lunes, 11 de septiembre de 2023

La moda de andar descalzos

Milio Mariño

Este tórrido verano, que ya casi está haciendo las maletas, se irá dejándonos la moda de andar descalzos. Como lo oyen. Andar descalzos se ha convertido en un símbolo de libertad y también de estatus, pues ahora andan así los que pueden y no como antes que solo andaban descalzos los que no podían.

Son otros tiempos. Aquello que llamábamos libertad se ha abaratado tanto que lo mismo se invoca para tomar unas cañas que para andar sin zapatos. En su nombre, recomendaban este verano, allá por Ibiza, Marbella y otras aldeas de la jet set, que a las fiestas de postín se fuera “barefoot”, que para los “preppy”, los pijos, suena mejor que decir descalzos.

También aquí, sin que nadie lo recomendara, empezamos a ver gente paseando por las aceras y las inmediaciones de las playas sin calzar siquiera unas chanclas. Preferían ir a pinrel y pisar el suelo sucio y caliente. Costumbre que no  solo practican los surfistas, a quienes tampoco les pasaría nada si, cuando se apean de la tabla, pusieran algún calzado para volver a casa. Hay otros que se suman a la moda y no descarto que sean los mismos que alertan sobre las consecuencias que puede tener para los perros que sus amos los paseen descalzos por el suelo abrasador.

Esta moda, la de andar descalzos, es cosa de la chavalería, que siempre está peleando por conseguir más libertad y ha decidido rebelarse contra la opresión y la tiranía que supone andar calzados todo el año. Y, a lo mejor, es casualidad, pero han elegido el verano y no diciembre para liberar sus pies. Experiencia que califican de muy reconfortante a la par que vitalista y generadora de bondad, pues dicen que andar descalzos nos hace más humildes y mejores personas.

Ni se me ocurre dudarlo. Soy un defensor acérrimo de la libertad, de modo que no pienso discutir las bondades del “descalcismo”. Ahora bien, como tampoco me apetece renunciar a mis derechos, he decidido acogerme a la ley del placer estético. Ley que, según  Kant, es tan objetiva como cualquier otra del pensamiento lógico.  

 En mi modesta opinión, ver que alguien camina por la calle descalzo supone un impacto brutal. No es comparable a un escote hasta el ombligo, o que cualquiera se agache y deje a la vista el canalillo del culo. Los pies nadie los quiere ver y ya no digamos olerlos. Son obsesivos e inducen a la “podofilia”. Vemos que alguien camina descalzo y se nos hace imposible mirar para otro lado. Quedamos abobados mirando y pasamos revista por ver si encontramos callos, juanetes, ojos de gallo, engibas, hongos, rugosidades, durezas que amarillean, uñas como mejillones… El catálogo sería interminable.

 Habrá gente, no lo discuto, que disfrute contemplando los pies descalzos de otros, pero entiendo que los pies deben ir cubiertos y si hay que hacer alguna excepción deberíamos hacerla con las mujeres, que casi siempre los llevan cuidados. Los hombres, en este aspecto, somos un poco gorrinos, así que mejor los llevamos tapados. Tapados del todo, no valen esas sandalias por las que, a veces, asoman unos dedos que parecen chistorras a la parrilla.

La moda de andar descalzos está bien para la intimidad del hogar. Cualquiera con un mínimo de decoro, y gusto estético, sabe que andar por ahí descalzos no supone más libertad, supone una guarrería que deberíamos evitar.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 4 de septiembre de 2023

A Covadonga de promesa, o de excursión

Milio Mariño

Siempre que hablan de Covadonga, fiesta que celebramos en unos días, recuerdo haber oído que quienes inventaron la costumbre de peregrinar a los santuarios y las ermitas fueron las mujeres y no, precisamente, por devoción o fervor religioso. Al parecer utilizaban el pretexto de cumplir una promesa para que sus maridos las sacaran de casa y las llevaran de excursión, so pena de provocar la ira del cielo y que los castigara Dios.

