En esta próspera España, ahora mismo el país que
más crece de Europa, hay mucha gente que no tiene dinero ni para tres días de
vacaciones. La economía mejora, pero no para todos. Aquí solo disfrutan los
ricos y los que somos ricos en ilusiones, cobramos la pensión y la paga extra
de julio y pensamos que si ya vivimos en el paraíso sería absurdo que fuéramos
a otro sitio y nos asáramos como pollos. Así que pasamos el verano en Asturias,
disfrutando de lo nuestro con sentido del humor del bueno, que es el que alegra
la vida, no como el de aquel al que preguntaron y dijo que el sentido del humor
era una deposición de ánimo.
Disfrutar del paraíso, en verano, solo tiene el
inconveniente de que estamos expuestos a padecer el frívolo exhibicionismo de
quienes vienen de vacaciones y se creen superiores porque entienden que somos indígenas
sin recursos que deberíamos estarles agradecidos por su visita y sus euros.
Ese es el problema, que estamos expuestos a que
pueda aparecer alguien que piense que su lugar en la sociedad debería ser más
alto y aproveche para elevarlo cuando se tropieza contigo. El viejo consejo de
que conviene tener los pies en la tierra deja de tener vigencia en tiempo de
vacaciones. Con la brisa de nuestro
clima es fácil que cualquiera se eleve y sobrevuele por encima del resto de los
mortales. Sobre todo si es urbanita y no está acostumbrado a una intemperie que
abarca la grandiosidad del mar y la belleza de unas olas que emergen y se
desmoronan convertidas en un engarce de perlas blancas y grises.
Un sentimiento menos poético y más parecido a la
estupidez, debió ser lo que impulsó a una señora, entrada en años, que se sentó
justo al lado de la mesa donde yo estaba, en el chiringuito de la playa de Bahinas.
Había llegado con una familia, supongo que orgullosa de su tierra, que le habría
hablado de la belleza de aquel lugar y
decidieron llevarla para que lo conociera. La señora apenas se molestó en echar
un vistazo, enseguida se procuró una asilla y, una vez que estuvo acomodada,
dijo con una insufrible voz de soprano: La playita no está mal, tiene su
encanto, pero sé nota que es un sitio de pobres.
Estuve en un tris de pedirle disculpas por no
enriquecer el entorno y estropearle el disfrute. Allí sentado, sentí que me
había convertido en notario de la pobreza. Al final, cuando me repuse del
desconcierto, aguanté las ganas y no dije nada, pero no se imaginan la cantidad
de veces que me he arrepentido. Y sigo arrepintiéndome de haber callado y no
haber puesto en valor la riqueza de aquel entorno injustamente despreciado.
Tenía que haberle dicho que la soberbia es el relincho de los ególatras
engreídos.
La señora se marchó al poco rato, seguramente
porque debía estar a disgusto en un ambiente que no era el suyo. Y allí quedé
yo, intentando convencerme de que no soy gilipollas del todo y reflexionando
sobre a quién pertenece la soberanía de los espacios naturales que son auténticas
preciosidades. A veces reaccionamos de una manera tan incomprensible que hasta me
entró la duda de si habrá zonas que los pobres acaparamos y no nos corresponde
disfrutarlas en exclusiva.
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Milio Mariño