lunes, 14 de abril de 2025

El kit de la cuestión

Milio Mariño

Ahora que nos hemos recobrado del susto es oportuno apuntar que, como en todos los Apocalipsis que nos han precedido a lo largo y ancho de la historia, en este que patrocina Trump y anuncia la Unión Europea, también habrá vida después de la tragedia. Cae de cajón. Si no la hubiera, Úrsula von der Leyen no nos recomendaría  un kit de supervivencia. El mundo se iría a la mierda y nosotros con él. Así que mejor aparcamos los arrebatos y las soluciones tipo inventos del TBO y nos hacemos a la idea de que estamos en el umbral de un momento histórico que dará paso al siguiente. Eso es todo.

Acepto que no es poco, pero allá cada cual como entienda el kit de la cuestión. Sirve lo mismo para los que se creen muy listos y ya tienen el kit en su mochila como para quienes nos consideramos gente normal y creemos que nos toman por idiotas.

Anuncian el Apocalipsis y se quedan tan tranquilos. Si por lo menos dijeran la fecha, nos daría tiempo a fundir nuestros ahorros y disfrutar a tope hasta que nos llegue la hora. Pero no dan pistas. Lo cual confirma lo dicho. La invitación a que preparemos un kit de supervivencia es una forma de meternos miedo para que nos vayamos haciendo a la idea de que viviremos peor. Ese es el quid y no el otro, pero nos subestiman de tal manera que ni siquiera se molestan en discurrir algo que tenga sentido. Piensan que así, por las buenas, vamos a creer que podemos sobrevivir a una catástrofe bélica, económica, natural o sanitaria con la fotocopia del DNI, un poco de dinero en efectivo, una caja de paracetamol, un transistor, una linterna, una navaja suiza y dos o tres botellas de agua.

La culpa es nuestra. Llevamos demasiado tiempo creyendo todo lo que nos dicen. En lugar de pedirles cuentas y preguntar a qué viene amenazarnos con el Apocalipsis, nos enzarzamos en discusiones tontas sobre sí no sería mejor incluir tres latas de fabada, un rollo de papel higiénico y el cargador del móvil. Es de locos. La histeria se ha apoderado de nosotros y nos tiene sorbido el coco. Hemos caído en la trampa de activar el modo automático y ya ni pensamos.

Nos manejan como quieren. Hasta hace poco, sobrevivir significaba la angustia de muchas familias que hacían equilibrios, y a veces milagros, para llegar a fin de mes, pero hora, después del kit, ya significa otra cosa. Ahora, sobrevivir significa que tendremos que prescindir de lo que considerábamos básico para ir tirando y arreglarnos, solo, con lo imprescindible.

Menudo descubrimiento dirán los que venían haciendo eso mismo desde hace años. Exacto, pero el anuncio es otra vuelta de tuerca. La sugerencia del kit no es inocente, es para que nos vayamos haciendo a la idea de que, a cambio de seguir vivos, tendremos que vivir peor. Y, no se lo pierdan, pretenden que les estemos agradecidos por habernos avisado.

Esperaba otra cosa de la Unión Europea. Creía que sí, de verdad, vaticinan un Apocalipsis y entienden que estamos al borde de la catástrofe, nos tranquilizarían con un kit de supervivencia que incluyera empleos y salarios decentes, viviendas accesibles, pensiones dignas y una sanidad pública sin listas de espera. Sobrevivir con menos igual no merece la pena.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 7 de abril de 2025

La muerte confirma que había vida en la mina

Milio Mariño

De la vida me acuerdo, pero dónde está, se preguntaba Gil de Biedma en uno de sus poemas. La pregunta es complicada y difícil de responder. Creemos que vamos hacia adelante, pero quien sabe si la vida no está en el pasado. Allí estuvo y, lo mismo, allí se quedó. Algunas veces vuelve cuando no podemos dormir y apelamos a los recuerdos y otras cuando nos despertamos con noticias como la de los cinco mineros que fallecieron en la mina de Cerredo. Entonces nos damos cuenta de que morir es parte de la vida y también de que quienes rodean los féretros y consuelan a las familias se están consolando a ellos mismos.

Sorprende, y no debería, la solidaridad de los mineros. Se fragua en la naturaleza de su trabajo y en qué su vida depende del compañero. Esa cercanía crea un vínculo indestructible. Los hace más fuertes. Perciben el peligro y sienten miedo, pero son valientes sin saberlo.  

Hablando de los cinco mineros que fallecieron en Degaña, la Vicepresidenta y Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, dijo que en el siglo XXI nadie debería morir así. Estoy de acuerdo. Todos creíamos que la minería y los mineros del carbón eran cosa del pasado. En el año 2010, cumpliendo órdenes de Bruselas, el Gobierno decretó el cierre de todas las minas no competitivas, que era como se consideraban las de carbón. En Asturias recordamos aquellas fechas por las huelgas, manifestaciones, enfrentamientos con la policía, cortes de carretera y, al final, lágrimas y resignación. Los mineros recibieron el definitivo golpe de gracia y la sociedad se apresuró a pasar página. Tres décadas atrás había 50.000 mineros y se pasaba, prácticamente, a ninguno. Se cerraba una época y no faltaron algunos reproches porque decían que los despedidos percibían unas indemnizaciones y unos subsidios demasiado elevados.

Poco tardó Bruselas en corregir aquella decisión que parecía definitiva. A finales del siglo XX la minería se veía antigua y prescindible, pero para sorpresa de  los incautos, entre los que me incluyo, que creíamos que en el siglo XXI era lógico que las minas desaparecieran, resulta que les hicieron un lifting y nos las devolvieron con otra cara y un nombre distinto. Hablaban de tierras raras y nos mirábamos con asombro porque no sabíamos de qué se trataba. No sabíamos que la minería había vuelto de tapadillo.

Ni las autoridades, ni los medios, informaron de que la minería volvía a primera línea por la necesidad que tiene Europa de extraer minerales estratégicos. A la chita callando, se dieron autorizaciones, y dinero público, para abrir, de nuevo, las minas con la excusa de investigar la presencia de minerales susceptibles de ser extraídos. Sin mencionar las minas ni, por supuesto, a los mineros empezamos a oír que el bienestar del futuro pasaba por extraer minerales que desconocíamos que existieran como el cerio, el europio, o el iterbio. Esgrimiendo esa excusa, una empresa, Blue Solving, contaba con dos licencias para trabajar en la mina de Cerredo, en Degaña, entre las que no figuraba la extracción de carbón.

