lunes, 30 de diciembre de 2024

El futuro será mejor y viviremos peor

Milio Mariño

Siguiendo la tradición, mañana cruzaremos la imaginaria frontera del tiempo y entraremos en un año nuevo. Sin embargo, una cosa es el calendario y otra el tiempo mental. 
Habrá gente que mañana estará en el año 2050, mientras que otros a saber qué año nos corresponde. El 2025 seguro que no. Aunque nuestro cuerpo esté en ese año la cabeza andará por los años noventa. No por qué sea más joven, que podría ser, sino porque se ha quedado atrás.

La edad cronológica no tiene por qué coincidir con la edad mental. Hay casos en los que no coincide y en el mío tampoco. Hace dos meses, cuando apareció la noticia de que Elon Musk había presentado en Los Ángeles un taxi que se conduce solo, traté de imaginarme yendo de Salinas a Villalegre en un coche sin nadie al volante. No fui capaz. No pasé de la rotonda de La Vegona. Uno tiene una edad y una mentalidad, que le condicionan, y por mucha imaginación que le ponga, hay inventos que no consigue imaginar. Me ocurre cuando hablan de la Inteligencia Artificial y cuando en el ordenador aparece: Diga que no es un robot. Digo que no lo soy, pero no entiendo cómo es que el ordenador se fía y no sospecha que le puedo engañar.

Es posible que me esté volviendo cada vez más escéptico. Y acepto el riesgo. Dicen que el escepticismo es una esclerosis de la voluntad, un achaque de la vejez. Puede ser. Pero lo mío es rebelión. No estoy dispuesto a decir amén a todo lo que nos está tocando vivir.

Vivimos en un mundo en el que nos hablan, casi a partes iguales, de las oportunidades y las amenazas. Por un lado nos dicen que iremos a mejor y por otro nos advierten de que dentro de unos años la sociedad será incapaz de garantizar una vida decente a sus miembros más débiles.

Menudo porvenir. Sobre todo para los jóvenes. Los jóvenes tendrán la ventaja de que posiblemente lleguen a disponer de órganos vitales, tejido muscular y extremidades fabricadas con impresoras 3D y fibras artificiales. Los calvos podrán tener pelo hasta las cejas, los presumidos ojos azules y los caprichosos tres orejas, si les apetece. La gente podrá disfrutar de avances tecnológicos y aparatos de lo más sofisticado, pero en lo tocante a vivir mejor nada de nada. Al contrario, lejos de avanzar hacia una distribución más justa de la riqueza, lo que anuncian es que aumentará la brecha entre los que más tienen y las clases media y baja.

Aseguran que se avanzará en el sentido de que los cien años ya no serán una barrera, que la gente vivirá más, pero vivirá peor. Habrá enormes diferencias sociales, mucho egoísmo y más soledad. Eso es lo que nos espera.  

Una pena. No obstante, si nos atenemos a los últimos sondeos, el optimismo va en aumento. Ahora mismo, el 66 % de los españoles se declara optimista. Me alegro. Al parecer, el secreto para ser optimista y feliz consiste en aceptar que el sufrimiento es inevitable. Un sufrimiento que, según Schopenhauer, podemos mitigar moderando nuestros deseos.

Aunque mi futuro no alcanzará muy allá, imagino que me tocará sufrir. Es imposible que pueda moderar más mis deseos. Los he puesto al mínimo. Un salario digno, una sanidad pública aceptable y una vivienda asequible.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 23 de diciembre de 2024

Los Reyes, los padres y la verdad

Milio Mariño

Llevaba un rato largo delante del folio en blanco, y ya empezaba a desesperarme porque las ideas no llegaban, cuando recordé que había leído, en una revista científica, un caso de lo más extraño. El de un hombre que decía que podía predecir el tiempo por el olfato. Me sorprendía que los científicos lo tomaran en serio y la explicación era que podía oler una cianobacteria llamada Geosmina.

Asombroso. Nunca conocí a nadie con semejante talento. La mayoría, a lo más que llegamos es a utilizar el reuma para nuestros pronósticos. Algo que, por lo visto, sirve de poco porque, según los científicos, no existe una correlación fiable entre el dolor de huesos y el cambio atmosférico.

Allá ellos. Yo no lo huelo, pero lo siento. La semana pasada, mis huesos me avisaron primero que el móvil. Desperté hecho un guiñapo, cagándome en todo, y, efectivamente, el frío había llegado y me esperaba en la calle.

Hay tanta confusión con el cambio climático que mucha gente creía que este año el frio había ido a Canarias a pasar el invierno. Todavía no. Hace menos frio que cuando algunos éramos niños, pero el clima va cambiando a su ritmo. Ahora ya no caen aquellas heladas que dejaban los charcos como cubiteras de hielo y las orejas de un color morado que parecían dos berenjenas al fresco. Aquello sí era frio. Un frío que tiritabas como un cantaor de flamenco.

Aunque cueste creerlo, el frio es distinto según sea el sitio. En Suiza, por ejemplo, siempre hizo un frio elegante y aristocrático. Muy distinto al nuestro, que era de gripes y catarros y horrorosas prendas de abrigo como las pellizas de borrego.

Nuestro frio era pobre y doméstico. De cocina de carbón y ladrillo para los pies. La memoria tiene sus caprichos y este día, cuando el reuma me dio el aviso, recordé lo que digo. Y lo reitero: ahora el frio es distinto. El clima ha cambiado, pero también es verdad que hemos cambiado nosotros. Mucho, muchísimo. Con decirles que recuperé la inocencia y me volví más creyente… Ya lo sé, un milagro.

Sucedió como en los cuentos de hadas. Desde que soy abuelo, no solo he vuelto a creer en los Reyes Magos sino que, además, creo en Papa Noel. Es por mi nieto. Sus padres sucumbieron a la moda de los regalos en Nochebuena y en Reyes y el abuelo, por no dar la nota, también.

Ahora creo en los dos. El problema es que mi nieto ya está en esa edad en que los niños empiezan a descubrir que Los Reyes Magos y Papá Noel no pueden estar en todos los sitios a la vez, que las casas no tienen chimeneas por donde colarse y que los camellos y los renos es imposible que puedan volar. Así que, como temo lo peor, estoy preparado por si surge la pregunta terrible.

Abuelo… ¿Los Reyes Magos, existen de verdad? Bueno, verás, existen mientras creas en ellos. Eso que seguramente has oído…. Eso de que los Reyes son los padres, es mentira. Los padres compran los regalos, pero no son los Reyes.

A los niños hay que decirles la verdad. Si les mientes y dices que los padres son los Reyes, luego, cuando se hacen mayores, siguen pidiendo de forma exagerada. No se conforman con unos calcetines o una bufanda.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 16 de diciembre de 2024

Los malos están al llegar

Milio Mariño

Vivo sin vivir en mí… Sí, lo sé, igual que la santa de Ávila, pero sin el éxtasis místico que conlleva pasarlo divinamente. Con un cabreo de mil demonios porque, a estas alturas, a la edad de un dinosaurio, me desespero con eso de que los buenos, al final, son los que ganan. No es verdad. Después del buen hacer, el sufrimiento y las penurias, no prevalece la justicia. Tampoco es verdad que el Séptimo de Caballería venga a salvarnos cuando estamos en dificultades, como vemos en las películas.

La vida no es lo que nos habían contado. Tal vez ocultaron la verdad para no hacernos spoiler, pero quienes acaban ganando no son los buenos. De todas maneras, mi vieja afición por las causas perdidas me animaba a defender la bondad, aún a sabiendas de que el “buenismo” ya no se lleva. Ahora, lo que triunfa y está de moda es ir a contracorriente, sin ética ni principios.

Según los gurús mediáticos, ser bueno se había convertido en un lujo que esta sociedad no puede permitirse. Dicen que el “buenismo” es una actitud bobalicona y pueril que denota una gran debilidad mental. Y, apoyándose en esa falacia, los malos gozan de una popularidad excelente. Unos malos que si son ignorantes y estúpidos, mejor que mejor. Cuantas más tonterías y sandeces digan, cuanto más absurdo y simplista sea su discurso, más los aplauden. Las barbaridades son más apreciadas que el talento. El talento, al parecer, es un mito en deconstrucción.

