lunes, 15 de septiembre de 2025

Tener internet y no tener qué comer

Milio Mariño

A finales de agosto contaba un periódico que, allá por Gaza, una madre había prohibido a sus hijos que vieran, en internet, imágenes de hamburguesas y pollos asados porque solo servía para que se hicieran daño. La madre, como todas las madres, trataba de protegerlos y evitar que sufrieran. Les daba lo que podía: buenos consejos. No podía darles comida porque no la tenía.

No es un relato de ciencia ficción, es una historia real como tantas otras que ocurren en Gaza. Nos esforzamos por comprender el mundo y la realidad se encarga de hacerlo incomprensible. En Gaza, hasta hace poco, la gente moría por lo propio de una guerra: las bombas y las balas. Ahora muere por eso y, también, de hambre.

El progreso solemos evaluarlo por el desarrollo de la razón, de la ciencia y la tecnología, pero lo que más progresa son las armas, la crueldad y variedad de formas con las que se puede infringir dolor. Sin piedad, desoyendo los gritos de la inocencia.

De veras que lo intenté, pero sigo sin comprender como es que hay niños que tienen internet y no tienen qué comer. Las comunicaciones han avanzado de tal manera que los niños que no tienen qué comer pueden ver imágenes de suculentas hamburguesas y apetitosos pollos asados mientras nosotros, desde el otro lado, vemos cómo mueren de hambre. Ellos no pueden hacer nada y nosotros, al parecer, tampoco. Somos testigos de crímenes y atrocidades que nos resultan insoportables y lo más que hacemos es apartar la mirada.

Tampoco es nuevo. Lo mismo, o muy parecido, ya pasó otras veces y en otros sitios, así que dentro de unos años alguien se preguntará cómo fue posible que ocurriera. Como fue que nuestra generación presenció, sin hacer nada, que se cometiera un genocidio y ancianos, mujeres y niños fueran asesinados mientras hacían cola para conseguir un poco de agua y, si acaso, algo de comida.

La ONU acaba de confirmar que en los últimos dos meses más de mil palestinos fueron asesinados mientras buscaban comida. Unas víctimas a las que hay que sumar los 210 periodistas que también fueron asesinados mientras buscaban noticias.

Las atrocidades no paran de sucederse mientras los países de la muy civilizada Europa se limitan a mandar ayuda humanitaria como si lo que está ocurriendo en Gaza fuera causado por unas inundaciones, un terremoto o cualquier catástrofe natural. Asombra que asuman ser cómplices, ellos sabrán por qué.

Sin poder quitarme de la cabeza el horror de que, en Gaza, hay niños que mueren de hambre mientras ven imágenes de hamburguesas y pollos asados, seguí con el periódico que estaba leyendo y, dos páginas más adelante, encontré la noticia de que Homei Miyashita, un profesor japonés de la Universidad de Meiji, acaba de crear una aplicación para el móvil que permite lamer la pantalla. Un nuevo y curioso dispositivo con el que la gente podrá experimentar gustos y sabores que podrían asimilarse a la experiencia de algo parecido a comer en un restaurante.

 El progreso es imparable. Esperemos que estos nuevos teléfonos, que lames la pantalla y percibes el gusto de la comida que hayas seleccionado, tarden en comercializarse. Ojala que no acaben llegando a Gaza y caigan en manos de los niños. La maldad es insaciable, nunca tiene bastante.


Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 8 de septiembre de 2025

El, triste, Día de Asturias

Milio Mariño

Tanto si llueve como si hace sol, el Día de Asturias volverá a ser un día triste en el que la indiferencia ganará a la celebración. Este año, el lugar elegido es la Comarca de la Sidra, pero da igual dónde se celebre. La fecha, el programa de actos y los festejos parecen más propios de una romería de los años sesenta que de la festividad de una comunidad autónoma del siglo XXI.

A buen seguro que, en 1980, cuando Rafael Fernández, entonces presidente del  ente preautonómico, y Gabino Díaz Merchán, arzobispo de Oviedo, después de una comida en Trascorrales, acordaron que el día de Asturias fuera el 8 de septiembre no imaginaban que, 45 años después, se convertiría en lo que es: una fiesta que carece de relevancia social y no goza del fervor de los asturianos. Al contrario, ha terminado por convertirse en algo alejado y ajeno cuya repercusión pública consiste en el cruce de apuestas sobre la cantidad de improperios que el Arzobispo de Oviedo, desde el púlpito de Covadonga, dedicará a los gobiernos central y autonómico, en base a su reflexión personal, cuyos criterios morales no son, en absoluto, los de la sociedad que enjuicia y siempre acaba condenando.

La tristeza, por tanto, está justificada. El día de Asturias no debería ser un sermón con bronca en Covadonga y una romería, donde toque, con un programa de festejos que produce vergüenza ajena y al que solo le falta el partido de solteros contra casados para completar el despropósito.

Adrián Barbón, que es católico practicante y una persona muy educada y prudente, ya anunció que este año, como el pasado, no quiere molestar y no asistirá a la misa de Covadonga para evitar cualquier polémica. Es lo que debería haber hecho desde el principio por respeto al Estado aconfesional y a que es el Presidente de todos los asturianos.

La indiferencia y el desapego, para con el día de la Comunidad, adquieren una significación especial si tenemos en cuenta que Asturias tiene una identidad bien definida, una personalidad histórica reconocida desde hace siglos y se muestra políticamente activa cuando la ocasión lo requiere. Es más, todos los sondeos y las encuestas indican que, entre los españoles, los asturianos somos los que más queremos a nuestra tierra.

Algo debe fallar. Asturias destaca, en todos los sentidos, como una Comunidad  acogedora, multicultural y, ahora, también multirracial, que puede servir como ejemplo de respeto y concordia al resto de comunidades. Merece, por tanto, una celebración que lo sea de los valores que inspiran su historia, marcada por el peso de la rebeldía, la reivindicación social y la lucha por la libertad. Ninguna otra fecha como el 25 de mayo para conmemorar esos valores y esa conciencia cívica. Ese día, en 1.808, la Junta General de Asturias se declaró soberana frente al vacío de poder que se produjo por la huida del rey Carlos IV y la invasión napoleónica.

Cambiar la fecha no lo arreglaría todo, pero por algo se empieza.  Sería un prometedor comienzo que reforzaría nuestra entidad colectiva. El día de Asturias no debería estar ligado a ninguna religión determinada ni a una supuesta batalla, ahora utilizada por la ultraderecha para esgrimirla contra los inmigrantes, sino a nuestra historia como pueblo ejemplar que siempre luchó por la libertad.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 1 de septiembre de 2025

Chifladuras y realidades

Milio Mariño

Me gustan las chifladuras. Sé que tienen una connotación negativa porque se asocian con la insensatez y la falta de juicio, pero proporcionan historias preciosas. Son un pacto entre la razón y la locura. Por eso me gustan y reservo el verano para los libros más peculiares y extravagantes que voy comprando en los mercadillos. Uno, el que estoy leyendo, trata sobre las plantas y en él se dice que no es verdad que las plantas carezcan de movilidad. Para demostrarlo, ponen en boca de Darwin que las plantas se mueven, pero solo por interés, cuando les representa algún beneficio.

No me preocupé por averiguar si Darwin dijo tal cosa. De todas maneras, tiene su lógica. La creencia de que las plantas son seres inferiores carentes de sensibilidad, fue rebatida por el biólogo y filósofo austrohúngaro Raoul Francé, quien publicó ocho volúmenes sobre el tema, asegurando que sienten dolor y placer, son inteligentes y es posible que tengan alma. Podemos pensar que es una chifladura, pero también pensábamos que Dios nos había hecho a su imagen y semejanza y luego resultó que nos hizo a semejanza de los monos. Así que cuidado.

