lunes, 23 de diciembre de 2024

Los Reyes, los padres y la verdad

Milio Mariño

Llevaba un rato largo delante del folio en blanco, y ya empezaba a desesperarme porque las ideas no llegaban, cuando recordé que había leído, en una revista científica, un caso de lo más extraño. El de un hombre que decía que podía predecir el tiempo por el olfato. Me sorprendía que los científicos lo tomaran en serio y la explicación era que podía oler una cianobacteria llamada Geosmina.

Asombroso. Nunca conocí a nadie con semejante talento. La mayoría, a lo más que llegamos es a utilizar el reuma para nuestros pronósticos. Algo que, por lo visto, sirve de poco porque, según los científicos, no existe una correlación fiable entre el dolor de huesos y el cambio atmosférico.

Allá ellos. Yo no lo huelo, pero lo siento. La semana pasada, mis huesos me avisaron primero que el móvil. Desperté hecho un guiñapo, cagándome en todo, y, efectivamente, el frío había llegado y me esperaba en la calle.

Hay tanta confusión con el cambio climático que mucha gente creía que este año el frio había ido a Canarias a pasar el invierno. Todavía no. Hace menos frio que cuando algunos éramos niños, pero el clima va cambiando a su ritmo. Ahora ya no caen aquellas heladas que dejaban los charcos como cubiteras de hielo y las orejas de un color morado que parecían dos berenjenas al fresco. Aquello sí era frio. Un frío que tiritabas como un cantaor de flamenco.

Aunque cueste creerlo, el frio es distinto según sea el sitio. En Suiza, por ejemplo, siempre hizo un frio elegante y aristocrático. Muy distinto al nuestro, que era de gripes y catarros y horrorosas prendas de abrigo como las pellizas de borrego.

Nuestro frio era pobre y doméstico. De cocina de carbón y ladrillo para los pies. La memoria tiene sus caprichos y este día, cuando el reuma me dio el aviso, recordé lo que digo. Y lo reitero: ahora el frio es distinto. El clima ha cambiado, pero también es verdad que hemos cambiado nosotros. Mucho, muchísimo. Con decirles que recuperé la inocencia y me volví más creyente… Ya lo sé, un milagro.

Sucedió como en los cuentos de hadas. Desde que soy abuelo, no solo he vuelto a creer en los Reyes Magos sino que, además, creo en Papa Noel. Es por mi nieto. Sus padres sucumbieron a la moda de los regalos en Nochebuena y en Reyes y el abuelo, por no dar la nota, también.

Ahora creo en los dos. El problema es que mi nieto ya está en esa edad en que los niños empiezan a descubrir que Los Reyes Magos y Papá Noel no pueden estar en todos los sitios a la vez, que las casas no tienen chimeneas por donde colarse y que los camellos y los renos es imposible que puedan volar. Así que, como temo lo peor, estoy preparado por si surge la pregunta terrible.

Abuelo… ¿Los Reyes Magos, existen de verdad? Bueno, verás, existen mientras creas en ellos. Eso que seguramente has oído…. Eso de que los Reyes son los padres, es mentira. Los padres compran los regalos, pero no son los Reyes.

A los niños hay que decirles la verdad. Si les mientes y dices que los padres son los Reyes, luego, cuando se hacen mayores, siguen pidiendo de forma exagerada. No se conforman con unos calcetines o una bufanda.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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