Un horror, pero es lo que hay. Quienes aplauden la victoria de Trump y suspiran porque alguien parecido gobierne en nuestro país, tienen a su favor que los políticos como él no disimulan que son estúpidos. Sus votantes lo saben, pero consideran que la estupidez es un activo. Les apetece votar a los malos, un poco por ver qué pasa y otro poco por mandarlo todo a tomar por saco. Especialmente los jóvenes que han crecido disfrutando el Estado de Bienestar, pues una encuesta reciente señala que el 29,9%, entre 18 y 24 años, votará a la ultraderecha.

Tienen suerte de que se haya interrumpido lo que Darwin llamaba selección natural porque, de lo contrario, ya se hubieran extinguido. Pero no se extinguieron, cada vez abundan más en esta sociedad embrutecida y tontaina que adopta el negacionismo y los disparates como ideas brillantes. Son los que más ruido hacen. Así que, dadas las circunstancias, no creo que debamos convencerlos de que esas ideas y esos gobernantes nos llevarán al desastre. Lo que procede es animarlos para que los voten. Cuanto antes suceda, primero acabamos.

Me costó decidirme. El empujón definitivo fue que, una vez conocidos los primeros nombramientos de Trump, viendo que pone al frente de los cargos más importantes a gente que es para santiguarse, los hay que ya se han puesto a rezar y piden al propio sistema, eso que llaman Establishment, que actúe con sensatez y controle el daño impidiendo que cometan barbaridades. Será difícil. Al final, Trump no tiene la culpa de que estemos temblando ante lo que se avecina. La culpa es de los que jalean y festejan los disparates y luego se llevan las manos a la cabeza. Sabemos lo que vendrá, incluso a los más viejos nos suena, pero los malos están al llegar y se saltarán todas las reglas, excepto la regla de Murphy.


Milio Mariño / Artículo de Opinión


lunes, 9 de diciembre de 2024

La sidra y el bulo de la manzana

Milio Mariño

La semana pasada recibimos la noticia que confirma que el mundo es una familia asturiana. La sidra fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y el acontecimiento bien merece el esfuerzo de escanciar un “culin” a la salud de la Unesco que, además de darnos visibilidad y prestigio, también se apunta un tanto con esta decisión que tardó en llegar pero acabó llegando. Ahora solo falta que la jerarquía eclesiástica y algunos historiadores estén a la altura y  reconozcan y rectifiquen un error que nos afecta y mantienen desde hace siglos.

Recordarán que una de las escenas bíblicas más conocidas, que podemos ver en multitud de cuadros, son las Tentaciones del Paraíso, donde Eva aparece dándole una manzana a Adán y convirtiendo nuestra preciada fruta en la fruta del pecado. Pero, no solo eso, en la narración, traducida, del Génesis también se apunta que la manzana es la fruta que Dios ordena que no se coma.

Todo es mentira. Ni Eva le dio a Adán una manzana ni la serpiente le aconsejó que se la diera. Menos mal que aquí, en el paraíso asturiano, apenas hicimos caso de esa patraña y dispensamos a la manzana el trato que se merece. Si nos atuviéramos a la errónea traducción de la Biblia y las imágenes de algunos cuadros hubiéramos sido víctimas de un bulo histórico.

Los bulos, y las noticias falsas, aunque creamos que son de ahora, existen desde que el mundo es mundo y está poblado de seres humanos y bichos. Hay bulos que se remontan a la noche de los tiempos, se han mantenido durante siglos y ahí siguen sin que nadie, al parecer, tenga intención de corregirlos.

 La historia de Adán y Eva, la más antigua de la Biblia, nos la cuentan incluyendo un error que clama al cielo y va más allá de cualquier convicción. Lo que Eva le dio a Adán no fue una manzana, fue un higo y así aparece en la representación de esta escena por algunos pintores ilustrados, como es el caso de Miguel Ángel que la pinta en la Capilla Sixtina. La manzana jamás se consideró como el fruto prohibido, fue un error de traducción. Jerónimo de Estridón, que tradujo la Biblia del hebreo y el griego al latín, en el año 405, cometió ese error y la Iglesia lo sigue manteniendo de forma inexplicable.

En el original relato Bíblico no aparece la manzana. Y, tiene sentido. Después de muchos años de estudio, los arqueólogos sitúan el Jardín del Edén en un valle próximo a la actual Tabriz, en el norte de Irán, donde no había manzanos.

Actualmente, el manzano es uno de los frutales más extendidos por el mundo, pero entonces los árboles que había en aquella zona eran las palmeras, los olivos y las higueras. Otro dato importante es que si Adán y Eva, después de comer la fruta prohibida, percibieron que estaban desnudos y les dio mucha vergüenza, difícilmente podrían haber tapado sus vergüenzas con hojas de manzano. Es más lógico y verosímil que lo hicieran con hojas de higuera.

Nuestra manzana es una fruta deliciosa, una tentación, pero nunca fue la fruta prohibida ni la causa del pecado original. Así que ahora que la sidra es patrimonio de la humanidad, no parece que sea mucho pedir que corrijan el error y dejen de relacionar a la manzana con el pecado.


Milio Mariño / Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España


lunes, 2 de diciembre de 2024

Aldama debuta en el circo

Milio Mariño

Influido por las películas y las series de televisión americanas, esas que nos ponen al tanto de cómo funcionan los jueces y los fiscales en Estados Unidos, apostaría que el abogado de Víctor Aldama, José Antonio Choclán, que es de los buenos y los que cobran una minuta que casi parece un atraco, no aconsejó a su cliente que se explayara hasta el punto de contarle al juez, y a todos nosotros, que trabajó para la CIA, el FBI, el MI6 británico, el CNI y la UCE2 española.

Creo que debió inclinarse por la discreción y no por recomendar a su cliente que metiera en el ajo a los servicios secretos más importantes y más prestigiosos del mundo. Pero claro, hay personas que, cuando les pides que hablen, se entusiasman y no pueden evitar atribuirse hazañas que ya les gustaría haber protagonizado. Por eso que solo a un cantamañanas se le podía ocurrir intentar convencernos de que es James Bond cuando a quien, de verdad, se parece es a Maxwell Smart, protagonista de aquella famosa serie Superagente 86.

Aunque la reacción popular fue de asombro, es un clásico. Todos conocemos, o hemos conocido, algún cantamañanas que presume de lo que no es y de tener amigos muy importantes que pueden solucionarnos cualquier problema. Da lo mismo que sea una multa de tráfico, que un trámite en el Ayuntamiento o que el grifo del baño gotea hace tiempo. Siempre conocerá o será amigo de la persona adecuada. Un primo que es policía, el concejal de urbanismo o un fontanero barato y además de confianza.

A nivel estadístico, es casi imposible que no hayamos tropezado con alguien así o muy parecido. Un jeta, un vividor, un cantamañanas, llámenlo como quieran, que nos ofrece sus servicios con vehemencia y sin pedir nada a cambio. Solo por ser quien somos y porque le caemos simpático.

Este espécimen ha existido siempre. El golfo gracioso, el caradura con labia, que no era nadie pero andaba metido en todas las salsas, cumplía con un papel socialmente reconocido. Sabíamos de su existencia, lo que no sabíamos, y nos preguntábamos, era a qué se dedicaba y como hacía para vestir bien, conducir un buen coche y estar donde estaba la gente importante.

Insisto en lo dicho: los jetas y los caraduras siempre han existido. La diferencia, importante, es que antes eran inofensivos. Podían gorronearte un par de consumiciones, pero no hacían daño a nadie. Eran como una especie de influencer doméstico. Dejábamos que presumieran un poco y luego nos reíamos de sus hazañas y sus aventuras. Nadie los tomaba en serio ni imaginaba, entonces, que los de su especie llegarían a constituir un modelo de vida y de conducta moral fuertemente instalado en nuestra sociedad. Era impensable que los sinvergüenzas y los caraduras llegaran a triunfar y a extenderse como una plaga por los negocios, la política y, prácticamente, todas las instituciones.

La triste realidad es que encabezan los telediarios. No serían nadie si no fueran aupados al estrellato por el circo mediático, pero algunos medios y algunos políticos los necesitan para el espectáculo y no les importa presentar a ciertos delincuentes como auténticos héroes.

El último que ha debutado, en este gran circo sin lona, ha sido Aldama. Aldama comparte cartel, como lanzador de cuchillos, con el malabarista Peinado, el domador Rodríguez y la trapecista y su novio.