Uno de nuestros mayores defectos es presumir de qué lo sabemos todo y solo nos falta saber lo que hay en otros planetas. La verdad es que apenas sabemos lo que hay en la tierra. Aristóteles decía que las plantas tienen alma, un alma vegetativa exenta de sensibilidad. Opinión que permaneció invariable hasta el siglo XVII, cuando Carl Von Linneo, padre de la botánica moderna, afirmó que las plantas sólo se diferencian de los animales y los humanos en que carecen de movilidad. Luego, como apuntamos antes, Darwin y otros colegas lo corrigieron diciendo que las plantas se mueven y que si no lo advertimos es porque no tenemos paciencia y no nos tomamos el tiempo suficiente para observarlas.

Llevan razón. Siempre vamos con prisa y nos trae sin cuidado que las plantas se muevan o prefieran no moverse como nosotros el sofá. Tampoco nos preguntamos cómo es que cuando las raíces de una planta encuentran un obstáculo lo sortean, o cómo, si a una planta trepadora le ponemos un palo, se agarra a él y trepa. Dos acciones que demuestran que las plantas son capaces de percibir lo que las rodea y decidir lo que les conviene. ¿Acaso la planta puede ver el palo? ¿Siente que está a su lado por alguna razón misteriosa?...

Ya les digo, estaba fascinado con aquel libro. No era para menos. Me había permitido entrar en el mundo mágico de las plantas y saber que también fueron vistas de forma diferente por los celtas.

A la certeza de que las plantas nos cautivan con sus aromas, nos alimentan, proporcionan oxígeno para nuestra vida y tienen propiedades medicinales, había que añadir los atributos que apuntaban en el libro.

Estaba empezando a ver las plantas de otra manera. Pero, entonces, surgió la oleada de incendios y se esfumó la magia. Si las plantas son inteligentes y capaces de moverse, aunque sea por interés como decía Darwin, cómo es que no salieron corriendo cuando las amenazaba el fuego. Solo me queda una esperanza, que hicieran como dice una anciana de Ourense que hizo la virgen de su parroquia, que no hizo nada y dejó que la ermita se quemara para salvar al pueblo. 


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 25 de agosto de 2025

Otoño en Agosto

Milio Mariño

Por más que el calendario señale agosto y nuestro patrono San Agustín nos convoque a su semana grande de festejos, ha llegado el otoño. Lo hemos traído nosotros, aunque apelemos a la disculpa de que llegó por la vuelta del fútbol y la reunión de Trump y Putin en Alaska. También se apunta a los árboles, que algunos han guardado el verde en el armario y se visten de amarillo porque desean que vuelva el frio y caiga agua del cielo.

Excusas las que queramos, pero lo cierto es que mucha gente estaba harta del verano, el calor sofocante y esas alertas que eran avisos y ahora, a fuerza de considerarnos imbéciles, las han convertido en sentencias a vida o muerte. Juntándolo todo, es fácil llegar a la conclusión de que el verano no es lo que era y las vacaciones tampoco. Con ellas, y con el verano, suele pasar como con el sexo, que rara vez está a la altura de las expectativas que nos habíamos creado.

Esto de que, en agosto, la gente esté deseando que llegue el otoño no es un capricho, es consecuencia del cambio climático, algo que muchos todavía ponen en duda y supone una realidad que apabulla. Están sorprendidos, incluso, los que no tenían dudas y creían, de forma egoísta, que afectaría a las generaciones futuras. No lo parece. De momento, está afectando a los abuelos más que a los nietos. Desde finales de mayo, dependiendo de la metodología que se utilice, se habla de 1.180 y 4.128  muertos por efectos del calor. Casi todos personas mayores, es cierto, pero los jóvenes harían bien en tomar nota porque, se supone, aspiran a cumplir años y la previsión es que las cifras empeoren.

El consuelo de los escépticos es creer que la tierra va a su bola y el mundo a lo suyo. Es decir que el planeta sigue girando al margen de lo que ocurre en su superficie, sin que las acciones o decisiones humanas tengan un impacto directo en lo que muchos consideran exclusivo de la naturaleza. Aseguran que el clima no es cosa nuestra que, en eso, no tenemos arte ni parte.

 Afortunadamente, ahora sabemos más que hace unos años. Sabemos que muchos de los fenómenos meteorológicos extremos, que en unos casos inundan ciudades y en otros secan cultivos, asfixian ancianos, queman los montes y arrasan con todo, se producen por el cambio climático. Quienes se niegan a reconocerlo demuestran que su postura está más vinculada con las preferencias ideológicas que con la realidad. Se empeñan en “sostenello y no enmendallo” aunque, en su interior, sepan que están equivocados. El último recurso, para salvar la cara, es creer que las catástrofes podemos resolverlas comprando la solución. Pidiendo más bomberos, más medios aéreos y la intervención del ejército.

Hoy en día, el 98% de los científicos afirman que el cambio climático es una realidad, pero basta que un 2% lo niegue para que el 50% de la población se aferre a esa idea. Confían en que, sin hacer nada, todo acabará resolviéndose. A ver si llueve, decían algunas autoridades confesando su impotencia ante la magnitud de los incendios. Este año, igual adelantando el otoño mitigamos el problema, pero el truco es imposible que sea la solución. El cambio climático no se resuelve con trucos ni por arte de magia.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 18 de agosto de 2025

Ricos paisajes para pobres sin recursos

Milio Mariño

En esta próspera España, ahora mismo el país que más crece de Europa, hay mucha gente que no tiene dinero ni para tres días de vacaciones. La economía mejora, pero no para todos. Aquí solo disfrutan los ricos y los que somos ricos en ilusiones, cobramos la pensión y la paga extra de julio y pensamos que si ya vivimos en el paraíso sería absurdo que fuéramos a otro sitio y nos asáramos como pollos. Así que pasamos el verano en Asturias, disfrutando de lo nuestro con sentido del humor del bueno, que es el que alegra la vida, no como el de aquel al que preguntaron y dijo que el sentido del humor era una deposición de ánimo.

Disfrutar del paraíso, en verano, solo tiene el inconveniente de que estamos expuestos a padecer el frívolo exhibicionismo de quienes vienen de vacaciones y se creen superiores porque entienden que somos indígenas sin recursos que deberíamos estarles agradecidos por su visita y sus euros.

Ese es el problema, que estamos expuestos a que pueda aparecer alguien que piense que su lugar en la sociedad debería ser más alto y aproveche para elevarlo cuando se tropieza contigo. El viejo consejo de que conviene tener los pies en la tierra deja de tener vigencia en tiempo de vacaciones.  Con la brisa de nuestro clima es fácil que cualquiera se eleve y sobrevuele por encima del resto de los mortales. Sobre todo si es urbanita y no está acostumbrado a una intemperie que abarca la grandiosidad del mar y la belleza de unas olas que emergen y se desmoronan convertidas en un engarce de perlas grises y blancas.

Un sentimiento menos poético y más parecido a la estupidez, debió ser lo que impulsó a una señora, entrada en años, que se sentó justo al lado de la mesa donde yo estaba, en el chiringuito de la playa de Bahinas. Había llegado con una familia, supongo que orgullosa de su tierra, que le habría hablado de la belleza de aquel lugar  y decidieron llevarla para que lo conociera. La señora apenas se molestó en echar un vistazo, enseguida se procuró una asilla y, una vez que estuvo acomodada, dijo con una insufrible voz de soprano: La playita no está mal, tiene su encanto, pero sé nota que es un sitio de pobres.

Estuve en un tris de pedirle disculpas por no enriquecer el entorno y estropearle el disfrute. Allí sentado, sentí que me había convertido en notario de la pobreza. Al final, cuando me repuse del desconcierto, aguanté las ganas y no dije nada, pero no se imaginan la cantidad de veces que me he arrepentido. Y sigo arrepintiéndome de haber callado y no haber puesto en valor la riqueza de aquel entorno injustamente despreciado. Tenía que haberle dicho que la soberbia es el relincho de los ególatras engreídos.