Nadie imaginaba que el trabajo de minero hubiera resucitado y vuelto a la vida. De la vida me acuerdo pero dónde está, se preguntaba el poeta. Ahora lo sabemos. Esta donde estuvo. Había vuelto a la mina y fue la muerte quien nos avisó de la triste noticia.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 31 de marzo de 2025

El silencio de los árboles

Milio Mariño

Cuando estaba dándole vueltas a qué escribir esta semana recordé que hace diez días, el pasado 21 de marzo, se celebró el Día mundial del Árbol. No soy muy dado a estas celebraciones, pero mientras desayunaba leí la noticia y no pude refrenar el impulso de acariciar unos árboles que plantó mi bisabuelo, un peral y tres higueras, que siguen vivos y, según pude comprobar, fieles a la tradición de reverdecer en primavera.

Pasé la mano por la corteza, noté los estragos de la vejez y me estremecí de la cabeza a los pies. Pero luego miré las ramas y vi que ya empiezan a sonreír, a su silvestre manera. Fue un alivio. Dicen que, a nivel mental, es muy recomendable abrazar un árbol porque mejora los estados de depresión, cura la ansiedad y ayuda a que liberemos los pensamientos negativos, pero no me gusta la arboterapia. Creo que es injusto que utilicemos los árboles para traspasarles nuestras miserias.  Así que, ya digo, prefiero acariciarlos.

Estos árboles, de los que hablo y presumo, los he recibido en herencia. Aún con eso, casi que no me atrevo a decir que son míos porque pertenecen a la memoria de mis antepasados y a los miles de pájaros que, a lo largo de estos años, los habrán entretenido y acompañado. Me limito a quererlos y los disfruto por más que confesar estas cosas suponga una debilidad woke que tal vez se asocie con la defensa del medio ambiente y el sentimentalismo. No me importa. Siempre que puedo me apunto a las emociones de los pequeños actos cotidianos. Sigue asombrándome que, cada año, vuelva la primavera incluso donde hay horror y el dolor campa a sus anchas cómo es el caso de Gaza.  

No sé si estarán al tanto de que Israel, además de matar a miles de Palestinos, también está matando miles de olivos. Los soldados tienen orden de destruirlos y, al parecer, sienten predilección por los más viejos. La explicación de los altos mandos militares es que tienen que hacerlo por razones de seguridad.

Se entiende mal que los árboles sean un peligro. Talarlos o arrancarlos de cuajo supone aumentar la tragedia. Las familias palestinas, además de perder a padres, madres, hijos y abuelos, también están perdiendo a sus árboles queridos. Lo cuenta una niña en el documental de Stefano Savona que logró el premio en el Festival de Cannes. “Aquí mismo había una gran higuera y los niños subíamos a coger fruta”. ”Eran los árboles de nuestros antepasados y los están destruyendo todos, pero volveremos a plantarlos”. Dice otro niño.

Será difícil que lo consigan. Cuando acabe la guerra, que acabará, alguien se arremangará por encima del codo, limpiará los escombros, barrerá el polvo y dejará las ruinas como un solar limpio para que venga otro y haga realidad el sueño profético de construir un resort de lujo. Será lo que suceda y, seguramente, no lo veremos porque las televisiones se habrán ido y estarán retransmitiendo otra guerra.

 Quienes se encargan de llevar las cuentas dicen que, en Gaza, llevan contados más de 50.000 muertos. Eso sin contar los árboles, que también son seres vivos. Pero, si no hay señales de dolor ni siquiera de sorpresa por las personas que mueren pidiendo auxilio a gritos tampoco debería extrañarnos que nadie mueva un dedo por los árboles que mueren en silencio.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 24 de marzo de 2025

El proscrito caperucito

Milio Mariño

Una de las primeras medidas de las que se vanaglorió Elon Musk, en el estreno de su flamante Departamento de Eficiencia Gubernamental, fue la de descubrir que Estados Unidos había gastado 50 millones de dólares en condones para Gaza. Un despilfarro inaceptable del dinero de los contribuyentes, afirmó enfadado. Pero luego, ante las preguntas de los periodistas, a los que no les salían las cuentas, dado que cada caperucito cuesta menos de un dólar y el resultado era una cifra escalofriante, dijo que los preservativos estaban siendo utilizados por militantes de Hamás como globos para lanzar explosivos contra Israel.

Costaba creerlo. Y resultó que era mentira. Estados Unidos no había gastado 50 millones de dólares en condones para Gaza sino 50.000 dólares en una campaña de prevención contra el Sida en Mozambique.

Cuando Musk se vio acorralado, intentó salir del paso con el dato de que los condones comprados por Joe Biden eran Magnum, una marca de gran tamaño, un 30% más que los normales, y añadió que eso facilitaba la labor de los terroristas a la hora de usarlos como globos explosivos.

Aunque Musk dice muchas mentiras, lo del tamaño, es posible que fuera verdad. No sé si estarán al tanto, pero hace tiempo que los condones se comercializan cómo los trajes a medida. Los hay de 60 tallas distintas que son el resultado de combinar diez tamaños de largo por nueve de circunferencia.

Sobre este tema, el New York Times llegó a publicar una página en su dominical y nombraba a la Fundación de Bill y Melinda Gates como principales impulsores de la iniciativa para mejorar los condones, fabricándolos por tallas y con hidrogel elástico, un producto que ayuda a una erección más prolongada y a disfrutar prescindiendo de la marcha atrás.

Curiosamente, y sin pretenderlo, Musk aportaba argumentos a la eficiencia gubernamental. Si su objetivo es que no se malgaste el dinero público, hubiera sido un despilfarro que Estados Unidos comprara condones a granel y los destinatarios no pudieran usarlos por resultar cortos, estrechos o ambas cosas a la vez. Lo mismo que no todas las cabezas son iguales y existen tallas para los sombreros es razonable que los condones también las tengan, atendiendo al tamaño de la anatomía del usuario.