Milio Mariño

lunes, 25 de noviembre de 2024

Autonomías y de todos

Milio Mariño

La catástrofe de Valencia ha vuelto a poner sobre la mesa el oportunismo de quienes están a la que salta y aprovechan cualquier problema para ofrecernos sus maravillosas recetas. Igual no se dieron cuenta, pero la fórmula que utilizan se parece bastante a la definida por aquel genio irrepetible que se apellidaba Marx.

Si pensaron mal, con la intención de acertar, se equivocan. No me refiero a Karl, hablo de Groucho Marx, quien decía de la política que es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar los remedios equivocados.

En esas estamos. Apelando a la eficiencia, la solidaridad y el buen gobierno han aparecido, de nuevo, los guardianes de la esencia patria que culpan de lo sucedido en Valencia al Estado de las Autonomías. Aprovechan que la riada pasó por el Barranco del Poyo, como antes lo hizo por los independentistas catalanes, y vuelven a la carga con la vieja matraca del Estado centralizado. Les vale cualquier pretexto para intentar vendernos que lo mejor es una sola instancia de poder. Un poder único, ejercido desde Madrid, pues, según ellos, la descentralización ha demostrado su incapacidad para hacer frente a una situación de crisis como la que acabamos de vivir.

Cualquiera, con un mínimo de sensatez y sentido común, abogaría por analizar lo sucedido y corregir los fallos, que ciertamente los hubo y a todos los niveles, pero los hay que insisten en la nostalgia y aprovechan la catástrofe para pedir el fin de las Autonomías y la vuelta a la España de las Provincias y los Gobernadores Civiles. 

Otro pretexto que esgrimen es que más nos valdría alejar a ciertos personajes de los puestos de mando y los lugares donde se toman las decisiones. En eso aciertan, pero el remedio es peor que la enfermedad. Coincidimos, prácticamente, todos en que Mazón no estuvo a la altura del cargo. Pero, que un Presidente autonómico no esté a la altura y quiera disimular su incompetencia con una sarta de mentiras, no justifica que haya que poner en cuestión el Estado de las Autonomías.

La organización territorial de España cuenta con un fuerte y amplio respaldo como reflejan las sucesivas encuestas del CIS. Aun en el peor de los escenarios, como fue el proceso independentista de Cataluña, el 80 % de los encuestados veía positivo que las Comunidades Autónomas gestionaran su territorio, al tiempo que se mantenía la solidaridad interterritorial y el Gobierno central seguía contando con importantes y amplias facultades.

Nuestra democracia, con todas las imperfecciones y carencias que queramos atribuirle, se desarrolló en un escenario descentralizado. Además, no es cierto, como aseguran los detractores, que los gastos que generan las Comunidades Autónomas sean exagerados. Son menores que en otros países. Mientras que España destina el 2,6% del PIB al gasto burocrático de las administraciones autonómicas y estatales, un país centralizado como Francia destina el 3,5%.

La organización territorial descentralizada tiene muchas ventajas y, por si no fueran bastantes, las autonomías suponen un contrapeso necesario que evita que las mismas manos manejen los recursos de la totalidad del Estado. Aprovechar el cruce de reproches, a propósito de la DANA, para alimentar la crispación y crear enfrentamientos es oportunismo del malo. La catástrofe de Valencia no se hubiera gestionado mejor desde Madrid. El Estado de las Autonomías no es lo que ha fallado. El fallo no fue de competencias, fue de incompetentes.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 18 de noviembre de 2024

Errejón y unos señores de Murcia

Milio Mariño

Sentir compasión por el prójimo, además de un sentimiento muy noble, es un mandato de todas las religiones, no solo de la católica. Sin embargo, dependiendo de quién sea el prójimo, ser compasivo puede suponer un problema. Si alguien se compadece de Iñigo Errejón lo más probable es que le consideren cómplice de un impresentable machista, con cara de niño, que las mataba callando. Lo de matar es metáfora. El presunto delito, según las denuncias, fueron unos abusos que tienen pinta de lagarto, lagarto, si tenemos en cuenta cómo ha evolucionado este caso.  

Lo único cierto, hasta ahora, es que seguramente habrá dos verdades. De momento solo conocemos una. Pero, da igual, el Tribunal de la Santa Opinión Pública ya dictó su condena y no habrá manera de apelar a ningún tribunal superior. Aunque nada esté probado, ni medie sentencia alguna, el acusado ha sido ejecutado, públicamente, por los tertulianos de la radio y la televisión, los periódicos, Twitter y Facebook. 

Errejón no es el primero, ni será el último, que ha sido acribillado a insultos sin que nadie haya tenido en cuenta la presunción de inocencia. Los suyos y sus enemigos, todos, le han disparado sin preguntar. Unos porque le tenían muchas ganas y otros, los de su cuerda, para que no se diga que son blandos y se quedan atrás. Así que todos se han apuntado a una especie de festín morboso que les sirve para regodearse y ajusticiar, sin compasión, a quien califican de muy inteligente y capaz, pero también narcisista y con una mente enfermiza que culo que ve, culo que toca sin preguntar.

No contentos con eso, tal vez por resentimiento, venganza o el simple placer de hacer leña del árbol caído, son muchas y muchos los que se ufanan de que no solo han conseguido apartar a Errejón de la política sino que, presumiblemente, tampoco podrá volver a dar clases en la Universidad Pública, nadie de la privada va a querer contratarlo y, casi con toda seguridad, tendrá que irse de España.

Llama la atención, a mí por lo menos, que la opinión pública, y buena parte de los políticos y los tertulianos que se pronunciaron sin miramientos contra Errejón, no dijeran ni una palabra de los seis empresarios de Murcia condenados por abusar de menores, drogarlas y prostituirlas. Es, cuando menos, curioso que los jueces acabaran por librarlos de ir a la cárcel y la opinión pública de un linchamiento como este que comentamos. El caso se cerró con pelillos a la mar y los empresarios a lo suyo. A seguir con sus negocios, su prestigio social y sus distinguidas amistades.

Vivimos en una sociedad hipócrita y de un cinismo que asusta. Una sociedad que moldea, a su conveniencia, los asuntos que le apetece y los aborda como mejor convenga a determinados intereses.

La historia de Iñigo Errejón no me gusta y me gustará menos si, al final, se confirman las sospechas. Pero tampoco me gusta la enorme hipocresía con la que se está abordando este asunto. No creo que quienes tanto se escandalizan de un caso y no dicen nada del otro sean los que mejor defienden los derechos de las mujeres. No lo creo porque el cinismo y la cara dura llegan a tales extremos que muchos están criticando la violencia de género que ellos mismos niegan que exista.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 11 de noviembre de 2024

Menudo “Trumpazo”

Milio Mariño

Quienes vivan en Estados Unidos y tengan un perro, un gato o un cochinillo de Segovia, como animal de compañía, están de enhorabuena; ya pueden dormir tranquilos. La victoria de Donald Trump impedirá que los inmigrantes sigan comiéndose las mascotas, como denunciaba el ahora presidente electo. Falta saber si les obligará a comer hamburguesas para que desistan de vivir en Estados Unidos y vuelvan a sus países de origen. Es muy capaz. Prometió ser duro con ellos, pero lo mismo los granjeros de Texas protestan porque se quedan sin mano de obra barata y le dicen que afloje un poco.

En estas elecciones americanas, los animales han sido los grandes protagonistas. A todos los niveles. No solo por las mascotas, otros cuadrúpedos, como Putin, Milei y Orbán, celebran que Trump vuelva a la Casa Blanca. También Santi Abascal, Ayuso y Feijoo sonríen satisfechos mientras aquí, por estos pagos, estamos que no nos llega la camisa al cuerpo, por el Trumpazo que hemos llevado y las animaladas que se avecinan.

La democracia tiene estas cosas. El pueblo, que es soberano, se ha pronunciado en las urnas y hay que aceptarlo. Por supuesto. Nadie cuestiona que el pueblo sea soberano, pero también puede ser soberanamente tonto. Eso de que el pueblo nunca se equivoca está pidiendo una revisión. La historia demuestra que muchos pueblos se han equivocado a la hora de votar. No parece que acierten los que han votado a quién, además de déspota, vengativo y racista, presume de ser inculto y ha sido declarado culpable de más de 34 delitos.

Imagino que algo raro debe estar pasando para que el pueblo compre, es decir acabe votando, lo peor que hay en el mercado. Los más mentirosos, aprovechados, corruptos, machistas y vendedores de humo. Así que lo mismo tenemos que poner en cuarentena aquello de que el pueblo es sabio. Parece una frase hecha para halagarnos, más que una afirmación objetiva.

