Entre las muchas cosas que
pasamos por alto está que no es igual engañar que mentir. Mentir puede ser
disculpable, pero el engaño conlleva una intencionalidad que no admite perdón. Es
falsear la verdad con la intención consciente de hacerlo para lograr un fin que
no suele ser trigo limpio. Por eso Pinocho no es como Maquiavelo.
Ni punto de comparación. Ojala que quienes nos
engañan se encontraran con la sorpresa de que les crece la nariz y se les pone
roja como un pimiento. No hay esa suerte. Nos engañan y toca decir amén. Estamos
a merced de las falsas noticias que, por otra parte, cada vez son más y se
alejan de lo que pudiera ser una simple broma o una gamberrada para convertirse
en un arma muy poderosa que hace mucho daño a la sociedad.
Maquiavelo dominaba ese recurso a
la perfección. Decía con arrogancia: “Los hombres son tan ingenuos, y responden
tanto a la necesidad del momento, que quien engaña siempre encuentra alguien
que se deja engañar”. Alguien que son multitud porque ahí están los
negacionistas del Covid19 y las vacunas,
los que dicen que el cambio climático y el calentamiento global son inventos
de la izquierda, los que niegan que haya violencia machista, los conspiranoicos
que ponen en duda la limpieza de las elecciones cuando no ganan los suyos…
Todos los que contribuyen a la maldad de engañar. Que sale a cuenta porque al
final sucede lo que, en su día, dijo Jonathan Swift: “La mentira vuela alto y
la verdad va detrás cojeando”.
La verdad es, ahora, más
necesaria que nunca. Estamos expuestos a que nos engañen todos los días y a
todas horas. Cualquier bulo puede acabar en las portadas de los periódicos o en
los informativos de televisión, dado que apenas se contrastan las fuentes y la
falta de rigor es alarmante.
El último, en ser víctima y
participe, fue nada menos que Joe Biden. El presidente norteamericano dijo:
“Nunca pensé que vería fotografías de terroristas decapitando a niños”. El
líder demócrata pronunció estas palabras durante una reunión en Washington
con la comunidad judía. Se armó tal revuelo que pocas horas después la
Casa Blanca tuvo que salir al paso para aclarar que el presidente no había
visto las imágenes ni confirmado tal atrocidad. Se lo habían contado y él lo había
dicho creyendo que era verdad.
Las imágenes no existían, pero el
daño ya estaba hecho. La noticia era lo suficiente macabra como para parecer
verdad y su difusión permitía justificar cualquier decisión posterior.
Pocos días después, Biden tuvo
otra visión. Cuando salió de reunirse con Netanyahu dijo: “Sobre la base de lo
que vi, parece que el bombardeo del hospital Al-Ahli fue llevado a cabo por el
bando contrario”.
Biden debió ver mal otra vez. La
OMS ha confirmado que el hospital recibió de Israel la orden de evacuación,
previa al bombardeo, pero que no pudo cumplirla por el estado crítico de los
pacientes y los cortes de suministros. El corresponsal de TVE comentó que Hamás
no tiene bombas de semejante potencia.
Engañarnos es fácil. Nos engañan quienes
fabrican los bulos y quienes, a sabiendas de que lo son, los enarbolan como una
verdad absoluta para conseguir sus fines. Y los consiguen porque lo
verdaderamente terrible no es que nos engañen con falsas noticias, es que, aun
siendo falsas, tienen consecuencias reales.
🙏
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