Me gustan las
chifladuras. Sé que tienen una connotación negativa porque se asocian con la insensatez
y la falta de juicio, pero proporcionan historias preciosas. Son un pacto entre
la razón y la locura. Por eso me gustan y reservo el verano para los libros más
peculiares y extravagantes que voy comprando en los mercadillos. Uno, el que
estoy leyendo, trata sobre las plantas y en él se dice que no es verdad que las
plantas carezcan de movilidad. Para demostrarlo, ponen en boca de Darwin que
las plantas se mueven, pero solo por interés, cuando les representa algún
beneficio.
No me preocupé
por averiguar si Darwin dijo tal cosa. De todas maneras, tiene su lógica. La
creencia de que las plantas son seres inferiores carentes de sensibilidad,
fue rebatida por el biólogo y
filósofo austrohúngaro Raoul Francé, quien publicó ocho volúmenes sobre el tema,
asegurando que sienten dolor y placer, son inteligentes y es posible que tengan
alma. Podemos pensar que es una chifladura, pero también pensábamos que Dios
nos había hecho a su imagen y semejanza y luego resultó que nos hizo a
semejanza de los monos. Así que cuidado.
Uno de nuestros mayores
defectos es presumir de qué lo sabemos todo y solo nos falta saber lo que hay
en otros planetas. La verdad es que apenas sabemos lo que hay en la tierra.
Aristóteles decía que las plantas tienen alma, un alma vegetativa exenta de sensibilidad.
Opinión que permaneció invariable hasta el siglo XVII, cuando Carl Von Linneo,
padre de la botánica moderna, afirmó que las plantas sólo se diferencian de los
animales y los humanos en que carecen de movilidad. Luego, como apuntamos antes,
Darwin y otros colegas lo corrigieron diciendo que las plantas se mueven y que
si no lo advertimos es porque no tenemos paciencia y no nos tomamos el tiempo
suficiente para observarlas.
Llevan razón. Siempre
vamos con prisa y nos trae sin cuidado que las plantas se muevan o prefieran no
moverse como nosotros el sofá. Tampoco nos preguntamos cómo es que cuando las
raíces de una planta encuentran un obstáculo lo sortean, o cómo, si a una
planta trepadora le ponemos un palo, se agarra a él y trepa. Dos acciones que
demuestran que las plantas son capaces de percibir lo que las rodea y decidir
lo que les conviene. ¿Acaso la planta puede ver el palo? ¿Siente que está a su
lado por alguna razón misteriosa?...
Ya les digo,
estaba fascinado con aquel libro. No era para menos. Me había permitido entrar en
el mundo mágico de las plantas y saber que también fueron vistas de forma
diferente por los celtas.
A la certeza de
que las plantas nos cautivan con sus aromas, nos alimentan, proporcionan
oxígeno para nuestra vida y tienen propiedades medicinales, había que añadir los
atributos que apuntaban en el libro.
Estaba empezando
a ver las plantas de otra manera. Pero, entonces, surgió la oleada de incendios
y se esfumó la magia. Si las plantas son inteligentes y capaces de moverse,
aunque sea por interés como decía Darwin, cómo es que no salieron corriendo
cuando las amenazaba el fuego. Solo me queda una esperanza, que hicieran como dice
una anciana de Ourense que hizo la virgen de su parroquia, que no hizo nada y dejó
que la ermita se quemara para salvar al pueblo.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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