La señora se marchó al poco rato, seguramente porque debía estar a disgusto en un ambiente que no era el suyo. Y allí quedé yo, intentando convencerme de que no soy gilipollas del todo y reflexionando sobre a quién pertenece la soberanía de los espacios naturales que son auténticas preciosidades. A veces reaccionamos de una manera tan incomprensible que hasta me entró la duda de si habrá zonas que los pobres acaparamos y no nos corresponde disfrutarlas en exclusiva.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 11 de agosto de 2025

Los eclipses pueden costar un ojo de la cara

Milio Mariño

Después de la rueda de prensa que siguió al Consejo de Ministros, antes de las vacaciones, el Gobierno anunció que había creado y puesto a trabajar a un grupo de altos cargos, de trece ministerios, para que planifiquen y organicen lo que sea necesario, al objeto de que no haya problemas con los tres eclipses de sol que están previstos para el año que viene, el siguiente y el otro.

Intenté razonar en serio, pero me costaba creerlo. Que un país alegre y despreocupado, como el nuestro, que se caracteriza por la improvisación, adopte medidas que no suscriben ni los más previsores es tan increíble que parece un despropósito. Y, tal vez lo sea si tenemos en cuenta que el primer eclipse se producirá el 12 de agosto de 2026, a las ocho y media de la tarde, y durará 1,48 minutos.

No me olvido de que también tendremos eclipses los dos años siguientes y no habrá otro hasta 2.081, pero ni con esas creo que esté justificado semejante despliegue. Aunque la disculpa sea que millones de personas estarán esperando ese momento, y hay que protegerlas, no puede ser que el Estado gaste una millonada en decirle a la gente que evite mirar al sol y en regalar gafas negras para que no utilicen inventos caseros. Si el Estado decide asumir, a su cargo, la responsabilidad de evitar irresponsabilidades, el gasto será estratosférico. No habrá presupuesto que lo resista.

 El grupo que se ha creado, presidido por el Secretario de Estado de Ciencia, dice que su misión es prevenir riesgos y garantizar que millones de personas puedan observar los eclipses de forma segura y sin poner en jaque al sistema. Un objetivo que vuelve a reabrir el debate sobre si lo que llamamos Estado de Bienestar debe ser un modelo de Estado que garantice el bienestar de los ciudadanos, proporcionando servicios básicos como salud, educación y pensiones, o debe ir más allá y protegerlos, también, cuando se empeñan en hacer tonterías.

Hay datos que corroboran que la estupidez va en aumento y cada vez está más subvencionada. Ya me dirán si tiene sentido ese letrero que pone: Mire antes de cruzar. Ejemplos iguales o perecidos encontramos a montones. Un hotel de Mallorca ha colocado en sus habitaciones y en varios idiomas: El balcón no es un trampolín.

Aunque la inteligencia artificial avanza, avanza todavía más la estupidez humana. En estos últimos años han muerto 379 personas por hacerse selfies en sitios peligrosos. La explicación de los siquiatras es que las emociones fuertes pueden más que el instinto de protección. Pues nada, qué se le va a hacer… Si la estupidez no tiene límites, servirá de poco que las autoridades contemplen acciones de prevención para cuando se produzcan los eclipses. Existe el deber de auxilio, es cierto, pero habría que ver hasta qué punto está justificado que el Estado auxilie, con el dinero de los contribuyentes, a los insensatos que decidan hacer idioteces. 

Si el Estado se ha propuesto evitar los problemas que puedan surgir por la contemplación de los eclipses, en vez de crear una comisión de expertos, para proteger a los imbéciles de sus imbecilidades, mejor sería que empezara con una campaña de vacunación intelectual, a todos los niveles, contra la estupidez. Saldría más barato y sería más eficaz.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 4 de agosto de 2025

El carrito de los helados

Milio Mariño

Mientras disfrutaba de la sombra nemorosa de un árbol viejo, la memoria se me fue al cielo y rescató del olvido el carrito de los helados. Lo citaban en el periódico y recordé que era una especie de cajón de madera, de metro y medio de largo, que tenía dos pequeñas ruedas, un varal para manejarlo y se adornaba en el centro con tres brillantes conos metálicos.

A los mandos de aquel artilugio, iba un señor que recitaba, a voz en grito: ¡Al rico helado!... Tutti frutti, vainilla, chocolate, mantecado…  

En mi memoria infantil había quedado grabada la imagen de un hombre que tiraba del carrito hasta situarlo en un sitio estratégico. Lo recuerdo como una especie de mago, vestido con una chaqueta blanca, que cogía una curiosa herramienta, la sumergía en un recipiente con agua, levantaba la tapa, introducía la mano y sacaba, por arte de magia, una bola de placer y frescura que podía llevarte a un estado de levitación alienígena.

En el periódico que estaba leyendo decían que habían cogido a alguien con el carrito del helado y me produjo una alegría tremenda. Hacía tantos años que no veía un carrito ni un heladero, qué supuse que sería noticia por la novedad de que volvieran. Pero seguí leyendo y acabé indignado ante la gran injusticia de que hayan convertido al carrito de los helados en un símbolo de culpabilidad. Por lo visto, a cualquiera que pillan haciendo algo malo dicen que lo han pillado con el carrito del helado. Han pasado de aquella frase, con las manos en la masa, a esta que tampoco tiene relación con la fechoría. Ni el panadero entonces ni el heladero ahora, han hecho méritos para que los mezclen en asuntos turbios. La única razón que se me ocurre es que quienes aluden al carrito del helado sean malos poetas que no alcanzan a componer un soneto y se conforman con un pareado. Ni el carrito ni el heladero vienen a cuento cuando se trata de sinvergüenzas, mentirosos o corruptos.

Se empeñan en confundirnos y me temo que lo están consiguiendo. Las nuevas generaciones, la gente de ahora, lo mismo piensa que el carrito del helado, tantas veces aludido, era un carrito repleto de monedas de oro, billetes de banco, chanchullos, falsos empleos para las amantes de los corruptos, comisiones ilegales, mentiras en los currículum, felonías, favores, pelotazos…  Todo lo malo que se nos ocurra y pueda caber en un carrito.

El desprestigio del carrito del helado supone una gran injusticia y es necesario restaurar su buen nombre. En otros tiempos, cuando un servidor era niño, al que pillábamos con el carrito de los helados no lo pillábamos cometiendo una fechoría sino haciendo un trabajo humilde y honrado que, seguramente, estaba mal pagado y era una mezcla de dedicación y altruismo solo comparable a otros oficios, con vocación de servicio público, como pueden ser el de castañero o barquillero.

Poner al carrito de los helados como símbolo de culpabilidad es confundir al personal y tratar de restar importancia a las tropelías de los sinvergüenzas. Dicen lo del carrito y hay gente que se lo cree. Por eso conviene insistir, si es necesario, hasta la saciedad: el carrito de los helados solo almacena helados de cucurucho y de corte. La corrupción no va en carrito, va en coche.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

 

 


lunes, 28 de julio de 2025

Superman y el Capitán Trueno

Milio Mariño

Como quien ignora que existen los calendarios, Superman ha cumplido 87 años y podría vivir, olvidado, en una residencia de ancianos si fuera una persona corriente y no un superhéroe. Pero ahí lo tenemos, sigue en la brecha y se ha adaptado a los tiempos, y a la vida y costumbres americanas, a pesar de que, en sus orígenes, fue un sin papeles.

Superman llegó a Estados Unidos, de forma ilegal, en junio de 1938, procedente del planeta Kryptón y fue adoptado y criado por dos granjeros, Martha y Jonathan Kent, que le inculcaron unos valores y principios que luego serían característicos de sus hazañas y aventuras. Desde siempre se dedicó, por entero, a luchar contra las injusticias utilizando sus superpoderes para combatir a los villanos que asolan el mundo achuchando a los más débiles.