El gasto de la millonada en condones no sé produjo, pero la polémica sirvió para que Trump y su amigo Musk asestaran un duro golpe a la lucha contra el Sida. Apelando al ahorro, cancelaron la financiación de condones que estaba prevista para Etiopia, Costa de Marfil, El Congo y Nigeria, que son los países que lideran la disminución de las infecciones por VIH. Unas infecciones que han aumentado en los países más desarrollados debido a que el uso de condones está decayendo. Nuestros jóvenes usan el condón cada vez menos y no parece que sea por cuestiones de ahorro. Así que lamentaría que tuviera algo que ver la iniciativa impulsada por la fundación de Bill y Melinda Gates.

Me explico. En los ya lejanos tiempos de mi juventud, a los jóvenes nos daba mucho apuro entrar en una farmacia y pedir condones. Algo que, supongo, habrán superado, pero como ahora los venden por tallas igual volvemos a lo de antes. De todas maneras, lo tienen fácil. Pueden pedir, a gritos, una caja tamaño 3XL y otra, tamaño L, en voz baja, diciendo que son para un amigo.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 17 de marzo de 2025

Esta primavera florecen las armas

Milio Mariño

La guerra ha dejado de ser algo que ocurrió en un pasado remoto, hace ya muchos años, para convertirse en el problema de nuestros días. En un temor, hasta ahora, desconocido por los más jóvenes, vivido por los más viejos, de los que ya quedan pocos, y presente en la infancia de los que crecimos oyendo hablar en voz baja de las atrocidades que contaban nuestros padres y nuestros abuelos. Relatos de crueldad, hambre y miseria que contrastaban con las películas que veíamos de niños y trataban de unas guerras que siempre eran en legítima defensa, unos ejércitos que se portaban de forma humanitaria y unos soldados, hijos de familias humildes, que ascendían a sargentos y se jubilaban de generales, respirando muy malamente por el peso de las medallas.  

La historia y la realidad siempre han sido manipuladas, no es un invento de ahora. Lo de ahora es que la manipulación se utiliza a diario para embaucarnos y hacernos creer que es verdad lo que no es. Un empeño que, en este momento, tiene como objetivo convencernos de que estamos en peligro y hay de nosotros si nos quedamos solos y no asumimos el enorme gasto militar que proponen para que podamos vivir tranquilos.

 En esas estamos. Esta primavera florecen las armas abonadas con el argumento de que lo más importante ya no es seguir mejorando la sanidad, la educación, los servicios sociales y la lucha contra el cambio climático. Ahora, lo importante, lo primero y principal, es conseguir que el ejército aumente su capacidad de matar. Un objetivo que habíamos descuidado hasta el punto de que utilizábamos a los soldados para que ayudaran en los incendios, las inundaciones y las catástrofes de todo tipo.

Si pudiera colarme en uno de esos grandes edificios desde los que se dirige el mundo, acercarme a la puerta de un despacho importante y mirar por el ojo de la cerradura, seguramente vería a un pez gordo con los pies encima de la mesa, riéndose a carcajadas y presumiendo de lo fácil que es engañarnos y meternos el miedo en el cuerpo.

Es tan fácil que ya lo han conseguido. No se habla de otra cosa. El delirio militarista es portada en las televisiones y los periódicos. También que Úrsula Von der Leyen, la presidenta, ha lanzado la propuesta de movilizar 800.000 millones de euros para financiar el rearme de la Unión Europea. Y, para que no queden dudas, ha explicado cómo puede hacerse.

Las inversiones en armamento no computarán para el techo de gasto ni como deuda pública de los Estados; se eliminará el Impuesto de Valor Añadido (IVA) y los impuestos especiales en las transacciones de armas en el mercado intracomunitario y el Banco Central Europeo emitirá eurobonos con la finalidad de que los Estados miembros puedan realizar compras conjuntas de armas.

Todo facilidades. Así que no valen escusas. Ningún país podrá escaquearse y quedar al margen de la vorágine belicista. Volvemos a la guerra absurda que contaba, como nadie, aquel gran filósofo que era Gila y con el que tanto nos reímos. Ahora acabaremos llorando porque, después de la crisis financiera de 2008, se avecina otra que también pagaremos nosotros. Y, como siempre, será por nuestro bien. Si queremos seguir viviendo tranquilos tenemos que pagar para que nos defiendan. No sabemos de quién, pero seguramente será de los mismos que nos vendan las armas.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 10 de marzo de 2025

Inteligentes y guapas

Milio Mariño

Algunos estudiosos del delirio lo definen como una particular configuración de la realidad que puede alcanzar creencias irracionales. Desvaríos en los que es fácil incurrir cuando idealizamos una postura. Imbuidos por esa euforia aceptamos cualquier cosa aunque tengamos dudas de que sea lo más conveniente. Y, lo que es peor, prescindimos de nuestro criterio, nos dejamos llevar y acabamos haciendo caso de los que se erigen en guardianes de las esencias y nos indican cómo tenemos que mirar. Cuestión harto peligrosa porque, como decía Campoamor, todo es según el color del cristal con que se mira. Y hay cosas que, dependiendo de cómo se miren, podemos ensuciarlas.

Sin pensarlo mucho, se me ocurre una. Hace unos días, leí que un periodista le había dicho a Yolanda Díaz que cada día estaba más guapa y la vicepresidenta reaccionó quejándose de que había sido víctima de un comentario machista.

Tuve que volver a leerlo porque se me aparecía Forrest Gump diciendo aquello que decía su madre: tonto es el que hace tonterías. Reflexión que viene al caso porque la tontería no tiene que ver con el cargo ni con el coeficiente intelectual, sino con lo que hace o dice la persona. Y, en este sentido, la queja de Yolanda Díaz, dicho sea con todo el respeto, me parece una tontería. Machismo sería que la llamara fea, pero no creo que ninguna mujer tenga razones para sentirse ofendida porque la llamen guapa. Bueno, a no ser que no tolere la mentira y considere que hay que decir la verdad aunque duela.