El pueblo de Estados Unidos acaba de elegir Presidente a un convicto que el pasado mes de mayo fue declarado culpable de 34 delitos, todos los que le imputaban en el caso de Stormy Daniels, la actriz porno a la que pagó con dinero negro para comprar su silencio. Trump tiene, además, otras causas pendientes. Está imputado por su papel en el asalto del Capitolio y el intento de pucherazo en Georgia, por los papeles clasificados que, dicen, robó y llevó a su casa y falta por ver qué ocurre con un audio en el que se jactaba de que había magreado a muchas mujeres por el hecho de ser famoso.

Todo era sobradamente conocido. Los americanos sabían que si votaban a Trump estaban votando a un vulgar millonario perseguido por la justicia pero, por alguna razón que se nos escapa, los discursos racistas, las imputaciones judiciales, las mentiras y los escándalos se convirtieron en hazañas que le dieron votos. Resulta increíble que millones de personas: negros, hispanos, inmigrantes, mujeres… en vez de ofenderse por los insultos que recibían, los tomaran a broma y les divirtieran.

No intenten una explicación razonada porque no van a encontrarla. Es tan incomprensible que dan ganas de decir que baje Dios y lo vea. Y, posiblemente, bajó. Las primeras declaraciones de Trump, cuando se supo ganador, fueron: "Dios ha querido que salve mi país".

No se hable más. Si Dios lo ha querido, ya está todo dicho.


Mi artículo de opinión de los lunes en La Nueva España


lunes, 4 de noviembre de 2024

Gota fría de indignación

Milio Mariño

Primero fue ese dolor agudo que deja los ojos fríos y la boca muda. Luego esa indignación amarga que quema como fuego en la garganta. Más tarde, la impotencia y la rabia de ver que intentaban aprovecharse de la tragedia quienes, si fueran mínimamente honestos, no deberían hacerlo.

Explicar con palabras lo ocurrido en Valencia es difícil. Hablo por mí. Existe la teoría de que si estás sobrecogido por la emoción no puedes describir lo que ves. Ojalá fuero eso pero, en mi caso, es que no doy para más. Así que voy a dejar a un lado las imágenes dantescas y centrarme en otras que también me dolieron. Otras como la de Carlos Mazón, Presidente de la Comunidad Valenciana, vestido con un chaleco reflectante como si viniera de limpiar el barro con sus propias manos. O, la del rey Felipe VI, expresando su pesar por la tragedia vestido con el mono de piloto del Ejército del Aire. Eran imágenes que chirriaban y no encajaban con lo que veía, como tampoco encajaba Núñez Feijoo cargando contra el Gobierno y lanzando acusaciones falsas con un cinismo escalofriante.

Prácticamente a dos pasos, cientos de voluntarios, militares de la UME, bomberos, policías y guardias civiles, agotados y llenos de barro hasta el culo, seguían ayudando a la gente después de más de doce horas sin descanso.

Antes de eso hubo políticos que se indignaron por que no se suspendieron las sesiones del Congreso y políticos de la misma cuerda que no decretaron la alarma hasta pasadas las ocho de la tarde, dejando completamente indefensos y desprotegidos a los trabajadores que tenían que ir o volver del trabajo en una situación de extrema gravedad. Un ejemplo muy cruel fue el twitt de un famoso que tuvo la desvergüenza de publicar una foto en la que aparecía dándole diez euros de propina a un repartidor que sorteó la riada para llevarle una pizza a su casa.

La alerta tardía, los trabajadores obligados a trabajar, la eliminación de la Unidad Valenciana de Emergencias, el retraso en pedir la intervención de la UME y otras medidas que no fueron tomadas a tiempo, hubieran salvado vidas.

Querer hacer responsable a la AEMET de la tragedia, además de falso, es ruin y miserable. Supongo que, a estas alturas, ya habrán inventado o inventarán otras disculpas que ojala sean diferentes a la tristemente famosa “hubieran muerto igual”, referida a los ancianos de la Comunidad de Madrid.

Cuesta asumir y entender unas consecuencias tan sobrecogedoras en vidas humanas por un fenómeno anunciado y en una comunidad que tiene un trágico y abundante historial de inundaciones. Si se hubieran interrumpido las actividades no esenciales a tiempo y se hubiera dado prioridad absoluta a la seguridad de las personas, no estaríamos hablando de esta cifra de fallecidos.

Habrá que exigir responsabilidades, pero esto no va de culpas, va de una reflexión en voz alta. La privatización de lo público, el negacionismo del cambio climático, construir en barrancos, poner diques al mar, urbanizar los ríos… La creencia de que somos todopoderosos y nada se nos resiste hace que nos asombremos ante la furia de unos elementos que creíamos domesticados. Es evidente que no lo están. Y lo peor de todo es que los gritos de esta terrible tragedia acabarán olvidándose sin que nadie asuma el fracaso y ponga los medios para que no vuelva a ocurrir.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 28 de octubre de 2024

Pobres trabajadores

Milio Mariño

Hará como un par de semanas, Oxfam Intermón hizo público un estudio en el que aseguraba que, en España, uno de cada diez trabajadores es pobre. Mentía por omisión. Los nueve restantes son pobres también. Son pobres los diez. Si no lo reflejan en ese estudio es porque la vara de medir que utilizan para la pobreza es tan retorcida que se agarran a ella los que no quieren que les crezca la nariz.

Esa misma ONG, dice que los trabajadores que cobren 1.343 euros al mes ya no son pobres, son clase media. Lo cual es como si dijera que las gulas y las angulas son de la misma familia y no se diferencian en nada. Siguen con la obsesión de meternos a todos en una elástica clase media cuyo mito fundacional era que si trabajas duro y te portas bien, el camino hacia el éxito está garantizado. Hace tiempo que ese mito se ha roto, pero siguen igual.

Estadísticas aparte, hay más pobres de lo que parece y muchos más de los que veía Enrique Osorio, portavoz del PP de Madrid, que, subido en la tribuna, preguntaba: ¿Dónde están los pobres, a ver, que yo los vea? Se puso a mirar, desde su atril, a izquierda y derecha, simulando que buscaba pobres y no veía ninguno. Deberían de haberle advertido que los pobres no se dejan ver fácilmente porque les da vergüenza ser pobres y se ocultan y disimulan todo lo que pueden.

Quienes no quieren ver que hay pobreza hacen un buen regalo a su conciencia. Suelen ser los mismos que tienen recetas para todo y para esto también. ¿Cómo que hay pobres? Lo que hay son pocas ganas de trabajar. Es más cómodo estar en casa cobrando un subsidio y a verlas venir. Que levanten el culo del sofá y se pongan a trabajar, verás cómo dejan de ser pobres.

Culpar a los vagos de la pobreza viene bien para no preocuparse, pero el asunto es más complicado. Lo de levantar el culo del sofá y trabajar, en un país con un importante crecimiento económico y que, además, crea empleo, debería servir para llevar una vida aceptable, pero casi la mitad de los que están en riesgo de exclusión tienen trabajo y lo que ganan no les alcanza para cubrir sus necesidades básicas. En sus hogares escasea la carne, el pescado, la fruta y la verdura. Tienen que elegir entre poner la calefacción o pagar el alquiler y si les surge algún imprevisto o se les estropea un electrodoméstico, la tragedia es para llorar.

Un informe, de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, afirma que, en España, tener un trabajo no garantiza los ingresos necesarios para salir de la pobreza. Y no solo eso, apunta otro dato muy preocupante: el hecho de tener estudios ya no es garantía de conseguir un empleo que permita vivir en condiciones dignas. El 42,9% de la población en riesgo de pobreza ha finalizado los estudios medios o tiene estudios superiores.

Trabajar y cobrar un salario debería alcanzar para vivir de forma aceptable, pero no siempre alcanza. Muchos de los que trabajan y pelean por sacar adelante a su familia se desesperan porque no entienden que los hayan condenado a la pobreza. Consideran que su vida es tan desafortunada que no merece la pena vivir. Y eso es terrible.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 21 de octubre de 2024

Propinas y americanos

Milio Mariño

Cuando era un chaval quedaba abobado, como un pánfilo, viendo aquellas películas americanas en las que el protagonista tiraba unos cuantos billetes encima de la mesa del bar y marchaba sin preguntar a cuánto ascendía la cuenta ni esperar por el vuelto. Aquel derroche, y la despreocupación por el gasto, me tenían fascinado. Creía que eran la confirmación del éxito y lo máximo a lo que podía aspirar cualquiera.  