Aunque no se mencione, parece evidente que Superman ha seguido un plan de envejecimiento activo que le permite estar en plena forma a los 87 años. En su nueva película, estrenada el pasado 11 de julio, sigue defendiendo la justicia en un mundo cada vez más cínico, que ha perdido la fe y considera que la bondad es un valor obsoleto. Nada ni nadie han conseguido apartarlo de su misión, a pesar de que cada vez es más difícil distinguir a los buenos de los malos. La confusión ha llegado a tales extremos que la ultraderecha estadounidense acaba de arremeter contra Superman, calificando su nueva película como izquierdista y promotora de las ideas y los valores de la ideología woke. Un disparate que puede ser, todavía, mayor si los Trumpistas insisten en llevar a término esa orden ejecutiva, recientemente aprobada: "Restoring Truth and Sanity to American History". Restaurar la verdad y la cordura en la historia de Estados Unidos.

Restaurar la cordura, para Trump y  los suyos, es acabar con la igualdad de derechos y volver a los tiempos de la Edad Media. Una idea con la que estarán muy de acuerdo los ultraderechistas españoles, que se ofrecerán a los yanquis para echarles una mano y hasta es posible que les propongan cambiar a Superman por El Capitán Trueno. Otro superhéroe que también lucha contra la injusticia pero, sobre todo, contra el musulmán infiel. En dicho empeño, junto con sus amigos Goliath y Crispín y al grito de: ¡Santiago y cierra España!, El Capitán Trueno ha protagonizado sus mejores hazañas.

Tal vez convenga aclarar que cuando El Capitán Trueno invoca a Santiago no se refiere a Santiago Abascal sino al apóstol Santiago el Mayor, apodado Santiago Matamoros porque intervino de forma milagrosa en favor de los cristianos cuando lucharon contra los musulmanes en la batalla de Clavijo.

A diferencia de Superman, El Capitán Trueno, no era un inmigrante sin papeles ni vino de otro planeta, nació en la España de la postguerra y en plena dictadura franquista. Su creador, Víctor Mora, quería que apareciera como defensor de los derechos humanos, concepto que, en aquel momento, no estaba bien visto por los mandamases del régimen. La censura obligaba a cambios en el guión y El Capitán Trueno no se publicaba como hubieran querido sus creadores.

Por lo que dicen de su última película, los Trumpistas pretenden con Superman lo mismo que los franquistas con El Capitán Trueno. Sería una catástrofe que lo consiguieran. Dios no lo quiera y la kryptonita tampoco.


Milio Mariño / Mi artículo de Opinión de los lunes en La Nueva España


lunes, 21 de julio de 2025

El bigote no es, solo, de hombres

Milio Mariño

Algunos amigos insisten en que, a veces, escribo lo que no debería escribir. Intimidades y vivencias que, cuando las leen, sienten vergüenza ajena. No admito reclamaciones. Escribo para desahogarme y, en cualquier caso, siempre lo hago pensando que acabarán absolviéndome. El otro día, por ejemplo, vi a una mujer con bigote y aquí me tienen contándolo.

Necesitaba contarlo. Hacía mucho tiempo que no veía a una mujer con pelo debajo de la nariz que fuera algo más que pelusa. Pues no sé, desde que era niño y veía a una anciana que vivía no muy lejos y a un par de monjas con las que mi familia tenía amistad. Por eso que ya les digo, quedé que no daba crédito. Estaba en la cola para la caja del supermercado y la señora que iba delante, una señora mayor de etnia gitana, se dio la vuelta y vi que tenía un bigote como hacía años que no veía en ninguna mujer. La señora advirtió mí sorpresa, pero no creo que no lo relacionara con su bigote sino con la exagerada cantidad de compra que había depositado sobre la cinta transportadora. Quedé tan fascinado que no podía dejar de mirarla. La solución fue cambiar las gafas normales por las de sol para no molestar.

Un rato después, cuando iba de camino a casa, recordé que hubo un tiempo en que apenas nos sorprendía que alguna mujer tuviera bigote. En realidad todas lo tienen, no es que sufrieran una mutación genética, lo que ocurre es que se depilan o lo afeitan. Ocurre otro tanto con las axilas peludas, que no desaparecieron por arte de magia sino por unos cánones que impone la sociedad y condicionan nuestra apariencia estética.  Pocos se atreven a desafiar esos cánones. Y las mujeres todavía menos. No es frecuente ver a una mujer con las piernas peludas, unas axilas pobladas y unos pelos sobre el labio superior que recuerden a Groucho Marx. 

El bigote de aquella señora llamaba la atención. Era como el bigote de la otrora famosa Frida Kahlo, pero más poblado y mayor. Lo curioso es que no se apreciaba masculinidad ni ánimo de provocar sino la inocencia de lo natural. El respeto de una mujer por las costumbres de una raza que no asume la moda paya.

Había reflexionado un poco y creía haber encontrado una explicación racional que justificaba aquella reacción de asombro y exagerada sorpresa pero, no contento con eso, decidí meterme en internet para confirmarlo.

Volví a liarla. Internet es como la selva, puedes encontrar cualquier cosa. Y  encontré lo que no esperaba. Resulta que la tendencia femenina, ahora en 2025, son los cuerpos naturales y normalizados. Es el “Body Positive”, un movimiento que promueve y alienta el bigote femenino. Una moda que está rompiendo moldes y se presenta como un nuevo símbolo de empoderamiento. Los medios digitales y escritos destacan que muchas influencers, cantantes y actrices han alzado la voz y defienden que, como el de las piernas, las ingles o las axilas, ahora lo que toca es que las mujeres no se afeiten el pelo del bigote.

Entiendo la propuesta y me parece lógica. Dejarse, o no dejarse, bigote debería ser una elección personal, no un privilegio del que solo disfruten los hombres. Si estamos por la igualdad sería injusto privar a las mujeres del derecho a no afeitarse.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 


lunes, 14 de julio de 2025

Tres islas vecinas

Milio Mariño

Hastiados por el vocerío y la inmundicia de la política, una de las cosas que podríamos hacer este verano sería pasar unos días en una isla desierta. Menudo lujo, quien pudiera, dirán ustedes. Pues cualquiera. La prisa y las lágrimas que no se lloran impiden que veamos lo que nos rodea, pero desde aquí mismo, donde vivimos, podemos acceder a una isla desierta con suma facilidad. A un paso de nuestros domicilios, sin navegar mar adentro, disponemos de tres islas que están ahí desde que el mundo bajó del cielo.

La Deva, la Ladrona y la Herbosa son islas cercanas que aportan la magia de lo desconocido y el misterio de la curiosidad insatisfecha. La Ladrona, en la misma playa de Santa María del Mar, es una isla que pasa el tiempo y no acaba de emanciparse del todo. A marea baja sigue unida a la costa por un rosario de rocas que emergen entre las olas. Luce majestuosa como una perla verde sobre el pecho de la nostalgia. Allí, en lo que tiene de isla, es donde Dolores Medio sitúa uno de los personajes de su novela “Juan sin tierra”. En la novela, el personaje dice de ella que es una isla que te llama y te llama con su voz de sal y de algas, con la canción salada de una mujer que tiene pechos de roca, cola de sirena y promete lo que no puede darte.

En “Juan sin tierra” se reproduce lo que a nivel popular se decía de La Ladrona, que es una isla que roba vidas. De ahí viene su nombre. Lo que ocurría, en realidad, era que las corrientes marinas arrastraban hasta su orilla los cadáveres de los ahogados. Pero la leyenda puede más que la realidad. Se llegó a decir, incluso, que a los pies de La Ladrona había una fosa terrible con un calamar gigante que se alimentaba de los incautos que osaban acercarse.

