Hace ya muchos años, cuando
empecé a viajar por Europa, comprendí que vivía en un país muy particular. Los
partidos de derechas que había en España, primero Alianza Popular y luego el PP, no se correspondían,
en nada, con sus homólogos europeos. Circunstancia que yo achacaba a que
acabábamos de salir de una dictadura y les costaba adaptarse a la democracia.
Cuarenta años después seguimos
igual. La derecha española sigue creyendo que aquella frase del dictador, aquello
de que todo quedaba atado y bien atado, significaba que les dejaba en herencia
el Gobierno de España. De ahí su insistencia en que el Gobierno solo es
legítimo cuando gobierna el PP. Lo dijo en su día Álvarez Cascos, quien afirmó
que el Gobierno socialista era una anomalía, y lo siguen diciendo ahora no solo
porque vuelven a poner en cuestión cualquier Gobierno que no sea de derechas
sino porque tienen la desfachatez de decir que quienes no lo entiendan así son
anti españoles y no defienden la Patria ni la Constitución.
Semejante actitud no sé si se debe
a su frustración política o a su tradición histórica, – probablemente a las dos-,
pero lo cierto es que nadie ha llegado tan lejos en su intento por deslegitimar el Estado democrático.
Siempre coincide que cuando la derecha no está en el Gobierno practica una
política de tierra quemada que ha conducido al país a graves crisis que no se
corresponden con su situación económica ni social. Optan por la crispación constante,
porque todo parezca insolucionable y por esa vieja y muy gastada advertencia de que España se
rompe y solo ellos tienen el pegamento que logra conservarla unida.
Llama la atención, también, que la
derecha apele a la transición de 1.978. Quienes vivimos aquellos convulsos años
y en la medida de nuestras posibilidades, en función del cargo que ocupábamos,
hicimos posible el acuerdo, sabemos lo complejo que fue aquel pacto, las
reticencias que suscitó, sobre todo en la derecha inmovilista, las cesiones que
hubo que hacer y, finalmente, la admiración que causó en todo el mundo.
Entonces se hizo lo que se pudo,
condicionados por el ruido de togas y sables y de una derecha reaccionaria que también
se erigía en salvadora de la Patria. Curiosamente, los herederos de quienes
tenían miedo a la democracia son, ahora, los que dicen defenderla. No será por
lo que contribuyeron a que España fuera una democracia homologable pues han
venido oponiéndose a todo lo que signifique progreso: el divorcio, el aborto, la
igualdad entre hombres y mujeres, el matrimonio homosexual, la eutanasia, un salario mínimo digno...
Muchos de los supervivientes de
aquel hito histórico, llamado transición, seguimos estando orgullosos de lo que
hicimos. Lo defendemos a muerte, pero eso no nos impide ver necesario un nuevo
impulso que permita seguir avanzando. Una segunda transición que conserve lo
fundamental y supere y corrija los errores de la primera. Y, también, por qué
no, que sea generosa como aquella. Perdonar nunca es sinónimo de debilidad sino
todo lo contrario. Siempre será mejor alentar la concordia y el diálogo que enarbolar
un falso orgullo patriótico que fomente el rencor y niegue el perdón. Estamos
muy lejos de 1.978 y los aguafiestas no deberían condicionarnos como nos
condicionaron entonces. Ahora la democracia es tan sólida que haría bien en
perdonar a quienes se equivocaron y piden que se les perdone.
Hola ...todas las opiniones son respetables.
ResponderEliminarAún las que son manifiestamente MEJORABLES
F.ORDAX
Gracias por leerme....Y.por supuesto que es mejorable
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