Ya de mayor, alguna vez pensé en darme ese gustazo, pero nunca me atreví. Tanto mejor. Hubiera sido un insulto, a la memoria de aquellas películas, tomar un café y dejar sobre la mesa un billete de cinco euros. Hasta ahí llegaría el derroche, no creo que llegara a más. Los que nacimos en la España cutre y subdesarrollada del franquismo arrastramos un síndrome de pertenencia a la pobreza del que no se libra ni Amancio Ortega.     

Los tiempos, afortunadamente, han cambiado. Ahora vivimos mejor y eso nos hacer ser más espléndidos. Aún así, según un estudio reciente, solo el 11% de los españoles deja propina de forma habitual, mientras que el 17% reconoce que nunca lo hace. Los que faltan, los de unas veces sí y otras no, asocian la propina a la calidad del producto y el trato recibido.

Ni tan mal. Tiene más sentido lo nuestro que lo de Estados Unidos, donde dar propina es, prácticamente, una obligación pues constituye una parte sustancial del salario de los empleados de hostelería.

Conociéndolos, intuyo que la propina debió convertirse en obligación por esa idea tan americana del self-service. Es decir: si quieres que te sirvan, el camarero lo pagas tú. Así es como lo entienden y creen que así debe ser. Se consideran muy avanzados, piensan que el progreso consiste en comprar un Sándwich en un puesto de comida callejera y comerlo en un banco del parque.

 Nos llevan mucha ventaja. Aquí todavía comemos sentados en torno a una mesa y, a ser posible, con servilletas de tela y mantel. Estamos muy atrasados. Solo vamos por delante en el asunto de las propinas. No por qué sean voluntarias sino porque todavía no hemos llegado a que Hacienda meta mano en el bote del bar.

Allí sí. Allí presumen de ser liberales y pagar pocos impuestos, pero los empleados de hostelería deben llevar un registro de las propinas que reciben y entregar un informe mensual a su jefe para que este lo ponga en conocimiento de Hacienda.

Ahí es nada. Lo suyo trasladado a España significaría que si tomas una cerveza y dejas unas monedas en el plato, estarías dando propina al camarero y a María Jesús Montero.

Piensan arreglarlo. En el último debate televisado no hablaron del tema, pero los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos, Kamala Harris y Donald Trump, llevan como propuesta estrella, para las elecciones del 5 de noviembre, que los camareros dejen de pagar impuestos por las propinas que reciben.

Alabado sea el liberalismo moderno. Que en el país más poderoso y rico del mundo, la principal propuesta económica sea quitar el impuesto a las propinas de los camareros es para santiguarse. Lo bueno es que, como los dos candidatos proponen lo mismo, no habrá reproches. No se echarán en cara que quitar el impuesto a las propinas supondrá reducir el gasto en defensa y fabricar menos misiles. Ojalá fuera así, sería una gran propina para la humanidad. 


Milio Mariño / Artículo de Opinión diario La Nueva España



lunes, 14 de octubre de 2024

Lo bárbaro no fue lo de Bárbara

Milio Mariño


La noche del 23 de febrero de 1981, llovía si dios tenía agua, el viento soplaba a rachas y las calles de Avilés estaban desiertas, no había un alma. Era una noche de perros. Recuerdo que no pegué ojo, no dormí un sueño. Pero no por las inclemencias del tiempo, sino porque en Las Cortes había entrado un tonto con una pistola y los zurdos teníamos miedo de cómo podía acabar la cosa.

 Al día siguiente, aunque seguía lloviendo, moría de sueño y no me quedaba tabaco ni para fumar un cigarro, estaba tranquilo. La televisión y la radio repetían sin cesar que el Rey Juan Carlos I nos había salvado del golpe de Estado y había defendido la democracia como un jabato.

Durante décadas, esta convicción silenció cualquier duda engrandeciendo la figura del Rey hasta el punto de que cuando empezaron a conocerse algunas de sus andanzas, apuntaban que igual era un pelín golfo, pero que si no fuera por él no tendríamos democracia. Aquella hazaña lo convertía en un héroe al que debíamos perdonar sus flaquezas; que menos. Comparado con lo que había hecho, era una insignificancia que se acostara con mujeres estupendas o se hiciera rico llevándoselo crudo con los barriles de petróleo u otras vías como la del tren a La Meca.

Más de cuarenta años después sabemos, porque él mismo lo dice en unos audios que acaban de publicarse, que todo lo que creíamos, porque nos lo habían hecho creer, era una falsedad. La gran verdad de nuestra historia reciente es que el rey Juan Carlos, al parecer, fue uno de los promotores del golpe de Estado que luego acabó parando no sé sabe si por consejo de la CIA o de Sabino Fernández Campo. Hasta ahora, nadie había aportado ninguna prueba concreta, pero resulta que lo comenta con su amante e, incluso, se permite mofarse de alguien que también estaba en el ajo como el general Alfonso Armada, del que dice, muerto de risa, que se comió siete años de cárcel y jamás dijo una palabra.

A mí, y a otros muchos, lo que menos nos importa es lo que pudo ocurrir con Bárbara. Lo bárbaro es lo otro. Es que hayamos vivido engañados durante tantos años y, encima, quieran volver a engañarnos.

Digo lo de volver a engañarnos porque no estamos, ni mucho menos, ante un asunto de faldas que deba dirimirse en las tertulias de la tele o la prensa del corazón. Estamos ante una cuestión de Estado con muchos interrogantes, como saber qué pasó, realmente, el 23F, cuánto dinero público se pagó para comprar los silencios, quien ordenó pagarlo y muchas más cosas.

Hace poco, el rey Juan Carlos anunció que publicaría sus memorias y dijo, para justificarse: “Lo hago porque tengo la sensación de que están robando mi historia”.

Que Juan Carlos diga que le roban su historia y que, además, insinúe que los ladrones somos nosotros, era lo que faltaba. Que lo diga precisamente él, que disfrutó de un reconocimiento y un cariño popular que casi puede considerarse unánime.

A los que, de verdad, les han robado la historia es a todos los españoles y, especialmente, a los que luchamos por la democracia y por sacar la transición adelante. Que nos devuelvan lo robado es imposible, pero tenemos derecho a la pequeña satisfacción de saber quiénes fueron los ladrones.


Milio Mariño / Artículo de Opinión


lunes, 7 de octubre de 2024

Ningún presidente calvo

Milio Mariño

Explorando contradicciones, como llamar persona de color a un negro, recordé que hay cosas importantes que pasan desapercibidas y, sin embargo, otras, que no parecen tener importancia, son objeto de investigaciones al más alto nivel. Les pongo un ejemplo. Hace poco, varias universidades publicaron un estudio en el que daban cuenta de que habían descubierto que los caballos blancos, gracias a la polarización de la luz, son menos propensos a las picaduras de los tábanos.

Está bien saberlo. Desconozco para qué puede servir, pero alguna utilidad tendrá. Los científicos no suelen malgastar el dinero público. La Universidad de Northampton tiene en marcha un estudio para averiguar si las vacas, cuando se juntan, establecen alguna relación de amistad y eligen a una como su amiga íntima.

Ahora se investiga todo. Aparentemente, todo está bajo control, lo cual no quita para que siga habiendo lagunas y vacíos difíciles de explicar. No quisiera equivocarme pero, que yo sepa, nadie ha investigado por qué España, que según las estadísticas es el segundo país del mundo con más hombres calvos, no ha tenido, ni tiene, ningún Presidente calvo. Calvo Sotelo, ciertamente, lo era, pero apenas estuvo unos meses en el cargo y no alcanza ni para contabilizarlo cómo excepción.

El tema no es baladí. Todo lo que sucede, sucede por algo, tiene un motivo. Por eso resulta extraño que ningún investigador se preguntara por qué, en un país dónde el 42,6% de los hombres son calvos, ni uno solo, en más de cuarenta años, llegó a Presidente del Gobierno. Alguna explicación tiene que haber. Recurrir a la casualidad es negar el método científico y escurrir el bulto. El mundo se rige por leyes universales, no por casualidades. Así que ya están tardando los científicos, los calvólogos o quien sea, en investigar qué ha pasado para que todos los Presidentes: Adolfo Suárez, Felipe González, Aznar, Zapatero, Rajoy y Pedro Sánchez,  al margen de que sus cabezas albergaran más o menos neuronas, todos tuvieran pelo.

