lunes, 23 de octubre de 2023

Nos engañan y toca decir amén

Milio Mariño

Entre las muchas cosas que pasamos por alto está que no es igual engañar que mentir. Mentir puede ser disculpable, pero el engaño conlleva una intencionalidad que no admite perdón. Es falsear la verdad con la intención consciente de hacerlo para lograr un fin que no suele ser trigo limpio. Por eso Pinocho no es como Maquiavelo.

 Ni punto de comparación. Ojala que quienes nos engañan se encontraran con la sorpresa de que les crece la nariz y se les pone roja como un pimiento. No hay esa suerte. Nos engañan y toca decir amén. Estamos a merced de las falsas noticias que, por otra parte, cada vez son más y se alejan de lo que pudiera ser una simple broma o una gamberrada para convertirse en un arma muy poderosa que hace mucho daño  a la sociedad.

Maquiavelo dominaba ese recurso a la perfección. Decía con arrogancia: “Los hombres son tan ingenuos, y responden tanto a la necesidad del momento, que quien engaña siempre encuentra alguien que se deja engañar”. Alguien que son multitud porque ahí están los negacionistas del Covid19 y las vacunas,  los que dicen que el cambio climático y el calentamiento global son inventos de la izquierda, los que niegan que haya violencia machista, los conspiranoicos que ponen en duda la limpieza de las elecciones cuando no ganan los suyos… Todos los que contribuyen a la maldad de engañar. Que sale a cuenta porque al final sucede lo que, en su día, dijo Jonathan Swift: “La mentira vuela alto y la verdad va detrás cojeando”.

La verdad es, ahora, más necesaria que nunca. Estamos expuestos a que nos engañen todos los días y a todas horas. Cualquier bulo puede acabar en las portadas de los periódicos o en los informativos de televisión, dado que apenas se contrastan las fuentes y la falta de rigor es alarmante.

El último, en ser víctima y participe, fue nada menos que Joe Biden. El presidente norteamericano dijo: “Nunca pensé que vería fotografías de terroristas decapitando a niños”. El líder demócrata pronunció estas palabras durante una reunión en Washington con  la comunidad judía.  Se armó tal revuelo que pocas horas después la Casa Blanca tuvo que salir al paso para aclarar que el presidente no había visto las imágenes ni confirmado tal atrocidad. Se lo habían contado y él lo había dicho creyendo que era verdad.  

Las imágenes no existían, pero el daño ya estaba hecho. La noticia era lo suficiente macabra como para parecer verdad y su difusión permitía justificar cualquier decisión posterior. 

Pocos días después, Biden tuvo otra visión. Cuando salió de reunirse con Netanyahu dijo: “Sobre la base de lo que vi, parece que el bombardeo del hospital Al-Ahli fue llevado a cabo por el bando contrario”.

Biden debió ver mal otra vez. La OMS ha confirmado que el hospital recibió de Israel la orden de evacuación, previa al bombardeo, pero que no pudo cumplirla por el estado crítico de los pacientes y los cortes de suministros. El corresponsal de TVE comentó que Hamás no tiene bombas de semejante potencia.

Engañarnos es fácil. Nos engañan quienes fabrican los bulos y quienes, a sabiendas de que lo son, los enarbolan como una verdad absoluta para conseguir sus fines. Y los consiguen porque lo verdaderamente terrible no es que nos engañen con falsas noticias, es que, aun siendo falsas, tienen consecuencias reales.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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