La Ladrona nunca pareció preocuparse por las habladurías de la gente ni porque su vecina, La Deva, tuviera mejor fama. Frente al Playón de Bayas, la isla más grande del litoral asturiano recibe su nombre de una deidad prerromana. Deva es nombre de diosa, la diosa del agua, y tal vez por eso, y por su imponente presencia, fue admirada por grandes pintores y excelentes poetas. Rubén Darío, el premio Nobel de literatura Seamus Heaney y el pintor Joaquín Sorolla, se cuentan entre sus admiradores y nos hacen partícipes de una belleza que ha sido inmortalizada en varios lienzos y poemas como “Pequeños cánticos de Asturias”, del afamado escritor irlandés.

La Herbosa es otra isla vecina que asoma un poco más lejos. Está en las inmediaciones del Cabo Peñas y fue testigo de algunos naufragios y sucesos curiosos como el protagonizado por el corsario inglés Capitán Fool, que al mando de su buque “Stag”, abordó a la delegación asturiana, encabezada por el conde de Toreno, que el 6 de junio de 1.808, acudía a Inglaterra para solicitar la intervención británica en favor de Asturias y contra el invasor Napoleón. Consumado el abordaje, y después una dura negociación, el capitán Fool aceptó, previo pago de 500 guineas, llevar a los asturianos al puerto inglés de Falmouth.

Islas ya ven que tenemos, solo falta que alguien se atreva. Aunque si quieren un consejo: solo con mirarlas vale la pena.


Mi artículo de Opinión de los lunes en La Nueva España


lunes, 7 de julio de 2025

Tonterías las justas

Milio Mariño
Cuando llega el verano, las tonterías salen de su letargo y se pasean a su antojo por los sitios que frecuentamos. Pierden la vergüenza y hacen de las suyas utilizando el calor como disculpa. Pero el calor, aunque nos amodorre, no justifica que nos volvamos idiotas. Hablo por experiencia. No saben cuánto lamento acabar como acabé hace unos días, que dije amén al discurso de un espontáneo y luego, cuando llegué a casa, me sentí cómplice de un montón de tonterías que no tenía por qué haber soportado.

Tal vez fuera por una extraña conjunción de los astros, o porque el destino, a veces, también gasta bromas, pero estaba tan tranquilo, disfrutando de una cerveza en una cómoda terraza, cuando apareció por allí un conocido y, después de saludarme, me soltó a bocajarro: Ayer comí una lubina salvaje que ni te imaginas.

No dije nada. Me encogí de hombros y seguí escuchando su discurso, que fue largo y tedioso. El caso que luego, a la noche, me dio por pensar en el pescado salvaje y me entró tal desasosiego que no conseguía pegar ojo. Se me amontonaban los temores. No paraba de preguntarme como será una lubina salvaje, si atacará dando dentelladas mortales y los pescadores correrán peligro de ser devorados cuando intentan capturarla. Estuve dándole vueltas hasta que me rindió el sueño.

Aquel predicador culinario, no crean que se limitó a comentar su experiencia con la lubina, debió darse cuenta de que había renunciado a defenderme y siguió dándome consejos. Habló de los productos de la huerta, cultivados de forma responsable, la carne de animales criados en plena selva asturiana, los huevos de gallinas emancipadas, que hacen sus cinco kilómetros diarios de footing, y una retahíla de verduras y legumbres acompañadas, todas, de su currículum vitae. Cerró su discurso diciendo que, para él, lo más importante es comer sano. Y yo callado.

Saltaba a la vista que estaba acusándome de comer porquerías, pero no me apetecía decirle lo que pensaba. Aguardaba, de forma paciente, a que él mismo se diera cuenta de sus estupideces y se corrigiera. Pero no había manera. Las tonterías han encontrado un filón inagotable en la gastronomía y lo explotan a conciencia. Hablar de comida se ha convertido en una demostración de estatus social y cualquiera se atreve a darte la chapa con un discurso sobre hallazgos culinarios que lo mismo puede incluir un plato de longaniza con patatas fritas que un chigre en la cima del Naranjo de Bulnes. Lo peor de todo es que además, para certificar su discurso, suelen sacar el móvil y enseñarte una colección de fotos.

Si lo sufrido en aquella terraza fuera un accidente fortuito el daño sería escaso. Lo grave es que ahora, en verano, hay mucha gente dispuesta a ofrecernos unos consejos gastronómicos, que algunos parecen de broma y otros merecería que lo fueran. Conviene que vigilemos nuestros silencios porque la prudencia puede llevarnos a que los descubridores de platos exquisitos y sitios dónde se come bien, y a buen precio, se envalentonen y nos acosen con un recital de tonterías insoportables.

Quienes están al tanto de las tendencias sociales dicen que, hasta hace poco, los mileuristas ahorraban para pasar unos días de vacaciones, pero que ahora lo hacen para comer en restaurantes caros y restregárnoslo por los morros. Así que ojo al dato porque el verano es largo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 30 de junio de 2025

Móviles tontos para niños listos

Milio Mariño

Por casualidad, y con sorpresa, caí en la cuenta de que soy un privilegiado. Llegue a esa conclusión después de ver a un niño de apenas tres años que llevaba un rato largo entretenido con un móvil mientras su madre charlaba con las amigas. Viéndolo, comprendí que había tenido suerte. No digo de niño, también de mayor, pues cuando era joven tampoco había móviles ni internet, solo teníamos dos canales de televisión. Entretenernos no dependía de ningún aparato sino de nosotros mismos. Y, debió ser por eso que me aficioné a leer. Leía lo que pillaba, me valía todo, incluso ciencia ficción. Así se explica que cayera en mis manos “1.984”, la famosa novela de Orwell en la que pronostica un futuro que responde a tres postulados que son para echarse a temblar: "La guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es poder".

Por aquel entonces, no debí entender el significado de aquellos pronósticos y menos que Orwell estuviera anunciando nuestra indefensión y nuestra fragilidad ante las noticias falsas y las realidades alternativas. Algo que ha dejado de ser ciencia ficción para convertirse en el pan nuestro de cada día.

Orwell era un visionario. A mediados del siglo pasado, ya vaticinaba que la educación y la cultura tendrían poca importancia. Intuía que, en un futuro, solo nos pedirían aprender las funciones básicas de un trabajo y realizarlas, sin rechistar, durante el resto de nuestras vidas. Y, en eso estamos. Aquello que dijo, que la ignorancia es poder, puede parecer una contradicción, pero no lo es si pensamos que la ignorancia del pueblo permite que los tiranos lleguen a gobernar y gobiernen como estamos viendo en Rusia, Israel y Estados Unidos.

Nos hemos acostumbrado a ser meros espectadores. Empezamos poco a poco y  ahora ya lo somos casi al tiempo que damos los primeros pasos. Y no me refiero a que los niños sean incapaces de llenar su imaginación con seres y lugares fantásticos sin necesidad de verlos en una pantalla. Todavía es peor. Los héroes contemporáneos, casi todos, son imbéciles sin escrúpulos que solo se mueven por objetivos como la fama, el poder y el dinero. No están en los libros, pero ni falta que les hace. Están al alcance de cualquier niño que, con solo deslizar el dedo por la pantalla del móvil, dispone de miles de imágenes en las que quienes aparecen como que son los buenos se dedican a matar y exterminar pueblos enteros.

 Los niños de nuestros días no conocen al Rey Arturo, ni a Robin Hood, Sandokán o Corto Maltés. Conocen a Natanyu, Putin y Trump. Unos héroes a los que no les desvela la pobreza, ni la injusticia o la suerte que puedan correr los débiles. Para ellos la bondad y la decencia son cuestiones marginales. Presumen de su incultura y alimentan el relato de que cualquiera que defienda los derechos humanos se convierte en sospechoso.