Nunca me preocupó saber si la citada sospecha tenía algún fundamento. Lo que sí puedo decir es que cuando era niño todos los años íbamos a Covadonga y nunca supe por qué. El motivo era secreto y el pago por el favor también. En cualquier caso, si es que había favor, debía ser poco importante porque algunas mujeres subían las escaleras de rodillas y mi madre nunca lo hizo. Rezaba un par de minutos y asunto concluido.

Me encantaban aquellos viajes que hacíamos en familia. Jamás oí un reproche, de modo que una de dos: o La Santina concedía todo lo que mí familia pedía, o los míos aceptaban con resignación que no les concediera nada.

Mucho tiempo después, ya de mayor, me enteré de que las vírgenes y los santos no hacen milagros. Los milagros solo los hace Dios. Así lo establece la jerarquía eclesiástica y lo razona de forma sencilla: no pueden hacer milagros porque significaría que tendrían el mismo poder que Dios. Para la Iglesia está claro, pero como le interesa que la gente siga creyendo, no desvela que las vírgenes y los santos son meros intermediarios que hablan por nosotros y tratan de interceder ante Dios.

Dios viene a ser como la última instancia. Lo cual hace razonable que disponga de unos subalternos que criben nuestras peticiones. Es más, muchas, la mayoría, seguro que ni le llegan. Le llegó, porque ahí está la historia que lo confirma, la petición de Don Pelayo que Dios atendió como es debido provocando aquel argayo que derrotó a los árabes, pero las del Real Oviedo y el Sporting, que todos los años van a Covadonga y piden subir a primera, apuesto que La Santina las mete en un cajón y ahí se quedan.

La gente, aunque la medicina haya avanzado mucho, creo que debe seguir pidiendo tener buena salud. Habrá quien aproveche y, además de salud, pida acertar la primitiva y, si acaso, un poco de amor, pero serán los menos. Peticiones raras siempre las hubo y milagros extravagantes también. Contaba Boccaccio que una esposa fue sorprendida con su amante en la cama y le dijo al marido: Llevaba mucho tiempo pidiéndolo y, por fin, Dios me ha escuchado y me ha mandado a Fray Rinaldo, que está intercediendo con mucho ahínco para curarme de las lombrices.

En esto de los milagros, la Iglesia siempre ha sido más cauta y escéptica que el pueblo llano. Nosotros somos muy dados a creer que algunas cosas que nos suceden, y suceden a nuestro alrededor, son auténticos milagros. Los más creyentes dicen, incluso, que quien no se ha beneficiado de algún milagro es porque no lo ha pedido.

Milagros aparte, intervenga La Santina, o no, y en última instancia Dios, que seguramente tampoco, he decidido que, este año, vuelvo a Covadonga. El motivo, como manda la tradición, seguirá siendo secreto. Allá ustedes sí piensan que voy de promesa o de excursión.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 28 de agosto de 2023

El sexo, los dulces y otras aficiones

Milio Mariño

En una entrevista reciente, la psicóloga y antigua profesora de la Universidad de Stanford,  Carol Dweck decía que, al contrario de lo que se piensa, los años ayudan a nuestra sexualidad porque nos obligan a ser tremendamente prácticos y disfrutar de los detalles olvidándonos de nuestras limitaciones físicas y saboreando un erotismo que no tiene que ver con la edad y sí con nuestra predisposición y nuestra actitud mental.  

Se agradece que quiera animarnos, pero la psicóloga americana, una autoridad mundial en el campo de la motivación, tiene 77 años y tal vez no le quede otra que discurrir algunos trucos para seguir disfrutando del sexo. Me parece estupendo. Otros, a esa edad, pasan de motivarse y tiran la toalla. El escritor Juanjo Millás decía, hace poco, que si le dieran a elegir entre follar como a los 40 o comer bien sin que le sentara mal y sin engordar, elegiría comer.

