lunes, 22 de septiembre de 2025

Fumar en una terraza

Milio Mariño

Mientras disfrutaba, en una terraza, de un vino, un pincho y un cigarrillo recién encendido, pasaron, a escasos metros, un autobús articulado, un camión de reparto, una furgoneta vieja y una recua de vehículos motorizados. Ya imaginan, supongo, cómo quedó la terraza. Envuelta en una nube de humo que seguirá siendo legal y dejará en ridículo al humo del cigarrillo que estaba fumando. 

No faltarán los que digan que es la disculpa infantil del abuelo gamberro que quiere seguir fumando aunque lo prohíba la ley. Ni mucho menos. Soy consciente de que fumar es malo. También aprovecho para decir que respeto esa ley, no escrita, de que la libertad de uno acaba donde empieza la del otro. Y, por si no fuera bastante, creo que vivimos en el mejor de los mundos posibles y no pienso invocar la nostalgia de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Dicho lo dicho, insisto en que prohibir que se fume en las terrazas me parece una tontería, otra más, de las muchas que padecemos quienes, al parecer, hemos dejado de ser ciudadanos para convertirnos en súbditos. Las autoridades, todas en general, han aumentado de forma exagerada su poder sobre nosotros y ya ni siquiera disimulan su pulsión censora y su afán por prohibir las cosas más peregrinas y absurdas, promulgando leyes que carecen de cualquier justificación.

No hay nada que siente mejor, a cualquier sociedad, que el sentido común. Las leyes o normativas absurdas siempre producen situaciones estúpidas. Situaciones que se repiten sin que los políticos rectifiquen y acepten que su misión es hacernos la vida más agradable y no inventar la pólvora cada mañana.

Las leyes deben interpretar la demanda de la sociedad y no al revés. Pero no hay manera. Cuando un tonto coge una linde, la linde se acaba y el tonto sigue. Con la falsa disculpa de avanzar en derechos, los políticos están recortando las libertades hasta dejarlas en nada. Somos rehenes de una panda de frikis que pretenden darnos lecciones y corregir nuestros excesos. Y, como lo mejor es predicar con el ejemplo, ahí van unos cuantos para que cada cual juzgue al respecto.

En Tenerife, está prohibido hacer castillos de arena en la playa sin permiso del Ayuntamiento. El Mallorca, se puede tener un máximo de cuatro gallinas sin autorización. Para tener cinco hay que solicitar el correspondiente permiso y disponer de un veterinario de referencia por si hay problemas.  Varios ayuntamientos tienen prohibido, a los niños, jugar al balón en los parques municipales. La multa puede ascender de 50 a 700 euros. En Villanueva de la Torre, Guadalajara, está prohibido dejar una fregona en el balcón o la terraza. La Ley de bienestar animal exige un cursillo obligatorio para tener perro. En Madrid, hay que pasar un examen para  cantar en la calle.

El catalogo es tan extenso que podría llenar cuatro folios, pero creo que lo expuesto es suficiente para dejar en evidencia a quienes, si pudieran, prohibirían las flatulencias de las vacas y multarían a los ganaderos como responsables subsidiarios.   

Afortunadamente, los seres humanos evolucionamos cuando aprendemos, reflexionamos y tomamos decisiones voluntarias, no cuando el Estado nos amenaza con una multa.

Los promotores de la ley dicen que los tiempos han cambiado. Cierto, pero eso no hace razonable que se prohíba fumar en las terrazas. Y, no lo es.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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