Abundan quienes juzgan cualquier comentario como si su minúscula visión del mundo fuera única e indiscutible. Sí el periodista, en vez de decirle a Yolanda que cada día está más guapa, le hubiera dicho que cada día es más inteligente, aunque también sea mentira, es posible que no se hubiera ofendido. Tal vez lo prefiera a pesar de que seguramente sabe lo que antaño nos decían a los niños feos, y por supuesto a las niñas, cuando al vernos se santiguaban y volvían a mirarnos con ojos incrédulos. Corregían el desliz con la perversidad de transformar en valía personal lo que la naturaleza nos había negado. Decían que se notaba en la cara que éramos muy inteligentes.

Acertaban. Las cosas, depende de cómo se miren. Hay quien considera de mal gusto elogiar las cualidades físicas de una mujer porque piensa que si le dice guapa lo mismo entiende que la llama tonta.

Estoy de acuerdo en que, en una sociedad que pretende ser igualitaria, es de una superficialidad inaceptable que la belleza de una mujer prime por encima de otras cualidades, pero llegar a considerar que es incompatible con la inteligencia y el feminismo supone un delirio. No creo que ninguna mujer defienda mejor sus derechos diciendo que le ofende que la llamen guapa. La sensatez nos alerta de que no debemos sucumbir a esa simpleza.

Yolanda Díaz aprovechó que la llamaron guapa para sentirse agraviada y situarse del lado de las víctimas. Ella sabrá, pero la suya es una postura que hace más daño que ayuda. Salvo raras excepciones, a las mujeres, y los hombres, nos gusta que nos digan cosas bonitas. Incluso sabiendo que es un cumplido puede alegrarnos el día. Por eso digo que las mujeres, todas las mujeres, son inteligentes y guapas. Y allá quien se ofenda, no pienso enfadarme si me llama machista.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 3 de marzo de 2025

Los Bancos deben y no pagan

Milio Mariño

Aunque soy abuelo desde hace tiempo, hay cosas que no se me olvidan. Por ejemplo, que los Bancos me deben dinero. No se rían, tengo testigos. Mariano Rajoy y Luis de Guindos que, gracias a dios, siguen vivos me dijeron más de una vez, y de dos, que no me preocupara, que los 43.000 millones de euros, de nuestros bolsillos, que el Estado había prestado a los Bancos no eran a fondo perdido. Que, las entidades bancarias, no solo devolverían ese dinero si no que, además, lo harían con intereses.

No hablo de cualquiera, me refiero a dos personas como el entonces Presidente del Gobierno y su Ministro de Economía, que ahora es Vicepresidente del Banco Central Europeo. Así que estaba tranquilo. Cierto que iba pasando el tiempo y no había noticias de que los Bancos devolvieran nada, pero que gente tan importante empeñara su palabra disipaba todas mis dudas. Además, de verdad se lo digo, soy un buen tipo. Si quien que me debe dinero está pasando por un mal momento prefiero esperar antes que ponerle la soga al cuello.

La cuestión es que ser bueno no significa que a uno le guste hacer el canelo. Han pasado trece años y los Bancos han devuelto 6.000 millones de los 60.000 en los que se ha puesto el préstamo si sumamos los intereses. La deuda es importante y, como no pagan, sigue creciendo. Por eso que tampoco quiero engañarles, ya empezaba a mosquearme. Me mantenía callado porque pensaba que igual seguían teniendo dificultades, pero salí de dudas cuando los portavoces del BBVA, el Santander, el Sabadell y La Caixa, uno tras otro, fueron convocando ruedas de prensa y dijeron, muy orgullosos, que 2024 había sido el mejor año de su historia, que la banca había tenido un beneficio record de 32.000 millones de euros.

Quedé que no daba crédito. Me acordé del pufo y estallé a gritos: En vez de presumir mejor pagabais lo que debéis. Cualquier persona decente se siente mal y agacha la cabeza, cuándo debe dinero y no paga. Hay que tener mucha cara para presumir de ganar miles de millones y no liquidar las deudas.

Estaba muy cabreado. El primer impulso, lo primero que se me ocurrió, fue empezar a llamarlos por teléfono a la hora de comer y la hora de la siesta, que es lo que hacen ellos con quienes tienen una hipoteca y no pagan. Luego comprendí que igual servía de desahogo pero no arreglaba nada.

Más en frio, pensé en la intimidación, que también es lo que suelen hacer los Bancos con quienes les deben dinero. No en la intimidación física, por supuesto, me refiero a la psicológica. A machacarlos con la amenaza de que les va a caer el pelo, pues el ordenamiento jurídico me ampara ya que sería un abuso de derecho sin precedentes que los Bancos pudieran reclamarme una deuda y yo no pudiera hacer lo mismo cuando son ellos los que deben.

 Acabé con la cabeza como un cencerro y un dolor de aquí te espero. No sabía si ir directamente al juzgado y poner una denuncia o recurrir a Manos Limpias o los Abogados Cristianos, que últimamente están trabajando a destajo y consiguen lo que nadie había conseguido. Pero me está costando decidirme. Así que, al final, mucho me temo que haré lo que ustedes. No haré nada.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 24 de febrero de 2025

El rotulador, la gorra y un niño

Milio Mariño

Acaba febrero, que tiene fama de loco, y nos deja la imagen de Donald Trump en la Casa Blanca, firmando decretos con un rotulador negro, en compañía de Elon Musk y su hijo. Una escena que pasará a la historia y confirma lo que algunos ya sospechábamos, que Trump y Musk son pareja de hecho y piensan gobernar el mundo en modo matrimonio antiguo. Musk se encargará de los asuntos domésticos, de barrer y limpiar funcionarios, y Trump de ganarse el sueldo haciendo negocios.

Era lo esperado. El idilio que estaban viviendo solo podía acabar en boda y las pretensiones de la pareja no podían ser otras que devolvernos al pasado y plantear el futuro reinventando el fascismo. La novedad, si acaso, es el rotulador negro, el niño en el despacho y que los mandamases aparezcan en público luciendo una gorra que se ha convertido en el símbolo de la nueva política, como en su día lo fue la hoz y el martillo de Rusia y el comunismo.

Son libres de vestir como quieran pero, si nos atenemos a la política social y económica que están firmando, lo coherente sería que Musk y Trump usaran sombrero. En cambio han elegido la gorra, una prenda que, con visera o sin ella, identificamos con el mundo rural y la gente del campo. Gente humilde que justifica su uso como recurso para protegerse del sol en verano y el frio en invierno. No es el caso de Musk y Trump, que se sospecha deben hacerlo porque creen que entre la cabeza y la gorra se establece una conexión directa. Un sincronismo automático que conecta el cerebro con el apego al terruño y la resistencia al progreso.

