lunes, 2 de diciembre de 2024

Aldama debuta en el circo

Milio Mariño

Influido por las películas y las series de televisión americanas, esas que nos ponen al tanto de cómo funcionan los jueces y los fiscales en Estados Unidos, apostaría que el abogado de Víctor Aldama, José Antonio Choclán, que es de los buenos y los que cobran una minuta que casi parece un atraco, no aconsejó a su cliente que se explayara hasta el punto de contarle al juez, y a todos nosotros, que trabajó para la CIA, el FBI, el MI6 británico, el CNI y la UCE2 española.

Creo que debió inclinarse por la discreción y no por recomendar a su cliente que metiera en el ajo a los servicios secretos más importantes y más prestigiosos del mundo. Pero claro, hay personas que, cuando les pides que hablen, se entusiasman y no pueden evitar atribuirse hazañas que ya les gustaría haber protagonizado. Por eso que solo a un cantamañanas se le podía ocurrir intentar convencernos de que es James Bond cuando a quien, de verdad, se parece es a Maxwell Smart, protagonista de aquella famosa serie Superagente 86.

Aunque la reacción popular fue de asombro, es un clásico. Todos conocemos, o hemos conocido, algún cantamañanas que presume de lo que no es y de tener amigos muy importantes que pueden solucionarnos cualquier problema. Da lo mismo que sea una multa de tráfico, que un trámite en el Ayuntamiento o que el grifo del baño gotea hace tiempo. Siempre conocerá o será amigo de la persona adecuada. Un primo que es policía, el concejal de urbanismo o un fontanero barato y además de confianza.

A nivel estadístico, es casi imposible que no hayamos tropezado con alguien así o muy parecido. Un jeta, un vividor, un cantamañanas, llámenlo como quieran, que nos ofrece sus servicios con vehemencia y sin pedir nada a cambio. Solo por ser quien somos y porque le caemos simpático.

Este espécimen ha existido siempre. El golfo gracioso, el caradura con labia, que no era nadie pero andaba metido en todas las salsas, cumplía con un papel socialmente reconocido. Sabíamos de su existencia, lo que no sabíamos, y nos preguntábamos, era a qué se dedicaba y como hacía para vestir bien, conducir un buen coche y estar donde estaba la gente importante.

Insisto en lo dicho: los jetas y los caraduras siempre han existido. La diferencia, importante, es que antes eran inofensivos. Podían gorronearte un par de consumiciones, pero no hacían daño a nadie. Eran como una especie de influencer doméstico. Dejábamos que presumieran un poco y luego nos reíamos de sus hazañas y sus aventuras. Nadie los tomaba en serio ni imaginaba, entonces, que los de su especie llegarían a constituir un modelo de vida y de conducta moral fuertemente instalado en nuestra sociedad. Era impensable que los sinvergüenzas y los caraduras llegaran a triunfar y a extenderse como una plaga por los negocios, la política y, prácticamente, todas las instituciones.

La triste realidad es que encabezan los telediarios. No serían nadie si no fueran aupados al estrellato por el circo mediático, pero algunos medios y algunos políticos los necesitan para el espectáculo y no les importa presentar a ciertos delincuentes como auténticos héroes.

El último que ha debutado, en este gran circo sin lona, ha sido Aldama. Aldama comparte cartel, como lanzador de cuchillos, con el malabarista Peinado, el domador Rodríguez y la trapecista y su novio.


Milio Mariño

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Milio Mariño