Que un niño, de apenas tres años se entretenga, absorto, mirando las imágenes de un móvil no lo imaginaba ni Orwell. No imaginaba que los niños, desde muy niños, estuvieran viendo las atrocidades de un mundo que camina hacia su destrucción. Cierto que no podemos volver atrás, pero a los niños podemos darles móviles tontos para que crezcan más listos. Móviles que no sean de última generación sino de la generación de sus abuelos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 23 de junio de 2025

Corrupción, esperanza y caridad intelectual

Milio Mariño

Hubo una época en que vivíamos desvalidos y con una sensación de desamparo que evidenciaba nuestra fragilidad. Entonces, solo nos protegían nuestras madres y, a los de buena familia, también la Guardia Civil. Pero aquella época quedó atrás, España consolidó la democracia y asombra lo protegidos que estamos y la cantidad de gente que se ofrece para salvarnos.

¿De qué? Pues de lo que haga falta: de otra dictadura, del comunismo, el fascismo, la corrupción… Cualquier peligro que nos aceche tiene que vérselas con gente comprometida que promete defendernos con todas sus fuerzas. No les hablo de gente insignificante, hablo de políticos de cualquier partido, sin excepción, y de gente que está vigilante y atenta para que todo funcione sin trampa ni cartón.

Hace cincuenta años nadie vigilada nada y así nos iba. En la época franquista había corruptos a cascoporro y hasta el propio dictador se hizo multimillonario con comisiones y prácticas ilegales, que ahora conocemos gracias al historiador Paul Preston, que lo recoge en un libro muy bien documentado.

 Lo bueno es que somos un país con suerte. Llegó la democracia y estableció férreos controles. A partir de entonces, la corrupción se empezó a vigilar con lupa. No obstante, como los vigilantes eran novatos, en 1998, apareció el caso “Juan Guerra”, que supuso el procesamiento del hermano del Vicepresidente del Gobierno, por cohecho. Los vigilantes tomaron nota, pero no pudieron impedir que unos años más tarde, en los 90, apareciera el caso “Filesa, Malesa y Time Export” por el que la coordinadora de finanzas del PSOE, Aída Álvarez, acabó siendo condenada a dos años de cárcel.

La experiencia acumulada era notable. Sin embargo, con Aznar de presidente, su vicepresidente y Ministro de Economía, Rodrigo Rato, uno de los grandes ídolos del PP  y de la elite financiera, acabó en la cárcel, por apropiación indebida, junto con una legión de altos cargos y ministros como Jaume Matas y Zapalana.

Para quienes vigilaban la corrupción, aquello ya fue la prueba del nueve. Después de aquel caso acumulaban tanta experiencia que aseguraron, con rotundidad, que no se les iba a escapar ni un caso más. En ello pusieron todo su empeño, pero todavía nos estamos preguntando cómo pudo habérseles escapado el “Caso Noos”. Un escándalo que afectaba a Iñaqui Urdangarín, su esposa la Infanta Elena y, por primera vez, a la Casa Real. No sería la última porque ya se vio lo que luego pasó con el Rey.

Aunque los vigilantes de la corrupción reconocieron que habían vuelto a fallar,  apuntaron que las nuevas tecnologías permitían establecer controles prácticamente insalvables. Podían espiar, grabar y vigilar de mil maneras distintas. Pero el afán por ejercer un mayor control debió confundirlos de tal manera que estalló el “Caso Gürtel” y no fueron capaces ni de identificar quien era M. Rajoy. El balance se saldó con el PP condenado por corrupción, 350 años de cárcel para los principales dirigentes y más de veinte casos que todavía están por juzgar.

Como no podíamos seguir así, Pedro Sánchez se ofreció para protegernos y acabar con la corrupción de una vez por todas. La cuestión es que ahora, visto lo visto, ya están hablando de que lo mismo hay que recurrir a la Inteligencia Artificial y pedirle que nos eche una mano. Habrá que pedírselo aunque solo sea por esperanza y caridad intelectual.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 16 de junio de 2025

Flores para Avilés

Milio Mariño

Escribo poco, prácticamente nada, sobre Avilés y las noticias locales. Y no será porque no me lo pidan. Les aseguro, aun a riesgo de parecer pedante, que si hiciera caso a las peticiones podría tener una sección como aquella que había en la radio de discos dedicados, solo que en este caso serían artículos. Para fulanito en el día de su cabreo, deseando que lo disfrute en compañía de sus amigos y compañeros de tertulia. Digo cabreo porque las solicitudes, prácticamente todas, son para animarme a que escriba una queja. Nunca un elogio.  

Agradezco que intenten que escriba algo que merezca la pena pero, de momento, voy a seguir en plan vagabundo. A lo que salga. Y, hoy, lo que sale es que me quito el sombrero ante un detalle que no esperaba. Desconozco la autoría, pero felicito a quien fuera que tuvo la idea de regalarnos unas pirámides de flores que no solo están frente al Ayuntamiento y en los sitios más céntricos, sino también en los barrios.

Aunque empieza a difuminarse, todavía recuerdo que, en Avilés, la moda primavera verano venía tiznada de carbonilla y humo a partes iguales. Nunca de flores. La Villa era sucia en todas las estaciones del año y la vecindad deambulaba mustia y mirando con ojos de pez. Había tristeza sin saber por qué. Y, buscando querer saber encontré que está científicamente probado que las flores provocan sonrisas. Eso me pareció advertir en El Parche cuando la gente volvía de verlas de cerca o hacerse una foto. El diagnóstico era de alegría y felicidad y de haber dejado allí un “like, que es como, ahora, dicen me gusta.

  Celebro el detalle de las flores porque las ciudades, además de los sitios donde vivimos, también son memoria. Están hechas de todo lo que recordamos, de nuestros recuerdos de la infancia, la adolescencia y también de la edad adulta. Estoy seguro de que no fue por eso, pero se me ocurrió que era un detalle precioso ponerle flores al Avilés que ya no existe. A las chimeneas y los gasómetros, los bares y los comercios que son historia. Pueden llamarme nostálgico o, simplemente, inculto pero, para mí, los comercios y los bares tienen la misma importancia que los monumentos. Forman parte de la identidad de nuestra ciudad e incluso de nosotros mismos. Son un símbolo de resistencia contra esa uniformidad mediocre que nos ha llevado a que la calle principal de cualquier ciudad de España tenga los mismos comercios que nuestra avilesina calle La Cámara.

Vayamos donde vayamos encontramos las mismas tiendas de ropa, las mismas ópticas, perfumerías, zapaterías y hasta los mismos quioscos de chuches. Ha desaparecido la esencia local. No queda nada de aquello que nos distinguía de otro lugar y hacía que fuéramos únicos.

Es probable que no sean muchos, pero algunos recordarán Precios Únicos, La Parisién, El Modelo, La Esperanza, Los Álvarez, Verano, Bar Busto, Café Colón, Toldao, Confitería Galé, Los Castros, Almacenes Pi… Yo sí los recuerdo. Tengo un rincón en mí memoria donde guardo, como un tesoro, aquel Avilés que no existe. Lo bueno es que el óxido y la roña se han desvanecido y aún me queda sitio para guardar este Avilés de flores, gente contenta y calles preciosas. Uno puede elegir como vestirse para salir de casa, pero no el paisaje que va a encontrar esa mañana.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 9 de junio de 2025

Cloacas y olor a primavera

Milio Mariño

Quien atesora más grabaciones que la vieja y muy famosa Columbia Records, el ex comisario Villarejo, dijo, en su día, que las cloacas no generan mierda, sino que contribuyen a limpiarla. Una verdad incontestable: son imprescindibles para la salubridad pública. El problema es que nadie se preocupa de limpiarlas, se atascan y luego revientan y la mierda salpica a un montón de gente. Ha pasado, ya, muchas veces y vuelve a pasar ahora. Saben que los trapos sucios no se pueden tirar por el váter, pero insisten en tirarlos y luego tiran de la cadena pensando que no quedará ni rastro. Acaban liándola porque las cañerías se obstruyen y provocan unas averías que cuesta dios y ayuda arreglarlas.  