No entiendo que la gastronomía y el sexo tengan que ser excluyentes. No veo por qué. Y menos desde que descubrí que aquí mismo, en el Polígono de las Arobias, hay una empresa avilesina que unifica los dos placeres y ha patentado y vende “Dulces Orgasmos”; unas pastas en forma de corazón que elabora con licor de manzana.

Animado por el inesperado hallazgo me propuse investigar un poco y descubrí una repostería de rechupete, rica en calorías y azúcares, que favorece la liberación de endorfinas y proporciona un placer que, para algunos, es muy posible que sustituya al placer del sexo. No imaginaba que tuviera ese poder. Pero debe tenerlo porque, además de los “Dulces Orgasmos” avilesinos, en Cantabria, venden “Orgasmos a la crema de orujo”, unas pastas, elaboradas con orujo y frutas del bosque. También “Chochitos Ricos”, un dulce típico que viene a ser como una galleta con un agujero en el centro para que nadie diga que nunca se ha comido un rosco.

En Salamanca ofrecen “Chochos Charros” otro dulce típico. En la localidad madrileña de Chinchón, tienen “Tetas de Novicia” y “Pelotas de fraile”, dulces basados en recetas ancestrales de las monjas clarisas. Recetas que, supongo, serán las mismas, o muy parecidas, que sirven para elaborar los dulces “Tetillas de monja” en Orihuela y “Pelotas de monje” en Peñíscola. Mas irreverentes parecen los “Cojones del Anticristo”, unas pastas de té artesanas, propias del Valle del Liébana. Además están los “Casquetes”, dulces típicos de Aragón, rellenos de crema y cabello de ángel, y el “Pedo de monja”, en Cataluña, unas olorosas mini galletas que inventó un pastelero italiano afincado en Barcelona.

Son muchos los dulces que ofrecen placer comestible con la particularidad de que, casi siempre, las monjas y los frailes andan de por medio, quien sabe si siguiendo el consejo de esa psicóloga americana que propone disfrutar del sexo sin tener en cuenta nuestras limitaciones físicas y, en este caso, conservando intacto el voto de castidad.

Lo sorprendente es que contando, incluso, con las citadas ventajas, esos dos grandes placeres que son la comida y el sexo están perdiendo terreno. Un estudio publicado en el Reino Unido señala que son mayoría quienes consideran que ir de compras puede ser tan gratificante, o más, que practicar sexo o comer a la carta en un  buen restaurante. Y no crean que quienes opinaron así fueron los más mayores, fueron los que tenían entre 25 y 45 años.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

domingo, 20 de agosto de 2023

Crimen y castigo, pero poquito

Milio Mariño

Hay noticias que se instalan en la cabeza y son como esos parientes que vienen para dos días y se quedan una semana. Al principio lo aceptas, pero luego estas hasta las narices, que es como estoy ahora con el famoso crimen de Tailandia cuya noticia amenaza con quedarse hasta no sabemos cuándo.

Llevo demasiado tiempo dándole vueltas a una idea que me parecía brillante. Definir la realidad como un striptease interminable donde la desnudez nunca acaba por mostrarse del todo. Siempre deja zonas ocultas que quedan al resguardo de las miradas y de esos escritores mediocres que pretenden aprovecharse y sacar de ellas el argumento para una novela de éxito. Algo que nunca consiguen porque no tienen la imaginación suficiente como para escribir la historia de dos homosexuales que van a una isla paradisiaca para disfrutar de su idilio, y de la luna llena de agosto, y resulta que uno asesina al otro para librarse de la tiranía a la que se veía sometido. Fue lo que dijo el asesino confeso que, al parecer, sabe lo que hizo, pero no sabe por qué cortó a su novio en trocitos.

Podía haber sido una bonita historia de ficción para leer este tórrido verano, a la sombra de un ciruelo, si no fuera que la historia es real y la realidad, a veces, disfruta desconcertándonos. Se divierte sacando a la luz nuestras atrocidades, pero ahí se queda. Compone la trama y el nudo y deja el desenlace a nuestro criterio. Nos mete en un lio y perdemos los papeles.