Debería investigarse, no solo por las dudas que pueden albergar los calvos, sino por la credibilidad y el prestigio de la propia democracia. También podrían investigar, de paso, por qué los presidentes de derechas son aficionados a teñirse el pelo. Lo de Aznar y su pelo caoba no admite discusión. Rajoy insistía en que no se teñía, pero el color obscuro de su pelo contrastaba con el blanco de su barba, una combinación sospechosa. Núñez Feijoo, que ya sé que no es presidente pero no lo es porque no quiere, ha pasado de tener el pelo casi negro a lucir una mezcla entre cenizo y rubio.

El estudio que les decía, el de los caballos y los tábanos, ha tenido continuidad. Acaban de iniciar otra investigación en la que varios laboratorios, en colaboración con la Estación Biológica de Doñana, EBD-CSIC, están estudiando la enorme fortaleza de las crines de los burros para ver si dan con una fórmula que permita trasladar esa fortaleza a la cabellera de los humanos y acabar con la calvicie.

El reconocido prestigio de nuestros científicos, y los sofisticados medios de que disponen, animan a pensar que lo mismo descubren alguna conexión, entre los burros y los humanos, hasta ahora desconocida, que desvele el misterio de por qué nunca hemos tenido un Presidente calvo. Claro que también puede ser que ya la hayan descubierto y mantengan el secreto por razones de Estado.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 30 de septiembre de 2024

El móvil mata

Milio Mariño

No ganamos para sustos. Estábamos tan contentos con esos aparatos portátiles que sirven para casi todo, y también para llamar por teléfono, que cuando nos enteramos de que habían muerto 20 personas y otras 3.000 habían resultado heridas, porque alguien hizo que sus “buscas” explotaran de manera simultánea, el miedo resbaló por las tripas abajo y más de uno apretó, por si acaso, antes de que fuera demasiado tarde.

Que nuestro teléfono móvil pueda convertirse en una pistola con el gatillo en manos de un asesino, induce al pánico. Ya no se trata de que igual provoca tumores cerebrales, por las ondas que irradia, o de que alguien escuche lo que hablamos, sepa dónde estamos o nos tenga controlados. Se trata de qué ese alguien, mientras desayuna un café con leche a miles de kilómetros de distancia, puede matarnos, sí quiere. Puede porque le resulta fácil y no necesita, siquiera, ni tener puntería. Con mandar un mensaje es suficiente para que el teléfono explote y nos vuele la cabeza.

Los expertos que lo saben todo y siempre se preocupan por nosotros, han intentado tranquilizarnos diciendo que los aparatos que explotaron funcionan con una tecnología muy anticuada. Aseguran que nuestros Smartphone, de última generación, están muy por encima de los rudimentarios “buscas” que causaron la catástrofe.

Peor nos lo ponen. Si fueron capaces de hacer lo que hicieron con unos aparatos prácticamente obsoletos, qué no harán con los buenos y los que están por llegar. Harán lo que les apetezca.

La historia de como hemos llegado a esta locura es complicada. La televisión y el cine han contribuido a banalizar la muerte y los videojuegos más todavía. También la distancia. Que el verdugo esté alejado de la víctima supone que la sangre no le salpica y no deja huella en su conciencia. No es igual matar con un cuchillo que con una pistola. Y no digamos con un dron teledirigido a distancia.

Los neandertales inventaron que se empezara a matar de otra manera que cuerpo a cuerpo. Con una lanza se podía matar a veinte metros, con una flecha a casi doscientos y un francotirador ucraniano acaba de batir el record matando a un soldado ruso a tres kilómetros de distancia. Claro que eso no es nada si lo comparamos con lo que puede hacer un piloto estadounidense con un avión no tripulado. Cuentan que Barak Obama regresaba de jugar al golf cuando le invitaron a que presenciara la muerte de Bin Laden en directo. La operación estaba siendo televisada y dirigida desde Washington, a 11.000 kilómetros de distancia, por un grupo de altos mandos del ejército reunidos en la Sala de Crisis de la Casa Blanca.

Lo ocurrido en Oriente Medio ha inaugurado una nueva forma de matar en la que no pensábamos. Es curioso, pero apenas se comenta. Nadie habla de que nos pueden matar con nuestro teléfono. Tal vez porque la suerte está echada y es inútil tomar precauciones. Si llaman y lo coges mueres y si no lo coges también. Mueres por no aceptar la llamada, sospechando que quieren matarte, y mueres por aceptarla, para evitar que te maten. Mueres de todas maneras. No es ciencia ficción. Acaban de demostrarlo. Han conseguido que la muerte cambie la guadaña por el teléfono móvil porque les resulta mucho más cómodo y más barato matarnos así que como lo venían haciendo hasta ahora.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 23 de septiembre de 2024

Ideas que no son de bombero

Milio Mariño

Cuando abrí el periódico y leí que los bomberos de Avilés andaban a la caza de un enjambre de avispas asiáticas, allá por el barrio de Sabugo, recordé que a los bomberos solemos atribuirles las ideas más peregrinas. No era el caso, pero como estamos influidos por esa creencia pensé que, tal vez, habían ido a Sabugo para que las avispas, al verlos, creyeran que había un incendio y huyeran despavoridas.

Descarten la imaginación; a veces se me va la olla. Reconozco que ahora,  menos para las avispas, hay expertos para todo, pero hubo un tiempo en que  llamaban a los bomberos no solo para apagar un fuego sino para solucionar cualquier problema. Precisamente, de ahí les vine la fama. Tenían que recurrir al ingenio y adoptaban soluciones poco convencionales que, luego, la gente calificaba como disparates.

 El caso que en el periódico donde informaban que los bomberos andaban por Sabugo a la caza de las Velutinas, venía otra noticia que alguien, con una mentalidad como la mía, podía atribuir, perfectamente, a un bombero. Se trataba del anuncio de la creación de un Centro de Atención Integral Especializado para hombres víctimas de la violencia sexual. Un proyecto que costará cerca de un millón de euros y que, según sus promotores, servirá para corregir la deriva del feminismo sectario que solo se preocupa por los problemas de las mujeres.

La iniciativa es pionera, y de una imaginación portentosa, pero hay muchas posibilidades de que acabe corriendo la misma suerte que aquella de abrir una Oficina del Español en Madrid para entretenimiento y remuneración de Toni Cantó.  Puestos a señalar, conviene hacer recuento de otras ideas que también sería injusto que atribuyéramos a los bomberos, como la de facilitar becas a los padres que superen los 100.000 euros anuales de ingresos o las becas de guardería para los concebidos no nacidos.

Son muchas las ideas que, de manera injusta, podríamos atribuir a los bomberos y, en realidad, se le ocurrieron a la Presidenta de la Comunidad de Madrid. Su afición por resolver los problemas inexistentes y no ocuparse de los reales, como la escasez de médicos o el déficit de viviendas, lo mismo la lleva a crear una Oficina Defensora de las Mascotas para evitar que se las coman los Menas y los inmigrantes sin papeles.  

Si algún distraído pensaba que a nadie más que a un bombero se le podía ocurrir que uno de nuestros mayores problemas es la cantidad de hombres que son violados a diario y reclaman la protección del Estado ya lo puede ir descartando. Ni aun en el caso de que la Presidenta de la Comunidad de Madrid conozca cuantas violaciones que se producen en las cárceles, y los abusos y violaciones que el Informe del Defensor del Pueblo atribuye a la iglesia católica, se justifica la creación de un Centro Especializado para hombres víctimas de la violencia sexual.   

