La semana pasada, el alcalde de
Villaviciosa mandó retirar una valla publicitaria en la que un partido
asturianista había escrito: “¿Una Asturies pal turismu? ¿O una Asturies pa
quien vivimos nella?”.
La pregunta parece oportuna porque
el turismo empieza a ser un problema. Por muchas razones. Una, importante, es
que hay motivos de sobra para odiar al turista. Puede parecer un tópico pero,
seguramente, no es igual de insoportable en su vida cotidiana. Seguro que donde
vive no se porta como donde pasa sus vacaciones.
Cuando alguien de la ciudad llega
a un pueblo es como si cambiara de personalidad, se vuelve arrogante y actúa
como si perteneciera a una clase social que está por encima de los habitantes
de ese lugar. Se cree superior y reafirma esa creencia cuando advierte el
rechazo de los demás.
La relación entre los urbanitas y
los aldeanos siempre fue complicada, pero se está volviendo insoportable porque
nunca, como este verano, se había visto tanta gente veraneando o pasando unos
días en los pueblos remotos del paraíso asturiano. Ya sea por resguardarse del
calor, o porque les sale más barato, miles de personas dejaron los sitios donde
solían veranear y se instalaron en nuestros pueblos, obligando a los nativos a
compartir su espacio vital con quienes no habían pisado el medio rural ni en
sueños.
Sabiondos del asfalto, montañeros
en chanclas, caníbales del cachopo y una retahíla de tipas y tipos ávidos de aventuras,
irrumpieron en nuestras aldeas igual que los jabalíes en una urbanización de
chalets de lujo. Muchos, la mayoría, esgrimiendo el peregrino argumento de que deberíamos
estar agradecidos porque su visita supone que nos rescaten del tercer mundo.
Como generalizar sería injusto, y
además está feo, puntualizamos que no todos los que vienen protagonizan algún
estropicio. Los hay que se portan y reclaman, incluso, este territorio como
suyo. En una entrevista reciente, un turista madrileño decía, muy convencido,
que tenía derecho a ir donde quisiera porque Asturias no es de los asturianos
sino de todos.
Tiene razón el chulapo, pero de
unos más que de otros porque no es lo mismo vivir en un lugar que utilizarlo
como patio de recreo. Hay quien vive todo el año donde otros vienen a pasar
quince días y esa premisa debería estar por encima de cualquier artículo de la
Constitución.
El alcalde de Villaviciosa, dijo
que mandó quitar la valla porque perjudicaba al sector turístico. No veo perjuicio
en que se pregunte por el modelo de Asturias a futuro, pero, en cualquier caso,
no deberíamos caer en la turismofobia, en la postura clasista de arremeter
contra el turismo de masas. La democratización del turismo es positiva. Es
bueno que el disfrute del ocio sea asequible, cada vez, para más personas. Ahora
bien, los pueblos del medio rural no deberían ofrecerse como mercancía, ni
sería lógico que se convirtieran en una especie de resort o parque temático
para turistas. Hace falta una regulación que ponga orden en este desmadre. Las
autoridades deberían tomar nota de lo que dijo el escritor Paul Theroux,
especialista en turismo y viajes. “Siempre que un sitio gana fama de paraíso,
acaba convirtiéndose en un infierno”.
Hay síntomas de que eso mismo puede suceder en
Asturias. Estamos a tiempo de adoptar medidas
que hagan compatible el interés del sector turístico y el de los asturianos que
quieren seguir viviendo en su Paraíso.
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Milio Mariño