Cuando el pasado 12 de octubre, en el desfile de la Fiesta
Nacional, vi que habían sustituido a la cabra de la Legión por un borrego, que
fue igualmente muy aplaudido, tuve la sensación de que el animal no disfrutaba
con los aplausos y hubiera preferido que lo dejaran tranquilo y no lo metieran
en aquel lío.
Los animales son pacifistas, no les gusta mezclarse con los
ejércitos ni entienden que haya guerras. Lo cual no impide que puedan acabar
siendo víctimas igual que nosotros. El otro día leí en un periódico que los
rusos habían atacado, con drones, una granja en Ucrania, en la región de
Járkov, y habían causado la muerte de 13.600 cerdos. Una masacre.
Si las guerras
resultan incomprensibles para nosotros, imaginen para los animales. Los
animales no saben que el mundo se divide en países. Ni siquiera el toro bravo
sabe que es español. Embiste aquí como embestiría en Pekín si hubiera toreros
chinos desafiándolo en un ruedo. Lo suyo, como lo de cualquier animal, no es
atacar, es defenderse. De modo que los animales no necesitan ninguna
justificación. Todo lo contrario que nosotros, que cometemos atrocidades y
luego hacemos lo indecible por justificarlas.
Miguel Gila, que era muy observador, decía que cuando hay
una guerra matas a cualquiera y nadie te pregunta. Está justificado que mueran
miles de personas. Por eso, muchos de los que se tienen por gente decente,
incluido Felipe González, justifican que Israel mate a mujeres, ancianos y
niños para que los terroristas reflexionen y piensen que siempre puede haber
alguien más bestia.
Puestas así las cosas
ya me dirán que argumentos tenemos para reprocharles a los rusos que hayan
matado 13.600 cerdos o destruyeran la gigantesca granja de Chornobaivka, donde
había cuatro millones de gallinas que murieron de hambre y sed porque los rusos
bloquearon el suministro de pienso y agua. Otro tanto sucede con las cabras,
gallinas, ovejas y camellos que han muerto en Gaza por los bombardeos y porque
también están pasando hambre igual, o más, que las personas. Hay una foto en la
que aparecen unos niños palestinos y un burro comiendo, todos, del mismo
cuenco. Seguro que a Netanyahu le parecerá simpática.
Desde que comenzó la guerra, según las estimaciones de la
ONU, en Gaza han muerto 60.000 ovejas y 10.000 cabras. No hay registro de las
gallinas, los burros y los camellos. Otros animales como los perros también han
sufrido bajas, no se han librado, pero son los que mejor lo llevan. Son los
únicos que no están flacos porque, al parecer, se alimentan de los cadáveres
que encuentran abandonados en las calles.
Analizando las cifras de animales y seres humanos que han
muerto en Gaza sorprende que sean muy parecidas. Tal es así que el ministro de
Defensa israelí Yoav Gallant y el Secretario de Estado de Estados Unidos, Marco
Rubio, no hacen distinciones. Los dos han dicho, públicamente, que los
palestinos son animales. Les quitan la condición de humanos para justificar que
tienen derecho a matarlos.
Sería absurdo negar que las personas no somos animales. Lo
somos, además la diferencia entre ellos y nosotros no estriba en el destino,
pues unos y otros morimos por igual. Lo que nos hace diferentes es la
inteligencia. A los animales nunca se les ocurriría desfilar detrás de un
borrego.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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