De todas maneras, que usen gorra, aunque carezca de sentido y estéticamente confunda un poco, tiene un pase porque, como bien dijo un gran poeta andaluz, hay gorras muy juiciosas que corrigen a sus portadores cuando entienden que la cabeza desvaría y no se porta como es debido. Así que, por esa parte, cabe tener esperanza.

 Las gorras pueden defenderse, los niños no. Ese niño, de cuatro años, que Elon Musk llevaba subido en la chepa mientras estaba con Trump en el Despacho Oval de la Casa Blanca, no tuvo la desgracia de que le pusieran el nombre cursi de Borja Mari, pero su desgracia es mayor. Se llama X Æ A-12 y ha tenido la mala suerte de que su padre lo utilice como juguete para mandarnos a saber qué mensaje. Tal vez que sigamos su ejemplo y, por el bien de nuestro país, tengamos trece hijos, que son los que él tiene con tres mujeres distintas. Una prole que reconoce suya salvo en un caso, el de su hija transgénero, nacida bajo el nombre de Xavier Musk, que al cumplir la mayoría de edad solicitó ser inscrita como mujer y que le dieran un  nombre y unos apellidos distintos para que no la relacionaran con su padre bajo ningún concepto. Ahora se llama Vivian Jenna Wilson, se ha declarado socialista radical y dice que su futuro no lo contempla viviendo en Estados Unidos.

Musk ha reconocido públicamente que, para él, el hijo que se cambió de género está muerto. Ahora solo falta que reconozca que a este otro hijo, que pasea a hombros por el Despacho Oval de la Casa Blanca, lo está matando.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

 

 


lunes, 17 de febrero de 2025

Togas, mazos y espectáculo

Milio Mariño

A diferencia de Estados Unidos, en España nunca hubo afición por las películas de jueces y abogados. Por esos dramas en los que un odioso fiscal quiere sentar en la silla eléctrica a un chico inocente que, al final, consigue salvarse. Aquí somos más de echar unas risas que de togas con puñetas en la bocamanga. Somos, o éramos, porque llevamos una racha que salimos a película judicial diaria y no de las buenas.

Los Juzgados se han convertido en un mercadillo mediático. El artículo 301 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal establece que las diligencias sumariales serán reservadas y no tendrán carácter público hasta que se abra el juicio oral pero, en la práctica, es papel mojado. Hay todo un ejército de periodistas, abogados, jueces, fiscales, ordenanzas y hasta señoras de la limpieza que se las ingenian para tenernos al tanto de lo que ocurre puertas adentro y ahí debería quedarse. Sale a la luz porque los susodichos actúan con un sigilo y una pericia que nunca se sabe quién se hace con las imágenes de la declaración de un investigado, un informe de la UCO, el volcado del móvil de un cantamañanas o qué planes tiene el juez para el fin de semana.

Se filtra todo. Hay juzgados que parecen el plató de Sálvame. Conocemos detalles que deberían estar bajo llave, pero se airean porque interesa que el caso se juzgue en los bares y en las tertulias de televisión antes de que se haga donde corresponde y tiene que juzgarse. El resultado es que se cargan la presunción de inocencia, la protección de los testigos y la dignidad de una justicia que permite la utilización mediática de casos cuya instrucción no parece encaminada a encontrar la verdad sino a reforzar la previa suposición de culpable, que es lo que se persigue. No cabe otra explicación para el modo en que se filtra lo que conviene a ese fin.

La justicia ordinaria de jueces cabales, diligencias que se hacen como corresponde y protagonistas que nadie conoce, no interesa. Interesan los personajes que exhiben su caradura, los testigos que balbucean o se desdicen, los jueces que retuercen las leyes o se aferran a interpretaciones incomprensibles y las afirmaciones gratuitas que, aunque no puedan probarse, hacen daño a la causa. Interesa cualquier estrambote porque una vez que la máquina se ha puesto en marcha, el público pide más y, como suele ser agradecido, aplaude después de cada nueva entrega.

A todo esto, el Poder Judicial y la judicatura no parecen muy preocupados por el espectáculo que hay montado, ni por las encuestas que certifican qué la justicia está cada día peor valorada. Está pidiendo a gritos una transformación radical de forma que se reduzcan al máximo las arbitrariedades y los errores judiciales sean sancionados. Se adivina imposible. Quienes deberían velar por el buen nombre de la justicia se encojen de hombros y dejan que todo siga igual. Allá se apañen los que se quejan y los que aprovechan la munición para disparar desde sus escaños.

Un estudio reciente del CIS confirma que la Administración de Justicia es el servicio público peor valorado por los españoles. Y no solo lo lamentas sino que te sientes mal y te entren unas ganas locas de escribir un artículo para desahogarte. Al final, llevas otra decepción porque, después de escribirlo, no te sientes mejor, te sientes igual.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva Esspaña


lunes, 10 de febrero de 2025

Es inútil quejarnos del sinsentido

Milio Mariño

Me enteré hace poco, siempre voy con retraso, de que las élites que dominan el mundo, los muy guapos y los muy ricos, han vuelto a poner de moda el estoicismo de Séneca y Marco Aurelio. Al parecer, suscriben lo que decían los sabios estoicos: que todo lo que ocurre, ocurre con razón. Que no le demos vueltas porque todo es consecuencia y el resultado no puede ser otro que cada cual reciba su merecido.

Cojonudo. A los millonarios les viene al pelo y a los pobres también. A unos les confirma la legitimidad de sus fortunas y a los otros el consuelo del conformismo y la comodidad de aceptar lo que venga sin moverse del sofá. El consejo es que, cuando nos toque enfrentarnos a cosas contra las que no podemos luchar, contengamos las emociones y nos dediquemos a silbar.

Llama la atención que, veinte siglos después, vuelva a cobrar vigencia la filosofía del siglo uno pero, si reflexionamos un poco, enseguida caemos del burro. Las similitudes son asombrosas. Séneca, el filósofo cordobés, era uno de los hombres más ricos de su época. Le atribuían una fortuna de 300 millones de sestercios, que viene a ser el equivalente de los 260.000 millones de dólares que tiene Elon Musk. Además, era consejero del cruel emperador Nerón y Musk lo es de este nuevo emperador americano, que si no nombra, como el otro, senador a su caballo es porque dispone de animales de sobra.

