciencia ficción. Así se explica que cayera en mis manos “1.984”, la famosa novela de Orwell en la que pronostica un futuro que responde a tres postulados que son para echarse a temblar: "La guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es poder".

Por aquel entonces, no debí entender el significado de aquellos pronósticos y menos que Orwell estuviera anunciando nuestra indefensión y nuestra fragilidad ante las noticias falsas y las realidades alternativas. Algo que ha dejado de ser ciencia ficción para convertirse en el pan nuestro de cada día.

Orwell era un visionario. A mediados del siglo pasado, ya vaticinaba que la educación y la cultura tendrían poca importancia. Intuía que, en un futuro, solo nos pedirían aprender las funciones básicas de un trabajo y realizarlas, sin rechistar, durante el resto de nuestras vidas. Y, en eso estamos. Aquello que dijo, que la ignorancia es poder, puede parecer una contradicción, pero no lo es si pensamos que la ignorancia del pueblo permite que los tiranos lleguen a gobernar y gobiernen como estamos viendo en Rusia, Israel y Estados Unidos.

Nos hemos acostumbrado a ser meros espectadores. Empezamos poco a poco y  ahora ya lo somos casi al tiempo que damos los primeros pasos. Y no me refiero a que los niños sean incapaces de llenar su imaginación con seres y lugares fantásticos sin necesidad de verlos en una pantalla. Todavía es peor. Los héroes contemporáneos, casi todos, son imbéciles sin escrúpulos que solo se mueven por objetivos como la fama, el poder y el dinero. No están en los libros, pero ni falta que les hace. Están al alcance de cualquier niño que, con solo deslizar el dedo por la pantalla del móvil, dispone de miles de imágenes en las que quienes aparecen como que son los buenos se dedican a matar y exterminar pueblos enteros.

 Los niños de nuestros días no conocen al Rey Arturo, ni a Robin Hood, Sandokán o Corto Maltés. Conocen a Natanyu, Putin y Trump. Unos héroes a los que no les desvela la pobreza, ni la injusticia o la suerte que puedan correr los débiles. Para ellos la bondad y la decencia son cuestiones marginales. Presumen de su incultura y alimentan el relato de que cualquiera que defienda los derechos humanos se convierte en sospechoso.

Que un niño, de apenas tres años se entretenga, absorto, mirando las imágenes de un móvil no lo imaginaba ni Orwell. No imaginaba que los niños, desde muy niños, estuvieran viendo las atrocidades de un mundo que camina hacia su destrucción. Cierto que no podemos volver atrás, pero a los niños podemos darles móviles tontos para que crezcan más listos. Móviles que no sean de última generación sino de la generación de sus abuelos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 23 de junio de 2025

Corrupción, esperanza y caridad intelectual

Milio Mariño

Hubo una época en que vivíamos desvalidos y con una sensación de desamparo que evidenciaba nuestra fragilidad. Entonces, solo nos protegían nuestras madres y, a los de buena familia, también la Guardia Civil. Pero aquella época quedó atrás, España consolidó la democracia y asombra lo protegidos que estamos y la cantidad de gente que se ofrece para salvarnos.

¿De qué? Pues de lo que haga falta: de otra dictadura, del comunismo, el fascismo, la corrupción… Cualquier peligro que nos aceche tiene que vérselas con gente comprometida que promete defendernos con todas sus fuerzas. No les hablo de gente insignificante, hablo de políticos de cualquier partido, sin excepción, y de gente que está vigilante y atenta para que todo funcione sin trampa ni cartón.

Hace cincuenta años nadie vigilada nada y así nos iba. En la época franquista había corruptos a cascoporro y hasta el propio dictador se hizo multimillonario con comisiones y prácticas ilegales, que ahora conocemos gracias al historiador Paul Preston, que lo recoge en un libro muy bien documentado.

 Lo bueno es que somos un país con suerte. Llegó la democracia y estableció férreos controles. A partir de entonces, la corrupción se empezó a vigilar con lupa. No obstante, como los vigilantes eran novatos, en 1998, apareció el caso “Juan Guerra”, que supuso el procesamiento del hermano del Vicepresidente del Gobierno, por cohecho. Los vigilantes tomaron nota, pero no pudieron impedir que unos años más tarde, en los 90, apareciera el caso “Filesa, Malesa y Time Export” por el que la coordinadora de finanzas del PSOE, Aída Álvarez, acabó siendo condenada a dos años de cárcel.

La experiencia acumulada era notable. Sin embargo, con Aznar de presidente, su vicepresidente y Ministro de Economía, Rodrigo Rato, uno de los grandes ídolos del PP  y de la elite financiera, acabó en la cárcel, por apropiación indebida, junto con una legión de altos cargos y ministros como Jaume Matas y Zapalana.

Para quienes vigilaban la corrupción, aquello ya fue la prueba del nueve. Después de aquel caso acumulaban tanta experiencia que aseguraron, con rotundidad, que no se les iba a escapar ni un caso más. En ello pusieron todo su empeño, pero todavía nos estamos preguntando cómo pudo habérseles escapado el “Caso Noos”. Un escándalo que afectaba a Iñaqui Urdangarín, su esposa la Infanta Elena y, por primera vez, a la Casa Real. No sería la última porque ya se vio lo que luego pasó con el Rey.

Aunque los vigilantes de la corrupción reconocieron que habían vuelto a fallar,  apuntaron que las nuevas tecnologías permitían establecer controles prácticamente insalvables. Podían espiar, grabar y vigilar de mil maneras distintas. Pero el afán por ejercer un mayor control debió confundirlos de tal manera que estalló el “Caso Gürtel” y no fueron capaces ni de identificar quien era M. Rajoy. El balance se saldó con el PP condenado por corrupción, 350 años de cárcel para los principales dirigentes y más de veinte casos que todavía están por juzgar.

Como no podíamos seguir así, Pedro Sánchez se ofreció para protegernos y acabar con la corrupción de una vez por todas. La cuestión es que ahora, visto lo visto, ya están hablando de que lo mismo hay que recurrir a la Inteligencia Artificial y pedirle que nos eche una mano. Habrá que pedírselo aunque solo sea por esperanza y caridad intelectual.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España