Hay que tener cuidado con lo que se tira. Las cloacas exigen un mantenimiento y una vigilancia que no deberían descuidarse. Por ellas circula toda la porquería del poder económico-financiero, el resentimiento de algunos miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que añoran a Franco, los sumarios de los narcos y delincuentes que se extravían en los juzgados… Los bulos, las mentiras, los fondos reservados con los que pagaron a Bárbara Rey, al chófer de Bárcenas y al que se disfrazó de cura para robarle los datos, y todas las tropelías de los impresentables que trabajan de poceros limpiando las cagadas de la gente importante.

Las cloacas son un submundo que alberga, en sus entrañas, a una tribu de caraduras que actúan al margen de la ley con el pretexto de hacerlo en nombre de un bien superior. Actúan, de tapadillo, al servicio de las altas esferas que les encargan los trabajos sucios. Viene sucediendo así desde la noche de los tiempos sin que los gobiernos, tanto los de derechas como los de izquierdas, hagan nada por evitarlo. Y no crean que es algo típico y particular de España, también sucede en Estados Unidos, Francia, Alemania y todos los países con democracias estables y, teóricamente, avanzadas.

Negarlo es negar la evidencia. Las cloacas del Estado existieron, existen y seguirán existiendo por más que algunos se hagan los despistados, se rasguen las vestiduras y pongan el grito en el cielo. Que el líder de un partido político, condenado por corrupción y cuya sede ha sido remodelada con dinero negro, diga que aquí no pueden pasar estas cosas, haga un llamamiento a la gente decente y pretenda capitalizar y convencernos del valor ético de su discurso y de la intachable trayectoria moral, limpia y ejemplar de los miembros de su partido, es el colmo de la desfachatez y una desvergüenza que no cabe en cabeza humana.

Dedicarse a destapar alcantarillas, cuidándose de tapar las suyas e ignorando las que están al descubierto y pendientes de sentencia, entraña un cinismo sobrecogedor. Y es de un cinismo mayor que el promotor de semejante operación pretenda erigirse en el nuevo flautista de Hamelin.

No merecemos lo que está pasando. Es reprobable y penoso que la actividad política consista en remover las cloacas y airear porquería. Así está quedando la primavera, que en vez de oler a flores, huele que apesta. Mejor hacían propuestas para solucionar los problemas que acucian a la gente. Me refiero a todos. A los que se dedican a revolver mierda porque no saben hacer otra cosa y a los que se tapan las narices y luego se ponen colonia.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 2 de junio de 2025

La soledad avanza como negocio

Milio Mariño

Acostumbrado a viajar y pasar mucho tiempo en las grandes ciudades, vivir, de seguido, donde has nacido y estar jubilado no significa que desconectes y te importe poco lo que pasa en el mundo, pero lo ves de otro modo. La realidad que tenías a mano, ahora la tienes más lejos y ya no es lo mismo. Quedas a cuadros cuando lees que un chatbots, una plataforma que ofrece la amistad de un robot como sustituto de la compañía humana, ha recibido, el mes pasado, 194 millones de visitas.

En principio desconfías, piensas que puede ser una broma, pero luego sigues leyendo y te encuentras con una sorpresa: “La soledad es una posibilidad de negocio que podría superar los 500.000 millones de dólares en el año 2030”.

Alabado sea San Pancracio, patrono de los negocios. Para que luego digan que hay quien se hace rico a lo tonto. Mientras algunos pedimos un vino y pensamos qué nos pondrán de pincho, otros piensan como hacerse ricos. Donde usted y yo vemos gente que creemos acompañada porque no para de hablar y chatear por el móvil, otros ven que esa gente está sola y tiene un problema. Ven que hay chollo donde algunos no vemos tres en un burro.

Supe después, por un estudio de la Universidad de Comillas, que el 21% de los españoles se siente solo y el 44% siente la soledad de forma indirecta. Varios sociólogos y sicólogos sociales coinciden en que asistimos a un silencioso cambio en la conformación de la sociedad y que la unidad familiar que conocemos, formada por padres, hijos y abuelos, ya es historia. La familia sigue existiendo, pero se está llevando a cabo un proceso de individualización en el que cada vez más gente vive sola y su relación afectiva es menor.

Por lo visto, no solo los viejos echan en falta el mayor afecto, amparo y seguridad que da la familia, hay jóvenes y personas de mediana edad que presumen de vivir solas, intentan ocupar su tiempo libre con actividades lúdicas como los cursos de cocina, el bricolaje, el senderismo o partirse el culo en el gimnasio y luego, cuando llegan a casa, sienten el peso de la soledad.

 La soledad empieza a ser un problema. Por eso los chinos, que están en todo, hace tiempo que trabajan en la producción de robots empáticos de acompañamiento con los que puedes hablar, discutir y jugar al mus, amén de otras funciones como avisarte para que tomes la pastilla o avisar al 112 si ven que bizqueas y abres la boca como un hipopótamo.

Es triste imaginar que podemos acabar nuestros días sentados en el sofá y charlando con un robot. Tenemos, a nuestra disposición, más medios que nunca para comunicarnos y cada vez estamos más solos. La soledad se está extendiendo como una plaga y abarca todas las edades y clases sociales, sin distinción.

No se trata de algo que llegará, es algo que ya está aquí y convendría tomarlo en serio para ponerle remedio. Lo que me deja perplejo es que en lugar de aconsejarnos que cambiemos nuestra forma de vida, que volvamos a conectar con la familia y seamos más amables, tolerantes y generosos, lo que hacen es avisarnos de que la soledad se perfila como un gran negocio que, si estamos al loro, puede reportarnos pingues beneficios.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 26 de mayo de 2025

La maldad se dio un festival

Milio Mariño

Como de aprovechados está el mundo lleno y en España estamos que no caben más, hubo quien aprovechó nuestro fracaso en Eurovisión para endosárselo a Pedro Sánchez. Que, al pobre, ya era lo que le faltaba, que lo acusen de cantar peor que Feijoo. No lo acusan del asesinato de John F. Kennedy porque aún no había nacido, pero quien sabe si la jueza de Badajoz o el juez Peinado no encontrarán algún familiar suyo que estuviera en Dallas por aquellas fechas y coincidiera en un bar con Lee Harvey Oswald.

Nuestro fracaso en Eurovisión está siendo muy celebrado por los patriotas que acuñaron aquella famosa frase: “que caiga España que ya la levantaremos nosotros”. Andan a la caza de cualquier mala noticia para lanzarla cual cascara de plátano, a ver si el Gobierno resbala y se da un leñazo que lo obligue a convocar elecciones. Recurren a lo que haga falta y, en este caso, a un Festival donde gran parte del voto del público fue movilizado y capitalizado por la ultraderecha que, incluso, se permitió el lujo de comprar votos. Lo sabemos porque ellos mismo lo dijeron. La Presidenta de “OK Diario” Pilar R. Losantos, dos horas antes de que empezara la gala, presumía en Twitter de haber gastado 21,80 euros, que era lo que costaba votar 20 veces la misma canción. Dijo que habían sido los 21 euros mejor invertidos del año. También Ester Muñoz, vicesecretaria del PP, confesaba que había hecho lo mismo y se vanagloriaba de semejante hazaña.

A esto hemos llegado. Parece mentira qué quienes presumen de su amor por la patria celebren que España haya quedado penúltima en Eurovisión. Visto lo visto, yo también lo celebro, pero por un motivo distinto. Dado que la música y las canciones eran lo de menos y lo que se votaba era si aceptabamos que Israel matara a 62.000 personas, incluidos 15.000 niños, y siguiera arrasando Gaza y matando de hambre a los que quedan, pensé que era una buena noticia que Melody quedara de las últimas en el ranking de los verdugos.

