Con el definitivo adiós al verano,
y la vuelta a la vida de diario, nos hemos visto obligados a cambiar los
trastos de playa por el carrito de la compra y la preocupación de si nos
alcanzará el dinero para lo caro que se ha puesto todo y, sobre todo, el aceite
bueno. En eso andamos quienes somos gente corriente. Otros se preocupan por el
precio de los centollos y algunos, los menos, por el de las balas que se
disparan y matan gente o se pierden en el vacío, que, al final, cuestan lo
mismo y hay que pagarlas aunque supongan un desperdicio.
La vida es así: está llena de
paradojas e ironías del destino. Nos preocupamos por cosas menores mientras,
ahí al lado, se están matando en una guerra que nos importa un pimiento. Menos
mal que algunos tienen otras miras y, además de preocuparse por las cosas de
comer, se preocupan por el precio de las balas que, aunque parezca mentira, también
nos afecta porque las pagamos nosotros.
Si les soy sincero, a mí, el
precio de las balas me traía sin cuidado. Solo tenía ojos para los precios del
supermercado, pero leí que los Mossos de Escuadra se quejaban de que una bala,
para un fusil de los que ellos usan, ha pasado de 0,39 euros en 2017 a 1,2o
euros en 2023, y me entró la curiosidad.
El dato me puso alerta y la
curiosidad hizo el resto. Subí a la nube, empecé a buscar y encontré el
informe, de un periodista americano, que indica que una ametralladora del
calibre 50, que son las que en la Guerra de Ucrania atornillan en los camiones
o en soportes móviles y tienen una velocidad de 40 disparos por minuto, si la
disparas durante ocho horas al día, los siete días de la semana, en seis meses,
puede disparar 50 millones de balas.
Me sorprendió lo de disparar ocho
horas al día, nada de horas extra, y aun así la cantidad de disparos que salen.
Pero lo que ya me dejó de piedra fue que cada una de esas balas cuesta 6,30
euros. No cogí la calculadora porque ya imaginaba que la cifra que saliera difícilmente
me cabría en la cabeza.
El citado informe apunta que esa
munición, y otras, la compra, oficialmente, Países Bajos, aunque la paga la
Unión Europea, que somos todos. La cuestión es que Europa está suministrando armas
y municiones a Ucrania por medio de un grupo de intermediarios encabezado por
el americano Mark Morales y el ucraniano Vladimir Koifman; dos espabilados que
han creado un sistema opaco que hace muy complicado que esos envíos figuren en
cualquier registro público y más complicado, si cabe, saber cuánto estamos
pagando y qué sucede con la munición después de su entrega.
Dios me libre de poner en duda
que la Unión Europea, y por supuesto España, lleven las cuentas al céntimo y estén
preocupados, igual que nosotros con la cesta de la compra, por el precio al que
se han puesto las balas. Lo que me mosquea es que no oigamos a ningún Gobierno
quejarse y todos paguen sin rechistar. Se quejan del gasto social, pero no
dicen nada de lo que cuestan las balas, ni de que matar nos está saliendo más
caro que salvar vidas y hacer que la gente viva con dignidad.
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Milio Mariño