Circulan tantos bulos que el compromiso con la verdad exige clarificar la autoría de ciertas ideas porque sería injusto que las atribuyéramos a los bomberos. Los bomberos bastante tienen con lo suyo. Este tipo de ideas, si no fueran de creación exclusiva de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, habría que atribuirlas a los Monty Python, que proponían un Ministerio de Andares Tontos para subvencionar a quienes hacen el tonto y no consiguen hacernos reír.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 16 de septiembre de 2024

La herencia real

Milio Mariño

En cuanto se supo que el rey Juan Carlos I había creado una fundación en Abu Dabi, al objeto de poder transferir su herencia a las infantas Cristina y Elena, de una manera sencilla y sin el engorro del papeleo, ya empezaron los tertulianos y los articulistas de opinión a darle vueltas y ver cosas para las que durante mucho años fueron miopes. Ahora, al parecer, se han puesto gafas y ven lo que no habían visto nunca. Por eso, un propósito tan encomiable como dejar a tus hijas con el riñón bien cubierto está siendo objeto de críticas e, incluso, de chistes. Hubo quien dijo que lo de Abu Dabi no era una fundación sino una fundición destinada a que las hijas sigan fundiendo el dinero que consiguió su padre, él sabe cómo, y tiene guardado él sabe dónde.

Fuegos artificiales. Quienes tienen la cara tiznada de servilismo y adulación cortesana, por mucho que quieran lavarla, pocos se salvan. Medios de comunicación, el estamento judicial, Hacienda, los políticos, el servicio de inteligencia…, todos fueron cómplices del emérito y contribuyeron a que viviéramos engañados. Todos participaron, de alguna manera, en la gran estafa que sufrimos los españoles. Sabían de las amantes del rey, las comisiones millonarias, los regalos de los empresarios, las correrías, los excesos… Pero no decían nada. Bueno sí, decían que era muy simpático y muy campechano y que todo lo que hacía lo hacía por España.

Como es justo dar a cada uno lo suyo, al emérito hay que reconocerle el mérito de ser sincero. Nunca ocultó que le gustaban mucho las mujeres, el vino Vega Sicilia, las juergas, las cacerías, las motos, el lujo, el dinero...  Si acaso mentía un poco cuando decía que la justicia debía ser igual para todos pero, enseguida, esbozaba una sonrisa, dando a entender que excluía a su familia.

Fuimos engañados y no caben disculpas. Juan Carlos I es responsable de lo que hizo, pero también lo son quienes se beneficiaron y convirtieron sus fechorías en un buen negocio. Les convenía taparlo porque favorecía sus chanchullos y les permitía enriquecerse sin dar cuentas a nadie.

La ley del silencio funcionaba de maravilla. Todo iba viento en popa hasta que el viento roló en Bostwana, empezó a soplar de levante y levantó varios escándalos. Se lió una buena. Se lió tan gorda que los cómplices y los aduladores salieron por piernas y empezaron a simular que siempre habían estado de nuestro lado. Dijeron que también habían sido engañados y aparentaban estar ofendidos y escandalizados.

Mentira cochina. Nadie se arrepintió ni hizo propósito de enmienda. Al contrario, siguieron maniobrando para echar tierra al asunto y es lo que siguen haciendo envueltos en la bandera del patriotismo. Los que se tienen por muy patriotas trabajan, a destajo, para que ni la justicia ni el Ministerio de Hacienda hagan nada. En esta estafa, los únicos condenados somos los españoles.

Estamos condenados a que nos engañen. Esa es la herencia real. No importa lo que se descubra, lo echarán en saco roto con la excusa de que la monarquía es un chollo. No solo es la mejor forma de gobierno sino que somos un caso único. Tenemos dos reyes por el precio de uno. Felipe, el de andar por casa, nos sale barato. Y el otro, el emérito, aunque nos de algún disgusto, ya se busca él los garbanzos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 9 de septiembre de 2024

Cuando los otros son nosotros

Milio Mariño
Los ociosos que este verano hayan tenido la idea de aprovechar los días nublados para dar un paseo por las calles de la villa o cualquiera de sus barrios,  asistirían, seguramente, al concierto de algún martillo neumático, alguna sierra cortando azulejos o al espectáculo de una nube de polvo saliendo por la ventana y delatando el derribo de un tabique a porrazos.

Nada extraordinario. Lo normal, dentro de lo previsto. Y es que, no solo las bicicletas, las reformas, las chapuzas y las ñapas también son para el verano. En verano, la gente aprovecha para reformar su vivienda, los contratistas hacen su agosto y los inmigrantes encuentran trabajo. Trabajan en lo que antes hacíamos y ya no hacemos porque exige mucho esfuerzo y está mal pagado. Así que es falso que vengan a quitarnos el trabajo.

 Qué vienen es cierto, pero se apañan con lo que les dejamos, que suele ser lo peor porque cada vez hay menos de los nuestros que trabajen doblando el lomo. Por eso, los que vemos cargando con cestos y sacos de escombro, son todos de otros países. No cuesta identificarlos, los delata su físico y el vestuario. Piel color caramelo, o más obscura, y camisetas y pantalones a juego con los cascotes y el polvo.

Cada obra, de las que vi este verano, estaba formada por una especie de pequeña ONU de la chapuza que reunía distintas nacionalidades. Indígenas mejicanos, nativos del Magreb y negritos del África tropical, que no deben ser tan hábiles con los pies como para vivir del futbol. Varios idiomas, culturas y religiones distintas y un punto en común: la necesidad de sobrevivir trabajando honradamente.

A los inmigrantes, los distinguimos fácil porque no son nosotros. Nosotros ya estábamos aquí y ese sentimiento de pertenencia fortalece nuestra autoestima y nos hace creer que tenemos autoridad y poder para decidir si los que vienen pueden quedarse o no.

 En el caso que comentamos vuelve a repetirse la historia de lo que sucedió hace sesenta o setenta años. Por aquel entonces, aquí también llegaba gente del sur, la diferencia es que no llegaban en patera, o a nado. Atravesaban el ancho mar de Castilla en trenes tercermundistas y cuando llegaban a esta villa, que dejaba de ser marinera para ser capital siderúrgica, se alojaban donde podían: en improvisadas chabolas, barracones o habitaciones con derecho a cocina.

Ya entonces, los nativos se dividían, fundamentalmente, en dos clases: los duros y los blandos. Los que defendían conservar la pureza de lo avilesino y trataban a “los forasteros” con antipatía y desprecio y los que lo hacían con cierta condescendencia y comprendiendo sus razones.

Hoy, aquellos “forasteros” son nosotros y algunos, bastantes, están entre los que exigen mano dura con los que llegan. Reclaman su expulsión sin contemplaciones empleando, si hace falta, la fuerza. Justifican dicha postura diciendo que defienden lo nuestro y no quieren que alteren nuestras costumbres ni influyan en nuestra idiosincrasia.

La vida tiene estas cosas. Si uno les hace ver que no es cuestión de demonizar a los inmigrantes ni de presentarlos como un peligro porque en su día también sus padres, o sus abuelos, vinieron de otros sitios y se instalaron en una tierra que no era la suya, contestan que no es lo mismo.

 Nunca lo es. Lo nuestro  siempre es distinto de lo que les sucede a los otros.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 2 de septiembre de 2024

Amabilidad menguante

Milio Mariño

Siempre fui lento y ahora, que ya soy muy mayor, para qué les voy a contar. El otro día bajaba despacio por la rampa de un aparcamiento y alguien que venía detrás tocó dos veces el claxon. Asomé la mano por la ventanilla y pedí disculpas, pero seguí bajando a mí ritmo. Luego, cuando aparcamos, vi que quien había dado los bocinazos era una mujer. No me sorprendió. En cuestiones de amabilidad no hay diferencia de género, igual de desagradable puede ser ella que él. He perdido la cuenta de las veces que di los buenos días y nadie me contestó. Sucede otro tanto cuando cedo el paso, doy las gracias o pido disculpas. Silencio atronador.

Si alguien tiene la tentación de pensar que me muevo por sitios raros o solo me relaciono con gente de malvivir, ya lo puede ir borrando. Hago lo que hice siempre. La diferencia es que ser amable y, por ejemplo, dar los buenos días, se ha convertido en una costumbre antigua y propia de la gente mayor que no tiene nada que hacer.

Ser amable se entiende como algo del pasado y de una clase social inferior. Fruncir el ceño, poner cara de vinagre o no responder al saludo, está de moda porque  creen que hace que la persona parezca más importante y más respetable. Por eso cada vez menos gente se esfuerza por ser amable y el trato que recibimos suele ser cortante y plagado de monosílabos. Responden así para que nos hagamos a la idea de que estorbamos y mejor nos quitamos de en medio.

Me gustaría equivocarme, pero creo que la gente es más amable con los animales de compañía que con las personas. A los animales los tratan con cariño aunque les ladren y tengan que ir detrás recogiendo sus cacas. En cambio, la relación entre humanos se ha vuelto poco menos que insoportable. La intolerancia, la prisa y también el egoísmo, han conseguido que sea un fastidio portarse de forma educada. Sucede en todos los ámbitos. Vaya uno donde vaya, se sorprende de que lo traten con amabilidad, cuando debería ser lo normal.