Hoy por hoy, mostrar simpatía por lo que está haciendo Israel es una falta de humanidad que no se concibe en nadie medianamente civilizado, por muy fanático que sea. La pretendida bofetada, que dicen los que votaron a Israel, dieron los españoles a Pedro Sánchez, fue una bofetada a la decencia y los derechos humanos. No vale restarle importancia y decir, ahora, que se trataba de un simple festival de la canción. En principio, eso creíamos pero lo convirtieron en otra cosa.

Quienes presumen y se jactan de haber votado a Israel, porque era lo que molestaba al gobierno, dejan bien a las claras que lo suyo es pura maldad. Hay cosas que nada tienen que ver con ser de izquierdas o de derechas, que solo requieren un mínimo de decencia, un poco humanidad y un par de neuronas. Apoyar y respaldar el exterminio de un pueblo y el asesinato de miles de niños porque molesta al Gobierno, es para hacérselo mirar. Supone una desfachatez que, además de vergüenza ajena, produce estupor e incredulidad.

España es un país mucho más sabio, decente y humano de lo que imaginan y pretenden algunos. Esta jugarreta de la que tanto presumen, ojala les salga al revés y se vuelva contra ellos mismos.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 19 de mayo de 2025

El caos o nosotros

Milio Mariño

Vivimos a una velocidad que no está controlada por radar. Si nuestro cerebro pusiera cámaras y nos multara cada vez que vamos a más de 120 por hora no ganaríamos para sanciones. Siempre vamos con prisa. Comemos, casi, sin masticar, hablamos por el móvil mientras hacemos otra cosa, contestamos el WhatsApp de forma inmediata y, cuando estamos en el supermercado, contamos la cantidad de artículos que lleva cada cliente y el número de personas para elegir la cola más rápida. Somos esclavos del todo hay que hacerlo ahora mismo. Esperar que el semáforo se ponga en verde nos inquieta y nos parece una pérdida de tiempo.

 Así estamos. Mucho presumir de que somos libres y la prisa nos está sometiendo a una tiranía y una irracionalidad que nos convierte en títeres. Un tren se retrasa unas horas y ya hay quienes hablan de que España es un caos y nada funciona.  

Los impulsores de este relato, un remedo de la peor ciencia ficción, saben que no es verdad, pero hay quien lo compra. Hay quien está al acecho y lo presenta como una espiral incontrolable que nos aboca a una catástrofe nacional. En cambio, si a usted le sale un forúnculo en el ano, tiene que ir a todas partes con un flotador de playa para poder sentarse y no le dan cita hasta el año que viene por estas fechas, no pasa nada. Lo suyo no tiene importancia. Ahora, que alguien de Madrid quiera ir a la Feria de Abril de Sevilla y el tren se retrase dos horas es como para montar en cólera, invocar el caos y pedir que dimita el Ministro de transportes.

El despropósito es de una comicidad que firmaría cualquier humorista del club de la comedia. Hay tal empeño en convencernos de que, por culpa de este Gobierno, España es un caos, que no se privan de recurrir a lo anecdótico y elevarlo a la categoría de tragedia. Sólo la fe y el buen humor pueden salvarnos de semejante despropósito. La fe nos ayuda a pensar que la gente no es tonta, y se da cuenta del engaño, y el humor nos permite sobrellevar estos episodios tomándolos a broma.

No cabe otra. El cinismo está de moda y la prisa se ha convertido en nuestro principal estilo de vida. Si los juntamos y prescindimos de pensar con un mínimo de sensatez, ocurre lo que ha ocurrido hace poco, que se menosprecia la inteligencia en favor de una apología del caos que solo está en la cabeza del que asó la manteca.

Viene que ni pintado recordar aquella famosa viñeta de El Roto que aparecía, en 1975, en la portada de la revista Hermano Lobo. “Nosotros o el caos”, decía un señor importante desde una tribuna. El caos, el caos, gritaba la gente.

Invocar el caos, ante el menor contratiempo, pone en evidencia a quienes lo invocan. Están exigiendo vivir en un país y un mundo idílico que no existe. Es imposible que alguien pueda acabar con las injusticias, la adversidad y los problemas de la vida diaria. Que muera el Papa, se produzca un apagón o los trenes se retrasen unas horas no alcanza para alimentar la incertidumbre, sembrar el pánico y tratar de obtener una rentabilidad política. Solo sirve para crear malestar y hacer daño. Algo de lo que nadie debería sentirse orgulloso.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 12 de mayo de 2025

Comer como un cura

Milio Mariño

El abrumador despliegue mediático en torno a la elección del Papa y la expectación que se creó sobre si supondría un cambio o una continuidad, fueron propicios para avivar viejos recuerdos relacionados con el clero. También ayudaron otras noticias como que los cocineros y camareros seleccionados para atender a los Cardenales del cónclave, tuvieran que firmar, previamente, un juramento  de confidencialidad. Requisito que no impidió que supiéramos que los menús debían ser frugales para evitar que sus eminencias pudieran verse afectados por incomodas flatulencias que, al decir de Quevedo, son aire que sale por un descuido y vaga como alma en pena.

Coincidiendo con las revelaciones sobre el menú, el diario “Corriera della Sera” nos puso al tanto de unas declaraciones del arzobispo jubilado Anselmo Guido Pecorari en las que decía que un cardenal extranjero, del que omitía su nombre por amistad, había invitado a otros colegas a su habitación, después de cenar, y habían consumido todos los licores del minibar, creyendo que eran gratis. Decisión de la que se arrepintió, al día siguiente, cuando vio que los cargaban en su cuenta.

Esta anécdota y lo que se dijo sobre la frugalidad de las comidas que sirvieron en el cónclave, nos llevan a la fama que tuvieron los curas en cuanto al buen comer y la buena vida. La antigua y popular frase: comí como un cura, se atribuye a un episodio ocurrido en Santiago de Compostela a principio de los años cincuenta. Entonces eran tiempos de escasez y comer mucho y bien en un restaurante estaba al alcance de pocos y sucedía en ocasiones muy especiales. Así fue que un comensal dijo en voz alta comí como un cura y se encontró con una respuesta inesperada: ¡Querrá decir que comió como un animal de bellota!, dijo un cura desde otra mesa. Viene a ser lo mismo, no advierto la diferencia, respondió el aludido.

Los curas, los obispos y, especialmente, los cardenales tienen fama de saber elegir con esmero los placeres de la mesa, incluido el buen vino. La expresión “boccato di cardinale”, que usamos para referirnos a un bocado exquisito, viene de su boca, no de la nuestra. Certifica que la cocina vaticana ha brillado, durante más de veinte siglos, por su excelencia y por encima de cualquier moda. En el Vaticano siempre se ha comido lo mejor de lo mejor. Algo que no tiene que ver con la gula, sino con la calidad. Por eso no se considera pecado que a la jerarquía eclesiástica le guste comer bien. El sobrepeso, que suele ser común en el ámbito sacerdotal, puede suponer un riesgo cardiovascular, pero en ningún modo impide el buen ejercicio de la acción pastoral.

Cuesta entender que insistieran en la sobriedad de la comida de sus eminencias. Más que de un cónclave parecía que fueran menús de hospital.  Alguien debió pensar que la cocina es buen lugar para el diablo y mejor evitar tentaciones. Mejor que no pase lo que, cuentan, le pasó a un cura que comió una suculenta fabada y, a eso de la media tarde, tuvo que sentarse a confesar. Lo intentó con todas sus fuerzas, pero el gas pudo más que su voluntad y una señora, que acaba de arrodillarse en el confesionario, dijo: Por Dios, que mal huele aquí. Son sus pecados, señora, respondió el cura. Trae usted unos pecados que huelen fatal.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España