No hacía falta esta evidencia para confirmar que la historia se repite. Y menos que lo haga con un regüeldo. Que vuelva de la mano de unos multimillonarios y unos tiranos que no solo se creen superiores, sino que consideran que la mayoría de nosotros sería mejor que no hubiéramos nacido porque somos gente vaga o fracasada que carece de ambiciones. Gente que protesta y no debería quejarse porque tiene lo que, realmente, merece.

Quienes han elegido ser gobernados por Trump estarán disfrutando con sus despropósitos, pero me incluyo entre la multitud que no merece la sarta de estupideces que estamos viendo. Es un escarnio la impunidad con la que el Presidente americano amenaza a todo el planeta y la sumisión bochornosa de los que bajan la cabeza y dicen que hace lo correcto.

Si lo piensan, lo contrario de la estupidez no es la inteligencia, es la cordura. Una cordura que está en crisis porque cada vez se usa menos. La gente aplaude que la maltraten. Celebra que no se respeten los derechos humanos, que acaben con las políticas de igualdad y que no se preste ayuda a los más desfavorecidos.

El debate que, ahora mismo, cabría plantearse es si a Trump y a los de su cuerda hay que mandarlos al manicomio o a la cárcel, pero son multitud los que defienden que su ascenso al poder era necesario y es normal. Dicen que, tal como están las cosas, es normal que los pobres voten a los millonarios. Lo presentan como un avance cultural, como el nuevo camino para alcanzar la libertad.

 Cualquiera en su sano juicio no alcanza a explicarse como hemos llegado a esto, pero no es un delirio, va en serio. La gente ha decidido votar contra sí misma. Así que lo mismo me apunto al estoicismo y sigo el consejo de Seneca, que decía que es un sufrimiento inútil quejarnos del sinsentido.


Milio Mariño / artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 3 de febrero de 2025

Funcionarios públicos y sanidad privada

Milio Mariño

Desde los tiempos de Maricastaña, época a la que recurrimos cuándo falla la memoria, los funcionarios han venido cosechando toneladas de mala fama debido a lo bien que viven. Justo por eso ocupan el primer lugar en el ranking de las envidias. Según varias encuestas, el 72% de los españoles quisiera ser funcionario. Por muchas razones. Por la tranquilidad de un puesto de trabajo seguro, el salario, los días libres… Y porque no dan palo al agua. Tópico que, en algunos casos, puede tener visos de realidad pero que en la mayoría supone una grave calumnia.

Hablamos de los funcionarios no por la vieja polémica de si trabajan poco o mucho, sino porque amenazan con ir a la huelga si pierden uno de sus privilegios: poder elegir entre ser atendidos en la sanidad pública o la privada.

A este respecto, todos los sindicatos, incluidos los que se consideran de clase, UGT y CC.OO, defienden que se respete ese privilegio. Que el gobierno mantenga el concierto con las aseguradoras privadas, por más que suponga un disparate económico y lo razonable sea que los trabajadores públicos no tengan más derechos, ni privilegios, que el resto de los trabajadores.

Debería ser lo normal. No hay nada que justifique que los funcionarios deban tener un trato de favor pero, por lo visto, nadie está dispuesto a poner fin a una situación anómala como lo es que los contribuyentes paguemos la sanidad privada de los trabajadores públicos.

El conflicto ha surgido cuando se cumplen 50 años de la muerte del dictador y sirve para recordarnos que aún perduran algunas anomalías que provienen del franquismo y de los apaños coyunturales que tuvieron que hacerse al inicio de la transición democrática.

Lo que, hoy, conocemos como Muface se creó en 1975 para agrupar el mutualismo administrativo heredado del franquismo cuando la Seguridad Social no era universal ni tenía una cobertura completa como ahora. En aquellos años aún no estaba plenamente desarrollada la sanidad pública, por lo que se prefirió mantener la posibilidad de que los funcionarios pudieran escoger, a través de su mutualidad, recibir prestaciones médicas por medio de una aseguradora concertada.

Desde entonces han pasado ya muchos años, pero ningún Gobierno, por miedo a las consecuencias electorales, quiso acabar con esta situación anómala como tampoco lo hizo con otra anomalía: la educación concertada. Otro privilegio difícilmente justificable por motivos parecidos a los de Muface. Los que defienden  estas dos prebendas creen que tienen derecho, en un caso, a un seguro médico privado y en el otro a mandar a sus hijos a un colegio privado pagado con dinero público.

La situación es que, ahora, las aseguradoras que atienden a los funcionarios se han destapado pidiendo un aumento del 41% en la prima que debe pagar el Gobierno. Y el Gobierno ha echado el resto aprobando 1.000 millones suplementarios de lo que establece el convenio en vigor. Pero, al parecer, no es suficiente. Quieren más. Exigen un incremento mayor y su postura suena a chantaje y no a una petición justificada.

Cuando se aprobó la Ley General de Sanidad, en 1986, quedó establecido que había que corregir las desigualdades sanitarias, pero seguimos igual. Nadie se atreve a terminar con los privilegios y que todos los trabajadores, públicos y privados, sean atendidos en la sanidad pública, que es la única que debe ser financiada con fondos públicos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 27 de enero de 2025

El miedo depende de quien lo venda

Milio Mariño

El miedo tiene muy mala fama, dicen que no sirve de nada, pero es útil para muchas cosas. Lo fue para el Estado de Bienestar. Solemos presumir de haberlo conquistado nosotros, pero tuvo que ver, y mucho, la guerra fría y el miedo de los políticos y los poderosos a la Unión Soviética. No hubieran cedido lo que cedieron si no se hubieran visto obligados a ofrecer un modelo social alternativo al de los países de la órbita comunista. Así que es cierto que el miedo guarda la viña. Tan cierto como que cayó el muro, despareció la Unión Soviética y ancha es Castilla. Los poderosos ya no tienen por qué hacer concesiones. No tienen miedo ni se sienten amenazados. Y eso se nota.