En este sentido, preocupa la realidad que se vive en los hospitales y en los centros de salud. Según los últimos datos, el número de reclamaciones relacionadas con el trato que reciben los pacientes supera al de las quejas por la demora en las consultas y las intervenciones quirúrgicas. Parece que el personal sanitario se inclina por imitar aquella famosa serie “Doctor House”, que se caracterizaba por la escasa empatía con los enfermos.

Solo con un poco de amabilidad, que además es gratis, haríamos la vida más agradable y mejor. Ser amable no significa dejar de llamar a las cosas por su nombre ni olvidarse de ser crítico cuando la ocasión lo merece. Significa, según define la RAE, “ser digno de ser amado, afable y afectuoso”.

Cuestión aparte, aunque venga en el mismo lote, es si deberíamos ser amables con quienes no lo son, o no lo merecen. Creo, sinceramente, que sí. Ser amable no significa, ni mucho menos, ser servil o inferior. Al contrario, la amabilidad es un valor que denota, sobre todo, elegancia social.

Aquella señora del parking lo mismo pensó que dándome dos bocinazos aliviaba su frustración y su malhumor, pero cuando me vio  sonreír seguro que se dio cuenta de la inutilidad de su acción.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 26 de agosto de 2024

El Chantaje cookie

Milio Mariño
         Hace dos semanas, el día de San Roque para ser más exacto, abrí el ordenador como siempre y me encontré con este anuncio: Aproveche la oferta, compre un saxo tenor a buen precio.

Estuve riéndome un rato. Me gusta la música Funk y me encantan los instrumentos de viento, pero nunca me ha pasado por la cabeza comprar un saxo ni para colgarlo en la pared como adorno.

Las cookies se equivocaron. Desconozco que datos pudieron cruzar para llegar a la conclusión de que podía interesarme un saxo. Así que cuando deje de reírme, volvía a mirar el anuncio y cerré la mano con el dedo corazón extendido. Ya sé que es un consuelo tonto, pero es lo que nos queda.

No queda otra. Quienes usamos internet estamos siendo chantajeados todos los días y a todas horas. Cliques donde cliques encuentras esta amenaza: O pagas, o te lleno el ordenador de mierda. No lo dicen así, pero así es como actúan y como hay que entenderlo.

Que nos obliguen a pagar por rechazar las cookies, es decir, por salvaguardar nuestros datos personales y nuestra intimidad, supone un chantaje en toda regla. La normativa vigente autoriza esta práctica cuando lo lógico sería que prohibieran a cualquier entidad o empresa que exija que renunciemos a un derecho fundamental y nos amenace con tener que pagar si no lo hacemos.

Desde julio de 2023, una directiva de la Unión Europea, en apariencia garante de nuestra privacidad, permite este atropello. A raíz de esto, algunas webs ofrecen que puedas rechazar las cookies gratis, pero son las menos. La mayoría te obliga a que las aceptes, pagues o te suscribas. Además, proliferan los trucos, las manipulaciones y los engaños para robar nuestros datos. Lo que haga falta para saber dónde estás, qué te lleva a comentar o reaccionar ante este tema o el otro, por qué productos o servicios te interesas, y de paso, cuál es tu estado de salud, tu clase social, tu religión, tus preferencias políticas… todo lo que puedas imaginar y más todavía.

No creo que nadie pretenda que quienes cuelgan información en internet trabajen por amor al arte. Estas páginas podrían ganar dinero con publicidad. Sería asumible que quienes las visitamos pagáramos el peaje de soportar unos cuantos anuncios. Anuncios genéricos, como los que ponen en la radio o en televisión. Utilizar la publicidad les permitiría obtener beneficios sin necesidad de espiarnos de forma torticera y canalla. Pero la avaricia rompe el saco y, además de endosarnos los anuncios, exigen que les revelemos quién somos, para así poder almacenar toda esa información y vincularla a nuestro perfil.

Eso hacen las cookies, no crean que son galletas inglesas rellenas de chocolate, son pequeños fragmentos de texto que roban nuestra privacidad. En teoría ayudan a los desarrolladores web y nos proporcionan comodidad para navegar por la red, pero también nos escuchan, nos monitorizan y nos hacen un traje a medida sobre lo que queremos y deseamos.

Aunque aseguren que estamos protegidos, en internet se permite todo y esa permisividad supone que muchas empresas consideran que si aceptamos las cookies tienen derecho a hacer lo que quieran con nuestros datos personales.

Acepté, con humor, que me ofrecieran un saxo… Pero no saben cómo las gasto. Que se preparen porque llevo unos cuantos días facilitándoles pistas falsas para luego poder descojonarme cuando me ofrezcan un yate a precio de saldo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario la Nueva España

lunes, 19 de agosto de 2024

El paraíso no quiere ser infierno

Milio Mariño

La semana pasada, el alcalde de Villaviciosa mandó retirar una valla publicitaria en la que un partido asturianista había escrito: “¿Una Asturies pal turismu? ¿O una Asturies pa quien vivimos nella?”.

La pregunta parece oportuna porque el turismo empieza a ser un problema. Por muchas razones. Una, importante, es que hay motivos de sobra para odiar al turista. Puede parecer un tópico pero, seguramente, no es igual de insoportable en su vida cotidiana. Seguro que donde vive no se porta como donde pasa sus vacaciones.

Cuando alguien de la ciudad llega a un pueblo es como si cambiara de personalidad, se vuelve arrogante y actúa como si perteneciera a una clase social que está por encima de los habitantes de ese lugar. Se cree superior y reafirma esa creencia cuando advierte el rechazo de los demás.

La relación entre los urbanitas y los aldeanos siempre fue complicada, pero se está volviendo insoportable porque nunca, como este verano, se había visto tanta gente veraneando o pasando unos días en los pueblos remotos del paraíso asturiano. Ya sea por resguardarse del calor, o porque les sale más barato, miles de personas dejaron los sitios donde solían veranear y se instalaron en nuestros pueblos, obligando a los nativos a compartir su espacio vital con quienes no habían pisado el medio rural ni en sueños.

Sabiondos del asfalto, montañeros en chanclas, caníbales del cachopo y una  retahíla de tipas y tipos ávidos de aventuras, irrumpieron en nuestras aldeas igual que los jabalíes en una urbanización de chalets de lujo. Muchos, la mayoría, esgrimiendo el peregrino argumento de que deberíamos estar agradecidos porque su visita supone que nos rescaten del tercer mundo.

Como generalizar sería injusto, y además está feo, puntualizamos que no todos los que vienen protagonizan algún estropicio. Los hay que se portan y reclaman, incluso, este territorio como suyo. En una entrevista reciente, un turista madrileño decía, muy convencido, que tenía derecho a ir donde quisiera porque Asturias no es de los asturianos sino de todos.

Tiene razón el chulapo, pero de unos más que de otros porque no es lo mismo vivir en un lugar que utilizarlo como patio de recreo. Hay quien vive todo el año donde otros vienen a pasar quince días y esa premisa debería estar por encima de cualquier artículo de la Constitución.

El alcalde de Villaviciosa, dijo que mandó quitar la valla porque perjudicaba al sector turístico. No veo perjuicio en que se pregunte por el modelo de Asturias a futuro, pero, en cualquier caso, no deberíamos caer en la turismofobia, en la postura clasista de arremeter contra el turismo de masas. La democratización del turismo es positiva. Es bueno que el disfrute del ocio sea asequible, cada vez, para más personas. Ahora bien, los pueblos del medio rural no deberían ofrecerse como mercancía, ni sería lógico que se convirtieran en una especie de resort o parque temático para turistas. Hace falta una regulación que ponga orden en este desmadre. Las autoridades deberían tomar nota de lo que dijo el escritor Paul Theroux, especialista en turismo y viajes. “Siempre que un sitio gana fama de paraíso, acaba convirtiéndose en un infierno”.

 Hay síntomas de que eso mismo puede suceder en Asturias. Estamos a tiempo de  adoptar medidas que hagan compatible el interés del sector turístico y el de los asturianos que quieren seguir viviendo en su Paraíso.


Milio Mariño / Diario La Nueva España / Artículo de Opinión