La realidad social, lo que se conoce como opinión pública, acogió el crimen de Tailandia con el cinismo y la desfachatez de disculpar al asesino y olvidarse del asesinado. No sabemos qué pasaría si el asesino hubiera sido gordo, bajo y calvo, pero lo cierto es que, en este caso, se asumió la belleza, el amor y la felicidad y, al mismo tiempo, se castigó el vicio. Se aceptó la venganza y se compartió el motivo.

 A ver: Un médico maricón, y además colombiano, trata de someter a un chico joven y guapo, hijo y nieto de actores famosos. El chico consiente en tener relaciones por el agujero de servicio, pero no está dispuesto a que esa costumbre acabe en vicio y compra un cuchillo de carnicero. Toma precauciones porque una cosa es la libertad y otra el libertinaje. Ser homosexual en la intimidad tiene un pase, pero ser maricón de playa es intolerable.

Muchos medios y buena parte de la opinión pública, compraron esa versión porque viene bien para combatir el aburrimiento y el insoportable calor de agosto. Retorcer la realidad de un crimen morboso da para un culebrón del que ya se ha escrito el primer capítulo. Ahora estamos en el segundo: las condiciones de la cárcel, los detalles desconocidos y la pena de algunas televisiones y periódicos que se muestran afligidos porque “al joven", así lo llaman, le han rapado la melena y lo han dejado como a los demás presos. Pobre asesino. La esperanza es que Rama X, el extravagante y controvertido Rey de Tailandia, indulte al reo confeso, conmutando la pena de muerte por cadena perpetua y permitiendo que la cumpla en España. Aquí viviría mejor y saldría en cosa de nada. Un final feliz por el que aboga mucha gente que se tiene por gente de bien.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 14 de agosto de 2023

Prometer o jurar en vano

Milio Mariño

Las diputadas y diputados que fueron elegidos el pasado 23 de julio, si no lo hicieron ya, estarán a punto de tomar posesión de sus escaños y, seguramente, de  repetir las mismas fórmulas que emplearon en el pasado.  

A efectos legales, no hay diferencia entre que juren o prometan, pero la ley admite interpretaciones y algunos y algunas aprovechan para interpretarla a su modo y hacer lo que no debería estar permitido por más que el Tribunal Constitucional haya dictaminado que cualquier fórmula que preceda o acompañe al inevitable “sí juro” o “sí prometo” es válida.

Quienes juran significa que ponen a Dios por testigo en el cumplimiento de su compromiso y quienes prometen adquieren un compromiso personal sin poner por testigo a nadie. La cuestión es que, además de jurar o prometer, los hay, y las hay, que sueltan un pequeño discurso, a modo de disculpa, y justifican que juran o prometen “por imperativo legal”, “por España”, “por la democracia y los derechos sociales”, “por las trece rosas”, “por la Republica Catalana” y hasta “por el futuro del Planeta”.

Hace cuatro años, cuando en 2019 se constituyeron las Cortes, hubo diputadas y diputados, de izquierdas y de derechas, que pronunciaron las citadas frases en la toma de posesión de sus escaños. Lo hicieron apelando a una libertad que se suele invocar para todo, venga o no venga al caso.

Solo con reflexionar un poco, se advierte que no tiene sentido que alguien jure o prometa acatar la Constitución y al mismo tiempo ponga una disculpa infantil y diga que lo hace porque le obliga la ley. Los diputados y las diputadas deberían saber que acatar la Constitución no significa estar de acuerdo con ella. También deberían saber que ninguna ley obliga a nadie a ser diputada o diputado. Quien no esté dispuesto a cumplir los requisitos que exige acceder al cargo puede dimitir o no presentarse a las elecciones. Es absurdo que se permita el paripé de acatar la Constitución sí pero no. Quienes se sirven de ese truco, da igual que juren por sus muertos o prometan por los clavos de Cristo. Es evidente que están mintiendo. Y si empezamos así, mal empezamos.

