Mientras
disfrutaba, en una terraza, de un vino, un pincho y un cigarrillo recién
encendido, pasaron, a escasos metros, un autobús articulado, un camión de
reparto, una furgoneta vieja y una recua de vehículos motorizados. Ya imaginan,
supongo, cómo quedó la terraza. Envuelta en una nube de humo que seguirá siendo
legal y dejará en ridículo al humo del cigarrillo que estaba fumando.
No
faltarán los que digan que es la disculpa infantil del abuelo gamberro que
quiere seguir fumando aunque lo prohíba la ley. Ni mucho menos. Soy consciente
de que fumar es malo. También aprovecho para decir que respeto esa ley, no
escrita, de que la libertad de uno acaba donde empieza la del otro. Y, por si
no fuera bastante, creo que vivimos en el mejor de los mundos posibles y no pienso
invocar la nostalgia de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Dicho
lo dicho, insisto en que prohibir que se fume en las terrazas me parece una
tontería, otra más, de las muchas que padecemos quienes, al parecer, hemos
dejado de ser ciudadanos para convertirnos en súbditos. Las autoridades, todas en
general, han aumentado de forma exagerada su poder sobre nosotros y ya ni
siquiera disimulan su pulsión censora y su afán por prohibir las cosas más peregrinas
y absurdas, promulgando leyes que carecen de cualquier justificación.
No
hay nada que siente mejor, a cualquier sociedad, que el sentido común. Las
leyes o normativas absurdas siempre producen situaciones estúpidas. Situaciones
que se repiten sin que los políticos rectifiquen y acepten que su misión es
hacernos la vida más agradable y no inventar la pólvora cada mañana.
Las
leyes deben interpretar la demanda de la sociedad y no al revés. Pero no hay
manera. Cuando un tonto coge una linde, la linde se acaba y el tonto sigue. Con
la falsa disculpa de avanzar en derechos, los políticos están recortando las
libertades hasta dejarlas en nada. Somos rehenes de una panda de frikis que pretenden
darnos lecciones y corregir nuestros excesos. Y, como lo mejor es predicar con
el ejemplo, ahí van unos cuantos para que cada cual juzgue al respecto.
En
Tenerife, está prohibido hacer castillos de arena en la playa sin permiso del
Ayuntamiento. El Mallorca, se puede tener un máximo de cuatro gallinas sin
autorización. Para tener cinco hay que solicitar el correspondiente permiso y
disponer de un veterinario de referencia por si hay problemas. Varios
ayuntamientos tienen prohibido, a los
niños, jugar al balón en los parques municipales. La multa puede ascender de 50
a 700 euros. En Villanueva
de la Torre, Guadalajara, está prohibido dejar una fregona en el balcón o la
terraza. La Ley de bienestar animal exige un cursillo obligatorio para tener
perro. En Madrid, hay que pasar un examen para cantar en la calle.
El
catalogo es tan extenso que podría llenar cuatro folios, pero creo que lo
expuesto es suficiente para dejar en evidencia a quienes, si pudieran, prohibirían
las flatulencias de las vacas y multarían a los ganaderos como responsables
subsidiarios.
Afortunadamente,
los seres humanos evolucionamos cuando aprendemos, reflexionamos y tomamos
decisiones voluntarias, no cuando el Estado nos amenaza con una multa.
Los
promotores de la ley dicen que los tiempos han cambiado. Cierto, pero eso no
hace razonable que se prohíba fumar en las terrazas. Y, no lo es.
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Milio Mariño