Viendo las imágenes del derribo
de la chimenea de Ensidesa sentí una pena tan grande que estuve por salir de
casa y liarme a tomar gin-tonics a ver si, así, conseguía reírme de lo tonto
que soy. No sé qué me pasa, pero cada vez me entristece más que se pierdan los
establecimientos antiguos, los edificios emblemáticos y todo lo que me recuerda
que la vida se va. No me atrevo a decir que disfrutaba de las chimeneas porque no
son como un pájaro o un árbol que te alegran la vida por el mero hecho de estar,
pero creo que me pertenecían en usufructo, que es el derecho a usar los bienes
de otros y disfrutar de sus beneficios, con la obligación de conservarlos y cuidarlos
como si fueran propios.
Reclamar el usufructo de las chimeneas no está
reñido con tener muy claro que no poseemos nada ya que todo, incluidos
nosotros, puede desaparecer en cualquier momento. Las cosas se acaban y la vida
sigue como sí nada. Ahora bien, esa realidad no puede dar pie para que justifiquen
la demolición de las chimeneas con tonterías como las que se dijeron cuando la
primera ya estaba en el suelo. Eso de que vivimos un cambio desde el pasado
hacia un futuro que abre nuevas oportunidades y es el principio para posicionar
Avilés en una nueva etapa que mantenga viva esta ciudad.
Cum Laude para los discursos de
cortar y pegar y las soluciones tontas de atar. Ahora resulta que por derribar
cinco chimeneas la ciudad se revitaliza y progresa un montón. Nos toman por
tontos, con el agravante de que les trae sin cuidado la carga simbólica de esas
chimeneas, la identidad que suponen o que la gente pueda valorarlas como parte
del patrimonio industrial. Al parecer, conservar testimonios y elementos
simbólicos que identifiquen lo que somos gracias a lo que fuimos es
contraproducente para progresar. Entienden que el patrimonio industrial no es
un vestigio ni una seña de identidad de Avilés y de la memoria colectiva de
varias generaciones, es como un paréntesis vergonzoso que lo mejor es volarlo y
olvidarnos de que existió.
La identidad de un lugar no se improvisa
ni se inventa, es una colección única y heredada de activos, historia, edificios
y cultura. En este caso no son solo los soportales de Rivero y Galiana, la iglesia
de Los Padres, Sabugo y la Muralla, también cuentan los Almacenes de Balsera,
la Curtidora, Ensidesa, la Térmica de Valliniello, los Gasómetros, las Chimeneas…
No estoy diciendo que haya que conservarlo todo, pero sí que deberíamos
conservar todo lo que se pueda.
¿A quién molestaban, o qué
estorbaban esas chimeneas que ya no echaban humo? Neutralizado el peligro, no
se entiende que las condenaran a muerte. Los alemanes, que no parecen enemigos
del progreso, encargaron al arquitecto Peter Latz el diseño de un gran proyecto
para preservar las chimeneas y las viejas estructuras de las fábricas
siderúrgicas de la cuenca del Ruhr. Aquí no. Aquí, lo que han diseñado es un
calendario de derribos cuya próxima cita será el 30 de septiembre. Luego habrá
derribos todos los sábados y se reserva un domingo para derribar el Gasómetro.
Como avilesino, me consideraba viudo de la
siderurgia y de todo lo que supuso, pero es que ahora, a este viudo, le han
quitado lo que tenía: la herencia de las chimeneas en usufructo.
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