Apenas se le da importancia porque ahora todo se banaliza, pero se trata de una cuestión relevante ya que difícilmente se puede cumplir con el respeto a la verdad, al prójimo y a uno mismo si se empieza tomando a broma el juramento o la promesa. Compromisos que, aunque no estén muy de moda, son exigibles a cualquiera que ejerza un cargo público.

 Hace mucho, ya ni me acuerdo, me enseñaron que el análisis comparativo es una metodología de las más conocidas y empleadas en las Ciencias Sociales. Pues bien, puede servirnos, como comparación y ejemplo, plantear qué pasaría si el novio, en una boda, a la hora de refrendar su compromiso, dijera: si quiero por imperativo legal y siempre que mi futura esposa me permita ir al fútbol todos los domingos.

Doy por sentado que el cura diría al novio que se dejara de tonterías y respondiera, alto y claro, si quería casarse o no.

 Con los diputados y las diputadas debería pasar lo mismo. No debería considerarse valido que dijeran juro o prometo porque es necesario para sentarme en el Congreso, pero ello no quiere decir que me comprometa a respetar y acatar la Constitución.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

domingo, 6 de agosto de 2023

Turistas extraterrestres

Milio Mariño

En verano suelen pasar cosas raras. Todos los veranos por estas fechas solíamos tener noticias del monstruo del lago Ness. Un animal legendario, de raza inclasificable, que aparecía y desaparecía para festejo de quienes juraban haberlo visto y negocio de los escoceses, que hacían su agosto con los turistas ingenuos.

Este verano, por lo que sea, nadie ha visto, todavía, al monstruo del lago, pero  sí los hay que juran haber visto oleadas de objetos voladores, de origen desconocido, que se pasean por el cielo de Estados Unidos. Son tantos con esa historia que los senadores Mike Rounds y Chuck Schumer, acaban de presentar una proposición de ley para exigir al Gobierno que informe de todos los avistamientos dado que, según ellos, el cielo está lleno de ovnis cuya presencia se oculta por miedo a que los ciudadanos constaten que es muy posible que existan otras formas de vida inteligente además de la nuestra.

La iniciativa de los senadores americanos aporta credibilidad a los visionarios, pero no parece que haya cundido el pánico. La existencia de seres extraterrestres y la explicación razonada de qué es y en qué consiste el universo son cuestiones que ya se planteaban en la Antigua Grecia. Veinticinco siglos después seguimos en las mismas por más que hayamos gastado miles de millones en satélites, estaciones espaciales y telescopios gigantes y los marcianos tengan cada vez más difícil pasar desapercibidos. Seguimos especulando y obviamos que si fuera verdad que unos parientes nuestros, sumamente inteligentes, andan por ahí dando vueltas no se explica que nos rehúyan ni qué pasará por sus cabezas, si es que la tienen. Vuelve a imponerse la “Paradoja de Fermi”: “La probabilidad de que existan otras civilizaciones mucho más inteligentes y avanzadas que la nuestra choca con la contradicción de que no quieran manifestarse”.

Carece de lógica que los extraterrestres sean muy inteligentes y se porten como niños que juegan al escondite. A no ser, claro está, que no quieran saber nada de nosotros porque, con su superior inteligencia, hayan llegado a la conclusión de que quienes mandan en la tierra son unos pequeños animales que andan a cuatro patas y llevan a unos esclavos, atados con unas correas, que van detrás recogiendo sus cacas.

Lo mismo nos ven así y piensan que no les merece la pena entrar en contacto con nosotros. Sería un palo para nuestro ego pero, al mismo tiempo, una gran ventaja. Quedaría descartada la posibilidad de que quieran invadirnos. Todo un alivio porque solo faltaba que después de la pandemia y la guerra de Ucrania tuviéramos que enfrentarnos con unos marcianos dispuestos a conquistar la tierra.

