Allá por agosto supimos que había fallecido María Branyas, a
los 117 años, y el pasado lunes falleció Angelina Torres que, con 112, debía
ser la siguiente en el escalafón centenario. Las dos se fueron sin hacer ruido
y agradecidas por haber arrancado tantas hojas del calendario, pues vivir más
de un siglo es un privilegio que pocos alcanzan. La edad es otra cosa, es un
número que nos acompaña pero no define la esencia de nuestro espíritu. Podemos tener
cien años y sentirnos jóvenes. De hecho, llega un momento en que no nos
reconocemos en la edad que tenemos. La edad real es inamovible, pero la edad
subjetiva, percibirnos más jóvenes, es algo que está a nuestro alcance y nos ayuda
a ser más felices.
Pensando en las dos ancianas, y en el empeño actual por
eludir la vejez, recordé la historia de un holandés que registró en los
tribunales una petición para que le quitaran veinte años y su DNI reflejara 49 en
lugar de los 69 que tenía entonces.
Sucedió hace tiempo y fue un caso muy comentado. Sobre todo
cuando se supo que la respuesta de sus señorías había sido negativa. Los jueces
dijeron que no habían encontrado argumentos legales para autorizar que el demandante
pudiera cambiar por voluntad propia la fecha de su nacimiento.
Emile Ratelband, que así se llamaba quien quería rejuvenecer
con todas las de la ley, no estuvo de acuerdo. Argumentó que si se autoriza a
los transexuales a cambiar de género y que conste en su DNI, por qué, él, no podía
cambiar su edad. Además, para reforzar su petición había adjuntado un
certificado médico en el que se aseguraba que, fisiológicamente, tenía 45 años.
Y no solo eso, también se comprometía a que si le cambiaban la partida de
nacimiento estaba dispuesto a renunciar a su pensión y seguir trabajando hasta
que, de nuevo, le llegara la edad de jubilarse.
No cabe duda de que era holandés. A un español jamás se le
hubiera ocurrido renunciar a su pensión. Ni a cambio de veinte años ni de nada.
Pero, lo sorprendente del caso es que decía que no era el miedo a envejecer lo
que le había llevado a plantear la reclamación sino el deseo de exprimir su
vida al máximo.
Parece difícil que la vida se pueda exprimir cambiando la
fecha de nacimiento. De todas maneras, es de agradecer que se decantara por lo
legal y no por soltarnos una retahíla de consejos para parecer veinte años más
jóvenes. En estos tiempos, casi todos nos negamos a envejecer. No quiero
imaginar la que podría liarse si los que tienen 69 años reclamaran tener 49 y los
jueces les dieran la razón. Si así fuera, María y Angelina no hubieran llegado
a centenarias.
Cuentan que la clave, para que no accedieran a la petición
de Emile Ratelband, estuvo en una pregunta que le hizo el Juez. Dígame: ¿Dónde
quedan esos 20 años que usted quiere quitarse? La respuesta era difícil. El
juez podía quitarle veinte años en el DNI, pero él nunca podría quitárselos de
encima. Mejor que reclamar en un juzgado hubiera sido que siguiera el ejemplo
de José Saramago quien, en cierta ocasión, dijo a un periodista: Se equivoca,
no tengo la edad que usted dice, tengo la que yo quiero.

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Milio Mariño