lunes, 8 de septiembre de 2025

El, triste, Día de Asturias

Milio Mariño

Tanto si llueve como si hace sol, el Día de Asturias volverá a ser un día triste en el que la indiferencia ganará a la celebración. Este año, el lugar elegido es la Comarca de la Sidra, pero da igual dónde se celebre. La fecha, el programa de actos y los festejos parecen más propios de una romería de los años sesenta que de la festividad de una comunidad autónoma del siglo XXI.

A buen seguro que, en 1980, cuando Rafael Fernández, entonces presidente del  ente preautonómico, y Gabino Díaz Merchán, arzobispo de Oviedo, después de una comida en Trascorrales, acordaron que el día de Asturias fuera el 8 de septiembre no imaginaban que, 45 años después, se convertiría en lo que es: una fiesta que carece de relevancia social y no goza del fervor de los asturianos. Al contrario, ha terminado por convertirse en algo alejado y ajeno cuya repercusión pública consiste en el cruce de apuestas sobre la cantidad de improperios que el Arzobispo de Oviedo, desde el púlpito de Covadonga, dedicará a los gobiernos central y autonómico, en base a su reflexión personal, cuyos criterios morales no son, en absoluto, los de la sociedad que enjuicia y siempre acaba condenando.

La tristeza, por tanto, está justificada. El día de Asturias no debería ser un sermón con bronca en Covadonga y una romería, donde toque, con un programa de festejos que produce vergüenza ajena y al que solo le falta el partido de solteros contra casados para completar el despropósito.

Adrián Barbón, que es católico practicante y una persona muy educada y prudente, ya anunció que este año, como el pasado, no quiere molestar y no asistirá a la misa de Covadonga para evitar cualquier polémica. Es lo que debería haber hecho desde el principio por respeto al Estado aconfesional y a que es el Presidente de todos los asturianos.

La indiferencia y el desapego, para con el día de la Comunidad, adquieren una significación especial si tenemos en cuenta que Asturias tiene una identidad bien definida, una personalidad histórica reconocida desde hace siglos y se muestra políticamente activa cuando la ocasión lo requiere. Es más, todos los sondeos y las encuestas indican que, entre los españoles, los asturianos somos los que más queremos a nuestra tierra.

Algo debe fallar. Asturias destaca, en todos los sentidos, como una Comunidad  acogedora, multicultural y, ahora, también multirracial, que puede servir como ejemplo de respeto y concordia al resto de comunidades. Merece, por tanto, una celebración que lo sea de los valores que inspiran su historia, marcada por el peso de la rebeldía, la reivindicación social y la lucha por la libertad. Ninguna otra fecha como el 25 de mayo para conmemorar esos valores y esa conciencia cívica. Ese día, en 1.808, la Junta General de Asturias se declaró soberana frente al vacío de poder que se produjo por la huida del rey Carlos IV y la invasión napoleónica.

Cambiar la fecha no lo arreglaría todo, pero por algo se empieza.  Sería un prometedor comienzo que reforzaría nuestra entidad colectiva. El día de Asturias no debería estar ligado a ninguna religión determinada ni a una supuesta batalla, ahora utilizada por la ultraderecha para esgrimirla contra los inmigrantes, sino a nuestra historia como pueblo ejemplar que siempre luchó por la libertad.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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