Tanto si llueve como si hace sol,
el Día de Asturias volverá a ser un día triste en el que la indiferencia ganará
a la celebración. Este año, el lugar elegido es la Comarca de la Sidra, pero da
igual dónde se celebre. La fecha, el programa de actos y los festejos parecen
más propios de una romería de los años sesenta que de la festividad de una
comunidad autónoma del siglo XXI.
A buen seguro que, en 1980,
cuando Rafael Fernández, entonces presidente del ente preautonómico, y Gabino Díaz Merchán, arzobispo
de Oviedo, después de una comida en Trascorrales, acordaron que el día de Asturias
fuera el 8 de septiembre no imaginaban que, 45 años después, se convertiría en
lo que es: una fiesta que carece de relevancia social y no goza del fervor de
los asturianos. Al contrario, ha terminado por convertirse en algo alejado y
ajeno cuya repercusión pública consiste en el cruce de apuestas sobre la
cantidad de improperios que el Arzobispo de Oviedo, desde el púlpito de
Covadonga, dedicará a los gobiernos central y autonómico, en base a su reflexión
personal, cuyos criterios morales no son, en absoluto, los de la sociedad que
enjuicia y siempre acaba condenando.
La tristeza, por tanto, está justificada.
El día de Asturias no debería ser un sermón con bronca en Covadonga y una romería,
donde toque, con un programa de festejos que produce vergüenza ajena y al que
solo le falta el partido de solteros contra casados para completar el
despropósito.
Adrián Barbón, que es
católico practicante y una persona muy educada y prudente, ya anunció que este
año, como el pasado, no quiere molestar y no asistirá a la misa de Covadonga
para evitar cualquier polémica. Es lo que debería haber hecho desde el
principio por respeto al Estado aconfesional y a que es el Presidente de todos
los asturianos.
La indiferencia y el desapego,
para con el día de la Comunidad, adquieren una significación especial si
tenemos en cuenta que Asturias tiene una identidad bien definida, una
personalidad histórica reconocida desde hace siglos y se muestra políticamente
activa cuando la ocasión lo requiere. Es más, todos los sondeos y las encuestas
indican que, entre los españoles, los asturianos somos los que más queremos a
nuestra tierra.
Algo debe fallar. Asturias
destaca, en todos los sentidos, como una Comunidad acogedora, multicultural y, ahora, también
multirracial, que puede servir como ejemplo de respeto y concordia al resto de
comunidades. Merece, por tanto, una celebración que lo sea de los valores que
inspiran su historia, marcada por el peso de la rebeldía, la reivindicación
social y la lucha por la libertad. Ninguna otra fecha como el 25 de mayo para
conmemorar esos valores y esa conciencia cívica. Ese día, en 1.808, la Junta
General de Asturias se declaró soberana frente al vacío de poder que se produjo
por la huida del rey Carlos IV y la invasión napoleónica.
Cambiar la fecha no lo
arreglaría todo, pero por algo se empieza.
Sería un prometedor comienzo que reforzaría nuestra entidad colectiva. El
día de Asturias no debería estar ligado a ninguna religión determinada ni a una
supuesta batalla, ahora utilizada por la ultraderecha para esgrimirla contra
los inmigrantes, sino a nuestra historia como pueblo ejemplar que siempre luchó
por la libertad.

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Milio Mariño