lunes, 7 de octubre de 2024

Ningún presidente calvo

Milio Mariño

Explorando contradicciones, como llamar persona de color a un negro, recordé que hay cosas importantes que pasan desapercibidas y, sin embargo, otras, que no parecen tener importancia, son objeto de investigaciones al más alto nivel. Les pongo un ejemplo. Hace poco, varias universidades publicaron un estudio en el que daban cuenta de que habían descubierto que los caballos blancos, gracias a la polarización de la luz, son menos propensos a las picaduras de los tábanos.

Está bien saberlo. Desconozco para qué puede servir, pero alguna utilidad tendrá. Los científicos no suelen malgastar el dinero público. La Universidad de Northampton tiene en marcha un estudio para averiguar si las vacas, cuando se juntan, establecen alguna relación de amistad y eligen a una como su amiga íntima.

Ahora se investiga todo. Aparentemente, todo está bajo control, lo cual no quita para que siga habiendo lagunas y vacíos difíciles de explicar. No quisiera equivocarme pero, que yo sepa, nadie ha investigado por qué España, que según las estadísticas es el segundo país del mundo con más hombres calvos, no ha tenido, ni tiene, ningún Presidente calvo. Calvo Sotelo, ciertamente, lo era, pero apenas estuvo unos meses en el cargo y no alcanza ni para contabilizarlo cómo excepción.

El tema no es baladí. Todo lo que sucede, sucede por algo, tiene un motivo. Por eso resulta extraño que ningún investigador se preguntara por qué, en un país dónde el 42,6% de los hombres son calvos, ni uno solo, en más de cuarenta años, llegó a Presidente del Gobierno. Alguna explicación tiene que haber. Recurrir a la casualidad es negar el método científico y escurrir el bulto. El mundo se rige por leyes universales, no por casualidades. Así que ya están tardando los científicos, los calvólogos o quien sea, en investigar qué ha pasado para que todos los Presidentes: Adolfo Suárez, Felipe González, Aznar, Zapatero, Rajoy y Pedro Sánchez,  al margen de que sus cabezas albergaran más o menos neuronas, todos tuvieran pelo.

Debería investigarse, no solo por las dudas que pueden albergar los calvos, sino por la credibilidad y el prestigio de la propia democracia. También podrían investigar, de paso, por qué los presidentes de derechas son aficionados a teñirse el pelo. Lo de Aznar y su pelo caoba no admite discusión. Rajoy insistía en que no se teñía, pero el color obscuro de su pelo contrastaba con el blanco de su barba, una combinación sospechosa. Núñez Feijoo, que ya sé que no es presidente pero no lo es porque no quiere, ha pasado de tener el pelo casi negro a lucir una mezcla entre cenizo y rubio.

El estudio que les decía, el de los caballos y los tábanos, ha tenido continuidad. Acaban de iniciar otra investigación en la que varios laboratorios, en colaboración con la Estación Biológica de Doñana, EBD-CSIC, están estudiando la enorme fortaleza de las crines de los burros para ver si dan con una fórmula que permita trasladar esa fortaleza a la cabellera de los humanos y acabar con la calvicie.

El reconocido prestigio de nuestros científicos, y los sofisticados medios de que disponen, animan a pensar que lo mismo descubren alguna conexión, entre los burros y los humanos, hasta ahora desconocida, que desvele el misterio de por qué nunca hemos tenido un Presidente calvo. Claro que también puede ser que ya la hayan descubierto y mantengan el secreto por razones de Estado.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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