Vaya que si se nota. El miedo es un arma muy poderosa. Vean, si no, como se portan, ahora, los seguros médicos en Estados Unidos. Falta saber cuánto puede durar, pero se han vuelto más amables y mucho más comprensivos después de que a Brian Thompson, CEO de la aseguradora UnitedHealthcar, lo hayan matado a tiros en la puerta del Hotel Hilton de Manhattan.

Sucedió el pasado 9 de diciembre. Un chico joven, Luigi Mangione,  perteneciente a una familia rica, se tomó la justicia por su mano y acabó con la vida del jefe de una empresa de medicina privada que, en 2023, obtuvo un beneficio neto de 33.000 millones de dólares.

 En Estados Unidos no hay un sistema de salud público y gratuito. Allí, la salud es un asunto privado, de modo que la gente debe elegir entre malvivir con la salud en precario, pero conservando la vivienda y algunos ahorros, o tener la salud mínimamente atendida, a costa de acabar en la ruina.

No era el caso del joven Mangione. Su problema no era el dinero, podía pagar, de sobra, la medicina privada. Su problema fue una espondilolistesis que le provocaba fuertes dolores de espalda. Lo operaron, pero no se recuperó y tuvo que pagar y seguir pagando porque, para las empresas de medicina privada, la salud es un negocio. Si no tienes dinero no te atienden, pero si ven que lo tienes multiplican las pruebas y aprovechan para sacarte hasta el último céntimo.  

Luigi Mangione se hartó y dijo basta. Acabó con la vida de Brian Thompson y, ahora, en Estados Unidos se debaten entre dos posturas. Los que consideran que es un héroe, una especie de Robin Hood de los pobres, y los que le acusan de terrorista, pues dicen que su asesinato ha contribuido a infundir miedo en la población.

El miedo depende de quien lo venda. La acción de Mangione no está causando miedo en la población sino en un pequeño grupo de altos directivos de las empresas que hacen negocio con la salud. Unos directivos que, ellos, si causan miedo cuando no atienden o expulsan de sus clínicas a quienes no pueden pagar. Pero ese miedo no se considera terrorismo. Está legalizado. Es legal que lo sufran los pobres.

Aquí, en España, quienes no son ricos, muchos millones de personas, también tienen miedo de que la salud deje de ser un derecho y lo conviertan en un asunto privado. Sería terrorífico que, cuando enfermamos, el Estado se desentienda y nos abandone a nuestra suerte. Quienes defienden esta idea ya sabemos cómo lo justifican: Total... iban a morir igual.


Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 20 de enero de 2025

Hoy inauguran el futuro

Milio Mariño

Con la proclamación de Donald Trump como Presidente de Estados Unidos se confirma que el mundo está virando hacia un nuevo escenario en el que los países apuntan a ser gobernados por políticos autoritarios, mentirosos y fanáticos, que vienen con la receta del anarco-capitalismo bajo el brazo. Un viejo invento que nació hace ahora cien años y consiste en que el Estado desaparezca para que el Mercado pueda actuar libremente, sin ningún obstáculo.

Lo que dicen los analistas y los expertos, de cómo hemos llegado a esto, no me convence. No creo que haya sido producto de un cerebro brillante sino la reacción primaria de un par de ricos con suerte.

Hace unos años, no muchos, ser rico y andar por el mundo exhibiendo la riqueza en plan obsceno, como quien abre la gabardina y enseña lo suyo, no estaba mal visto. Pero la gente acabó por hartarse y a los ricos les entró el canguelo. Se alejaron del mundanal ruido y se recluyeron en sus mansiones. Un fastidio porque, aunque daban grandes fiestas privadas, ni llevando a Los del Rio conseguían divertirse. Probaron con viajar al espacio y hacerse astronautas, pero tampoco. Ni siquiera cuando compraron los periódicos, las radios y las televisiones y luego las redes sociales consiguieron pasarlo mínimamente entretenidos. Seguían igual de aburridos. No les divertía ni navegar en lujosos yates, con señoras y señores estupendos, tomando gin-tonic de Watensi y bailando con la música de Bad Bunny.

Nada. El caso que, en una de aquellas fiestas, uno de los más ricos tuvo una idea. Que os parece si nos metemos en política. Olvídalo, en política hace mucho que estamos metidos y es un fastidio. Lo sé, pero no es lo mismo poner a quien creemos más manejable que hacerlo nosotros mismos, sin intermediarios. Diversión de primera mano sin pagar ni un céntimo. Cobrando.

A los que estaban en aquel grupo se les iluminó la cara. Podemos hacer que la gente se entere de que mandamos lo que realmente mandamos. Podemos rebajar nuestros impuestos, reducir la presencia del Estado y acabar con el despilfarro de los subsidios y los servicios públicos. En nuestras manos está reformar el viejo mundo y convertirlo en uno nuevo y más racional.

La reforma empieza hoy. Hoy empieza el futuro. Tienen previsto que algunos países, que funcionan como las viejas tiendas de ultramarinos, acaben cerrando. Serán absorbidos por las grandes superficies. Estados Unidos se hará con Canadá, Groenlandia y tal vez México. Aquí, en nuestro caso, los imitadores de Trump propondrán recuperar Portugal, hacernos con Gibraltar y establecer bases estratégicas en las islas Chafarinas y la isla Perejil. Allí, en Estados Unidos, Trump incluye en su gobierno a Robert F. Kennedy Jr., Elon Musk y otros multimillonarios y aquí Feijoo y Abascal incluirán a Francisco Roig, Florentino Pérez  y, tal vez, Nacho Cano.

En principio parece un chiste, pero eso pensábamos de que volviera Trump y hoy está en la Casa Blanca. Claro que también puede ser el preludio de la Tercera o la Cuarta Guerra Mundial. Cuesta ponerle número porque, tal como va el mundo, no sabemos qué guerra toca.

