En cuanto se supo que el rey Juan
Carlos I había creado una fundación en Abu Dabi, al objeto de poder transferir
su herencia a las infantas Cristina y Elena, de una manera sencilla y sin el
engorro del papeleo, ya empezaron los tertulianos y los articulistas de opinión
a darle vueltas y ver cosas para las que durante mucho años fueron miopes. Ahora,
al parecer, se han puesto gafas y ven lo que no habían visto nunca. Por eso, un
propósito tan encomiable como dejar a tus hijas con el riñón bien cubierto está
siendo objeto de críticas e, incluso, de chistes. Hubo quien dijo que lo de Abu
Dabi no era una fundación sino una fundición destinada a que las hijas sigan
fundiendo el dinero que consiguió su padre, él sabe cómo, y tiene guardado él
sabe dónde.
Fuegos artificiales. Quienes
tienen la cara tiznada de servilismo y adulación cortesana, por mucho que
quieran lavarla, pocos se salvan. Medios de comunicación, el estamento judicial,
Hacienda, los políticos, el servicio de inteligencia…, todos fueron cómplices
del emérito y contribuyeron a que viviéramos engañados. Todos participaron, de
alguna manera, en la gran estafa que sufrimos los españoles. Sabían de las
amantes del rey, las comisiones millonarias, los regalos de los empresarios,
las correrías, los excesos… Pero no decían nada. Bueno sí, decían que era muy
simpático y muy campechano y que todo lo que hacía lo hacía por España.
Como es justo dar a cada uno lo
suyo, al emérito hay que reconocerle el mérito de ser sincero. Nunca ocultó que
le gustaban mucho las mujeres, el vino Vega Sicilia, las juergas, las cacerías,
las motos, el lujo, el dinero... Si
acaso mentía un poco cuando decía que la justicia debía ser igual para todos pero,
enseguida, esbozaba una sonrisa, dando a entender que excluía a su familia.
Fuimos engañados y no caben disculpas.
Juan Carlos I es responsable de lo que hizo, pero también lo son quienes se
beneficiaron y convirtieron sus fechorías en un buen negocio. Les convenía
taparlo porque favorecía sus chanchullos y les permitía enriquecerse sin dar
cuentas a nadie.
La ley del silencio funcionaba de
maravilla. Todo iba viento en popa hasta que el viento roló en Bostwana, empezó
a soplar de levante y levantó varios escándalos. Se lió una buena. Se lió tan
gorda que los cómplices y los aduladores salieron por piernas y empezaron a simular
que siempre habían estado de nuestro lado. Dijeron que también habían sido
engañados y aparentaban estar ofendidos y escandalizados.
Mentira cochina. Nadie se
arrepintió ni hizo propósito de enmienda. Al contrario, siguieron maniobrando
para echar tierra al asunto y es lo que siguen haciendo envueltos en la bandera
del patriotismo. Los que se tienen por muy patriotas trabajan, a destajo, para
que ni la justicia ni el Ministerio de Hacienda hagan nada. En esta estafa, los
únicos condenados somos los españoles.
Estamos condenados a que nos engañen.
Esa es la herencia real. No importa lo que se descubra, lo echarán en saco roto
con la excusa de que la monarquía es un chollo. No solo es la mejor forma de
gobierno sino que somos un caso único. Tenemos dos reyes por el precio de uno.
Felipe, el de andar por casa, nos sale barato. Y el otro, el emérito, aunque
nos de algún disgusto, ya se busca él los garbanzos.
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Milio Mariño