Hace un par de semanas, mi nieto vino
a pasar unos días en casa y pensé que podía contarle algunos cuentos de los que,
a mí, me contaban. La primera intención fue esa, pero como había leído que esos
cuentos ya no se llevan, que hay que corregirlos para adaptarlos a los valores
de la sociedad actual, aproveché que el
domingo comíamos en familia y, a los postres, dije lo que pensaba. Les dije que
pensaba contarle, a mi nieto, varios cuentos de los de siempre porque, en mi
opinión, los cuentos infantiles no deben ser corregidos ni manipulados ya que tenían,
y siguen teniendo, un componente educativo que me parece aprovechable.
Arruiné la sobremesa. Todos,
incluida la abuela, me pusieron de vuelta y media. No valió de nada que
argumentara que cuando se entra en la dimensión de lo fantástico cualquier cosa
es posible y nada es real. Todo es insólito, desconcertante y maravilloso y eso
ayuda a que los niños puedan entender que las dificultades y los problemas son
algo inherente a la existencia humana.
Déjate de tonterías y no asustes a
tú nieto con historias crueles en las que aparezca el sufrimiento o la muerte.
Tampoco las brujas horribles, las madrastas malvadas, los siete enanitos del
bosque, el patito feo, al que hacen bullying,
o La Cenicienta, un cuento machista que avala y justifica el
sometimiento de la mujer. Si quieres contarle algo cuéntale una historia que
eleve su autoestima y no le provoque ansiedad.
Insistieron, además, en que para
mí sería fácil ya que, según ellos, se me da bien contar historias y puedo
inventar la historia que quiera. Me ahorré la contestación y consideré inútil
advertirles que la fantasía permite casi todo menos ser incongruente o absurdo.
No se puede poner a un príncipe compartiendo las tareas de palacio como si
fuera un padre cualquiera compartiendo las del hogar: pasando la aspiradora,
fregando los platos o planchando sus pantalones. Si inicias un relato así el
niño se descojona y ya no te deja seguir.
Los cuentos tradicionales deben
contarse sin sacarlos de su contexto. Cuando los trasladamos a la realidad
actual es cuando pierden todo el sentido y quedan ridículos. Pero, al parecer, esa
es la tendencia. Ya está en las librerías una nueva versión, reformada, de
“Caperucita Roja” en la que la niña ingenua es, ahora, una adolescente rebelde que
tiene una complicada relación con su madre y El Lobo Feroz un novio machista que impone su liderazgo en el
barrio.
Si llegara a prosperar que eliminen
de los libros todo lo que, hoy, parece inapropiado
acabaríamos con la literatura, quedaríamos sin libros y no salvaríamos a los
niños de las malas ideas. Al contrario, haríamos que fueran incapaces de reconocerlas.
Lo que sí conseguiríamos es que los niños y los jóvenes no se interesen por
la lectura y se entreguen, todavía más, a jugar con la PlayStation, donde
pueden ser todo lo violentos que quieran y matar a un montón de gente sin que
sus padres, y quienes abogan por reformar los cuentos, se quejen.
Dicho lo dicho, supongo que ya habrán
imaginado cómo acabó el rifirrafe familiar a propósito de los cuentos
infantiles. Al final, hice lo que pensaba y mi nieto prometió guardar el
secreto, pero me temo que le pasara como al abuelo. No creo que se resista a
contarlo.
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