En verano suelen pasar cosas raras.
Todos los veranos por estas fechas solíamos tener noticias del monstruo del
lago Ness. Un animal legendario, de raza inclasificable, que aparecía y
desaparecía para festejo de quienes juraban haberlo visto y negocio de los escoceses,
que hacían su agosto con los turistas ingenuos.
Este verano, por lo que sea, nadie
ha visto, todavía, al monstruo del lago, pero sí los hay que juran haber visto oleadas de
objetos voladores, de origen desconocido, que se pasean por el cielo de Estados
Unidos. Son tantos con esa historia que los senadores Mike Rounds y Chuck
Schumer, acaban de presentar una proposición de ley para exigir al Gobierno que
informe de todos los avistamientos dado que, según ellos, el cielo está lleno
de ovnis cuya presencia se oculta por miedo a que los ciudadanos constaten que
es muy posible que existan otras formas de vida inteligente además de la
nuestra.
La iniciativa de los senadores americanos
aporta credibilidad a los visionarios, pero no parece que haya cundido el
pánico. La existencia de seres extraterrestres y la explicación razonada de qué
es y en qué consiste el universo son cuestiones que ya se planteaban en la
Antigua Grecia. Veinticinco siglos después seguimos en las mismas por más que
hayamos gastado miles de millones en satélites, estaciones espaciales y
telescopios gigantes y los marcianos tengan cada vez más difícil pasar
desapercibidos. Seguimos especulando y obviamos que si fuera verdad que unos parientes
nuestros, sumamente inteligentes, andan por ahí dando vueltas no se explica que
nos rehúyan ni qué pasará por sus cabezas, si es que la tienen. Vuelve a
imponerse la “Paradoja de Fermi”: “La probabilidad de que existan otras
civilizaciones mucho más inteligentes y avanzadas que la nuestra choca con la contradicción
de que no quieran manifestarse”.
Carece de lógica que los
extraterrestres sean muy inteligentes y se porten como niños que juegan al
escondite. A no ser, claro está, que no quieran saber nada de nosotros porque,
con su superior inteligencia, hayan llegado a la conclusión de que quienes
mandan en la tierra son unos pequeños animales que andan a cuatro patas y
llevan a unos esclavos, atados con unas correas, que van detrás recogiendo sus
cacas.
Lo mismo nos ven así y piensan
que no les merece la pena entrar en contacto con nosotros. Sería un palo para
nuestro ego pero, al mismo tiempo, una gran ventaja. Quedaría descartada la posibilidad
de que quieran invadirnos. Todo un alivio porque solo faltaba que después de la
pandemia y la guerra de Ucrania tuviéramos que enfrentarnos con unos marcianos
dispuestos a conquistar la tierra.
Las historias de extraterrestres
suelen ser entretenidas, sobre todo si se enfocan como que la Casa Blanca
oculta algo importante por alguna razón oscura. Pero, con el cielo lleno de
ovnis, o solo de estrellas, este agosto parece el mismo de siempre. Sigue
teniendo noches maravillosas, amores fugaces, deliciosos helados y gente extraña y extravagante, que solo vemos
por estas fechas y no sabemos de dónde procede. Si fueran extraterrestres, que no creo pero pudiera
ser, no suponen ninguna amenaza como insinúan los americanos quienes, con sus fobias
y sus miedos, pretenden meternos en otro lío. Cuidado con hacerles caso. Si los marcianos
insisten en no dejarse ver, ellos se lo pierden. Y si resulta que ya veranean
aquí, es mejor ser amables y no hacerles preguntas.
👍
ResponderEliminarM.B
ResponderEliminar