Siempre que hablan de Covadonga,
fiesta que celebramos en unos días, recuerdo haber oído que quienes inventaron
la costumbre de peregrinar a los santuarios y las ermitas fueron las mujeres y
no, precisamente, por devoción o fervor religioso. Al parecer utilizaban el
pretexto de cumplir una promesa para que sus maridos las sacaran de casa y las llevaran
de excursión, so pena de provocar la ira del cielo y que los castigara Dios.
Nunca me preocupó saber si la
citada sospecha tenía algún fundamento. Lo que sí puedo decir es que cuando era
niño todos los años íbamos a Covadonga y nunca supe por qué. El motivo era
secreto y el pago por el favor también. En cualquier caso, si es que había
favor, debía ser poco importante porque algunas mujeres subían las escaleras de
rodillas y mi madre nunca lo hizo. Rezaba un par de minutos y asunto concluido.
Me encantaban aquellos viajes que
hacíamos en familia. Jamás oí un reproche, de modo que una de dos: o La Santina
concedía todo lo que mí familia pedía, o los míos aceptaban con resignación que
no les concediera nada.
Mucho tiempo después, ya de
mayor, me enteré de que las vírgenes y los santos no hacen milagros. Los
milagros solo los hace Dios. Así lo establece la jerarquía eclesiástica y lo
razona de forma sencilla: no pueden hacer milagros porque significaría que
tendrían el mismo poder que Dios. Para la Iglesia está claro, pero como le
interesa que la gente siga creyendo, no desvela que las vírgenes y los santos
son meros intermediarios que hablan por nosotros y tratan de interceder ante Dios.
Dios viene a ser como la última
instancia. Lo cual hace razonable que disponga de unos subalternos que criben
nuestras peticiones. Es más, muchas, la mayoría, seguro que ni le llegan. Le
llegó, porque ahí está la historia que lo confirma, la petición de Don Pelayo
que Dios atendió como es debido provocando aquel argayo que derrotó a los
árabes, pero las del Real Oviedo y el Sporting, que todos los años van a
Covadonga y piden subir a primera, apuesto que La Santina las mete en un cajón
y ahí se quedan.
La gente, aunque la medicina haya
avanzado mucho, creo que debe seguir pidiendo tener buena salud. Habrá quien aproveche
y, además de salud, pida acertar la primitiva y, si acaso, un poco de amor, pero
serán los menos. Peticiones raras siempre las hubo y milagros extravagantes
también. Contaba Boccaccio que una esposa fue sorprendida con su amante en la
cama y le dijo al marido: Llevaba mucho tiempo pidiéndolo y, por fin, Dios me
ha escuchado y me ha mandado a Fray Rinaldo, que está intercediendo con mucho
ahínco para curarme de las lombrices.
En esto de los milagros, la
Iglesia siempre ha sido más cauta y escéptica que el pueblo llano. Nosotros somos
muy dados a creer que algunas cosas que nos suceden, y suceden a nuestro
alrededor, son auténticos milagros. Los más creyentes dicen, incluso, que quien
no se ha beneficiado de algún milagro es porque no lo ha pedido.
Milagros aparte, intervenga La Santina,
o no, y en última instancia Dios, que seguramente tampoco, he decidido que,
este año, vuelvo a Covadonga. El motivo, como manda la tradición, seguirá
siendo secreto. Allá ustedes sí piensan que voy de promesa o de excursión.
Le faltó lo de beber en la fuente para casarse.
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