Las historias de extraterrestres suelen ser entretenidas, sobre todo si se enfocan como que la Casa Blanca oculta algo importante por alguna razón oscura. Pero, con el cielo lleno de ovnis, o solo de estrellas, este agosto parece el mismo de siempre. Sigue teniendo noches maravillosas, amores fugaces, deliciosos helados  y gente extraña y extravagante, que solo vemos por estas fechas y no sabemos de dónde procede.  Si fueran extraterrestres, que no creo pero pudiera ser, no suponen ninguna amenaza como insinúan los americanos quienes, con sus fobias y sus miedos, pretenden meternos en otro lío.  Cuidado con hacerles caso. Si los marcianos insisten en no dejarse ver, ellos se lo pierden. Y si resulta que ya veranean aquí, es mejor ser amables y no hacerles preguntas.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 31 de julio de 2023

El mar y mi abuelo

Milio Mariño

Cuando subí a bordo de la pequeña lancha que da paseos por la Ría de Avilés sentí la emoción de un susurro y me acordé de mi abuelo Julio. El jueves hará 110 años, el 3 de agosto de 1913, que era domingo, mi abuelo llegó a Nueva York, procedente de Liverpool, según consta en la lista de pasajeros del transatlántico británico RMS Baltic.

Sabía que mi abuelo había ido a América con el propósito de hacer fortuna, pero los detalles, documentados, de cómo y cuándo los conseguí hace poco por una casualidad de la vida.

Excuso decirles que mi abuelo, de fortuna, nada de nada. Volvió de allí con lo puesto como tantos otros. Ojala hubiera vuelto convertido en un indiano rico, pero volvió igual de pobre y el único valor reconocido fue el de cruzar el Atlántico y plantarse en Nueva York con poco más de veinte años.

Si me preguntan como es que relaciono la peripecia de mi abuelo con el paseo en lancha por la Ría de Avilés, no lo sé. La vida está hecha de esos momentos en los que el pasado, que parecía perdido, resucita sin que sepamos cómo y aparece ante nosotros para demostrar que nada muere definitivamente, que todo está ahí guardado, esperando una emoción que lo haga revivir de nuevo.

Es muy probable que recordara a mi abuelo porque, según algunas leyendas, el mar es donde va a parar todo lo que hemos perdido. Todo acaba y cabe en la profundidad de sus abismos y todo lo devuelve purificado, obrando una especie de milagro que nunca nadie ha logrado descifrar.

Hay quien apunta que nuestra querencia por el mar es genética y que es por eso que nos atrae y siempre queremos volver. No faltan, tampoco, quienes dicen que la contemplación del mar supone la contemplación de uno mismo. Que el mar es  como un espejo que devuelve el reflejo de nuestra verdadera identidad.

Baudelaire se refería al mar como la metáfora de nuestra soledad. Jorge Manrique lo relaciona con la muerte y Joseph Conrad dejó escrito que el deseo y la fascinación de compartir con el mar su inmensidad nos permite estar lo más cerca posible del otro mundo.

Suscribo todo lo dicho porque mientras viajaba en aquella lancha recordando que mi abuelo había atravesado el Atlántico, hace ahora 110 años, la lancha llegó a la altura de San Balandrán, una pequeña playa que había en mitad de la ría de Avilés y la hicieron desaparecer para mejorar el acceso al puerto.

Acaso porque desde el mar todo lo vemos distinto, me pareció que la playa volvía a estar donde yo la había visto de niño. Algo, por otra parte, posible porque San Balandrán era una isla prodigio que aparecía y desaparecía como una ballena medio dormida que se sumerge y emerge a capricho. Una isla a la que arribó, allá por el siglo VI, el santo irlandés Balandrán, que navegaba por el Atlántico en busca del paraíso. Y, aunque el santo afirmó que lo había encontrado y gustó muy gozoso de aquel paraje maravilloso, no le fue concedido, por misterioso secreto, quedarse a vivir allí. De modo que tuvo que regresar a Irlanda, donde murió después de referir tan extraordinaria aventura. Aventura, la suya, que también contaría mi abuelo, aunque no tuve la suerte de oírsela contar porque no llegué a conocerlo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España