Ahora mismo, lo que triunfa y está en boca de todos es el disparate que inauguran en Estados Unidos. No obstante, les animo a ser optimistas. Estoy convencido de que la tortilla de patatas acabará imponiéndose y derrotará a las hamburguesas de McDonalds.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 


lunes, 13 de enero de 2025

Cincuenta años son pocos

Milio Mariño

En la historia de España cincuenta años dan para poca cosa; para un par de suspiros y alguna nostalgia. Más en los jóvenes que en los viejos porque los mayores de 65 años aborrecen la dictadura mientras aumenta el número de jóvenes que desprecian el sistema que tenemos y suspiran por el que padecieron sus abuelos. Les han dicho que las cosas están peor ahora que cuando gobernaba Franco y cómo piensan poco y su preocupación es entretenerse, asumen el relato y se suman a los que aseguran que todo iría mejor sin tantas libertades.

Una pena. Santo Tomás decía que los necios y los insensatos son infinitos. Y, para corroborarlo, añadía que hay veinte clases de tontos, siendo la principal la que nos asemeja al asno, un animal estulto que cuando tiene un deseo relincha.

Por lo visto, hay orejas que prefieren el relincho a la música. Pensábamos que el franquismo se esfumaría con el tiempo y resulta que están encandilando a los jóvenes con la promesa de volver a la España negra que, para algunos, era la España feliz.

Es absurdo y pueril pero, al parecer, funciona. En todos los países la memoria ha acabado por imponerse al olvido, pero aquí somos fieles al famoso eslogan: España es diferente. En Alemania tuvo que pasar mucho tiempo antes de que se volviera a hablar del nazismo. Al final se acabó hablando y hasta se eligió un día, el 27 de enero, para recordar a las víctimas. Aquí nada, aquí todavía hay miles de personas enterradas en las cunetas y las víctimas de la dictadura siguen sin poder levantar la voz porque solo reciben desprecios.

En esas estábamos, cuando el Gobierno anunció, para este año 2025, una serie de actos culturales que servirán, según sus palabras: “para homenajear a todas las personas y colectivos que transformaron un país gris y aislado, tras cuatro décadas de dictadura, en una de las democracias más plenas del mundo”.

No cabía esperar mucho entusiasmo, pero si un cierto consenso sobre algo tan obvio como lo que supuso la dictadura de Franco. Cabe recordar que todavía no hace 50 años, en la mañana del sábado 27 de septiembre de 1975, dos meses antes de que muriera el dictador, pelotones de fusilamiento compuestos por policías y guardias civiles, que se habían presentado voluntarios, fusilaron a los cinco últimos condenados a muerte. Aquella madrugada de fusilamientos hizo que Luis Eduardo Aute compusiera y cantara: “Al alba”.

 Enfrentarnos, de una vez, con lo ocurrido, analizar de forma racional el pasado, sería una buena forma de superar la relación traumática con ese triste período de nuestra historia, pero lo mismo cincuenta años son pocos. Hay tiempos a nuestra espalda que creíamos superados, pero estábamos en un error. Miles de buitres callados van extendiendo sus alas, como cantaba Aute en aquella bella canción. Ahora ser nazi o fascista, lo presentan como una opción tan legítima como cualquier otra. No es verdad. Y los demócratas tenemos la obligación de avisar.

 

Mililio Mariño / Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España

lunes, 6 de enero de 2025

Guapos y feos en la Puerta del Sol

Milio Mariño

Este año 2025 no pudo empezar mejor. Con alegría y buen rollo en las campanadas de la Puerta del Sol. Antes de que sonara el reloj, Broncano y Lalachus saludaron a Pedroche y Chicote, que sonrieron agradeciendo el saludo. Fue como si las dos Españas, la de los guapos y la de los feos, dejaran a un lado las diferencias y se unieran en los propósitos. Disfrutar sin complejos y que cesen las broncas y los malos modos.

Se había hablado mucho sobre la elección de los presentadores de la televisión pública y la opinión mayoritaria coincidía en que había sido un acierto elegir a dos personas que suponían un alegato contra la violencia estética. Contra la gordofobia y los estereotipos de la belleza. 

Estuvo bien. Invitaba a pensar que Broncano y Lalachus representan a las generaciones más jóvenes que viven y celebran la vida desde la naturalidad de no tener que disfrazarse para aparentar lo que no se es.  El propósito era elogiable, pero la realidad demuestra que la importancia que se le concede a la apariencia física, lejos de disminuir, cada vez cobra más fuerza.

Varios estudios apuntan que la discriminación por el aspecto físico supera, incluso, a la del racismo. Se ha extendido como ninguna otra aunque, al mismo tiempo, es de la que menos se habla y la más difícil de reconocer.

En mis tiempos, hace mucho pero menos de un siglo, la gente era más bruta, no se cortaba ni disimulaba eligiendo palabras para no herir. No sabíamos endulzar la fealdad, pero tampoco nos suponía un calvario aceptarnos tal cual. No había la preocupación que hay ahora por la belleza, hasta el punto de que algunas personas se obsesionan y ni siquiera tienen razones objetivas para sentirse feas.  

La gente finge y dice que lo hace por su salud, pero no es verdad. El culto y el elogio de la apariencia física se han convertido en una patología. En un seguidismo enfermizo con respecto a lo que impone la moda.

 Los gimnasios cada vez están más llenos, cada vez gastamos más en productos cosméticos, aumenta el número de niñas que con 16 y 17 años utilizan botox y rellenos labiales y, también, el de menores que solicitan cirugía plástica con la firma y el consentimiento de sus padres.

¿Servirá de algo que una gorda y un feo hayan llegado a lo más alto de la Puerta del Sol para anunciarnos el año nuevo? Tal vez sirva de poco, pero el propósito ha sido bueno. Mejor así que con aquella canción: “Que se mueran los feos”. O con aquella serie de televisión, “Sin tetas no hay paraíso”, que estuvo nada menos que tres temporadas en pantalla y contaba la historia de una adolescente que se proponía como objetivo en su vida ganar el suficiente dinero para poder colocarse un par de implantes de silicona.

El concepto de belleza o fealdad es relativo. Puede cambiar con el tiempo y es cuestión de consenso. Si nos hemos puesto de acuerdo en que tatuarse una araña en el pescuezo o vestir unos vaqueros rotos es elegante y bello, quien nos dice que ser gordo y feo no alcanzará a ponerse de moda el próximo verano. En cualquier caso, si no fuera así, siempre nos quedará el refrán: “No hay feo sin su gracia ni guapo sin su defecto”.

 

Milio Mariño/ Artículo de Opinión / Diario La Nueva España